El
acoso brutal/GLORIA LETICIA DÍAZ
Revista
Proceso
# 1913, 30 de junio de 2013
La
abogada del general José de Jesús Gutiérrez Rebollo, Lilia Esther Priego, fue
secuestrada por presuntos militares el miércoles 19, horas antes de una
entrevista pactada con este semanario. Estuvo en cautiverio siete días durante
los cuales fue ultrajada por sus captores, quienes le insistían en que se
callara, que dejara de defender al militar con el que estuvo casada y procreó
tres hijos. “Sentí la muerte”, dice a Proceso. Dolida aun por los agravios, no
ceja en su empeño por lograr que el general purgue el resto de su condena en su
casa, pero todo indica que su lucha molesta a los altos círculos militares.
Con
los ojos cubiertos y las manos atadas al frente, Lilia Esther Priego fue
obligada a permanecer hincada con la frente apoyada en una silla. En esa
posición escuchó los sonidos de una cámara fotográfica.
Abogada
del general José de Jesús Gutiérrez Rebollo, de quien fue esposa, Lilia Esther
se supo vulnerable. En sus 52 años –14 de ellos huyendo– fue la primera vez
que, dice, sintió la muerte cerca. Huyó de México en marzo de 1997, tras ser
involucrada en el Maxiproceso bajo los mismos cargos imputados a Gutiérrez
Rebollo: Brindar protección al narcotraficante Amado Carrillo Fuentes.
Las
acusaciones provenían del tribunal civil y de instancias castrenses, aunque
ella no era militar. En 2011 regresó al país después de que en octubre de 2008
un juzgado de Distrito la exculpó de toda responsabilidad por falta de
elementos.
El
pasado miércoles 19 de junio fue privada de su libertad en un cajero automático
de Banamex en Insurgentes y la calle Margarita, a una cuadra del Eje 5 Sur, en
la colonia Del Valle. La abogada había concertado una entrevista con Proceso para
ese día. El encuentro tuvo que posponerse una semana. Según el general
Gutiérrez Rebollo, cuenta ella misma,
detrás de ese arresto está la mano del Ejército.
La
abogada, de 1.80 de estatura, fue abordada por dos hombres más altos que ella.
Uno tenía el corte de cabello tipo militar, aunque iba vestido de civil; el
otro llevaba un pantalón de mezclilla y una sudadera en la que al parecer
ocultaba un arma de fuego.
Sus
captores cubrieron los ojos de la abogada con una franela, le taparon la cara
con una capucha, ataron sus manos con una cinta plástica corrediza, similar a
las que utiliza el Ejército en los aseguramientos, y la subieron a un automóvil
Camaro. Dentro del vehículo fue golpeada en brazos y espalda. Siete días
después, durante la entrevista, su cuerpo aún muestra las huellas del maltrato.
“Todo
el tiempo me dijeron: ‘Te crees muy chingona, ¿verdad?; te crees muy verga. Ya
deja de andar de pinche chismosa. Aquí ya valiste madre, ahora sí te chingaste.
Dile a ese cabrón pelón que te diga la verdad, por qué pasaron las cosas. Estás
caminando por arenas movedizas y no te das cuenta’.
“Ellos
sabían de mi vida. Me decían: ‘¿A qué regresaste? Ese hijo de la chingada mejor
que se muera’. Me pidieron incluso no decir nada ‘al patrón’”. Lilia Esther sospecha
que se referían al titular de la Secretaría de la Defensa Nacional, el general
Salvador Cienfuegos Zepeda.
Admite
que ha buscado a Cienfuegos Zepeda, como lo hizo en su momento con su
antecesor, Guillermo Galván Galván, para pedir atención médica adecuada para el
general Gutiérrez Rebollo. Mientras era vejada en el auto se preguntaba qué
buscaban esos hombres de ella: “Han destrozado la vida del general, se está
muriendo, mi familia está desintegrada; no tengo dinero, la PGR tiene mis
bienes asegurados a pesar de que un juzgado federal dice que soy inocente. ¿Qué
quieren de mí? Yo no sé nada”.
Después
de varias horas de pasearla en el Camaro, sus captores la entregaron a otros
hombres, quienes la llevaron a un espacio cerrado, al parecer una bodega con
techo de lámina. Se dio cuenta de ello porque esa noche llovió: “Por debajo del
vendaje pude ver a uno de ellos cuando se calzaba zapatos negros de charol,
como los que usan los militares de rango”.
