28 ago 2011

En ciernes, una depresión colectiva

En ciernes, una depresión colectiva
José Gil Olmos
Revista Proceso # 1817, 28 de agosto de 2011;
Las imágenes de la gente tratando de huir del estadio de futbol en Torreón y las de los cuerpos calcinados o asfixiados del Casino Royale en Monterrey “son devastadoras” e indelebles. Expertos en seguridad y en el trato a víctimas de la violencia advierten que el impacto individual y social de estos eventos será imborrable y que al provocar miedo, terror, desaliento, rabia, frustración, también causarán daños a la cohesión social y la esperanza.
Pero consideran asimismo que eso podría mover la tentación autoritaria del gobierno de Felipe Calderón, quien de hecho ya intenta implementar una política de terror de Estado reforzando su estrategia militar. De igual manera, dicen que esta opción no resolverá el problema del narcotráfico, sino que, por el contrario, aumentará la violencia institucional y la violación de los derechos humanos.
Verónica Martínez Solares doctora en Derecho e investigadora en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, en el Instituto de Criminología de la Universidad de Cambridge, Inglaterra y en el Departamento de Criminología de la Universidad de Ottawa, Canadá, señala que para las víctimas y las comunidades las consecuencias de estos actos, calificados oficialmente de terrorismo, serán devastadoras.
“Ninguna palabra que pueda ahora expresar reflejará, para ellas, la justa dimensión de todo aquello por lo que están pasando, por lo que estamos pasando. No sólo es la pérdida de sus seres queridos, sus hijos, padres, madres, amigos, compañeros. Es la pérdida de la dignidad humana y de la esperanza, la destrucción de la forma en que cada uno de ellos concebía el mundo, sus sueños y proyectos. Es la pérdida de su dignidad porque a veces son vistos por el sistema como meros ‘daños colaterales’ o estadísticas.­
“Es la pérdida de la esperanza y del sentimiento vital porque, por lo general, estos hechos van acompañados de impunidad y, cuando se denuncian, las autoridades no alcanzan a protegerlos adecuadamente. Hasta ahora, el mismo Estado se ha hecho parte de estas tragedias, ya sea por acción, omisión o aquiescencia.”
Especializada en atención a víctimas, prevención del delito y seguridad ciudadana, Martínez Solares analiza los impactos que tendrán en la sociedad mexicana los últimos actos violentos perpetrados por el crimen organizado en Coahuila, Ciudad Juárez, Michoacán y Monterrey. Afirma que pueden derivar en el ahondamiento de una crisis social porque “la esencia del caos es el terror”.
Integrante del consejo directivo de la Organización Internacional para el Apoyo a Víctimas (IOVA) y consultora experta para el Banco Mundial, el Centro Internacional para Ciudades Sustentables, ONU Hábitat, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el Centro Internacional para la Prevención de la Criminalidad, la investigadora señala que se están abriendo numerosas heridas y cunden los resentimientos, el malestar, el rencor, la desconfianza y los deseos de venganza.
Considera que el miedo “puede disparar muchas respuestas que legitimen inclusive acciones violatorias de derechos humanos, que atenten contra las formas de convivencia democrática y desemboquen en formas de ‘justicia por propia mano’, que de justicia sólo tienen el nombre”.
Y advierte: “La lógica del miedo es también una forma de dominación y control social muy poderosa. Causa parálisis social, confusión, aislamiento, amurallamientos, segregación, pero también pánico social, paranoia y fenómenos masivos. El miedo alimenta la pérdida de la identidad individual y social. Poco a poco vamos dejando de creer en la posibilidad de proyectos colectivos, lo que provoca una ruptura profunda en el tejido social: crece la desconfianza en los grupos y en las relaciones sociales. Genera impotencia, frustración y desesperanza para construir nuestra propia historia fuera de la violencia”.
