“¿Es
homófobo defender la familia?”, cuestiona Cardenal Cañizares
MADRID,
26 May. 16 / 06:28 am (ACI).- El Cardenal Antonio Cañizares, Arzobispo de
Valencia en España, ha publicado de manera íntegra la homilía pronunciada
durante la clausura del Curso del Instituto Juan Pablo II de estudios sobre la
familia, por la que ciertos grupos le acusan de provocar odio contra personas y
pide a “juristas cualificados y objetivos” analizar “si contiene algo que va
contra la ley” o contenido "homófobo".
Con
esta celebración de acción de gracias en el aniversario de su creación, Nuestra
señora de Fátima, estamos expresando la proclamación clara y el apoyo decidido
e inequívoco de la familia, unión indisoluble en la alegría del amor, santuario
de la vida y sede firme de esperanza, y, en este Año de la Misericordia, es
también invocación de la misericordia Dios sobre las familias que tanta
misericordia necesitan y que son el gran signo de la misericordia, donde se
aprende y se recibe misericordia.
Una
vez más, escuchamos en esta celebración el fundamento más firme y gozoso de la
naturaleza de la familia, querida por Dios desde siempre, la gran defensa del
derecho a formar y vivir en familia, sin que ésta se vea suplantada u ofuscada
por otras formas o instituciones diversas, así como del derecho primordial a la
vida, desde su concepción hasta su ocaso natural.
En
la familia se juega el futuro del hombre y de toda la sociedad. Es cierto,
vivimos tiempos no fáciles para la familia. La institución familiar se ha
convertido en blanco de contradicción: por una parte, es la institución social
más valorada, al menos en las encuestas, también entre los jóvenes, y, por
otra, está sacudida en sus cimientos por graves amenazas claras o sutiles.
La
familia se ve acechada hoy, en nuestra cultura, por un sin fin de graves
dificultades, al tiempo que sufre ataques de gran calado, que a nadie se nos
oculta. Ahí tenemos legislaciones contrarias a la familia, la acción de fuerzas
políticas y sociales, a la que se suman movimientos y acciones del imperio gay,
de ideologías como el feminismo radical o la más insidiosa de todas, la ideología
de género.
Esa
situación es tan grave, y tiene tales consecuencias para el futuro de la
sociedad, que se puede sin duda hoy considerar la estabilidad del matrimonio y
la familia, y su apoyo y reconocimiento público, como el primer problema social,
y de atención a los más débiles y a las periferias existenciales.
Cuando
se ataca o deteriora la familia, se
pervierten las relaciones humanas más sagradas, se llena la historia personal
de muchos hombres y mujeres de sufrimiento
y de desesperanza, y se proyecta una amarga sombra de soledad y desamor
sobre la historia colectiva y sobre toda la vida social. De ahí la gran
necesidad que tiene de misericordia y de vivir la misericordia.
La
familia debería ser la primera y gran prioridad mundial. En la existencia del
hombre, en sus gozos y sufrimientos, lo más determinante es la familia. En la
familia cada uno es reconocido, respetado y valorado en sí mismo.
En
la familia es donde el hombre crece, y donde todos aprendemos a mirar y a
comprender el misterio de la vida y a ser personas, es decir, a relacionarnos
con Dios y con los demás de un modo justo, amoroso y misericordioso, adecuado a
la verdad de nuestro ser. La familia, santuario del amor y de la vida, existe
para que cada persona pueda ser amada por sí misma, y aprenda a darse y a amar.
Por
eso la familia, y más exactamente el matrimonio y la verdad del matrimonio, es
indispensable para que la persona pueda reconocer la verdad de su ser hombre.
Es fundamento insustituible para la persona. Donde acaba la familia, empieza
fácilmente la intemperie, la marginación y el dolor más sensible.
¿Quién
puede tener interés en socavar este pilar de toda persona, y de toda sociedad?
Por ello, atendiendo a las necesidades más urgentes y apremiantes del momento
actual, el Papa Francisco con su Exhortación Apostólica Amoris laetitia nos
confirma en la urgencia de apostar y trabajar en favor del matrimonio y de la
familia, y dedicar a esa tarea nuestros mejores esfuerzos y mayores energías,
así como la sabiduría y cuantos medios Dios nos conceda.
El
matrimonio y la familia, su imprescindible e inalienable misión y labor
educativa como prolongación de la transmisión de la vida, por lo demás, son la
entraña misma de la vida de la Iglesia y de su misión, el modo concreto en que
la Iglesia prolonga la Encarnación de Cristo, y se hace, como Él, amiga de los
hombres y luz en su camino.
El
camino de la Iglesia, a partir de Cristo y de su Sagrada Familia, es la
familia, que es lo mismo que decir que el camino de la Iglesia es el hombre. El
hombre está hoy en un particular peligro, sobre todo, por la desfiguración o
ataques directos o solapados contra la verdad del matrimonio y de la familia,
que afecta a la dignidad constitutiva del ser humano y comprometen las
posibilidades sociales del desarrollo pleno e íntegramente humano de su
personalidad, de su destino y salvación.
