Sus
pecados/FRANCISCO
OLASO
Revista
Proceso No. 1898, 17 de marzo de 2013
Ortodoxo
en la doctrina y progresista en lo social; apasionado del futbol, el tango y la
ópera; austero y tímido, y a la vez ambicioso y maquiavélico, Jorge Mario
Bergoglio encierra una personalidad compleja que provoca controversias. Su
historia está marcada por contrastes y ambigüedades. Algunos hechos poco claros
sobre su pasado resurgen tras su elección como pontífice. Destacan dos: Su
presunta responsabilidad en el secuestro de dos jesuitas durante la dictadura
militar argentina y sus supuestos vínculos con organizaciones de ultraderecha.
BUENOS
AIRES.- Austero, humilde, de perfil bajo. Preocupado por los pobres, aficionado
al futbol, ortodoxo en la doctrina. Ávido de poder, tímido, homofóbico,
reservado. Cómplice de desapariciones, estudioso, transparente, de pocas
palabras. Gran lector, bailarín de tango, maquiavélico, de corazón enorme.
Estratega político, protector de perseguidos, experto en tapar, amante del cine
y la ópera.
Todo
esto dicen del Papa Francisco quienes trataron a Jorge Mario Bergoglio en su
ámbito familiar, en el barrio porteño de Flores, en el Colegio Máximo de los
Jesuitas en San Miguel y en el arzobispado de Buenos Aires.
El
religioso nacido en la capital argentina el 17 de diciembre de 1936 sucede a
Benedicto XVI al frente de una Iglesia corroída por los escándalos y la
paulatina pérdida de fieles.
Sus
padres eran inmigrantes de la clase trabajadora de Piamonte. Jorge Mario es el
mayor de cinco hermanos, tres de los cuales –dos varones y una mujer– ya
fallecieron. El nombre elegido para su pontificado remite a San Francisco de
Asís, el santo de los desposeídos. Se presume, además, un homenaje a su padre,
José Mario Francisco Bergoglio, de quien el nuevo Papa suele citar una frase:
“Cuando vayas subiendo saluda a todos. Son los mismos que vas a encontrar
cuando vayas bajando”.
La
vocación en Bergoglio fue temprana. “Si no me caso con vos, me hago cura”, le
dijo un día a Amalia, su novia cuando ambos tenían 12 años. Así lo recordó la
mujer el jueves 14 frente a las cámaras de televisión.
En
1955 Bergoglio se recibió de técnico químico en una secundaria estatal de
Buenos Aires. Los domingos iba a misa y a la cancha del San Lorenzo de Almagro.
Muy estudioso desde la adolescencia, no se privaba de ir a las milongas, esos
locales donde se baila tango. Dos grandes voces del género, Carlos Gardel y
Julio Sosa, inspiraban al muchacho. Le gustaban también las películas de Tita
Merello, la primera gran estrella femenina que dio el tango.
Al
nuevo Papa le causaba un hondo impacto el neorrealismo italiano, nacido de
entre las ruinas del país devastado de sus padres y su abuela paterna, Rosa, a
quien vincula con su vocación al sacerdocio. Eran los cincuenta. La sociedad
argentina vivía una enorme polarización política en torno al movimiento de Juan
Domingo Perón y su mujer, Eva Duarte.
En
1957 se produjo un parteaguas en la vida de Bergoglio: enfermó de gravedad y
llegó a creer que moriría. Los médicos le diagnosticaron una pulmonía severa.
Le extirparon la parte superior del pulmón derecho.
El
muchacho entonces tenía una novia. “Formaba parte de la barra de amigos con la
que íbamos a bailar”, dijo a Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti en el libro de
entrevistas El jesuita (Vergara, 2010). Su vocación religiosa puso fin al
romance. En 1958 ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús. Allí obtuvo una
licenciatura en filosofía y se ordenó sacerdote en 1969. Sus primeros pasos
fueron como maestro de novicios y profesor de teología.
El
provincial
La
carrera de Bergoglio fue vertiginosa. En 1973, con 36 años, fue designado
provincial de los jesuitas en Argentina. “Los jesuitas más viejos comentaban
que cuando Bergoglio se ordenó hubo una banda de rock, con guitarra eléctrica,
batería y saxo. Pero como provincial eliminó los nuevos cantos litúrgicos y los
coros de laicos”, dijo el exjesuita Miguel Ignacio Mom Debussy, chofer de
Bergoglio cuando éste salía del Colegio Máximo en San Miguel, en los suburbios de
Buenos Aires. “Empezó a usar sotana, cosa que nadie hacía salvo algún viejo, y
a retomar liturgias previas al Concilio Vaticano II”.
