López Obrador ataca a España para tapar sus vergüenzas/ Erika Rodríguez Pinzón es doctora en Relaciones Internacionales, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid y coordinadora de América Latina en la Fundación Alternativas.
No es la primera vez, y tampoco será la última, en la que el presidente lanza ataques que tensionan la relación con España.
En 2019, tras asumir la presidencia, Andrés Manuel López Obrador envió una carta a Felipe VI instándole a pedir perdón por los atropellos que las autoridades mexicanas consideran que se cometieron durante la conquista. Una demanda que también transmitió a Pedro Sánchez cuando este visitó México.
El Gobierno español se ve así obligado a lidiar con la bipolaridad del discurso de AMLO. Una semana el presidente mexicano quiere estrechar relaciones y a la siguiente ataca de nuevo a las empresas españolas.
No existe una respuesta sencilla a esta dinámica. El ministro de Exteriores español, José Manuel Albares, ha quitado hierro a la última polémica, consciente de que una respuesta más enérgica sólo aumentará la virulencia de unos ataques injustificados que no se traducen, hasta ahora, en medidas concretas contra España.
A pesar de ello, España no es indiferente a las provocaciones. Prueba de la tensión ha sido la demora en la concesión del plácet diplomático del nuevo embajador mexicano y los esfuerzos del secretario de Estado, durante una fugaz visita al país centroamericano, por relajar la tensión.
España es el segundo inversor en México después de Estados Unidos. Una inversión que implica presencia española en sectores estratégicos como el petróleo, la energía, la banca y el turismo. Una ruptura de relaciones tendría enormes costes para los dos países. Y no sólo económicos. También políticos y sociales.
"López Obrador utiliza la tensión con España para limitar las críticas a su gestión interna"
Entonces, ¿cómo explicar la actitud de López Obrador? A grandes rasgos, se observan tres dimensiones.
La primera es la posibilidad de convertir España en un ejemplo de imperialismo (un lugar que históricamente ha ocupado Estados Unidos). ¿Y por qué esa sustitución de Estados Unidos por España? Porque la profunda integración económica y productiva de México con su vecino del norte se ha reforzado con el acercamiento político iniciado durante la presidencia de Donald Trump.
La segunda dimensión es el interés de AMLO en convertirse en un líder regional en América Latina. De hecho, en la última Cumbre de la CELAC, organizada en México, el presidente lanzó varias propuestas para reactivar el proceso de integración regional, aunque su levedad y falta de realismo las convirtió en anécdotas de una convocatoria sin rumbo.
Su discurso, a pesar de ello, podría calar en algunos líderes.
Mientras México intenta contener la migración de los desesperados ciudadanos venezolanos, centroamericanos o haitianos, AMLO alza la voz para clamar contra las afrentas del pasado colonial español. Con sus contradicciones, el presidente juega con las bases de la identidad política latinoamericana. Con ello puede movilizar o dar lugar a procesos antiespañoles o a la contestación de los intereses o las iniciativas españolas en la región. Una posibilidad que hay que prever.
La tercera dimensión es la interna. Desde el inicio de su mandato, López Obrador ha reiterado que "la mejor política exterior es una buena política interior". Por eso no cabe duda de que la tensión con España responde a un esfuerzo por limitar las críticas a su gestión interna.
"Su enfrentamiento con las empresas españolas es uno más de los bastiones de un discurso según el cual todos están en su contra"
Los comentarios poco diplomáticos de AMLO, incendiarios de hecho, quedan enmarcados en su campechana forma de comunicar a sus ciudadanos su "activa defensa" de los intereses nacionales. Es más, cuando se le preguntó al presidente por las implicaciones de su llamada a pausar la relación con España, este señaló que no lo había dicho como una simple "plática" o como una reflexión lanzada al aire.
La confrontación con un actor externo, construida alrededor de los agravios de la Conquista, alimenta una retórica popular según la cual el pueblo, la nación "mestiza e indígena" mexicana, busca el lugar que le ha sido negado históricamente. Algo que habría sido manipulado y aprovechado por las elites que le han precedido en el Gobierno. AMLO dice tener la misión de romper con ese pasado.
Esta visión idealizada del "pueblo" contrasta con sus inconsistencias y choques con el feminismo, la prensa, los movimientos sociales e incluso la clase media. AMLO ha desoído las demandas de las mujeres en un país azotado por el feminicidio; se ha enfrentado con la prensa en un país donde la libertad de expresión es condena de muerte; se ha enemistado con los movimientos sociales que confrontan sus contradicciones, y también con los jueces y las clases medias, a las que considera, en su simplificación de la sociedad mexicana, un actor privilegiado diferenciado del "pueblo" y culpable de su inestabilidad.
Su enfrentamiento con las empresas españolas es uno más de los bastiones de un discurso de choque según el cual todos están en su contra y contra los intereses del pueblo. Es una narrativa a medida con la que pretende desviar las críticas a sus incapacidades y a la nefasta y tardía gestión de la pandemia, que ha dejado más de 300.000 muertos en el país.
Por no mencionar el desesperante fracaso en la contención de la violencia y el crimen organizado (durante su mandato se han contabilizado más de 100.000 asesinatos) o los escándalos alrededor de la reforma energética, medida estrella que explica la animosidad contra algunas empresas españolas.
"La postura del presidente López Obrador es imposible de secundar"
La reforma energética de AMLO propone reforzar la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y dar marcha atrás parcial a la liberalización del mercado, dando al Gobierno un mayor control de la producción y distribución de la energía y del litio. La reforma afronta graves críticas porque privilegia el uso de combustibles fósiles a la vez que plantea alzas en las tarifas. Sus defensores insisten en que es una medida contra la corrupción y que devuelve a los mexicanos unos activos expoliados a manos de empresas extranjeras, como las españolas.
La situación es compleja y la postura del presidente mexicano resulta imposible de secundar. Pero no se puede perder de vista que España ha descuidado su relación con América Latina y que centrarse en la relación comercial en detrimento de la política tiene consecuencias. El ministro Albares señala el carácter estratégico de la relación entre México y España. Sin embargo, han pasado muchos años en los que no se ha fortalecido dicha estrategia. Y esta se ha vaciado de contenido.
Tampoco ayuda la creciente corriente nativista y de ultraderecha que intenta revivir la gloria del pasado español releyendo la ya transitada historia de la Conquista sin ninguna capacidad crítica (con el objetivo de usarla como un arma política). Las identidades nacionales de las repúblicas latinoamericanas se construyeron en contraposición a España, una paradoja irresoluble que no admite ecuanimidad ni olvido, pero que tampoco permite anclarse en el pasado.
Ante los ataques de AMLO no sólo hay que armarse de paciencia. Tampoco cabe la debilidad. Para lo que sí que hay sitio en México es para reforzar alianzas con la Unión Europea y con otros países latinoamericanos, y para vigorizar los canales diplomáticos más alejados de los focos. Aquellos donde puedan limitarse los daños de los discursos incendiarios y volver a llenar de contenido la relación con España.
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