Publicado en El País Semanal, 28 ABR 2013;
Una
de las fuentes de sufrimiento más comunes en el ser humano es el deseo de que
las cosas sean distintas a como realmente son. Cuando un país pasa por una
grave crisis, la población mira atrás y desea que todo fuera como antes, un
antes que en su momento no se valoraba porque parecía aburrido o bien había
otras aspiraciones.
Lo
mismo sucede con las relaciones interpersonales. Quien tiene por pareja a
alguien silencioso desearía un carácter dicharachero, y este último pondrá de
los nervios a quien convive con él un día tras otro. ¿Por qué anhelamos siempre
lo que no tenemos?
Hay
vida antes de la muerte; disfrútala” Eduard Punset
Nuestra
forma de vida está tan basada en el cambio y el progreso, que a menudo
valoramos negativamente la estabilidad sin saber cuál sería la alternativa.
La
insatisfacción es lo que permite el progreso de la ciencia, las artes y todo lo
que tiene que ver con la sociedad, pero cuando se vuelve crónica en nuestro día
a día deja de ser un estímulo para teñir de negatividad nuestra vida.
Para
ver el otro lado
La
hija de Jane Birkin ha grabado un álbum notable que gira en torno a la
identidad, las dudas y la dificultad para encajar en el mundo. Destacan ‘Devil
or angel’ y la irónica y conmovedora balada ‘Real smart’.
Hay
personas que, instalados en la queja y la amargura, molestan a los demás –y a
sí mismos– de forma totalmente estéril porque de nada sirve señalar lo que no
funciona sin ofrecer soluciones.
Madame
Bovary dio nombre a lo que el filósofo Jules de Gaultier denominaría
“bovarismo”. Se trata de un estado de insatisfacción permanente a causa del
desnivel entre las propias ilusiones y la realidad. Sin abogar tampoco por el
conformismo, si nuestras aspiraciones se hallan siempre a gran distancia de lo
que tenemos, jamás alcanzaremos la serenidad. Como el burro que persigue la
zanahoria, podemos pasar la vida entera esperando “algo mejor” para descubrir
al final que ya lo teníamos y no habíamos sabido verlo.
Los
manuales de psicología han puesto de moda el verbo procrastinar, que significa
postergar aquello que deberíamos hacer hoy. Un aplazamiento que también se
produce en un nivel existencial. Muchas personas postergan la felicidad hasta
que cambie la situación que están viviendo. Se convencen de que cuando encuentren
un trabajo mejor o la pareja ideal, por poner dos ejemplos, se darán permiso
para disfrutar de la vida. Sin embargo, este planteamiento tiene un fallo de
origen y es que nada resulta como esperábamos una vez que lo conseguimos.
Lo
que ocurre es que muchas personas cuando llega el momento tan largamente
esperado o deseado sufren una desilusión; entonces fijamos nuevos objetivos
esperando que una vez alcanzados llegue, esta vez sí, el premio definitivo. Sin
embargo, esto no acostumbra a suceder, ya que más que insatisfacciones existen
las personas insatisfechas.
Del
mismo modo que nos resulta difícil aceptar las cosas como son, también nos
cuesta aceptar a los demás, ya que su forma de pensar y reaccionar nunca
coincidirá con nuestras expectativas.
Al
hacer un favor a un vecino, nos duele si no obtenemos el mismo trato por su
parte cuando lo necesitamos. En el ámbito laboral, a menudo consideramos que
los compañeros no cumplen con sus tareas, y el jefe o la jefa es un ser inútil
que está dinamitando la empresa.
A
veces debes conocer al otro realmente bien para darte cuenta de que sois dos
extraños” (Mary Tyler Moore)
En
esta clase de pensamientos está el punto de partida de la mayoría de conflictos
interpersonales. Al esperar que los demás se comporten de determinada forma les
estamos negando el derecho a su identidad. Además, al enfadarnos por estas
diferencias obviamos algo muy importante: ser o actuar de modo distinto a
nosotros no tiene por qué ser negativo.