Entonces
muchos sacerdotes abrazaban la teología de la liberación, asumiendo en carne
propia la opción por los pobres, inspirados justamente en los principios de
dicho concilio. Muchos religiosos vinculados con el Movimiento de Sacerdotes
para el Tercer Mundo trabajaban en los asentamientos precarios, las llamadas
villas miseria.
El
padre del actual Papa había vivido como empleado ferroviario la nacionalización
de los ferrocarriles en 1948, hasta entonces en manos inglesas. Amplios
sectores de la sociedad saludaron la medida como un gesto de recuperación de la
soberanía política y económica. También Jorge Bergoglio simpatizó desde su
juventud con el peronismo. Desde principios de los setenta estuvo más o menos
próximo a Guardia de Hierro, un sector de la ultraderecha del movimiento, al
que adscribía María Estela Martínez de Perón. Isabelita –como le llamaban–
había asumido la presidencia tras la muerte del líder el 1 de julio de 1974.
Durante
esos años de efervescencia revolucionaria Bergoglio tenía bajo su órbita a
algunos curas que se asentaron en los barrios pobres. Dos de ellos, Orlando
Yorio y Francisco Jalics, trabajaban en la villa Rivadavia, un asentamiento del
barrio de Flores. Ambos fueron secuestrados por la Marina el 23 de mayo de
1976. Después de cinco meses de desaparición y tortura fueron liberados y
partieron al exilio. Ambos sostenían que el entonces provincial de los
jesuitas, Jorge Bergoglio, los “entregó” a los militares.
En
el mismo operativo fueron secuestrados cuatro catequistas y dos de sus esposos,
todos los cuales aún están desaparecidos. Una de las catequistas era Mónica
Mignone, hija de Emilio Mignone, militante cristiano y fundador del Centro de
Estudios Legales y Sociales (CELS). Esta entidad debe su amplio reconocimiento
a que comenzó a defender los derechos humanos en plena dictadura.
En
su libro de 1986, Iglesia y dictadura, Emilio Mignone puso a Bergoglio como
ejemplo de “la siniestra complicidad” de la Iglesia con los militares que “se
encargaron de cumplir la tarea sucia de limpiar el patio interior de la
Iglesia, con la aquiescencia de los prelados”.
Rumores
Con
rumores dentro de la propia orden, a Yorio y Jalics los desacreditaron. Los
acusaban de herejías, oraciones extrañas, compromiso con la guerrilla,
convivencia con mujeres. “Mucha gente que sostenía convicciones políticas de
extrema derecha veía con malos ojos nuestra presencia en las villas miseria”,
escribió Jalics en su libro Ejercicios de meditación (1995).
“Interpretaban
el hecho de que viviéramos allí como un apoyo a la guerrilla y se propusieron
denunciarnos como terroristas. Nosotros sabíamos de dónde soplaba el viento y
quién era responsable por esas calumnias. De modo que fui a hablar con la
persona en cuestión y le expliqué que estaba jugando con nuestras vidas”,
prosigue.
“El
hombre me prometió que haría saber a los militares que no éramos terroristas.
Por declaraciones posteriores de un oficial y 30 documentos a los que pude
acceder más tarde, pudimos comprobar sin lugar a dudas que ese hombre no había
cumplido su promesa, sino que, por el contrario, había presentado una falsa
denuncia ante los militares.”
Una
carta que su compañero Orlando Yorio escribió durante su exilio en Roma, en
noviembre de 1977, al asistente general de la Compañía de Jesús, un sacerdote
apellidado Moura, permite revelar la identidad de la persona en cuestión. “En
esa recapitulación escrita 18 años antes que el libro de Jalics, Yorio cuenta
lo mismo, pero en vez de ‘una persona’, dice Jorge Mario Bergoglio”, refirió el
periodista Horacio Verbitsky, actual presidente del CELS, en un texto publicado
el 11 de abril de 2010.
Al
llegar a sus oídos los rumores que los implicaban, los sacerdotes inquirían
sobre el origen de éstos al provincial Bergoglio. Éste los atribuía siempre a
otros sacerdotes u obispos que, una vez confrontados, lo desmentían.
