Sin
paz, sin orden, sin ley/NOÉ
ZAVALETA
Revista Proceso # 1946, 15 de febrero de 2014
Con
el asesinato de Gregorio Jiménez suman ya 10 los periodistas ejecutados en el
estado de Veracruz en lo que va de la administración de Javier Duarte de Ochoa.
Otra de esas víctimas fue Regina Martínez, cuya muerte enlutó a Proceso. A raíz
de la tragedia de Goyo, el gremio periodístico se unió para exigir la renuncia
del gobernador priista, durante cuyo mandato en la entidad han imperado la
violencia, la inseguridad y la impunidad.
XALAPA,
VER.- Gregorio Goyo Jiménez de la Cruz, reportero de la fuente policiaca de los
periódicos de Coatzacoalcos Liberal del Sur y Notisur, es el décimo periodista
asesinado en los 38 meses que lleva al frente del gobierno de Veracruz el
priista Javier Duarte de Ochoa, cuya administración se ha mostrado incapaz de
enfrentar la violencia que envuelve a la entidad.
Los
veracruzanos viven ahora –sobre todo en los últimos dos meses– entre
levantones, asesinatos, secuestros, fosas clandestinas y tiroteos. La
indignación ciudadana se refleja en marchas de familiares de los desaparecidos,
quienes repudian la ineptitud de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) y de
la Procuraduría General de Justicia (PGJ).
La
semana pasada se efectuaron tres protestas del Colectivo por La Paz, dos en
Xalapa y una en el puerto de Veracruz. Además, luego del secuestro y ejecución
de Jiménez de la Cruz, el gremio periodístico veracruzano encabezó marchas de
repudio contra el gobierno de Duarte, su aparato de seguridad y su sistema de
procuración de justicia durante siete días consecutivos.
En
Coatzacoalcos tuvieron lugar las protestas más airadas, pero en la capital
estatal el rechazo fue más puntual: el miércoles 12 en la entrada principal del
Palacio de Gobierno se colocó una cartulina que exigía “renuncia Bermúdez,
renuncia Amadeo, renuncia Gina, renuncia Duarte, renuncia Macías, renuncia
Namiko. Renuncien, renuncien”.
Se
aludía al titular de la SSP, Arturo Bermúdez; al procurador Amadeo Flores; a la
vocera del gobernador, Gina Domínguez; al propio mandatario; al diputado y
empresario periodístico Eduardo Sánchez Macías –quien les aseguró a los
reporteros que Goyo había sido rescatado con vida– y a la secretaria ejecutiva
de la Comisión Estatal de Periodistas, Namiko Matsumoto, cuya oficina es un
elefante blanco que le cuesta al erario 20 millones de pesos al año.
Ese
mismo día en la red social Twitter la etiqueta #HastaQueRenuncieDuarte se
convirtió en tendencia dominante entre periodistas tanto locales como del país
entero y aun de Latinoamérica.
La
versión de la PGJ asevera que el homicidio fue producto de una venganza por
diferencias personales con Teresa de Jesús Hernández, dueña de un bar y quien
según la dependencia pagó 20 mil pesos a cinco sicarios para secuestrar, asesinar
y luego sepultar a Jiménez de la Cruz en una fosa clandestina en el municipio
de Las Choapas.
Amnistía
Internacional condenó el asesinato e hizo un llamado a que se haga una
investigación pronta e imparcial a fin de determinar si el crimen fue consecuencia
del trabajo periodístico de Goyo.
Por
su parte la organización Artículo 19 consideró “inaceptable” que el gobierno de
Duarte descarte el trabajo periodístico de Jiménez de la Cruz como “posible
móvil” del homicidio.
La
Oficina en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos
Humanos también lamentó el crimen: “El fatal desenlace trae una vez más el luto
a Veracruz. Combatir la impunidad que rodea muchos casos de agresiones contra
las y los comunicadores sociales, así como los múltiples ataques a las
instalaciones de los medios, es un deber indelegable e irrenunciable de las
autoridades”, apuntó la institución en un comunicado.
