Un
estereotipo que permanece/Máriam
Martínez-Bascuñán, es profesora de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid.
El
País, 28 de abril de 2016
Después
de tantos años de lucha por la emancipación de las mujeres, nos encontramos con
que las cosas siguen igual que cuando en 1949 Simone de Beauvoir escribió El
segundo sexo. Esta conclusión se deriva del último estudio sobre identidades de
género elaborado por el Centro Reina Sofía de Adolescencia y Juventud. El hecho
de que los datos disponibles hagan referencia a un universo de adolescentes y
jóvenes con edades comprendidas entre los 14 y 19 años hace pensar que la
situación es dramática, pues indica que en materia de igualdad no se está
produciendo la renovación de valores que ilustrarían las nuevas formas de
cambio social del siglo XXI y que, en relación a esto, permanecemos en el siglo
XX.
Estamos,
pues, ante los clichés que Simone de Beauvoir describió en 1949 para explicar
en qué consistía la desigualdad de género. Ser chico, decía la autora, implica
desarrollar una subjetividad que tome iniciativa y que cree su propia vida
individualizada. A las niñas, sin embargo, se les enseña que ese universo de la
autorrealización está cerrado para ellas, que el mundo de la acción no les
pertenece, que deben atender sobre todo al cuidado de los otros y de su propia imagen.
Mientras los chicos desarrollan una subjetividad centrada en el mundo de la
acción y de la autonomía individual, las chicas van siendo encerradas en una
esencia femenina que no les permite crecer como sujetos, sino como objetos al
servicio de otros y de su propia imagen.
Los
estereotipos de género que denunció Simone de Beauvoir en 'El segundo sexo'
siguen vigentes.
Los
estereotipos de género que denunció Simone de Beauvoir en ‘El segundo sexo’
siguen vigentes.
Al
volver a 2015 encontramos con que los conjuntos semánticos que se asocian y
definen a cada género son tremendamente expresivos y tradicionales, además de
haber consenso casi total a la hora de establecer esos roles; comprensión,
cuidado, imagen y sensibilidad en chicas, frente a dinamismo, independencia,
autonomía, emprendedurismo y posesividad en ellos.
Simone
de Beauvoir argumentó que el confinamiento de la mujer a esa feminidad definida
en torno al cuidado por otros y por su propia imagen provocaba un freno en el
desarrollo de otras capacidades. La escritora explicó todo esto desde la
crítica a esa idea de “esencia femenina”. La palabra “feminidad”, argumentaba,
no designa una misteriosa cualidad o esencia que toda mujer tiene en virtud de
su ser biológico femenino, sino a una condición cultural que delimita la
situación típica de ser mujer en una sociedad particular. Por eso afirmó: “No
se nace mujer: se llega a serlo”.
Hoy
chicos y chicas siguen hablando de roles que se atribuyen “por naturaleza”.
Irónicamente, la misma sociedad que fuerza en ellos esas visiones de sí mismos
los evalúa después a todos de acuerdo con unos estándares “imparciales” que
definen el éxito social en conformidad con capacidades como la independencia,
el emprendedurismo, la toma de decisiones y la racionalidad en la que los niños
han sido socializados y por tanto se sienten cómodos, pero las niñas no. Ellas
deben comportarse como “chicas”, porque adscribir un rol sobre una persona es
adscribirle una expectativa en función de ese rol. Por ejemplo, la división del
trabajo por género actual está basada en la asunción cultural de que las
mujeres son más aptas para el trabajo doméstico y de cuidado. Esto provoca
disparidades como la que señalaba el último informe de la OCDE, según el cual
las mujeres de 25 a 34 años obtienen más títulos universitarios que los
hombres, pero su nivel de empleo es más bajo porque muchas de ellas “se ven
obligadas a asumir el rol tradicional de cuidadoras”.
Chicos
y chicas son conscientes de esta discriminación. Sin embargo, esta percepción
de que existe desigualdad no afecta a sus comportamientos ni a las bases de la
comprensión del problema. Tal vez porque desde el ámbito social e institucional
se ha trabajado un discurso superficial políticamente correcto que se ha
incorporado acríticamente sin tratar en profundidad qué es lo que hace que esa
desigualdad perviva.
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