En
la carta que Yorio escribió en Roma a Moura, le explicó que en el clima que
vivía entonces Argentina, con el golpe de Estado en ciernes, la acusación de
pertenencia a la guerrilla en “una boca importante (como la de un jesuita)
podía significar lisa y llanamente nuestra muerte”, refiere Verbitsky en el
artículo citado: “Las fuerzas de extrema derecha ya habían ametrallado en su
casita a un sacerdote y habían raptado, torturado y abandonado muerto a otro.
Los dos vivían en villas miseria. Nosotros habíamos recibido avisos en el
sentido de que nos cuidáramos”, escribió Yorio a su antiguo superior en la
Compañía.
En
su libro Iglesia y dictadura, Mignone sostiene que una semana antes de que
Yorio y Jalics fueran secuestrados por la Marina, el arzobispo de Buenos Aires,
Juan Carlos Aramburu, le había retirado al primero las licencias ministeriales
sin motivo ni explicación. A oídos de ambos jesuitas llegaba el rumor de que
Bergoglio pensaba expulsarlos de la orden, rumor desmentido por el propio
provincial, pero que también llegaba a otros obispos que se negaron a
admitirlos en sus congregaciones.
En
un intercambio epistolar que Yorio sostuvo en los noventa con Verbitsky –y que
el periodista cita en el mencionado artículo– el excura sostiene que Bergoglio
los sometió a “la prohibición e infamia pública de no poder ejercer el
sacerdocio, dando así ocasión y justificación para que las fuerzas represivas
nos hicieran desaparecer”.
“Yorio
y Jalics fueron secuestrados, conducidos a la Esma y luego a una casa
operativa, en la que fueron torturados”, prosigue Verbitsky. “Un interrogador
con ostensibles conocimientos teológicos le dijo a Yorio que sabían que no era
guerrillero pero que con su trabajo en la villa unía a los pobres y eso era
subversivo.
“Por
distintas expresiones escuchadas por Yorio en su cautiverio, resulta claro que
la Armada interpretó tal decisión (el retiro de las licencias ministeriales) y,
posiblemente, algunas manifestaciones críticas de su provincial jesuita,
Bergoglio, como una autorización para proceder contra él”, prosigue el
periodista en texto publicado en Página 12 el 10 de abril de 2005.
Controversia
El
entonces arzobispo de Buenos Aires fue investigado por la justicia en 2010, en
calidad de testigo, en el marco de la Causa Esma (centro clandestino de la
Escuela de Mecánica de la Armada). Allí aseguró que mantuvo reuniones con los
exintegrantes de la junta militar Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera
para pedir la liberación de dos sacerdotes secuestrados.
El
flamante Papa se había referido ya a Yorio y Jalics en el libro de entrevistas
El jesuita. “El superior general de los jesuitas, quien por entonces era el
padre Arrupe, dijo que eligieran entre la comunidad en que vivían y la Compañía
de Jesús y ordenó que cambiaran de comunidad”, sostiene.
“Como
ellos persistieron en su proyecto, y se disolvió el grupo, pidieron la salida
de la compañía”. Bergoglio dice haberles ofrecido vivir en la casa provincial
de la Compañía de Jesús para su seguridad, ante los rumores de la inminencia
del golpe de Estado, que finalmente se produjo el 24 de marzo de 1976.
“Nunca
creí que estuvieran involucrados en ‘actividades subversivas’ como sostenían
sus perseguidores, y realmente no lo estaban”, continúa Bergoglio. “Pero, por
su relación con algunos curas de las villas de emergencia, quedaban demasiado
expuestos a la paranoia de caza de brujas. Como permanecieron en el barrio,
Yorio y Jalics fueron secuestrados durante un rastrillaje”.
La
semana pasada la prensa argentina publicó algunos testimonios de personas a las
que Bergoglio ayudó durante la dictadura. El propio Papa refiere algunos casos
en El Jesuita: Cobijó en el Colegio Máximo a seminaristas perseguidos e
intercedió por un joven catequista secuestrado que después recuperó la
libertad. “Saqué del país, por Foz de Iguazú, a un joven que era bastante
parecido a mí, con mi cédula de identidad, vestido de sacerdote (…) y, de esa
forma, pudo salvar su vida”, recuerda Bergoglio.
Este
punto no lo refutan ni siquiera sus detractores: “Conozco gente que él ayudó.
Eso habla de sus dos caras y de su cercanía con el poder militar. Maneja la
ambigüedad con maestría. Si los mataban, se los sacaba de encima; si se
salvaban, él los había salvado. Por eso hay gente que lo considera un santo y
otros que le tienen terror”, dijo en abril de 2010 Rodolfo Yorio, hermano del
jesuita Orlando, al diario Página 12.