Medios
del mundo –como el periódico español El País, el estadunidense The Washington
Post, y las páginas Cosecha Roja (de la Red de Periodistas Judiciales de
Latinoamérica) y Periodistas de a Pie– dieron seguimiento al caso de Jiménez y
condenaron la impunidad que impera en Veracruz, lo cual deriva en nulas
garantías al ejercicio periodístico.
“No
se metan con mi familia”
Conmocionados
aún por el asesinato, amigos de Gregorio Jiménez sueltan un rosario de
adjetivos para dibujarlo: “Era risueño, humilde, honesto, trabajador,
solidario… sus notas siempre le daban voz a los más jodidos”.
Un
reportero de Coatzacoalcos comenta, horas antes de asistir al sepelio de Goyo:
“¿Ya viste las fotos de su casa? ¡Vivía en el pantano! Él rellenó ahí para
hacer su casita. No tiene ni piso (la vivienda), siempre fue muy sencillo, lo
recuerdo trepado en su moto, con una cangurera donde guardaba sus cosas de
trabajo. Vivía siempre preocupado por sus hijos”.
A
Jiménez de la Cruz lo levantó un comando el miércoles 5. Un día después fue
asesinado y el martes 11 fuerzas federales y estatales hallaron su cuerpo
enterrado en una fosa clandestina.
“Fue
interceptado por una camioneta cuando volvía de llevar a su hija a la escuela.
Bajaron cinco personas, preguntaron si era la casa del fotógrafo. ‘No se metan
con mi familia’, pidió Goyo. Ya sabía lo que le esperaba”, han narrado una y
otra vez sus amigos.
El
resto de la historia corrió a cargo de la PGJ. En la investigación ministerial
4/058/2014 concluyó que Jiménez de la Cruz fue asesinado por mantener
“diferencias personales y familiares” con Teresa de Jesús Hernández Cruz, dueña
de un bar. Cuatro de los cinco sicarios que según la PGJ lo mataron ya están
detenidos: José Luis Márquez Hernández (líder de la célula criminal), Santiago
González, Jesús Antonio Pérez Herrera y Gerardo Contreras Hernández.
Para
la procuraduría estatal el homicidio del periodista no tuvo relación con las
publicaciones que hacía en Notisur y Liberal del Sur. Sin embargo –dicen sus
amigos– el secuestro de Ernesto Ruiz Guillén, El Cometierra, a finales de enero
fue reporteado y publicado por Gregorio, cuyo cadáver apareció en la fosa junto
al del Cometierra y al de una persona no identificada.
Las
diferencias con la dueña del bar eran reales, cuentan a este semanario sus
colegas, y agregan que Jiménez había documentado y publicado que ese lugar
funcionaba también como casa de seguridad para retener a migrantes
centroamericanos. La región de Coatzacoalcos y Las Choapas –más de 400
kilómetros al sur de Xalapa– se destaca por el flujo constante de migrantes
centroamericanos y la presencia de grupos criminales como Los Zetas y
escisiones de la Mara Salvatrucha.
Un
dato más: el Diario de Acayucan –que circula en el sur del estado– publicó el
jueves 13 que Gerardo Contreras Hernández, uno de los detenidos por su presunta
participación en homicidio, había sido detenido en abril de 2012 por formar
parte de una célula zeta en el sur de Veracruz. Esa vez fue acusado junto con
el jefe de sicarios de Los Zetas, Marcos Jesús Hernández Rodríguez, El
Chilango, y el jefe de plaza, Romero Domínguez Vélez, El Chaparro, por la
tortura y ejecución de cuatro marinos cuyos cuerpos mutilados fueron hallados
en la carretera Actopan-Xalapa.
Dos
días después de su detención, José Luis Márquez y Jesús Antonio Pérez,
presuntos implicados en el homicidio, se quejaron desde la rejilla de prácticas
del Juzgado Tercero de Primera Instancia en Coatzacoalcos de haber sido
golpeados y torturados por policías ministeriales “para que estamparan” sus
firmas en las confesiones.