–¿Qué puede provocar la inmovilidad en la sociedad, qué consecuencias puede traer en una situación de violencia como la que vivimos? –se le pregunta.
–Existe un fuerte sentimiento de desesperanza o de indiferencia. O aun peor: un sentimiento de desesperanza aprendida por medio del cual no importa cuánto nos estemos esforzando como sociedad para que cambien las cosas. Éstas parecen no estar cambiado, o sí lo han hecho, pero no para bien. El miedo y la desesperanza contribuyen al rompimiento de la cohesión social, y por lo tanto del tejido social. Favorecen el autoritarismo y legitiman la violación de derechos humanos en nombre de la seguridad.
Y dice con esperanza: “Pero si por algo nos hemos caracterizado como sociedad es por apoyarnos en los momentos difíciles: tengo la certeza de que ahora, con las familias de las víctimas, hay alguien, un amigo o amiga, otro familiar, inclusive otros sobrevivientes, que están con ellos, acompañándolos, escuchándolos, compartiendo su dolor, y eso es invaluable”.
–¿Cómo tratar un trauma que ocasiona miedo, terror, desesperanza, desilusión?
–Para las víctimas, los servicios de apoyo y la reparación del daño serán fundamentales. Por reparación del daño no hablo sólo de compensar económicamente a las víctimas, que así se ha entendido a la reparación. Esa sólo es una parte, porque ¿cuánto cuesta la vida de un ser querido? Falta trabajar mucho en los procesos de recuperación y de justicia restaurativa; en la reconstrucción del sentido de la vida en las familias, pero también en el sentido de la vida colectiva en las comunidades.
–¿Qué recomendaciones se hacen para tratar a las víctimas y a la sociedad después de recibir el impacto de un hecho de esta naturaleza?
–Más allá de los servicios de atención a víctimas con los que cuentan los gobiernos federal y estatal, el trato debe ser compasivo y respetuoso, y la atención, digna, empática y suficiente.
Pero no sólo eso, añade, sino que también debe haber justicia. “Queda otra forma casi siempre ignorada: es preciso hacer justicia. Cualquier atención queda vacía, sin sentido, cuando no hay justicia para las víctimas, cuando son utilizadas mediática y políticamente, cuando quedan como una estadística de bajas y no como el centro de la justicia y de las acciones del Estado”.
Sin embargo, apunta, no todo está perdido. “Ya existen esfuerzos más o menos organizados, valiosos esfuerzos principalmente de las víctimas de esta guerra, por romper esa inmovilidad. Ese es el espíritu que no nos debe abandonar: no ser cómplices de lo que sucede, no sucumbir al terror, no acallar el sufrimiento y el dolor de quienes están llevando la peor parte: las víctimas. De lo contrario, el conflicto violento puede transmutar hacia varias formas, inclusive hacia un conflicto armado interno, cuando se cree o percibe que todo lo demás simplemente no funciona”.
Sin liderazgos
El doctor Mario Arroyo, experto en seguridad, reducción del delito y prevención de la violencia, plantea que, además del miedo y los efectos postraumáticos individuales y colectivos que traerán consigo estos actos de terrorismo, la sociedad mexicana enfrentará una escalada de violencia, así como una falta de líderes sociales que hablen con la gente y la organicen para enfrentar la política belicista de Felipe Calderón.
Director del Centro de Estudios para Prevención de la Violencia, capacitador en reducción del delito para América Latina por parte del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), y coordinador del Programa de Acción Específico de Prevención de la Violencia 2007-2012 para la Secretaría de Salud, el doctor Arroyo sostiene que con estas acciones el crimen organizado está “ridiculizando” al gobierno federal, estableciendo una política de terror y miedo.
“El impacto social se va a venir en diversos flancos; uno de ellos es que echa abajo esa tendencia oficial de los gobiernos federal y locales de negar la realidad. Además, sitúa en el entorno internacional lo que está pasando en Monterrey, la ciudad más industrializada del país.
