Al celebrar los 50 años del histórico encuentro
de Pablo VI y el Patriarca ortodoxo Atenágoras, en Jerusalén; Francisco y el Patriarca Bartolomé I sostuvieron un encuentro
privado en el que firmaron una declaración conjunta, a saber:
Declaración
conjunta del papa Francisco y del Patriarca Ecuménico Bartolomé I
1.
Como nuestros venerables predecesores, el Papa Pablo VI y el Patriarca
Ecuménico Atenágoras, que se encontraron aquí en Jerusalén hace cincuenta años,
también nosotros, el papa Francisco y el Patriarca Ecuménico Bartolomé, hemos
querido reunirnos en Tierra Santa, “donde nuestro común Redentor, Cristo
nuestro Señor, vivió, enseñó, murió, resucitó y ascendió a los cielos, desde
donde envió el Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente” (Comunicado común del
Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras, publicado tras su encuentro del 6 de
enero de 1964).
Nuestra
reunión –un nuevo encuentro de los Obispos de las Iglesias de Roma y
Constantinopla, fundadas a su vez por dos hermanos, los Apóstoles Pedro y
Andrés– es fuente de profunda alegría espiritual para nosotros. Representa una
ocasión providencial para reflexionar sobre la profundidad y la autenticidad de
nuestros vínculos, fruto de un camino lleno de gracia por el que el Señor nos
ha llevado desde aquel día bendito de hace cincuenta años.
2.
Nuestro encuentro fraterno de hoy es un nuevo y necesario paso en el camino
hacia aquella unidad a la que sólo el Espíritu Santo puede conducirnos, la de
la comunión dentro de la legítima diversidad. Recordamos con profunda gratitud
los pasos que el Señor nos ha permitido avanzar.
El
abrazo que se dieron el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras aquí en Jerusalén,
después de muchos siglos de silencio, preparó el camino para un gesto de enorme
importancia: remover de la memoria y de la mente de las Iglesias las sentencias
de mutua excomunión de 1054.
Este
gesto dio paso a un intercambio de visitas entre las respectivas Sedes de Roma
y Constantinopla, a una correspondencia continua y, más tarde, a la decisión
tomada por el Papa Juan Pablo II y el Patriarca Dimitrios, de feliz memoria, de
iniciar un diálogo teológico sobre la verdad entre Católicos y Ortodoxos. A lo
largo de estos años, Dios, fuente de toda paz y amor, nos ha enseñado a
considerarnos miembros de la misma familia cristiana, bajo un solo Señor y
Salvador, Jesucristo,
y a amarnos mutuamente, de modo que podamos confesar nuestra fe en el mismo Evangelio
de Cristo, tal como lo recibimos de los Apóstoles y fue expresado y transmitido
hasta nosotros por los Concilios Ecuménicos y los Padres de la Iglesia.
Aun
siendo plenamente conscientes de no haber alcanzado la meta de la plena
comunión, confirmamos hoy nuestro compromiso de avanzar juntos hacia aquella
unidad por la que Cristo nuestro Señor oró al Padre para que “todos sean uno”
(Jn 17,21).
3.
Con el convencimiento de que dicha unidad se pone de manifiesto en el amor de
Dios y en el amor al prójimo, esperamos con impaciencia que llegue el día en el
que finalmente participemos juntos en el banquete Eucarístico. En cuanto
cristianos, estamos llamados a prepararnos para recibir este don de la comunión
eucarística, como nos enseña san Ireneo de Lyon (Adv. haer., IV,18,5: PG
7,1028), mediante la confesión de la única fe, la oración constante, la
conversión interior, la vida nueva y el diálogo fraterno. Hasta llegar a esta
esperada meta, manifestaremos al mundo el amor de Dios, que nos identifica como
verdaderos discípulos de Jesucristo (cf. Jn 13,35).
4.
En este sentido, el diálogo teológico emprendido por la Comisión Mixta
Internacional ofrece una aportación fundamental en la búsqueda de la plena
comunión entre católicos y ortodoxos.
En
los periodos sucesivos de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, y del
Patriarca Dimitrios, el progreso de nuestros encuentros teológicos ha sido
sustancial. Hoy expresamos nuestro sincero aprecio por los logros alcanzados
hasta la fecha, así como por los trabajos actuales.
No
se trata de un mero ejercicio teórico, sino de un proceder en la verdad y en el
amor, que requiere un conocimiento cada vez más profundo de las tradiciones del
otro para llegar a comprenderlas y aprender de ellas. Por tanto, afirmamos
nuevamente que el diálogo teológico no pretende un mínimo común denominador
para alcanzar un acuerdo, sino más bien profundizar en la visión que cada uno
tiene de la verdad completa que Cristo ha dado a su Iglesia, una verdad que se
comprende cada vez más cuando seguimos las inspiraciones del Espíritu santo.