En
el desaseo de la investigación ministerial tampoco quedó claro cómo salieron
los sicarios en una camioneta y llevando a Goyo. La congregación Villa Allende
tiene tres salidas: una es hacia Coatzacoalcos, por lancha; otra es un camino
ejidal hacia Las Choapas, que implica un viaje de una hora –tiempo suficiente
para que reaccionaran el Mando Único o las fuerzas federales del programa
Veracruz Seguro– y por último la carretera federal a Coatzacoalcos, donde hay
filtros y retenes de seguridad pública y fuerzas federales.
Con
el caso de Gregorio Jiménez de la Cruz el gobierno de Duarte acumula la
vergonzante cifra de 10 periodistas asesinados: Noel López Olguín, de Noticias
de Acayucan; Miguel Ángel López Velasco, Misael López Solana, Gabriel Huge y
Yolanda Ordaz, de Notiver; Regina Martínez, corresponsal de Proceso; Guillermo
Luna Varela, de Veracruz News; Esteban Rodríguez, de Diario AZ, y Víctor Manuel
Báez Chino, de Milenio.
Además
la PGJ aún tiene abiertas tres averiguaciones previas por las desapariciones de
Gabriel Fonseca, del Diario de Acayucan; Sergio Landa, del Diario de Cardel, y
Miguel Morales Estrada, reportero independiente de Poza Rica.
Zona
de riesgo
En
Cosamaloapan, en la cuenca del Papaloapan, ha habido más de 26 desapariciones
forzadas de habitantes de ese municipio y de otros de la región.
El
pasado 15 de enero vecinos de la zona habían reportado la existencia de dos
fosas clandestinas. La PGJ lo negó, pese a que familiares de los desaparecidos
abarrotaron la sede regional de la Procuraduría para saber si entre los cuerpos
estaban los de sus allegados.
“Sí
hay (cuerpos). Tenemos una pila de cadáveres, pero son de un accidente
automovilístico”, contestó vía telefónica, de mala gana, el asistente de Miguel
Palacios, encargado de Servicios Periciales en la región.
Una
docente de Cosamaloapan le comenta a Proceso: “Se han ido muchos alumnos míos
por la inseguridad. En otros casos tengo niños que van mal y sus papás los
justifican diciendo que es porque tienen secuestrada a una tía, a un primo, a
un familiar cercano. Cosamaloapan tiene mucho rato que está mal. En la noche no
ves prácticamente a nadie, parece pueblo fantasma. La gente que tenía dinero, comerciantes
o políticos, ya no vive aquí”.
Apenas
en octubre pasado Alberto Jiménez Rivera, excandidato del Partido del Trabajo a
la alcaldía de Cosamaloapan, fue acribillado por un comando. En un evento
aparte, su hermano José, empleado de la Comisión Federal de Electricidad, fue
levantado y sigue desaparecido.
El
pasado 26 de enero más de 600 personas marcharon vestidas de blanco por la
ciudad para hacer una protesta pacífica y silenciosa a fin de exigir que
aparezcan sus familiares.
Un
caso más: Mary Molina, de 19 años, hija del expresidente municipal de Carlos A.
Carrillo, Enrique Molina Ríos, fue encontrada muerta el 14 de enero en una fosa
clandestina, pese a que su familia había pagado un rescate de 300 mil pesos.
También
de Cosamaloapan, Giovanni Palmero Arciga –sobrino del exdiputado federal Diego
Palmeros– está desaparecido desde el 26 de enero. La investigación ministerial
98/2014/1eraBR/V radicada en el Ministerio Público de Boca del Río consigna que
fue levantado al salir de la discoteca La Cantinita.
Amigos
de Palmero Arciga acusan a policías de la Agencia Veracruzana de
Investigaciones (AVI), quienes para investigar les han pedido dinero “para la
gasolina”, pues no hay recursos “para moverse”.