Verbitsky
sostiene en el artículo citado que la libertad de ambos jesuitas “fue negociada
por el gobierno a cambio de que el episcopado recibiera al jefe de Estado Mayor
del Ejército, Roberto Viola, y al ministro de Economía, José Martínez de Hoz”.
Yorio y Jalics “fueron drogados y depositados por un helicóptero” en un
descampado en la provincia de Buenos Aires “un día antes de esa visita al
episcopado”.
Un
año más tarde, el 25 de noviembre de 1977, la Universidad del Salvador, que
estaba a cargo de laicos designados por Bergoglio, le otorgó al jefe de la
Armada, almirante Emilio Massera, el título de doctor honoris causa en una
ceremonia pública. “Los datos de esa distinción al Almirante Cero (como
llamaban a Massera) desaparecieron misteriosamente de los archivos de la
universidad porque allí constan las firmas de quienes lo propusieron y cuáles
eran las motivaciones para doctorar a un genocida”, sostuvo el diario Tiempo
Argentino en su edición del 14 de octubre de 2010.
“Creo
que no fue un doctorado, sino un profesorado”, duda Bergoglio en El jesuita:
“Yo no lo promoví”, se excusa. “Recibí la invitación para el acto, pero no
fui”.
Yorio
murió en agosto de 2000. Poco antes dijo a Verbitsky: “Bergoglio no nos avisó
del peligro en ciernes” y “tampoco tengo ningún motivo para pensar que hizo
algo por nuestra libertad, sino todo lo contrario”.
Los
dos sacerdotes habrían sido liberados por gestiones de Emilio Mignone y la
intercesión del Vaticano, según publicó Página 12 en su edición del 9 de mayo
de 1999.
“Jalics
viajó a Estados Unidos y luego a Alemania”, señaló Verbitsky. “Escribió que
tenía más resentimiento hacia quien los había entregado que contra sus
captores, y pese a la distancia ‘no cesaban las mentiras, calumnias y acciones
injustas’”. Pero, cuenta Jalics en su libro, en 1980 quemó los documentos
probatorios de lo que llama “el delito” de sus perseguidores. Hasta entonces
los había conservado con la secreta intención de utilizarlos. “Desde entonces
me siento verdaderamente libre y puedo decir que he perdonado de todo corazón”,
escribió Jalics.
El
viernes 15 –dos días después de que Bergoglio fue elegido Papa– Jalics recordó
esos acontecimientos en un comunicado. Dijo que “en aquel momento perdimos la
conexión con uno de nuestros colaboradores laicos, quien se habría sumado a la
guerrilla. Nueve meses después esta persona fue detenida e interrogada por la
Junta Militar, cuyos oficiales se dieron cuenta que él había estado en contacto
con nosotros. Fuimos detenidos bajo la suposición de que también nosotros
estábamos vinculados con la guerrilla.
“Luego
de un interrogatorio que duró cinco días, el oficial que lo dirigió nos soltó
con las siguientes palabras: ‘Padres, ustedes no tuvieron culpa alguna. Yo
mismo me ocuparé de que puedan volver a su favela’. A pesar de esa promesa, y
de una forma inexplicable, permanecimos arrestados durante cinco meses con los
ojos vendados.”
Ante
ello, aseguró que “no puedo tomar ninguna posición respecto al papel que tomó
Bergoglio en esos acontecimientos”.
Jalics
–quien actualmente vive en Nuremberg– sostuvo en su comunicado que años después
de los hechos tuvo la oportunidad de conversar con Bergoglio, quien para
entonces ya era arzobispo de Buenos Aires. “Después de ello, ofrecimos una misa
conjunta y nos abrazamos”.
Y
agregó: “Deseo al Papa Francisco abundantes bendiciones de Dios para cumplir
con su cargo”.
Édgar
González Cruz, investigador de temas de la ultraderecha en México y América
Latina, sostiene que Bergoglio “ha sido aliado y promotor” de la Fraternidad de
Agrupaciones Santo Tomas de Aquino (FASTA), fundada en Argentina en los sesenta
por Aníbal Fosbery. Afirma que se trata de una organización paramilitar que
“utiliza a jóvenes totalmente fanatizados como soldados para provocar
disturbios en los eventos que ellos consideran inapropiados”.
Recuerda
que el 17 de junio de 2012 el entonces cardenal Bergoglio presidió en la
catedral metropolitana de Buenos Aires una misa de acción de gracias por el 50
aniversario de la fundación de FASTA, a la que también acudió Fosbery.