Esos
hombres la vejaron aún más: la obligaron a permanecer de rodillas al menos 48
horas y le tomaron fotografías; también le golpearon los oídos y otras partes
del cuerpo con una manopla cubierta con tela y le impidieron ir al baño. “A lo
lejos –relata–, sólo escuchaba los ladridos de los perros, y en la mañana al
canto de gallos y guajolotes. Nunca escuché la llegada del auto en el que me
sacaron de ahí”.
El
viernes 21 le quitaron la cinta corrediza de las manos y las ataron con cinta
industrial. Sus ojos continuaron cubiertos, incluso cuando la subieron al
vehículo y, tras pasearla, la dejaron sentada en una banqueta. Supo que estaba
en Puebla.
Entre
sollozos narra a la reportera que abordó un taxi a la terminal de autobuses y
se vino al Distrito Federal, al tiempo que muestra el boleto de autobús que abordó
a las 17:07 horas.
El
acoso
“Después
de estar 14 años fuera de México y a cinco de que fui exonerada por un juez
creí que lo que me unía de manera personal con Gutiérrez ya estaba muerto y
enterrado, pues ahora soy sólo su abogada… Y mira lo que me pasa cuando me voy
a entrevistar con ustedes”, dice Lilia Esther a la reportera.
Cojea,
se le dificulta mantener la espalda erguida. Su cuerpo y su mente sufren las
huellas de la tortura. Y aun cuando trata de contenerse, alguna palabra o
detalle detona el llanto.
“No
tengo los pelos de la burra pero sé que esto viene del Ejército. Ya estaba
planeado desde hace tiempo, pero lo aceleraron cuando se enteraron de que iba
tener una entrevista con Proceso. Manifestaron su molestia luego de que
acompañé a mi hijo a dar una entrevista a Carmen Aristegui, el 29 de mayo de
2012. Después de eso comenzaron las llamadas amenazantes; mi hijo recibió
incluso una corona de muerto”, comenta.
Lilia
Esther, por su parte, sostuvo la versión de que el encarcelamiento del general
Gutiérrez Rebollo fue producto de una venganza del entonces secretario de la
Defensa, general Enrique Cervantes Aguirre, en represalia por investigar los
vínculos de los hermanos Amezcua Contreras con la familia del presidente
Ernesto Zedillo, argumentos similares a los que el propio Gutiérrez Rebollo
expuso en entrevista a Julio Scherer García en su libro Máxima seguridad.
Almoloya y Puente Grande.
De
un encuentro informal de Lilia Esther con el fundador de la revista Proceso,
el pasado jueves 13 surgió la propuesta de hacer una entrevista, lo que ella
aceptó. Esa tarde recibió la primera advertencia. Mientras se dirigía a un
restaurante al encuentro de su hijo César, tropezó con un hombre que la
insultó.
“Me
empezó a gritonear, a decirme que me callara el hocico. Quise contestarle pero
se fue. Pensé que era un borracho impertinente que me había confundido”,
cuenta.
El
lunes 17, agrega, don Julio la buscó telefónicamente para comentarle que la
entrevista había sido asignada por el jefe de información a esta reportera. Ese
mismo día, al salir del Campo Militar Número Uno luego de una diligencia, su
hijo, el abogado César Gutiérrez Priego, recibió un mensaje amenazador: “Se le
cerró un carro blanco y uno de los hombres que iban a bordo le grito: ‘Dile a
tu pinche madre que deje de estar chingando, que no dé entrevistas a esa pinche
revista’.
“Yo
hablé con Scherer el martes 18 para contarle el suceso. Él dijo estar
convencido de que nuestros teléfonos estaban intervenidos. Me preguntó si
quería continuar con la entrevista. Le dije que sí.”
El
miércoles 19 la reportera acudió a la cita fijada a las cinco de la tarde en la
oficina de la abogada. Gutiérrez Priego dijo que su madre no le contestaba las
llamadas desde la mañana. También le comentó que el vigilante del edificio
donde vive no la había visto desde que salió a hacer ejercicio.
Los
nuevos litigios
El
lunes 24 Lilia Esther se puso en contacto con la reportera para la entrevista,
que se realizó el miércoles 26. Al término del encuentro regresó a su despacho
y recibió una llamada para advertirle que le seguían los pasos.
El
jueves 27 Lilia Esther acudió al Hospital Central Militar, donde está confinado
el general Gutiérrez Rebollo desde abril de 2011. Le contó lo que le había
ocurrido. “Quería que me explicara qué me había ocultado, saber quién estaba
detrás de todo, y que él me respondiera por qué me habían dejado en Puebla”.
Por
el modus operandi, por los mensajes transmitidos mientras la torturaron y por
la impunidad con la cual se movieron entre el Distrito Federal y Puebla, los
únicos interesados en lastimarlos a ambos “seguramente provenían del medio
militar”, le dijo el general.