Desapariciones,
extorsiones, chivos
expiatorios…
Los
jóvenes Karla Nayelli Saldaña Hernández, su medio hermano Jesús Alberto Estrada
Martínez e Itzel Quintanilla desaparecieron en Xalapa el 30 de noviembre de
2011, según consta en la investigación ministerial 2009/11/3ª/ Xal-12. También
se esfumó un Peugeot azul modelo 2005, propiedad de Karla.
Desde
entonces Carlos Saldaña Grajales, padre de Nayelli y padrastro de Jesús
Alberto, los ha buscado por todos los rincones de Veracruz, el Distrito Federal
y otros estados; siempre carga fotografías de sus hijos y copias de las
denuncias ministeriales.
En
noviembre de 2013 recurrió a autoridades federales para denunciar que el auto
de su hija apareció en manos de Isaac Moreno, quien fue recluido en el penal de
Pacho Viejo y confesó que el vehículo se lo había “dado a reparar” Filiberto
Rojano. Ambos son expolicías de Xalapa. La PGJ nunca los investigó. Y Moreno
salió libre.
La
misma noche en que Karla, Itzel y Jesús Alberto no volvieron a su casa, otros
10 jóvenes desaparecieron en Xalapa, según le dijo a Saldaña el comandante de
la AVI Alejandro Ortega Cueto.
Casos
parecidos han ocurrido en otros puntos de Veracruz. Carmen Sánchez, de
Coatepec, tiene un hijo desaparecido desde hace 10 meses: “Se lo llevaron el 16
de abril en pleno día y no aparece, fueron unas patrullas (de la SSP). Sólo
quiero encontrarlo vivo”.
Hugo
Benítez asegura que su hijo, el taxista Alejandro Benítez, fue levantado por
policías estatales, marinos y militares en un operativo en Cardel el 30 de
septiembre de 2013.
Josefa
Lara Ramírez muestra la foto de su hija Karen Janeth Martínez Lara, de
Cosamaloapan: “A mi hija la Policía Estatal la sacó de la casa el día 5 de
agosto de 2013”.
Los
denunciantes pertenecen al Colectivo por La Paz, organización civil dedicada a
buscar a personas desaparecidas. Su portavoz, Anaís Palacios, asegura que la
PGJ tiene documentadas 484 “desapariciones forzadas” en los últimos tres años.
Palacios
asegura que el número podría ser mucho mayor.
En
su protesta más reciente –el miércoles 12– dicho colectivo “cercó” el Palacio
de Gobierno para decirles a Duarte, al procurador Flores y al secretario de
Seguridad Pública, Arturo Bermúdez, que si no pueden con el paquete de la
inseguridad y los desaparecidos, “mejor renuncien”.
Proceso
solicitó una entrevista con Amadeo Flores para conocer la postura del gobierno
veracruzano sobre esta nueva escalada de violencia e impunidad. La respuesta
fue: “Amadeo no quiere dar entrevistas”.
Miguel
Ángel Mateos Escamilla fue sentenciado a 65 años de prisión por homicidio
calificado y secuestro agravado contra Karina Reyes Luna, sobrina del arzobispo
de Xalapa, Hipólito Reyes Larios. Han pasado cinco años y medio del asesinato y
el padre y un hermano del reo, Roberto Mateos Sánchez y José Manuel Mateos
Escamilla –quien fuera novio de la joven asesinada–, aseguran que Miguel Ángel
no cometió ese delito.
Para
ello han emprendido en las redes sociales la campaña #soy_inocente, donde
detallan que la investigación ministerial (138/2008/11) estuvo plagada de
vicios e irregularidades. El abogado de Mateos, Ramón Ángel López Mendoza,
enumera algunas: “Nunca hubo reconstrucción de hechos en el homicidio, las
huellas dactilares halladas en el cuerpo de la víctima no coinciden con las de
mi defendido, los otros dos implicados, ya presos, exoneran a Miguel Ángel del
homicidio”.
En
el infierno que vive Veracruz está también el regreso de los tiroteos en las
principales ciudades. Apenas el miércoles 5 un grupo de sicarios ultimó a un
vendedor de autos en la colonia Higueras, al norte de Xalapa. En la zona
conurbada Veracruz-Boca del Río los reporteros de la fuente policiaca han
dejado de consignar los hechos por su propia seguridad.
En
la zona de Los Tuxtlas y en la cuenca del Papaloapan, vecinos de estas regiones
se han quejado con cartas anónimas enviadas a medios nacionales de que la delincuencia
organizada ya cobra derecho de piso y diezmo hasta por la venta de terrenos o
autos.
*
En
el caso Regina, ni verdad ni justicia
LA
REDACCIÓN
El
Silva, único sentenciado por el asesinato de Regina Martínez, quien fuera
corresponsal de Proceso en Veracruz, salió libre por decisión del Poder
Judicial de esa entidad, al cual no convenció el montaje armado por la
procuraduría local. La medida fue objetada por un hermano de la periodista,
quien busca que el presunto asesino vuelva a la cárcel. Entre los peloteos del
tribunal y la fiscalía veracruzana el caso se enreda cada vez más y finalmente
no hay ninguna certeza sobre quién y por qué asesinó a nuestra compañera.
Ni
verdad ni justicia. Casi dos años después del asesinato de Regina Martínez
Pérez, corresponsal de Proceso en Veracruz, lo único claro es que el Poder
Judicial del estado no creyó la versión construida por la Procuraduría General
de Justicia (PGJ) y ordenó la liberación de Jorge Antonio Hernández Silva para
que no se convirtiera en un chivo expiatorio.
Han
pasado casi seis meses desde entonces y el caso sigue sin ninguna determinación
judicial firme. El 27 de agosto de 2013, tres semanas después de que el
Tribunal Superior de Justicia del Estado (TSJE) revocara la sentencia inicial
de 38 años y dos meses de prisión contra Hernández Silva, El Silva, el hermano
de la periodista, Ángel Alfonso Martínez Pérez, inició un juicio de amparo “a
nombre de mi familia” contra esa decisión.
La
solicitud de amparo recayó en el Cuarto Tribunal Colegiado en Materia Penal y
de Trabajo del Séptimo Circuito, con sede en Xalapa, pero hasta la fecha ese
órgano de la justicia federal ni siquiera ha turnado el expediente para que
alguno de los tres magistrados del Colegiado elabore un proyecto de resolución.
Un
día después del fallo revocatorio, el 9 de agosto del año pasado, el hermano de
la periodista, taxista de ocupación, movilizó a los medios locales y nacionales
con una lista masiva de correos para anunciar que interpondría el recurso con
el propósito de regresar a Hernández Silva a la cárcel. Después emitió un
boletín de prensa.
A
diferencia de la consideración mayoritaria de la Séptima Sala del TSJE que
revocó la condena dictada por la juez tercero de Primera Instancia, Beatriz
Rivera Hernández, el hermano de Regina está convencido de la versión de la PGJ:
el móvil del asesinato fue el robo y los responsables fueron El Silva y José
Adrián Hernández Domínguez, El Jarocho, quien está desaparecido, y según esa
versión tenía una relación sentimental con la periodista.
Señalados
por la procuraduría como “malvivientes” del parque Juárez de Xalapa, en los
alrededores de donde vivía Regina Martínez y donde según la acusación se
prostituían, El Silva y El Jarocho aparecen en la versión del gobierno de
Javier Duarte como responsables del asesinato ocurrido en las primeras horas
del 28 de abril de 2012. Hernández Silva es un analfabeta seropositivo que
conoció al Jarocho en la cárcel.
En
la verdad creada por la PGJ se asegura que en el asesinato no tuvo nada que ver
el trabajo periodístico de la corresponsal, pese al ambiente hostil en el cual
lo realizaba (Proceso 1853).