“En
su homilía Bergoglio exaltó los rasgos militaristas de FASTA. Dijo que ‘ser
miliciano habla de compromiso, de trabajo, de entregarse al evangelio, y que
es, en definitiva, militar en la actividad’. Al finalizar la ceremonia, el
presidente de esa agrupación en Buenos Aires, Edgardo Manassero, entregó al
cardenal una placa en agradecimiento por su “acompañamiento pastoral a la obra
de FASTA”.
Los
Kirchner
Después
de hacer su doctorado en Hesse, Alemania, en los ochenta, Bergoglio fue
sacerdote en Mendoza. En Buenos Aires se inició como obispo auxiliar en 1992.
Luego fue vicario episcopal, vicario general y en 1998 se convirtió en
arzobispo de la ciudad y primado de Argentina. A partir de entonces renunció a
la residencia palaciega episcopal. También a la limusina y el chofer, en favor
del transporte público. A nadie puede extrañar que usara la clase turista para
volar hacia el cónclave.
Su
rutina en el arzobispado de Buenos Aires comenzaba a las cuatro y media de la
mañana y terminaba a las nueve de la noche. Cocinaba su comida. Vivió todos
estos años en un departamento sencillo, en el segundo piso del edificio de la
curia, al lado de la catedral.
En
febrero de 2001 vistió finalmente el púrpura de cardenal. En diciembre de ese
año desde la ventana de su departamento “observó con sentida preocupación el
estallido de la crisis en la Plaza de Mayo, que derivó en la renuncia de
Fernando de la Rúa”, sostuvo el diario La Nación en su edición del miércoles
13.
“Hasta
su cuarto llegaban los gases lacrimógenos. Al ver con indignación cómo una
señora era golpeada por agentes policiales, tomó el teléfono para hablar con el
ministro del Interior y fue atendido por el entonces secretario de Seguridad,
Enrique Mathov, a quien le pidió por favor que la policía supiera diferenciar
entre los activistas y los simples ahorristas.”
En
2005 el entonces presidente Néstor Kirchner anunció que no participaría en el
tradicional tedeum en la catedral de Buenos Aires. “Kirchner siente que el
grueso de los obispos con Bergoglio a la cabeza son un factor muy fuerte de
cuestionamiento a su gestión. La Casa Rosada se quejó muchas veces de que la
Iglesia nunca le reconoció todo lo que hizo el presidente por sacar al país de
una de las peores crisis de su historia”, explicó en enero de 2007 Sergio
Rubín, uno de los autores de El jesuita.
“Ante
la insistencia del entonces presidente para construir un espacio de encuentro
que permitiese discutir sobre las diferencias y buscar acercamientos, Bergoglio
siempre pretendió establecer el lugar, las formas y las condiciones para un
diálogo que finalmente nunca se concretó”, sostuvo en Página 12 Washington
Uranga, uno de los periodistas más avezados en el ámbito eclesiástico.
Cristina
Kirchner asumió su primer mandato en diciembre de 2007. Dos meses más tarde se
hallaba enfrentada a una gigantesca huelga patronal de las entidades del campo.
Durante la tensa pelea, el arzobispo de Buenos Aires se reunió con la
oposición.
Bergoglio
nunca criticó en público a Julio César Grassi. Este sacerdote fue condenado en
junio de 2009 a 15 años de cárcel por abuso sexual y corrupción de menores
agravada, ocurridos en su fundación Felices los Niños. La condena fue
confirmada en septiembre de 2010 por el tribunal de casación. Grassi permanece
en libertad, hasta que la Corte Suprema de la Provincia de Buenos Aires dicte
una sentencia firme. En 2009 ese sacerdote aseguró a diferentes medios que
Bergoglio, quien además es su confesor, “jamás le había soltado la mano”.
En
2010 Bergoglio encabezó la oposición a la ley que finalmente consagró el
matrimonio homosexual en Argentina. También se opuso a la ley de identidad de
género, aprobada en 2012, que autoriza a travestis y transexuales a registrar
sus datos de acuerdo con el sexo que elijan. En sus homilías tomó partido por
los pobres y las víctimas de trata de personas. Comparte con Cristina Kirchner
la oposición a aprobar una ley de aborto no punible, que despenalice la
interrupción voluntaria del embarazo en caso de violación.
La
reacción de la presidenta ante el nombramiento del Papa argentino fue más bien
fría, protocolar. Anunció, sin embargo, que irá el martes 19 a Roma para la
entronización de Francisco.
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