Ariel
Sharon/Abraham B. Yehoshua, escritor israelí, impulsor del movimiento Paz Ahora.
Publicado en La
Vanguardia | 18 de enero de 2014;
Los
periódicos y los medios de comunicación de Israel –y en parte también los de
fuera de Israel– han estado ahora ocupados en presentar perfiles sobre Ariel
Sharon, la mayoría con elogios a su compleja personalidad, con mención a su
engañosa trayectoria política y militar y hablando de su imagen pintoresca,
dotada de elementos casi míticos. Como llevaba ochos años en coma y su muerte
era ya previsible, todo el mundo ha tenido tiempo suficiente para prepararse
para el día de su fallecimiento y buscar en los archivos documentos y anécdotas
sobre su vida privada.
Desde
que Ben Gurion dejó la presidencia, no ha habido ningún otro líder israelí con
una presencia tan fuerte y tan llena de contradicciones como Ariel Sharon. Su
trayectoria ha estado plagada de altibajos hasta el punto de poder convertirlo
en el protagonista de una película casi de Hollywood. De persona anatemizada
tras la lamentable derrota en la primera guerra del Líbano en 1982 –promovida y
dirigida por él, ya que era entonces ministro de Defensa– pasó a ser elegido
primer ministro en el 2001, creó un nuevo partido, desmanteló los asentamientos
de colonos judíos de la franja de Gaza y retiró de allí al ejército y, por
último, un derrame cerebral lo dejó en coma.
Yo
siempre me he considerado en las antípodas de Sharon desde el punto de vista
político e ideológico y nunca me ha seducido su personalidad; quizá, por tanto,
no sea yo el mejor para hacer un resumen objetivo de su acción política, pero
ahora que los medios de comunicación israelíes están inmersos en una vorágine
sentimental en torno a su figura, tal vez convenga que yo dé también mi opinión
acerca de Ariel Sharon.
Su
mejor y más destacada virtud se manifestaba en el ámbito militar, en especial,
como comandante. En el campo de batalla demostró habilidad, firmeza y sobre
todo dotes de mando. No obstante, hay que señalar que a pesar de sus logros
militares también ha de cargar con lo sucedido en la campaña del Sinaí en 1956
y en la guerra de Yom Kipur en 1973, donde provocó varias batallas innecesarias
que causaron más heridos inútilmente. En la campaña del Sinaí, siendo yo un
joven soldado en la brigada de paracaidistas al mando de Sharon, pude ver con
mis propios ojos cómo, cuando el alto el fuego era inminente, Sharon enviaba
una compañía de paracaidistas a una zona donde murieron 42 paracaidistas en
vano. Tras la guerra del Sinaí, el primer ministro Ben Gurion y el comandante
en jefe de las fuerzas armadas, Moshe Dayan, pensaron en apartarle del
ejército, pero al final se decidió suavizar su castigo y sólo pararon su
posibilidad de ascenso determinando que, pese a sus virtudes como militar,
nunca podría llegar a comandante en jefe del ejército.
Algo
parecido, aunque de mayores dimensiones, volvió a hacer Sharon como ministro de
Defensa en el Gobierno de Menahem Begin en la primera guerra del Líbano en
1982. Fue una guerra penosa que no trajo ninguno beneficio, sino sólo la muerte
de soldados israelíes, palestinos y libaneses, además de provocar la terrible
matanza de civiles palestinos en Sabra y Chatila, junto a la ciudad de Beirut,
que si bien fue llevada a cabo por las falanges cristianas se hizo con la
pasividad criminal del ejército israelí, que controlaba la zona. El primer
ministro Begin, atenazado por la culpa de haber iniciado esa guerra, dimitió de
su cargo y, deprimido, se enclaustró en su casa hasta el día de su muerte. En
cambio, Sharon, cuya parte de responsabilidad en la matanza fue declarada en
una comisión de investigación, fue destituido como ministro de Defensa, pero no
mostró sentir culpabilidad alguna por esa desgraciada guerra que él promovió y
dirigió.
Ariel
Sharon no era un hombre de ideologías y, por eso, no le importaba hacer un día
declaraciones nacionalistas radicales y una semana después hablar de que hay
que hacer dolorosas concesiones. Él era un tipo de talante agresivo y de pocas
reflexiones intelectuales. Con todo, lograba enmendar esas cualidades negativas
con un trato cordial, mostrando preocupación por los que tenía a su cargo y con
unas excepcionales dotes de mando.
En
definitiva, a Ariel Sharon lo considero un líder que ha perjudicado a Israel
más que beneficiarlo. Ahora el sector pacifista le otorga cierta legitimidad
por la retirada de la franja de Gaza, que gracias a su fuerte liderazgo se hizo
sin provocar una guerra civil en Israel, pero eso para mí no le exonera de
haber hecho un tremendo daño esparciendo decenas de asentamientos en los
territorios palestinos, creando con ello la base para que tal vez de forma
irreversible Israel acabe siendo un Estado binacional, lo que supondría una
desgracia tanto para Israel como para los palestinos. No me gustan nada esos
líderes fuertes y astutos que tras provocar crisis innecesarias consiguen salir
de ellas llevándose así las alabanzas por ello. Prefiero y respeto a los
líderes que ven de antemano el camino correcto y ético y convencen a su pueblo
para que vayan por él.
Sin
duda, Ariel Sharon no era de estos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario