La realidad de Venezuela es que el poder es ejercido de manera arbitraria y hegemónica por una alianza entre la izquierda radical y sectores militares, y que es tutelada por el despotismo cubano.
El cambio necesario en Venezuela/María Corina Machado,
María Corina Machado es líder opositora y Coordinadora Nacional de Vente Venezuela.
El Mundo, Jueves, 01/Sep/2016
La inocultable gravedad de la situación venezolana acelera la urgencia de
una transición política, que posibilite resolver la crisis humanitaria,
restaurar el Estado de Derecho y reconstruir la economía, el tejido social y
las normas fundamentales de convivencia democrática. La pregunta es entonces:
¿qué transición es posible en las condiciones imperantes y en función de los
objetivos planteados?
Con frecuencia se acude a ciertos casos históricos, como por ejemplo las
transiciones a la democracia en España y Chile, para ilustrar los desafíos
presentes. Sin embargo, estas analogías deben ser evaluadas con objetividad y
una ponderada perspectiva. Por encima de todo, es de fundamental importancia
recordar que las transiciones hacia la democracia en España y Chile tuvieron
lugar luego de extensos periodos de estabilización política y recuperación
económica. De igual manera, debemos recordar que los pasos iniciales de tales
transiciones se dieron luego de eventos que marcaron claramente el fin de una
etapa. En España dicho evento fue la muerte de Francisco Franco; en Chile, el
referendo que decidió la salida del mando de Augusto Pinochet.
Cuando los mencionados acontecimientos
tuvieron lugar y se abrió un horizonte diferente, las sociedades, partidos
políticos y demás instituciones, españolas y chilenas, venían de un difícil y
complejo proceso de maduración democrática, que posibilitó los acuerdos de
convivencia de sus respectivas transiciones. La actual situación venezolana es
muy distinta y debemos apreciarla en su justa dimensión, para no caer en
ingenuas ilusiones y, por consiguiente, dar costosos pasos en falso.
La realidad de Venezuela es que el poder es ejercido de manera arbitraria
y hegemónica por una alianza entre la izquierda radical y sectores militares, y
que es tutelada por el despotismo cubano. Esta verdad debe ser expuesta de
manera descarnada, pues los hechos demuestran, inequívocamente, que tal alianza
no sólo no tiene intención alguna de ceder el poder por vías democráticas, ni
de reconocer a la oposición como un adversario legítimo, que algún día puede
ejercer el poder; sino que además se trata de una alianza con patentes y
comprobados rasgos mafiosos, vinculada con el crimen organizado, el tráfico de
drogas y la subversión internacional.
Ha costado mucho a la oposición democrática interna, y aún más a
Washington, la comunidad interamericana en general, Madrid y el Vaticano, entre
otros actores foráneos, admitir la cruda verdad de que en Venezuela la alianza
gobernante no se encuentra dispuesta a aceptar la pérdida del poder. Todas las
iniciativas diplomáticas desarrolladas desde fuera y los esfuerzos internos de
la oposición se han estrellado y continúan estrellándose contra el fanatismo
ideológico de la izquierda radical pro-castrista, del sector militar que se
beneficia de sus actuales privilegios, y del muro de miedo que embarga a esta
alianza ante la mera posibilidad de rendir cuentas de sus tropelías y crímenes
cometidos en el ejercicio del poder.
Cabe enfatizarlo: así como a la oposición democrática venezolana le ha
sido en extremo complicado entender la naturaleza hegemónica e intratable del
régimen; del mismo modo la comunidad internacional pareciera todavía empeñarse
en rehuir las obvias verdades que la conducta de la alianza radical-militarista
que gobierna Venezuela coloca más allá de toda duda razonable. Esta actitud de
autoengaño, no obstante, ya agota el espacio para respirar y se asfixia ante el
peso de la evidencia.
Si la movilización ciudadana que impulsamos cada día, la creciente
presión de la insoportable dinámica interna y la ejercida por los actores
internacionales involucrados en la crisis venezolana, llevase a la realización
del referendo revocatorio este año -cuyos requisitos de activación han sido cumplidos
hasta en exceso-, ello de por sí no significaría el fin del régimen. La
transición venezolana necesariamente implica el desmantelamiento de todos los
factores de poder chavista, tanto formales como informales (por ejemplo, las
bandas armadas organizadas y financiadas por el Gobierno, denominadas
‘colectivos’), la pronta realización de elecciones presidenciales y regionales
y la reinstitucionalización de las Fuerzas Armadas.
Si, como reiteradamente ha sido anunciado, el régimen impide la
realización de un revocatorio en 2016 y se empecina en aferrarse a toda costa
al poder, sólo la desobediencia cívica generalizada y no violenta quedará como
opción a los venezolanos, para liberarnos de la opresión que agobia y destruye
nuestro país.
La transición venezolana deberá afirmarse en un amplio Gobierno de unidad
nacional, dispuesta a incorporar aquellos sectores e individualidades del
chavismo que no solamente rompan de manera clara y definitiva con el régimen
imperante, comprometiéndose a aceptar las reglas de la democracia ahora y
siempre, sino que igualmente respalden el necesario proceso de desmantelamiento
del sistema mafioso político-militar que usurpa el poder, la restitución de la
legalidad y la Justicia, la primacía del elemento civil en la conducción del
Estado y el cese de las relaciones de dependencia y subordinación política e
ideológica respecto del despotismo castrista.
A los sectores e individualidades radicalizados del chavismo, y a los
militares que se han manchado las manos practicando la represión y el crimen,
les tocará no sólo someterse a la justicia por los abusos y desafueros
cometidos, sino de igual forma atravesar por un camino de maduración
democrática y cambio real de conducta, como ocurrió con vencidos y vencedores
de la República y Guerra Civil españolas y del franquismo, así como con
factores esenciales de la izquierda y la derecha chilenas.
Una cosa es cierta: la conducta de la sociedad y de la dirigencia de la
oposición venezolana ha sido ejemplar en su talante y propósitos
constitucionales. Sólo el dogmatismo y voluntad hegemónica del régimen han
impedido que Venezuela encuentre un rumbo distinto del que la ha llevado a la
más grave crisis de su historia moderna. Pero si algo hemos aprendido en 18
años de lucha democrática es que sólo lograremos una transición exitosa
desechando la mentira y el autoengaño, y asumiendo, aunque cruda y dolorosa, la
verdad.
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