EL TIEMPO ha tomado la decisión de respaldar el nombre de Juan Manuel Santos en su aspiración de ser reelegido Presidente de la República. Dicho apoyo, es bueno dejarlo en claro, no constituye un cheque en blanco..
Editorial:
Apoyo, no cheque en blanco
Al
respaldar a Santos este diario lo hace junto con una admonición para hacer bien
la tarea.
EDITORIAL| 25 de mayo de 2014
Hoy,
por fin, concluye la espera para los ciudadanos interesados en la primera
vuelta de las elecciones presidenciales. Tras meses de escaramuzas,
pronunciamientos, estrategias publicitarias, discursos, entrevistas y debates,
33 millones de colombianos podrán escoger entre las cinco fórmulas que aparecen
en el tarjetón y que son representativas de variados espectros ideológicos.
Aunque
se argumente que cada campaña es única, la verdad es que la que termina ahora
bien podría describirse como atípica. Después de un arranque que produjo entre
el público más apatía que entusiasmo, las últimas jornadas han sido de una
intensidad inusitada.
La
razón, es lamentable constatarlo, tiene que ver más con los escándalos de
diverso orden que han aparecido, que con las propuestas hechas por los
aspirantes en contienda. El clima de guerra sucia, combinado con las
acusaciones que vienen y van, ha enturbiado las aguas de la que debería haber
sido, ante todo, una disputa de planteamientos sobre cuál debe ser la marcha de
un país que, pese a sus avances, tiene todavía una larga lista de pendientes.
Curiosamente,
dicha circunstancia coincide con la presencia de un buen abanico de nombres,
integrado por personas de destacada trayectoria en los asuntos públicos. En
contraste con lo que es común en América Latina, quienes desean ceñirse la
banda tricolor en agosto se destacan por sus capacidades intelectuales y su
experiencia.
Debido
a ello, resulta a todas luces paradójico que el interés que se ha despertado
recientemente nazca de factores negativos, asociados a los mantos de duda
tendidos. Algunos podrían decir que las distancias relativamente estrechas que
existen entre las distintas plataformas son las que explican por qué los
ataques han sido más a la yugular que a las ideas, pero lo cierto es que las
antipatías personales se han superpuesto a las diferencias conceptuales.
Las
principales críticas ante lo que ha pasado recaen en Óscar Iván Zuluaga y Juan
Manuel Santos, quienes cayeron en la trampa de la descalificación y el
infundio. El primero, que había sido conocido como profesional ponderado y
responsable, se ha prestado a tramitar las enemistades y el resentimiento del
expresidente Álvaro Uribe, que en forma creciente pareciera más interesado en
cobrar cuentas pasadas que en ayudar a construir un país en el que quepamos
todos. No menos inquietante es la falta de claridad del aspirante del Centro Democrático
a la hora de explicar el episodio del pirata informático que tuvo a su servicio
y cuyas labores son objeto de investigación.
El
actual mandatario, por su parte, ha cometido equivocaciones que también causan
preocupación. La contratación de un cuestionado asesor se sumó a una cadena de
errores de comunicación, incluyendo su reciente tendencia a rebajarse al nivel
de sus más enconados contradictores, en desmedro de la dignidad que representa.
Por
su parte, Marta Lucía Ramírez, Enrique Peñalosa y Clara López integran el grupo
de candidatos que han llevado las cosas con más altura. Ellos pudieron, con
contadas excepciones, exponer sus diferencias de manera civilizada, al hacer
propuestas constructivas salidas de la ideología que cada uno defiende.
Sin
embargo, y reconociendo sus valiosos aportes, es claro que ninguno cuenta con
la fortaleza política que se requiere para conducir los destinos de la nación.
Ramírez viene de un partido dividido como el Conservador, cuyos dirigentes no
son el emblema de la renovación o las buenas costumbres. Peñalosa forma parte
de una colectividad en la cual se ha querido amalgamar el agua con el aceite,
al tratar de juntar a ‘verdes’ con progresistas. López, a su vez, carga con el
estigma de haber tenido entre las filas del Polo Democrático a Samuel Moreno,
principal responsable de la postración de Bogotá.
Ante
tales realidades, EL TIEMPO ha tomado la decisión de respaldar el nombre de
Juan Manuel Santos en su aspiración de ser reelegido Presidente de la
República. Dicho apoyo, es bueno dejarlo en claro, no constituye un cheque en
blanco, en el sentido de limitar la independencia crítica de este diario. Más
bien debe entenderse como una admonición para hacer bien la tarea, sobre todo
en una administración que necesita enmendar más de una plana si desea conservar
un buen margen de gobernabilidad en los próximos cuatro años.
Aparte
de sus logros en materia de crecimiento, empleo y disminución de la pobreza, y
de los planes para hacer de Colombia un país más próspero y moderno, a Santos
hay que reconocerle su valor al jugársela por la causa de la paz. Es cierto que
las conversaciones con las Farc en La Habana no han caminado al ritmo que todos
quisiéramos. Pero echar por la borda lo avanzado sería un error histórico, que solo
se traducirá en más muertes e injusticias. Así las cosas, la continuidad es lo
que más le conviene al país, no sin antes insistirle al actual inquilino de la
Casa de Nariño en que esta renovación que hacemos de la confianza en sus
capacidades viene acompañada de exigencias para que no desaproveche la
oportunidad de hacerlo todo mejor.
EDITORIAL
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