La
desvinculación la estableció sólo a partir de entrevistas con colegas de Regina
Martínez, a quienes en el interrogatorio les tomó las huellas digitales. De uno
de ellos incluso hizo una impresión de su dentadura, ante la idea de que la
reportera hubiera sufrido una mordedura durante el ataque homicida.
El
hermano de la corresponsal del semanario se convenció de la versión oficial a
partir de que la PGJ les mostró a él y a otro de sus hermanos objetos extraídos
de la casa de la periodista y que la dependencia asegura haber recuperado entre
el grupo de travestis que frecuentaban los acusados, a quienes se los habrían
vendido.
En
su mensaje a la opinión pública, Ángel Alfonso Martínez Pérez dijo estar seguro
de la culpabilidad de Jorge Antonio Hernández Silva: “Yo conocí y seguí la
investigación; escuché de su propia voz cómo confesó que la había golpeado y
participado en su asesinato. Vi el video donde este sujeto narra la manera
infame como cometió su delito en contra de mi hermana. Los magistrados se
equivocaron”. Añade: “Los magistrados dicen que hay un error de procedimiento y
decidieron dejarlo libre. Esto no es posible. No es justo para nadie y sobre
todo no es justo para la memoria de mi hermana”.
Con
El Jarocho formalmente prófugo, a la PGJ sólo le queda esperar a que la
justicia federal le conceda el amparo al hermano de Regina Martínez y, por
ende, avale su versión para que El Silva vuelva a la cárcel.
Proceso
irregular
Los
magistrados del Tribunal Colegiado revisarán las razones por las cuales la
Séptima Sala del TSJE decidió la libertad de Hernández Silva: violaciones al
procedimiento y la falta de acreditación de su responsabilidad penal.
En
la Séptima Sala, el responsable del caso fue el magistrado Edel H. Álvarez
Peña, quien propuso revocar la sentencia de primera instancia. Le bastó el
respaldo del magistrado Andrés Cruz Ibarra para hacer mayoría. El voto
disidente fue de la magistrada Martha Ramírez Trejo.
De
acuerdo con el TSJE, la procuraduría de Veracruz y la juez Rivera Hernández
violaron los derechos humanos del detenido al no vigilar “que se llevara a cabo
un debido proceso”, en primer término porque su detención ocurrió sin orden de
aprehensión, pese a haber pasado seis meses del asesinato.
Hernández
Silva fue presentado por la PGJ ante la prensa el 30 de octubre de 2012 como
presunto responsable del crimen. En un boletín, la procuraduría dijo entonces
que con su detención quedaba aclarado el homicidio. El 9 de abril de 2013 la
titular del Juzgado Tercero de Primera Instancia lo condenó a 38 años y dos
meses de prisión y a una multa de 17 mil pesos (Proceso 1902).
Cuatro
meses después el TSJE estableció que la violación al debido proceso ocurrió
también porque el acusado no contó con una debida defensa, pues el abogado de
oficio que le asignó la PGJ “en ningún momento se advierte que se haya dado a
la tarea de cumplir cabalmente con su función”, en violación de los artículos
19 y 20 de la Constitución Política del país.
Señaló
que la defensa de oficio “fue omisa y pasiva” al no objetar las preguntas
inducidas que les hacía el Ministerio Público al acusado y a los testigos.
Más
grave fue la denuncia de tortura que Hernández Silva hizo ante la juez. En su
declaración preparatoria acusó a sus captores de haberlo detenido semanas antes
de su presentación. Aseguró que lo golpearon y lo amenazaron con matar a su
mamá de crianza si no se declaraba culpable. Según el acusado, tuvo que
aprenderse la versión que le dieron sus captores, agentes de la PGJ.
Pero
la juez desestimó el señalamiento y evitó hacer una investigación. Eso se lo
recriminó la instancia juzgadora superior: “Se advierte que la C. juez de
Primera Instancia adoptó una postura de pasividad ante las manifestaciones
vertidas por el sentenciado, de ahí que era necesario que dicho juzgador
denunciara tales hechos”.