Según
el razonamiento del militar condenado a 40 años de prisión por delincuencia
organizada y delitos contra la salud –apunta Lilia Esther–, en las cloacas del
Ejército hay personal en activo que “tiene miedo de que Gutiérrez Rebollo
hable, si llegamos a ganar el recurso legal para que, debido a su edad, purgue
el resto de su sentencia en casa. Quieren amedrentarme para que lo abandone a
su suerte y restarle el apoyo, pues sólo mis tres hijos y yo somos quienes lo
visitamos”.
En
su conversación con el general Gutiérrez Rebollo, dice, éste no le dio mayor
información. Por lo que ella infiere que su secuestro “es un mensaje al
general: si habla, van a tomar venganza en el punto más vulnerable”.
Y
sobre la razón de que la hayan dejado en Puebla, el exzar antidrogas le dijo a
Lilia Esther: “Lo único que sé de Puebla es que ahí nació Cervantes Aguirre,
aunque no vive ahí. Yo no tengo enemigos en ese estado ni detuve a algún
narcotraficante poblano”.
Lilia
Esther y su hijo César mantienen una batalla legal para que el general
Gutiérrez Rebollo cumpla su sentencia en su domicilio, luego de que en abril de
2011 lograron trasladarlo del Cefereso del Rincón, en Nayarit, al Hospital
Central Militar, gracias a la intervención del general Mario Arturo Acosta
Chaparro “y un periodista muy famoso que me prohibió que lo mencionara”, dice
la abogada.
Ella
huyó del país en 1997 a causa del Maxiproceso, expediente en el que, asegura,
aparece la firma de Marisela Morales, quien fungía entonces como Ministerio
Público: “Salí de México en la cajuela de un carro y anduve como judío errante,
apoyada por organizaciones cristianas que me conocían y sabían que era
inocente. Estuve en República Dominicana, Haití, España y Estados Unidos. Hice
de todo, menos prostituirme, hasta que alguien me dijo que podía revalidar mis
estudios. Me titulé como abogada desde los noventa, hice una maestría en
educación y era maestra en el Distrito Escolar de Houston; debo confesar que
tomé otras identidades”.
En
2008 ganó un amparo que la exculpó de responsabilidades en el Maxiproceso.
Regresó a México tres años después, cuando se enteró de que era abuela. Acudió
a la prisión de mediana seguridad de Nayarit a ver al general Gutiérrez
Rebollo, el padre de sus tres hijos.
En
abril de ese año, Gutiérrez Rebollo recuperó su grado de militar: “El juez
ponente del tribunal colegiado –explica la entrevistada– concluyó que no había
pruebas de que el general haya cometido los delitos que le imputan mientras fue
jefe de la Novena Zona Militar con sede en Culiacán, Sinaloa, por lo que debía
otorgarse el amparo liso y llano.
“Sin
embargo, los otros dos jueces votaron en contra y consideraron que los delitos
los cometió en los 56 días que estuvo como zar antidrogas –fue nombrado en
diciembre de 1996–; incluso lo llevaron a Washington, en donde presumieron que
era el mejor para la lucha antinarco y de repente, en 56 días, dicen que es el
peor ciudadano del mundo y lo acusan de estar coludido con el narcotráfico.”
La
última vez que Lilia Esther vio a Gutiérrez Rebollo, recuerda, fue con su
uniforme militar, orgulloso de su origen. Cuando regresó a México buscó al padre
de sus hijos y fue al penal federal de Nayarit.
“En
Nayarit (el general) no tenía atención, se les desmayaba constantemente. Una
vez la directora (María Mayela Almonte Solís) lo llevó personalmente al
hospital general militar de Guadalajara; no lo recibieron, aunque tenía
derecho. En 2008 le regresaron su grado de general.”
La
abogada y su hijo lograron el traslado de Gutiérrez Rebollo. Los de la
Procuraduría General de Justicia Militar le advirtieron que si se atrevía a dar
conferencias de prensa regresaban al general al penal de Nayarit. Todos los
días lo atormentan diciéndole que a lo mejor lo cambian de piso; que ya no va a
recibir atención especializada.
Gutiérrez
Rebollo padece diabetes tipo dos, así como cáncer terminal en próstata,
estómago y huesos, además de fibrosis, enfisema pulmonar y gastritis crónica.
Fue tratado por cataratas, hipotiroidismo, anemia crónica, tiene un marcapasos
que debió habérsele cambiado hace dos años, un respirador artificial y con
frecuencia se somete a diálisis.