Por
eso, afirmamos conjuntamente que nuestra fidelidad al Señor nos exige
encuentros fraternos y diálogo sincero. Esta búsqueda común no nos aparta de la
verdad; sino que más bien, mediante el intercambio de dones, mediante la guía
del Espíritu Santo, nos lleva a la verdad completa (cf. Jn 16,13).
5.
Y, mientras nos encontramos aún en camino hacia la plena comunión, tenemos ya
el deber de dar testimonio común del amor de Dios a su pueblo colaborando en
nuestro servicio a la humanidad, especialmente en la defensa de la dignidad de
la persona humana, en cada estadio de su vida, y de la santidad de la familia
basada en el matrimonio, en la promoción de la paz y el bien común y en la
respuesta ante el sufrimiento que sigue afligiendo a nuestro mundo.
Reconocemos
que el hambre, la pobreza, el analfabetismo, la injusta distribución de los
recursos son un desafío constante. Es nuestro deber intentar construir juntos
una sociedad justa y humana en la que nadie se sienta excluido o marginado.
6.
Estamos profundamente convencidos de que el futuro de la familia humana depende
también de cómo salvaguardemos –con prudencia y compasión, a la vez que con
justicia y rectitud– el don de la creación, que nuestro Creador nos ha confiado.
Por eso, constatamos con dolor el ilícito maltrato de nuestro planeta, que
constituye un pecado a los ojos de Dios.
Reafirmamos
nuestra responsabilidad y obligación de cultivar un espíritu de humildad y
moderación de modo que todos puedan sentir la necesidad de respetar y preservar
la creación. Juntos, nos comprometemos a crear una mayor conciencia del cuidado
de la creación; hacemos un llamamiento a todos los hombres de buena voluntad a buscar formas de vida con menos
derroche y más austeras, que no sean tanto expresión de codicia cuanto de
generosidad para la protección del mundo creado por Dios y el bien de su
pueblo.
7.
Asimismo, necesitamos urgentemente una efectiva y decidida cooperación de los
cristianos para tutelar en todo el mundo el derecho a expresar públicamente la
propia fe y a ser tratados con equidad en la promoción de lo que el
Cristianismo sigue ofreciendo a la sociedad y a la cultura contemporánea. A
este respecto, invitamos a todos los cristianos a promover un auténtico diálogo
con el Judaísmo, el Islam y otras tradiciones religiosas. La indiferencia y el
desconocimiento mutuo conducen únicamente a la desconfianza y, a veces,
desgraciadamente incluso al conflicto.
8.
Desde esta santa ciudad de Jerusalén, expresamos nuestra común preocupación
profunda por la situación de los cristianos en Medio Oriente y por su derecho a
seguir siendo ciudadanos de pleno derecho en sus patrias. Con confianza,
dirigimos nuestra oración a Dios omnipotente y misericordioso por la paz en
Tierra Santa y en todo Medio Oriente.
Pedimos
especialmente por las Iglesias en Egipto, Siria e Iraq, que han sufrido mucho
últimamente. Alentamos a todas las partes, independientemente de sus
convicciones religiosas, a seguir trabajando por la reconciliación y por el justo
reconocimiento de los derechos de los pueblos. Estamos convencidos de que no
son las armas, sino el diálogo, el perdón y la reconciliación, los únicos
medios posibles para lograr la paz.
9.
En un momento histórico marcado por la violencia, la indiferencia y el egoísmo,
muchos hombres y mujeres se sienten perdidos. Mediante nuestro testimonio común
de la Buena Nueva del Evangelio, podemos ayudar a los hombres de nuestro tiempo
a redescubrir el camino que lleva a la verdad, a la justicia y a la paz. Unidos
en nuestras intenciones y recordando el ejemplo del Papa Pablo VI y el
Patriarca Atenágoras, de hace 50 años, pedimos que todos los cristianos, junto
con los creyentes de cualquier tradición religiosa y todos los hombres de buena
voluntad reconozcan la urgencia del momento, que nos obliga a buscar la
reconciliación y la unidad de la familia humana, respetando absolutamente las
legítimas diferencias, por el bien de toda la humanidad y de las futuras
generaciones.
10.
Al emprender esta peregrinación en común al lugar donde nuestro único Señor
Jesucristo fue crucificado, sepultado y resucitado, encomendamos humildemente a
la intercesión de la Santísima siempre Virgen María los pasos sucesivos en el
camino hacia la plena unidad, confiando a la entera familia humana al amor
infinito de Dios.
“El
Señor ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti
y te conceda la paz” (Nm 6,25-26)
Jerusalén,
25 de mayo de 2014.
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