La mañana de este domingo el papa Francisco presidió la Misa por la canonización de los 813
mártires de Otranto, de la Madre Laura Montoya, la primera santa de Colombia, y
la Madre María Guadalupe García Zavala, Madre Lupita, de México.
En
su homilía, frente a la multitud de fieles congregados en la Plaza de San
Pedro, el Santo Padre señaló que hoy “nos reunimos con alegría para celebrar
una fiesta de la santidad. Damos gracias a Dios que ha hecho resplandecer su
gloria, la gloria del Amor, en los Mártires de Otranto, la Madre Laura Montoya
y la Madre María Guadalupe García Zavala”.
“Saludo
a todos los que han venido a esta fiesta – de Italia, de Colombia, de México y
de otros países – y les doy las gracias”.
Francisco pidió que “miremos a los nuevos santos a la luz de la palabra de Dios que
hemos proclamado. Una palabra que nos invita a la fidelidad a Cristo, incluso
hasta el martirio; nos ha llamado a la urgencia y la hermosura de llevar a
Cristo y su Evangelio a todos; y nos ha hablado del testimonio de la caridad,
sin el cual, incluso el martirio y la misión, pierden su sabor cristiano”.
Indicó que “hoy la Iglesia propone a nuestra veneración una multitud de
mártires, que juntos fueron llamados al supremo testimonio del Evangelio, en
1480”.
“Casi
800 personas, supervivientes del asedio y de la invasión de Otranto, fueron
decapitadas en las afueras de la ciudad. No quisieron renegar de la propia fe y
murieron confesando a Cristo resucitado. ¿Dónde encontraron la fuerza para
permanecer fieles? Precisamente en la fe, que nos hace ver más allá de los
límites de nuestra mirada humana, más allá de la vida terrena, hace que
contemplemos ‘los cielos abiertos’ – como dice san Esteban – y a Cristo vivo a
la derecha del Padre”.
El papa exhortó a que “conservemos la fe que hemos recibido y que es nuestro
verdadero tesoro, renovemos nuestra fidelidad al Señor, incluso en medio de los
obstáculos y las incomprensiones”.
Al
referirse a la primera santa colombiana, el papa señaló que “Santa Laura
Montoya fue instrumento de evangelización primero como maestra y después como
madre espiritual de los indígenas, a los que infundió esperanza, acogiéndolos
con ese amor aprendido de Dios, y llevándolos a Él con una eficaz pedagogía que
respetaba su cultura y no se contraponía a ella”.
Francisco
subrayó que “esta primera santa nacida en la hermosa tierra colombiana nos
enseña a ser generosos con Dios, a no vivir la fe solitariamente - como si
fuera posible vivir la fe aisladamente -, sino a comunicarla, a irradiar la
alegría del Evangelio con la palabra y el testimonio de vida allá donde nos
encontremos”.
“La
fidelidad hasta la muerte de los mártires, la proclamación del Evangelio a
todos se enraízan, tienen su raíz, en el amor de Dios, que ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo, y en el testimonio que hemos de dar
de este amor en nuestra vida. Santa Guadalupe García Zavala lo sabía bien”.
La
santa mexicana, señaló el Papa, “renunciando a una vida cómoda – cuánto daño
hace una vida cómoda, el bienestar, el aburguesamiento del corazón nos paraliza
– y ella renunciando a una vida cómoda para seguir la llamada de Jesús,
enseñaba a amar la pobreza, para poder amar más a los pobres y los enfermos”.
“Madre
Lupita se arrodillaba en el suelo del hospital ante los enfermos, ante los
abandonados para servirles con ternura y compasión. Y esto se llama tocarla
carne de Cristo”.
Francisco señaló que “los pobres, los abandonados, los enfermos, los marginados
son la carne de Cristo. Y Madre Lupita tocaba la carne de Cristo y nos enseñaba
esta conducta de no avergonzarnos, no tener miedo, no tener repugnancia de
tocar la carne de Cristo. Madre Lupita había entendido que significa esto de
‘tocar la carne de Cristo’”.
El papa señaló que “esta nueva santa mexicana nos invita a amar como Jesús nos ha
amado, y esto conlleva no encerrarse en uno mismo, en los propios problemas, en
las propias ideas, en los propios intereses, en ese pequeño mundito que nos
hace tanto daño, sino salir e ir al encuentro de quien tiene necesidad de
atención, compresión y ayuda, para llevarle la cálida cercanía del amor de
Dios, a través de gestos concretos de delicadeza, de afecto sincero y de amor”.
“La
fidelidad a Jesucristo y a su Evangelio, para anunciarlo con la palabra y con
la vida, dando testimonio del amor de Dios con nuestro amor, con nuestra
caridad hacia todos: son ejemplos luminosos de enseñanzas que nos ofrecen los
santos que hemos proclamado hoy, pero que también cuestionan nuestra vida de
cristianos: ¿Cómo es mi fidelidad al Señor?”.
El
Papa exhortó a los fieles a llevar “con nosotros esta pregunta, para pensarla
durante la jornada: ¿Cómo soy fiel a Cristo? ¿Soy capaz de ‘hacer ver’ mi fe
con respeto, pero también con valentía? ¿Estoy atento a los otros? ¿Percibo
quién padece necesidad? ¿Veo a los demás como hermanos y hermanas que debo
amar?”.
“Pidamos,
por intercesión de la Bienaventurada Virgen María y de los nuevos santos, que
el Señor colme nuestra vida con la alegría de su amor. Así sea”, concluyó.
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