“Los impactos sociales no sólo van a ser a nivel individual, en el terreno estrictamente psicológico de eventos traumáticos, de síndrome de estrés postraumático en niños y las personas más vulnerables. También expondrá el estado de indefensión que hay en la sociedad y en sectores como los empresarios.
–¿Algunas de las implicaciones serían el aislamiento y la inmovilidad social?
–En el caso mexicano tenemos pocos antecedentes para saber qué es lo que va a ocurrir. En el caso de Morelia, lo que sucedió al año siguiente de los granadazos en la plaza el día del Grito fue un retraimiento de las actividades públicas. La gente se refugió en sus casas, se alteró significativamente la vida social, pero como los acontecimientos siguieron, existe una suerte de resistencia y de arrojo de la población que empieza a normalizar la violencia.
“Esa es una de las opciones que han seguido las sociedades: incorporar esos eventos a su vida cotidiana; la otra es que se retraiga la vida pública, como ocurre en ciudades como Torreón u otras del país, como Matamoros o Reynosa, donde hay un deterioro absoluto de la cohesión social y una afectación directa a la vida comunitaria.
“En Monterrey no se ve claro. Creo que la dinámica de la sociedad está muy desa­gregada porque está muy fragmentada en clases sociales. No hay específicamente una comunidad en el estricto sentido de la palabra y este asilamiento natural, geográfico y socioeconómico del área metropolitana de Monterrey da la impresión de que sí podría agudizarse el retraimiento de la gente a raíz de este tipo de acontecimientos.”
El especialista considera positivo aunque tardío el reconocimiento por parte del gobierno federal de que estos son actos de terrorismo, pero también advierte de las consecuencias de ese reconocimiento.
“Hay dos políticas que normalmente los países suelen seguir en torno a situaciones de inseguridad o de violencia como la que se está viviendo en este caso en Monterrey. Una es la política estadunidense que consiste básicamente en promover o continuar el miedo o el pánico para introducir legislaciones de corte autoritario o represivo que persiguen propósitos políticos de otra naturaleza. El riesgo que se corre con esto es la tentación autoritaria de avanzar en un estado de seguridad violando garantías individuales o no respetando derechos humanos.”
La otra, precisa, es la británica que consiste en hacer entender a la sociedad que existen riesgos, amenazas y que es una responsabilidad de gobierno y ciudadanos estar preparados ante los posibles riesgos con protocolos de seguridad en escuelas, centros comerciales, transporte. En esta política no se usa el miedo sino la cultura de la seguridad para hacer partícipe a la sociedad.
En el caso mexicano, de acuerdo con los antecedentes, sostiene que se optará por la vía bélica, por el recurso de imponer el orden a costa de lo que sea, lo cual es un error porque causará mayores niveles de violencia.
–¿Cuál sería el impacto de esta política en la colectividad?
–Lo que se tiene es la depresión colectiva, y obviamente al entrar en ese estado depende mucho de las condiciones físicas y emocionales de cada individuo. Es un efecto de cascada, de emociones negativas, y aquí se presenta otro problema porque usualmente tendría que ser la autoridad la que se pusiera en el liderazgo para trasmitir tranquilidad, pero al no tener legitimidad y adolecer de gran falta de credibilidad, eso genera más angustia.
“Justamente en estos momentos es cuando ciertas personas se encumbran como líderes, pero esa es otra tragedia porque tenemos una gran desconfianza en nuestros líderes, no tienen legitimidad. Carecemos de una voz que nos explique lo que ocurre y eso es fundamental. Esa es una de las asignaturas pendientes.”
Sentencia: “Quiero ser enfático y duro: no necesitamos de burócratas que cobran por quincena y que desconocen el tema de seguridad. Necesitamos de profesionales de la seguridad y que tengan amor por el país. Puede sonar romántico, pero se requieren personas de esa naturaleza, y si no las tenemos hay que empezar a formarlas”.

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