Ante ocho mil fieles reunidos
en el Aula Pablo VI, el Papa Francisco retomó las catequesis de los miércoles
en la que recordó su reciente viaje
Corea del Sur, donde –destacó- existe una Iglesia que nació gracias a la
evangelización realizada por laicos coreanos, muchos de los cuales llegaron al
martirio.
En
la Audiencia General, el papa también invitó a los fieles a permanecer en el
amor de Cristo –que combate y derrota al maligno-, pues “si nos quedamos con
Él, en su amor, también nosotros como los mártires, podemos vivir y dar
testimonio de su victoria”.
A
continuación la catequesis completa gracias a la traducción de Radio Vaticana:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En
los días pasados he realizado un viaje apostólico a Corea y hoy junto a
ustedes, agradezco al Señor por este gran don. He podido visitar una Iglesia
joven y dinámica, fundada en el testimonio de los mártires y animada por El
Espíritu misionero, en un País donde se encuentran antiguas culturas asiáticas
y la perenne novedad del Evangelio: te las encuentras a ambas.
Deseo
nuevamente expresar mi gratitud a los queridos hermanos Obispos de Corea, a la
Señora Presidenta de la República, a las otras Autoridades y a todos los que
han colaborado para mi visita.
El
significado de este viaje apostólico se puede condensar en tres palabras:
memoria, esperanza, testimonio.
La
República de Corea es un País que ha tenido un notable y rápido desarrollo
económico. Sus habitantes son grandes trabajadores, disciplinados, ordenados y
deben mantener la fuerza heredada de sus antepasados.
En
esta situación, la Iglesia es custodia de la memoria y de la esperanza: es una
familia espiritual en la cual los adultos transmiten a los jóvenes la llama de
la fe recibida de los ancianos; la memoria de los testigos del pasado se
transforma en nuevo testimonio en el presente y esperanza de futuro. En esta
perspectiva se pueden leer los dos eventos principales de este viaje: la
beatificación de 124 mártires coreanos, que se agregan a aquellos ya
canonizados 30 años atrás por san Juan Pablo II; y el encuentro con los
jóvenes, en ocasión de la sexta Jornada de la Juventud Asiática.
El
joven siempre es una persona en búsqueda de algo por lo cual valga la pena
vivir, y el mártir da testimonio de algo, es más, de Alguien por el cual vale
la pena dar la vida. Esta realidad es el Amor de Dios, que se ha hecho carne en
Jesús, el Testigo del Padre. En los dos momentos del viaje dedicados a los
jóvenes, el Espíritu del Señor resucitado nos ha llenado de alegría y de
esperanza, que los jóvenes llevarán a sus diversos países, ¡y que harán tanto
bien!
La
Iglesia en Corea custodia también la memoria del rol primario que tuvieron los
laicos ya sea en los albores de la fe como en la obra de evangelización. En
aquella tierra, de hecho, la comunidad cristiana no fue fundada por misioneros
sino por un grupo de jóvenes coreanos de la segunda mitad del 1.700, los
cuales quedaron fascinados por algunos textos cristianos, los estudiaron a
fondo y los eligieron como regla de vida. Uno de ellos fue enviado a Pekín para
recibir el Bautismo y luego este laico bautizó a los compañeros. De aquel
primer núcleo se desarrolló una gran comunidad, que desde el comienzo y por
cerca de un siglo sufrió violentas persecuciones, con miles de mártires. Por lo
tanto, la Iglesia en Corea está fundada sobre la fe, sobre el compromiso
misionero y sobre el martirio de los fieles laicos.
Los
primeros cristianos coreanos se propusieron como modelo la comunidad apostólica
de Jerusalén, practicando el amor fraterno que supera toda diferencia social.
Por eso he alentado a los cristianos de hoy a que sean generosos en el
compartir con los más pobres y los excluidos, según el Evangelio de Mateo en el
capítulo 25: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño
de mis hermanos, lo hicieron conmigo".
Queridos
hermanos, en la historia de la fe en Corea se ve cómo Cristo no anula las
culturas, no suprime el camino de los pueblos que a través de los siglos y los
milenios buscan la verdad y practican el amor por Dios y el prójimo. Cristo no
abroga lo que es bueno, sino que lo lleva adelante, lo lleva a cumplimiento.
En
cambio, lo que Cristo combate y derrota es el maligno, que siembra cizaña entre
hombre y hombre, entre pueblo y pueblo; que genera exclusión a causa de la idolatría
del dinero: que siembra el veneno de la nada en los corazones de los jóvenes.
Esto sí, Jesucristo lo ha combatido y lo ha vencido con su Sacrificio de amor.
Y si nos quedamos con Él, en su amor, también nosotros como los mártires,
podemos vivir y dar testimonio de su victoria.
Con
esta fe hemos rezado y también ahora rezamos para que todos los hijos de la
tierra coreana, que sufren las consecuencias de guerras y divisiones, puedan
cumplir un camino de fraternidad y de reconciliación.
Este
viaje ha sido iluminado por la fiesta de María Asunta al Cielo. Desde lo alto,
donde reina con Cristo, la Madre de la Iglesia acompaña el camino del pueblo de
Dios, sostiene los pasos más arduos, consuela a cuántos están en la prueba y
tiene abierto el horizonte de la esperanza. Por su maternal intercesión, el
Señor bendiga siempre al pueblo coreano, le done paz y prosperidad; y bendiga
la Iglesia que vive en aquella tierra, para que sea siempre fecunda y llena de
la alegría del Evangelio.
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