Cultura
de paz/ Jorge Edwards es escritor.
El
País | 16 de febrero de 2014;
Hubo,
en la sentencia de La Haya, aspectos originales, imprevistos, pero las
reacciones fueron serenas, maduras, consideradas, celebrando lo que se podía
celebrar y lamentando lo que había que lamentar, pero siempre con discreción,
con una base de cordura. En otras palabras, hubo una novedad histórica que se
manifestó en el tono, en la voluntad de paz de ambas partes. No todo quedó
conquistado, consagrado, en las relaciones de Perú y Chile, puesto que hay
tareas serias por delante, pero las señales positivas fueron fuertes, claras.
La voluntad de paz entre ambos países se mostró sólida, inspiradora, difícil de
torcer.
Todo
indicaba que las cosas se habían orientado, después de largo tiempo, de esta
manera. Cuando firmamos un breve, elocuente Llamado a la concordia 15 personas
del pensamiento, del arte, de la cultura, del derecho, por cada lado, hubo una
reacción interesante que no se llegó a conocer en detalle. Se abrió un espacio
en Internet y el Llamado recibió el apoyo inmediato, espontáneo, de miles de
firmas. No solo aparecieron firmantes peruanos y chilenos: se agregaron, con
entusiasmo, firmas del resto de América Latina y hasta de España. Entre ellos,
expresidentes de una república latinoamericana y del Parlamento Europeo,
parlamentarios de diversos partidos, intelectuales, oficinistas, obreros,
dueñas de casa, estudiantes. Es decir, había un deseo de paz escondido en el interior
de los dos países y en todo el universo hispánico, un cansancio con la
agitación agresiva rutinaria. Se había producido en los hechos, sin alardes
retóricos, en silencio, un progreso subterráneo, moderno, de un fenómeno que
algunos han definido como “cultura de paz”, cultura que ha crecido en el mismo
centro de un planeta violento. Debería ser una lección universal. El siglo XX
fue el siglo de las guerras internas y externas: desastres civiles y
conflagraciones mundiales, choques ideológicos implacables, fanatismos
homicidas. Parecería, al menos a primera vista, que el siglo XXI es una
continuación de lo mismo, pero con bloques antagónicos desmoronados,
fragmentados, con sectarismos que estaban dormidos y que resucitan con mala
sombra.
Sin
embargo, dentro de un contexto así, se revela en el Cono Sur del continente
latinoamericano, en una zona que nunca fue fácil, una capacidad de
entendimiento sorprendente. Es, si examinamos la situación con visión serena,
sin minucias, sin prejuicios obstinados, una enorme oportunidad para nosotros y
una fuente de inspiración para los demás. Y es, de paso, pero con fuerza, un
punto muy favorable para la Alianza del Pacífico, en la que también participan
México y Colombia. Se escuchan algunas frases destempladas, más bien poco
audibles, pero las manifestaciones de interés surgen por todos lados, en todos
los continentes. No es una expresión puramente comercial, como dijo alguien por
ahí. Es bastante más que eso. Y tampoco hay que despreciar por principio los
intereses empresariales y comerciales, y en nombre de algo que nadie consigue
definir. Los griegos del siglo clásico y los europeos del Renacimiento también
fueron navegantes y comerciantes. Los jóvenes candidatos de ahora, aspirantes,
aspiracionales, dominados por la ansiedad electoral, tienen que estudiar un
poco mejor a sus mayores.
Aunque
no se note todavía, estamos en el comienzo de un Cono Sur cambiado,
modernizado. Los gestos, las palabras, las primeras acciones, las del Gobierno
pasado y las del nuevo, en el caso de Chile, demuestran que la conciencia es
clara, que el proceso es sólido. Ya se escucha, en puntos heterogéneos,
distantes, pero significativos, que un acuerdo con Bolivia podría ser una fase
próxima. Lo dice Mario Vargas Llosa en una parte y el político socialista
Camilo Escalona en otra. Habrá algunos ruidos discordantes, me digo, pero
servirán para indicar que cabalgamos.
La
armonía en el Cono Sur sería un cambio fundamental en el conjunto de América
Latina, en el mundo “que reza a Jesucristo y habla en español”, como dijo Rubén
Darío, aunque rece de diferentes maneras y hasta en otros idiomas y con otras
creencias, en guaraní, en quechua, en mapudungun. Con mi manía literaria
irreversible, pienso en un espacio ocupado por figuras tutelares como César
Vallejo, José María Arguedas, Mario Vargas Llosa, Pablo Neruda, Vicente
Huidobro, Pedro Prado y Roberto Bolaño, Augusto Céspedes, Franz Tamayo, Jorge
Luis Borges y José Hernández. No está nada de mal. Podríamos formar un
instituto multinacional notable. Podríamos dejar de ser el continente tonto del
que hablaba, con mala uva, el inefable e incambiable Pío Baroja. Y si hay inversiones
en todos lados, comercio en diferentes direcciones, no me molesta en absoluto.
Estoy convencido, incluso, de que nos ayuda bastante.
El
exceso de optimismo es un error frecuente, pero el pesimismo estructural
también lo es. Si el trabajo se comienza ahora mismo y se continúa en el
Gobierno que sigue, no es mal asunto. Hemos visto en una misma sala, alrededor
de una mesa común, en la casa chilena de Gobierno que hace pocas décadas fue
furiosamente bombardeada, al presidente y al ministro salientes y a la
presidente electa y su ministro entrante. No es una fotografía que se pueda
repetir en otros lugares del continente y del mundo contemporáneo. Hay que
conservarla, para memoria en lo futuro, como diría don Quijote, y hay que
perseverar en ella. Para doblar páginas, para liberarse de una vez por todas de
nacionalismos enfermizos.
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