La
nueva Casa ‘inteligente’ del Rey/Javier Cremades es abogado y autor de La Casa de S.M. el Rey (1998).
El
País | 24 de junio de 2014
Lejos
están los tiempos en que todo lo regio era sagrado y, como tal, secreto u
oculto a los ojos y oídos del común. Eran los arcana regis o arcana
imperii. Maquiavelo y Bodino recomendaban mantener distancias con el vulgo,
viviendo en lujosos y grandes palacios, siempre con la debida solemnidad y
exhibición de superioridad como para que sus súbditos se sintieran sobrecogidos
y pequeños al tiempo que admirados por tener un rey incomparable que había
recibido su poder directamente de Dios. Gracias a esa mentalidad absolutista disfrutamos
de los hermosos palacios de Versalles, de Schönbrunn o el Palacio Real de
Madrid.
El
régimen constitucional y, más adelante, la democracia vinieron a allanar el
camino. No es que ahora el monarca sea el Ciudadano Rey, como se decía en plena
Revolución francesa, pero tampoco es el Ungido de Dios.
Así
lo entendió el primer Rey verdaderamente constitucional de la Historia de
España, Juan Carlos I, cuando declinó la posibilidad de vivir en el Palacio
Real y eligió vivir en uno de los palacios más discretos de Madrid: el de la
Zarzuela. Quiso así romper con el estilo antiguo del rey superior para
inaugurar un nuevo estilo de rey funcional.
La
monarquía constitucional está apoyada en un delicado equilibrio entre tradición
y modernidad, entre derechos históricos y derechos democráticos. Así, la
mayoría de los actos del Rey son, en realidad, actos debidos y tasados por el
Gobierno: desde la sanción de las leyes hasta la concesión de indultos.
En
realidad, el único ámbito de autonomía real reconocido en la Constitución es el
gobierno de la Casa y la Familia Real. Es éste el ámbito realmente reservado a
la discrecionalidad del Rey, de manera que las Constituciones monárquicas
suelen eximir dicho gobierno doméstico de la necesidad de refrendo ministerial.
Conforme
al artículo 65 de la Constitución, el Rey hace libremente los nombramientos
civiles y militares de su Casa y distribuye libremente la Dotación de la Corona
para atender los gastos de su Casa y Familia. Lo que significa que no necesita
para ello refrendo gubernamental. Por lo tanto, es en estas decisiones
personales donde se puede advertir mejor la propia percepción que un Rey tiene
sobre su propia condición monárquica.
Por
eso, el gran reto modernizador que tiene Felipe VI ya no será elegir su
domicilio sino cómo organizar la nueva Casa del Rey. Es cierto que, en los
últimos años de su reinado, Don Juan Carlos comenzó los primeros pasos de una
evolución hacia una parcial apertura informativa y exhibición de cuentas de su
Casa, pero no parece suficiente.
Al
fin y al cabo la Casa del Rey es una administración, ciertamente separada de la
administración pública, pero administración al cabo. Por eso, no puede estar
ajena al debate sobre la reforma de la administración que está girando en torno
al concepto de gobierno abierto, donde priman la colaboración, la
transparencia, y la participación.
Felipe
VI debería afrontar con valentía la evolución necesaria de la Casa del Rey. En
esta tarea debería ayudarse de los avances que durante estos años las nuevas
tecnologías han aportado al concepto de casa, plasmado en el nuevo modelo de
Casa inteligente.
Un
casa inteligente posee un conjunto de sistemas capaces de automatizar servicios
de gestión energética, seguridad, bienestar y comunicación. Estos servicios
deben estar integrados por medio de redes interiores y exteriores de
comunicación, y controladas desde dentro y fuera del hogar.
Analógicamente,
una Casa inteligente del Rey debería seguir una estructura más en red que
piramidal, donde las relaciones internas fueran a su vez basadas en nodos de
relaciones externas con toda la sociedad. Además, debería incorporar los
modernos sistemas de escucha activa y monitorización de la opinión pública como
base de una correcta comunicación con la sociedad.
Por
otro lado, una nueva Casa del Rey convendría que asumiera los mismos objetivos
en su actuación que la casa inteligente. En primer lugar, la sostenibilidad.
Principalmente económica pero también social y medioambiental. En segundo
lugar, la accesibilidad. Especialmente de los nuevos prescriptores que, fuera
de cualquier lista de invitados de una recepción oficial, están influyendo en
la sociedad. Pero también la accesibilidad a la información según los
principios antes mencionados del gobierno abierto. En tercer lugar, la
comunicación, que ya no puede ser unidireccional, por mucho que se incluya a
los nuevos canales como Twitter. Ahora debe ser bidireccional y participativa.
No
es hora de apuestas aventuradas, pero sí de algunos cambios que redundarán en
una mayor eficacia y en una mejor relación con la ciudadanía. Una ciudadanía
acostumbrada a conocer todo de todos y a decidir cualquier aspecto de su vida
con un clik. A esa ciudadanía activa y exigente es a la que se le tiene que
ofrecer una nueva Casa inteligente del Rey.
Y
lo mismo cabe decir de la dimensión personal y familiar de la institución
monárquica. La abdicación de Don Juan Carlos y el acceso al trono de Don Felipe
determinan que la Familia Real se reduzca considerablemente, siendo excluidas
las hermanas del Rey y sus hijos y quedando únicamente en ella, junto con éste
y la Reina consorte, su descendencia directa, integrada por dos personas:
Leonor, princesa de Asturias, y su hermana la infanta Sofía.
Una
de las consecuencias más relevantes, dentro del orden familiar interno, pero
que tiene interés público, es la relación de Felipe VI con Don Juan Carlos,
relación que se extiende a la que ha de mantener con doña Sofía y a las de la
Reina consorte con ambos. Aparte del cariño filial y a la deferencia propia
hacia su predecesor y maestro, don Felipe tendrá con toda seguridad en Don Juan
Carlos un consejero excepcional, tal ha sido el caudal de experiencias acumulado
por él durante su largo reinado. Pero el Rey es el Rey, y no hay más Rey que el
reinante. A partir de ahora será Don Felipe el que distribuya la Dotación de la
Corona y el que asigne a sus padres algún cometido, aunque no exactamente una
función estatal concreta.
Por
lo demás, ya es hora de abordar el estatuto jurídico del príncipe (ahora
Princesa) de Asturias, bien por separado, bien junto al de los demás miembros
de la Familia Real.
Es
verdad que la princesa Leonor es muy joven y todavía no hará otra cosa que
estudiar y formarse, pero basta con recordar que llevamos treinta y seis años
sin que se haya hecho nada sobre este asunto para que no sea disparatado temer
que pasen otros treinta y seis.
Mientras
tanto, no es cuestión que, dada su edad escolar, se la someta a más disciplina
de la que tiene con sus estudios. Ya llegará el momento de que, elija la
carrera universitaria que elija, la complemente con nociones de historia,
derecho, economía y conozca lo fundamental y algo más de las tecnologías de la
información, el presente con más futuro.
Mientras
tanto, vale más insistir en los valores que hacen humana a una persona que se
está formando: verdad, tolerancia, libertad, igualdad, saber ganar y saber
perder, trabajo, mucha sencillez, poca altivez, respeto, amistad y
compañerismo.
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