Los
magistrados señalaron que la omisión de la juez además de vulnerar el derecho a
la integridad física y psicológica del sentenciado, lastimó el debido proceso.
Su sentencia debió ocurrir sólo después de verificar la veracidad de la
denuncia de tortura y la validez de la “confesión” ante la procuraduría del
estado, dice la sentencia con todo y entrecomillado.
La
juez dictó la sentencia condenatoria antes de que se aplicara el Protocolo de
Estambul, una guía internacional para la investigación y documentación de la
tortura. El instrumento le fue aplicado a Hernández Silva ya encarcelado, meses
después de haber sido detenido, procesado y en vías de ser sentenciado. Según
el protocolo, el inculpado no mostraba evidencias físicas o psicológicas de
haber sido torturado.
Pero
según el TSJE, la PGJ no pudo acreditar la responsabilidad penal de Hernández
Silva. “La sentencia de condena que se revoca se encuentra sostenida únicamente
en la confesión del inculpado, la cual fue llevada a cabo por medio de la
tortura, por lo cual no deberá otorgársele validez”.
Además
los magistrados desestimaron las declaraciones de los testigos presentados por
la procuraduría. Encontraron que fueron “de oídas y contradictorios”. Más aún,
“se advierte que se encuentran aleccionados con lo relatado por el sentenciado
y no se advierte que ninguno de ellos haya hecho mención que fuera Jorge
Antonio Hernández Silva la persona que se introdujera a la casa de la finada a
robar y estuviera presente cuando su copartícipe privara de la vida a Regina
Martínez Pérez”.
Contundentes,
los magistrados establecieron: “No hay señalamiento firme y directo que
incrimine al sentenciado y si bien es cierto que el artículo 276 del Código
Procesal de la Materia nos permite emitir una sentencia de conducta haciendo
uso de la prueba circunstancial, no hay una hilación (sic) armónica ni
coincidencia de los indicios que obran en actuaciones. Por el contrario, se
advierte que los medios de convicción… resultaran contradictorios”.
Acusan
a la procuraduría de no haber recabado los medios de convicción “aptos y
suficientes” para justificar la responsabilidad de Hernández Silva, “pues si
bien se cuenta con testimoniales de vecinos y familiares que en vida conocieron
a la occisa, así como de personas que conocen al Silva, no menos cierto es que
nadie revela que haya sido la persona que se introdujera a la casa de Regina”
Martínez el 28 de abril de 2012.
Apoyada
en los dictámenes periciales de la propia procuraduría estatal, la Séptima Sala
del TSJE determinó que las conclusiones de los peritos no coinciden con lo
relatado por el sentenciado en su primera declaración ante el Ministerio
Público, a la que calificaron de “inverosímil”.
Cita
un ejemplo: entre los tiempos relatados por el inculpado y las horas que arrojó
el dictamen de la necrocirugía de ley no pudo haberse encontrado el inculpado
en la casa de la periodista, “sin que resulte humanamente posible que una
persona se encuentre en dos lugares distintos al mismo tiempo”.
Uno
más es que, según la declaración ministerial de Hernández Silva, él ayudó al
principal acusado golpeando en el estómago a la víctima. Pero ese mismo
dictamen niega que el cuerpo haya presentado alguna lesión externa o interna en
el abdomen.
Los
magistrados encontraron también que algunos dictámenes “se encuentran
manipulados”, según revisaron las secuencias fotográficas de las actuaciones
ministeriales de la PGJ, mientras que las declaraciones de Hernández Silva son
precisas respecto a las horas en que supuestamente ocurrieron los hechos, a
pesar de que también dice que estaba tomado y drogado cuando llegó a la casa de
la reportera.
Para
emitir una sentencia condenatoria se debe tener acreditada plenamente la
participación del sentenciado, es decir que no haya duda que la persona a la
cual se le está imputando el delito haya sido o no quien cometió el delito, “lo
que no sucede” en este caso, dijeron los magistrados respecto al fallo de la
juez de Primera Instancia.
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