En
espera de que se resuelva la petición para solicitar el traslado a su casa,
Lilia Esther comenta que el general también está luchando por recuperar tres
propiedades y más de 8 millones de pesos que le aseguró la PGR durante su
captura. Ella tiene derecho a recuperarlos desde 2008, tras ganar un amparo que
la libraba de responsabilidades en el Maxiproceso.
Hace
poco Lilia Esther ganó otra sentencia judicial en la cual el Juzgado Sexto de
Distrito instruyó a la PGR, encabezada por Jesús Murillo Karam, a entregar las
propiedades de la abogada (resolución 516/2013).
La
dependencia se niega a atender los reclamos. El pasado lunes 17 la PGR envió un
informe al juez de Distrito en el cual argumenta que pese al ordenamiento
judicial, “no ha lugar a la devolución de los bienes asegurados afectados a la
presente indagatoria por no haber acreditado su legal procedencia”.
Lilia
Esther interpuso otro litigio en el Distrito Federal contra el Frente Popular
Francisco Villa Independiente, cuyos integrantes invadieron desde febrero de
2008 un terreno de 5 mil 600 metros cuadrados, en la delegación Tláhuac, que le
heredó su padre.
Pese
a que desde febrero de 2011 ganó un juicio y se libraron órdenes para
desalojar y detener a los líderes precaristas –Raúl Trejo Pastrana y Agustín
González Cázares–, las autoridades capitalinas aún no ejecutan la orden.
Cuenta
la abogada: “Se me acercó el subsecretario de Gobierno (del Distrito Federal),
Juan José García Ochoa, y me dijo que podían comprarme el terreno –valuado en
22 millones de pesos–, pero que el Instituto de la Vivienda (Invi) y el
gobierno capitalino sólo podían pagarme 10 millones; acepté y entregué
documentación al Invi.
El
martes 25 el secretario de Seguridad Pública del Distrito Federal, Jesús
Rodríguez Almeida, recibió una notificación de la juez 56 de lo Penal, Beatriz
Moreno Cárdenas, para que ejecute el desalojo del terreno, advertido de que “en
caso de incumplimiento se le impondrá una medida de apremio, consistente en un
arresto por 36 horas”.
Todo
sigue igual
Lilia
Esther Priego se muestra decepcionada porque, dice, pensó que el país había
avanzado. “He encontrado una cerrazón incomprensible para acabar con el general
Gutiérrez Rebollo y con nosotros. ¡El colmo!: vemos que se premia a quienes
hicieron tanto daño, como Marisela Morales, nombrada cónsul en Milán”.
A
ella, apunta, el general le decía la traedora, “porque cuando estaban
fabricando su averiguación previa ella se encargaba de traer el agua y el
café”.
La
abogada se confiesa impotente. Le duele haber sido secuestrada, torturada y
mancillada.
Cuando
intentó denunciar los hechos en la Procuraduría General de Justicia del
Distrito Federal (PGJDF), los agentes del Ministerio Público de la delegación
Benito Juárez pusieron en duda su versión y se le negó la atención del médico
legista. Sólo realizó los trámites de recuperación de sus identificaciones,
tarjetas bancarias y chequera (AP FBJ/BJ-2/T2/01231/13/06).
En
un segundo encuentro con la reportera, el viernes 28, la abogada comentó:
“Apenas estoy llorando. No había podido hacerlo, apenas estoy cayendo en cuenta
de que pudieron matarme y desaparecerme, pero creo que su intención era
precisamente golpear mi integridad para que me desista de apoyar al general”.
Mientras
estuvo en Estados Unidos, dice, la DEA le ofreció protección a cambio de
información.
Y
remata: “Amigos militares cercanos me preguntan qué busco, para qué ayudar a
Gutiérrez Rebollo. Yo les digo: como jurista y como mujer que viví con él, sé
que es una injusticia lo que le hicieron; estoy aquí por humanidad. Ese hombre
se está muriendo; ya no le hace daño a nadie. Mis hijos y yo estamos
convencidos de que sólo lo sostiene la dignidad y la esperanza de morir en su
casa”.
2 comentarios:
Cuanto sufrimiento tuvo esa familia, ojalá y no vuelva a ocurrir una injusticia como esta, yo me pregunto por que nunca han investigado la fortuna del ex ministro de la defensa Cervantes Aguirre, por que no vive en México Zedillo, a que le teme? Ellos saben el daño tan grande que le hicieron a México y anteriormente los generales era honorables como lo fue Gutiérrez Rebollo, dos de mis hijos trabajaron con ese señor y era honorable pero eso le peso a gente como el deshonesto personal del ejército al cual les estorbaba. Felicito a esa señora por su vLor para denunciar tanta maldad. Pero que se cuide de esa gente tan perversa.
Que vergüenza que existan militares como Cervantes Aguirre.
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