Ante
la encrucijada sociocultural del matrimonio y de la familia, manifestada en
tantas cosas, se hace imprescindible recordar, afirmar y defender la importancia
de la familia como corazón y célula de la sociedad, como realidad básica para
el desarrollo de la personalidad humana y para el futuro de la sociedad.
La
Exhortación Apostólica del Papa Francisco, en total continuidad con las
enseñanzas de los anteriores Papas, por ello, es una puerta abierta a la
esperanza. Esta Exhortación nos abre al futuro y confirma nuestra esperanza.
Porque afirma la necesidad e incomparable y singular belleza de la familia
asentada en la verdad del matrimonio entre un hombre y una mujer.
Es
la familia santuario de la vida y esperanza de la sociedad. La palabra del Papa
y su testimonio en favor de la familia ofrece a todo el mundo luz y caminos
para fortalecer la familia, en la que se juega, como vengo diciendo, el futuro
del hombre.
El
bien del hombre y de la sociedad, en efecto, está profundamente vinculado a la
familia. El futuro de la humanidad se fragua en la familia; es indispensable y
urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover la
verdad que constituye y en la que se asienta la familia, así como los valores y
exigencias que ésta presenta.
Entre
los numerosos caminos de la humanidad, la familia es el primero y más
importante de todos. Es un camino del cual no puede alejarse ningún ser humano.
Cuando falta la familia, se crea en la persona que viene al mundo una carencia
preocupante y dolorosa que pesará posteriormente durante toda la vida.
Es
necesario ser lúcidos, insisto, ante la situación por la que atraviesa la
familia en los momentos presentes. La gravedad y número de estos problemas
están a la vista de todos. Nos encontramos en una situación histórica nueva en
nuestra sociedad.
No
pueden dejar de preocuparnos estos problemas en la medida en que afectan a las
personas en lo más íntimo; sin embargo, nuestra sociedad parece querer ocultar
sus dificultades con soluciones superficiales e ingenuas que pretenden ignorar
la repercusión personal y social que producen.
Todos,
sin excepción, estamos obligados a promover y fortalecer los valores y
exigencias de la familia, ir más allá de lo que con frecuencia se va en el
debate político, social y cultural.
La
familia debe ser ayudada y defendida mediante medidas sociales apropiadas y una
nueva cultura, que sea precisamente la nueva cultura de la familia y de la
vida, la nueva "civilización del amor", de la alegría del amor, en
expresión del Papa.
La
sociedad tiene la grave responsabilidad de apoyar y vigorizar la familia, y su
fundamento que es el matrimonio único e indisoluble entre un hombre y una
mujer, basado en el amor y abierto a la vida.
La
misma sociedad tiene el inexorable deber de proteger y defender la vida, cuyo
santuario es la familia, así como dotar a ésta de los medios necesarios
económicos, jurídicos, educativos, de vivienda y trabajo -para que pueda
cumplir con los fines que le corresponden a su propia verdad o naturaleza y
asegurar la prosperidad doméstica en dignidad y justicia.
No
ayudar debidamente a la familia constituye una actitud irresponsable y suicida
que conduce a la humanidad por derroteros de crisis, deterioro y destrucción de
incalculables consecuencias.
La
Iglesia tiene una especial responsabilidad en esa gran urgencia de nuestro
tiempo que es, con el auxilio de la misericordia de Dios, "salvar a la
familia", potenciarla y alentarla, conforme a la verdad que la constituye,
que es la inscrita por su Creador, el Dios Uno y Trino, en su más profunda
entraña. La promoción y defensa de la familia, basada en el matrimonio único e
indisoluble, es la base de una nueva cultura del amor. Es el centro de la nueva
civilización del amor.
Lo
que es contrario a la civilización del amor, y por tanto a la familia, es
contrario a toda la verdad sobre el hombre y al mismo hombre, constituye una
amenaza para él. Sólo la defensa de la familia abrirá el camino hacia la
civilización del amor, hacia la afirmación del hombre y de su dignidad
inviolable, hacia la cultura de la solidaridad y de la vida. Sólo la familia es
esperanza de la humanidad.
Estamos
llamados a que las familias en medio de las dificultades que las envuelven hoy,
tomen conciencia de sus capacidades y energías, confíen en sí mismas en las
propias riquezas de naturaleza y gracia, en la misión que Dios les ha confiado:
es necesario que las familias de nuestro tiempo vuelvan a remontarse más alto.
Los católicos tenemos en ello una especial responsabilidad que se traduce en el
anuncio y presencia del "evangelio de la familia".
Nuestra
Universidad, es un signo el Instituto Juan Pablo II, ubicado en su seno, debe
tener como nota muy característica su referencia a la familia, su atención y
cuidado de la familia. Así lo indicaba esta mañana misma en la reunión del
Consejo de Dirección.
Por
eso mismo, con la ayuda inestimable de este Instituto, y con la aportación de
todos, esta Universidad habrá de promover y defender la verdad y la belleza de
la familia, y hacer cuanto esté en sus manos -que es mucho- por la familia.
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