Cuando
la familia ahoga
La
familia está para lo bueno y lo malo, puede ser paraíso o infierno
Cuando
se instala en el conflicto y el chantaje emocional llega a ahogar la capacidad
de crecer
OPINIÓN DE XAVIER
GUIX Publicado en El País Semanal, 21 ABR 2013:
Somos,
en parte, el resultado de un sinfín de cruces parentales que depositaron en
nosotros su legado, no solo patrimonial. La mayoría de las personas que sufren
algún tipo de dolor anímico encuentran las causas del mismo remontándose a los
años de convivencia familiar o, como ahora sabemos, a códigos inscritos en su
árbol genealógico.
Culturalmente
hemos elevado a la familia al paradigma del bienestar afectivo, la base del
sustento de un país e incluso como un sacrosanto mandamiento divino. ¿Quién es
el guapo que se atreve a poner en duda su valor? Y ahí aparece la paradoja:
¿cómo desentrañar sus perversiones cuando es el valor absoluto de una sociedad
y la base afectiva de una persona? ¿Cómo formalizar la salida de una familia
que puede estar maltratándonos, neurotizándonos o ahogándonos, si el vínculo de
sangre es para toda la vida? No podemos ponernos en contra de la familia, pero
¿significa eso justificarla en todo?
El
amor no es solo un
sentimiento, también es
un arte” (Honoré
de Balzac)
Nada
más llegar a este mundo tenemos la tarea de encontrar la proximidad a un adulto
con capacidad de cuidar y proteger. De ahí nace el apego. En el caso de no
existir una respuesta satisfactoria, tendemos a desarrollar una estrategia
secundaria: o bien se hiperactivará el apego (demanda de atención o lo que
popularmente llamamos estar pegados a las faldas de la madre) o bien se
desactivará (inhibición emocional). Nace así un estilo afectivo, una manera de
amar y ser amados. Simplificándolo mucho, tenderemos a ser promotores de amor
o, por lo contrario, mendigos afectivos que nos dejaremos querer, o huiremos
asustados por miedo a perdernos en el otro.
La
seguridad del vínculo tiene otra función mayor: permite explorar el entorno. Lo
vemos a diario, cuando esos pequeñines alardean de sus primeros pinitos. El
grado de confianza o desconfianza que tengamos ante la vida y los demás y
nuestra autoestima tendrá mucho que ver con la fuerza de ese vínculo y sus dos
condiciones: que sea estable y perdurable, basado en el afecto y el amor. Eso
sí, nadie entiende lo mismo por afecto y por amor.
Ahora
imaginemos a unos padres que, por miedo y exceso de control, mantengan a esa
personita metida en una burbuja de protección. En lugar de reforzar su sistema
de confianza, están depositando cantidades ingentes de miedos y fobias futuras.
Del mismo modo, unos padres descuidados someterán a sus hijos a peligros
innecesarios y situaciones estresantes que pueden acabar en traumas. O aquellos
otros que, con la mejor de las intenciones, han colmado a sus hijos de todo lo
que han querido, cuando lo han querido. Muchos se lamentan después de haber criado
pequeños tiranos narcisistas. ¡Qué difícil saber lo que es más adecuado!
Mary
Ainsworth, investigadora del apego a partir de la teoría incubada por John
Bowlby, dio con la clave: la respuesta sensible. Consiste en la capacidad de
los padres o cuidadores para comprender e interpretar adecuadamente las señales
de demanda del bebé. Esa sensibilidad no es poca cosa, se convierte en un
organizador psíquico en el desarrollo de la criatura, es decir, su arquitectura
emocional (creencias y expectativas acerca de sí misma y de los demás). La
respuesta sensible obedece a los modelos operativos de los padres, que dependen
a su vez de la calidad de su propia historia afectiva. Muchos acaban haciendo a
sus hijos lo mismo que les hicieron, anclando así valores morales que ya se
expresan en los tres primeros años de vida.
Existe
un gran acuerdo en resaltar la importancia de nuestros primeros años de vida:
se construyen las paredes maestras de nuestra estructura psíquica. Nos
condicionarán, sin duda, pero no nos determinarán. Como le gusta contar a
Punset, llegamos al mundo con una colección determinada de interruptores y
luego la vida se encarga de activar algunos y dejar en el olvido otros.
"Son
tus decisiones y no
el azar las que determinan el destino” (Jean
Nidetch)
En
una familia puede existir esa respuesta sensible o puede que también esté
condicionada por múltiples factores: la existencia de otros hermanos, el lugar
que se ocupa entre ellos, o ser hijo único, o el encaje entre el trabajo y la
familia, las modas, las relaciones en la escuela, una crisis económica que
priorice la supervivencia. No se trata de culpar a nadie, sino de entender la
construcción sensible de cada relación.
La
arquitectura emocional, desarrollada en la etapa del apego, tendrá otras pruebas:
la búsqueda de la propia identidad, el sentido de autoeficacia y el desarrollo
de habilidades y talentos innatos. Por ahí nacen múltiples desencuentros,
proyecciones de los propios padres y chantajes que ahogan el crecimiento
personal. En lugar de apoyar, de ser una red de seguridad afectiva, la familia
se convierte entonces en una pesadilla, en la siempre frustrante y airada
combinación entre el amor y el odio, entre el rechazo y la sed de pertenencia,
entre el abandono y la necesidad afectiva. Quizá por eso, Simone de Beauvoir
exclamó que la familia es un nido de perversiones.
“No
es la carne y la sangre, sino el corazón,
lo que nos hace
padres e hijos” (Friedrich
Schiller)
Según
sean las dinámicas relacionales de sus miembros, la familia podrá crecer o
destruirse. Podrá tener paz y equilibrio, guerra, resentimiento, dejadez,
alegría, dulzura. Podrá ser paraíso o infierno. Puede existir una vinculación
amorosa, o puede que se limite a gestionar intereses. Entre esos extremos
andamos todos, proclamando una creencia que ya se ha convertido en universal:
la familia es la familia. En su seno ocurre de todo, aunque no por ello deba
justificarse todo.
Ahora
que mucha gente vuelve a casa, es una buena ocasión para recomponer vínculos
rotos, heridos o abandonados si los hay. Si solo sirve para pagar deudas, dar
comida y un espacio donde dormir, olvidamos que su función es, sobre todo,
crear vínculos afectivos y no ahogarlos. La familia es nuestra primera
comunidad de acogida, y nadie obliga a quererla si no ha habido amor. Luego
vendrá la familia escogida. Es ahí donde se empieza a forjar la respuesta
sensible.
LIBROS
– ‘Ámame para que me pueda ir’, de Jaume Soler y Mercè Conangla. RBA.
– ‘Apego y sexualidad’, de Javier Gómez Zapiain. Alianza Editorial.
– ‘Lo que nos pasa por dentro’, Eduard Punset. Ediciones Destino.
PELÍCULAS
– ‘La tormenta de hielo’, de Ang Lee. Fox Searchlight Pictures, 1997.
– ‘Gente corriente’, de Robert Redford. Paramount Pictures, 1980.
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