Afortunadamente,
cada persona tiene una combinación única de defectos y virtudes. Podemos
aceptar su singularidad y sacar partido de las cosas buenas que nos ofrece o
bien enrocarnos y señalar al otro como enemigo.
“A
veces debes conocer al otro realmente bien para darte cuenta de que sois dos extraños”
(Mary Tyler Moore)
En
2002, Byron Katie publicó un libro orientado a acabar con la insatisfacción
personal: Amar lo que es. Basado en aceptar y reconocer el valor de lo que
configura nuestro entorno, no se trata de resignarse a lo que hay, sino de amar
nuestras circunstancias para mejorar desde ese punto de partida.
Esta
autora norteamericana sostiene que “la realidad es siempre más amable que las
historias que contamos sobre ella” y que cualquier enfado que tengamos con los
demás es, en el fondo, algo de nosotros mismos que nos molesta. Por eso mismo
desearíamos cambiarlos, porque resulta más fácil exigir la transformación del
otro que la de uno mismo.
Convencida
de que “lo que provoca nuestro sufrimiento no es el problema, sino lo que
pensamos sobre el mismo”, en su best seller propone que la persona insatisfecha
se entregue al “trabajo”, que empieza con estas dos fases:
1.
Plasmar en el papel lo que no nos gusta. Tomar una situación o una persona que
nos desagrada y especificamos quién o qué provoca nuestra tristeza, qué es lo
que no nos gusta y cómo debería ser para que estuviéramos satisfechos.
2.
Indagar en el problema a través de estas cuatro preguntas:
a)
¿Es eso verdad?
b)
¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad?
c)
¿Cómo reaccionas al tener este pensamiento?
d)
¿Quién serías sin él?
Byron
Katie sostiene que ante un pensamiento negativo solo tenemos dos opciones: o
nos apegamos a él o indagamos para comprenderlo. Esa última actitud y una
relación constructiva con nuestro entorno nos llevarán a un plano superior.
Señor,
concédeme serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar, valor para cambiar lo
que sí puedo y sabiduría para reconocer la diferencia” (Reinhold
Niebuhr)
Una
anécdota que se menciona en los talleres de superación personal tiene como
protagonista a un violinista que en pleno concierto en Nueva York vio cómo se
rompía una de las cuatro cuerdas de su violín. En lugar de detenerse, decidió
adaptar la melodía a las otras tres cuerdas, algo realmente difícil con este
instrumento. Cuando le preguntaron por qué había elegido esa opción, respondió:
“Hay momentos en los que la tarea del artista es saber cuánto puede llegar a
hacer con lo que le queda”.
Sin
duda, la realidad nos pone a prueba y a menudo estamos expuestos a
circunstancias indeseadas. La cuerda rota del violinista tiene su equivalente,
en la vida cotidiana, en situaciones con mucho menos público, pero más
dolorosas. En lugar de lamentar nuestra suerte, podemos preguntarnos qué es lo
que nos queda y qué podemos hacer para restablecer el equilibrio en nuestra
vida. Para que vuelva a sonar la música, no obstante, es necesario aceptar las
cosas como nos ha tocado vivirlas, ya que son un reto y un aprendizaje. Al
mismo tiempo, en lugar de buscar culpables, debemos aceptar a los demás y no
fijarnos en su cuerda rota, sino en las otras tres que siguen sonando.
UN LIBRO
– ‘Amar lo que es’, de Byron Katie (Urano).
Tras haber pensado en el suicidio, este libro traslada a ejemplos cotidianos el proceso de interrogación de la autora a través de un método denominado “el trabajo” para amar cada cosa y cada persona por lo que es y tal como es.
UNA PELÍCULA
– ‘El lado bueno de las cosas’, de David O. Russell.
Este filme trata de las segundas oportunidades. Su protagonista, tras pasar ocho meses encerrado por agredir al amante de su esposa, decide afrontar su vida y sus relaciones con una actitud positiva.
UN DISCO
– ‘Places’, de Lou Doillon (Barclay).
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