Putin
construye Rusia contra Europa/Jean-Marie Colombani, periodista y escritor, fue director de Le Monde. Traducción de José Luis Sánchez-Silva.
El
País | 3 de enero de 2014
En
Rusia, hay una crisis cada 10 años. La actual —de la que, según Vladímir Putin,
saldrá “de forma inevitable”— se debe a la ausencia de cualquier modelo económico
ajeno a la renta petrolífera. Cuando esta es abundante, Rusia arranca. Y cuando
el precio del barril cae por debajo de 60 dólares, la recaudación se desploma y
todo el sistema se tambalea. Eso no quita que, para Vladímir Putin, la crisis
sea culpa del “exterior”. Léase “Estados Unidos y Europa”, o lo que él llama
“el imperio”, cuyo objetivo sería someter al resto del mundo. Sola cual oso
rebelde, la valiente Rusia habría decidido resistir. Sin pasar por alto la
eficacia de las sanciones “occidentales” adoptadas tras la anexión de Crimea,
el factor detonante es en efecto la caída del precio del petróleo, pues pone de
manifiesto la ausencia total de una política económica sólida. La cuestión es
hoy saber si la agresividad putiniana está indexada a la renta petrolífera. En
Europa, muchos así lo esperan, y supeditarán el levantamiento de las sanciones
al apaciguamiento del frente ucraniano.
Pero,
¿Putin es agresivo o sus acciones exteriores son legítimas? El mandatario, que
considera el hundimiento de la URSS como la “mayor catástrofe estratégica del
siglo XX”, persigue desde su ascenso al poder, en 1999, el loable objetivo de
devolver a Rusia su antiguo estatus de gran potencia. El problema es que
pretende alcanzarlo mediante la reconquista de vastos territorios “que
históricamente siempre pertenecieron a Rusia”, según sus propios términos, y
apoyándose en las minorías rusófonas allá donde estas existan. Por si fuera
poco, su proyecto Nueva Rusia consiste en impulsar el nacimiento de una “Unión
Euroasiática” cuya existencia supondría la disgregación de la Unión Europea.
Esta
ambición ya dio lugar, en 2008, a la práctica anexión de dos regiones de
Georgia y, más tarde, en 2014, a la anexión de Crimea y a la ofensiva militar
en el este de Ucrania. De modo que nos encontramos ante alguien que hace caso
omiso de las fronteras y los tratados. Desde la II Guerra Mundial, ha sido el
primero en cuestionar, en el corazón de Europa, la integridad territorial de
ciertos países.
Vladímir
Putin justifica sus actos en una supuesta humillación. Estados Unidos sería el
principal culpable ya desde la caída del muro de Berlín. Pero olvida que la
URSS se derrumbó sobre sus propios cimientos. No se trató tanto de que fuera
vencida como de una verdadera implosión. Y Rusia solo se recuperó de su primer
crack, en 1998, porque Boris Yeltsin obtuvo la ayuda de los occidentales. Pero
también está en tela de juicio la “ampliación” de la Unión Europea. Sin
embargo, hemos de recordar que Vaclav Havel hablaba, en nombre de todos los
europeos del Este, no de “ampliación” sino de “reunificación”. Esta teoría de
la humillación es pues una curiosa forma de releer la historia que oculta
además ese viejo reflejo, aún activo en nuestros países, que es el
antiamericanismo. Decididamente, con Obama o sin Obama, la capital del Mal debe
seguir siendo Washington.
Del
mismo modo, Vladímir Putin aparece ante ciertos sectores de la opinión pública
como un “patriota”. Eso quiere decir, ni más ni menos, que Ucrania sería un
equivalente de Alsacia y Lorena. Y, si Ucrania es Rusia, entonces los tanques y
los militares rusos tienen carta blanca. Para Putin, Ucrania, lo mismo que
Georgia y, tal vez mañana, otros Estados postsoviéticos son susceptibles de ser
satelizados por Rusia para protegerla del supuesto peligro de quedar cercada.
La vieja retórica de los poderes autoritarios que intentan resolver sus
dificultades internas en el exterior.
Pero
Vladímir Putin también ha logrado la hazaña de presentarse como el defensor de
la civilización frente al “fascismo ucranio”. Este existe, por supuesto. Pero,
aparte de que Rusia cuenta con sus propios extremismos, las elecciones
legislativas en Ucrania han permitido ver la audiencia real de las ligas
fascistas, que es insignificante.
Si
hacemos el recuento de los aliados privilegiados de Putin en Europa, son seis:
la UKIP en Gran Bretaña, el Frente Nacional en Francia, el NPD en Alemania, el
Jobbik (abiertamente antisemita) en Hungría, Amanecer Dorado (un partido
auténticamente neonazi) en Grecia y Attack en Bulgaria. Todos estos partidos
han pedido el levantamiento de las sanciones económicas adoptadas por Europa y
los Estados Unidos: ¡qué coincidencia!
Como
buen alumno del antiguo KGB, Vladímir Putin recuerda que Moscú disponía en
Europa del Este de las correas de transmisión que representaban los partidos
comunistas. Al reproducir este esquema con los partidos de extrema derecha, nos
da una clara indicación de su propia ideología.
Finalmente,
Vladímir Putin atrae en nuestros países a todos aquellos que siguen profesando
un culto nostálgico al “hombre fuerte”. Nos habían contado que Putin era un
estratega extraordinario que conseguía lo que se proponía y en las mismísimas
narices de Occidente. Menudo estratega este que lleva a su país derecho contra
el muro.
Hay,
sin embargo, un punto crucial en el que los defensores de Putin tiene razón:
Europa no puede concebirse a largo plazo sin una sólida colaboración con Rusia.
Pero, por el momento, según Putin, Rusia se construye contra Europa.
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