El legado del samurái, cuatro siglos después/ F. Álvaro Durántez P, es jurista.
Publicado en El País, 12 de junio de 20013
Conocí a la discreta y principesca Naomi Kato en la Casa de América, el
principal centro cultural iberoamericano de la capital de España, allá por el
mes de octubre de 1996. Estaba entonces completando su formación hispánica para
así, como novel diplomática de su país, Japón, mejor servir a las relaciones
entre éste y las naciones iberoamericanas. La conversación y mi interés por la
historia llevó a Naomi Kato a contarme un episodio magnífico y muy poco
conocido de las relaciones históricas hispano-japonesas, un episodio en el que,
por circunstancias extraordinarias de la vida, ella se había visto profunda y
definitivamente envuelta: el de la embajada de Hasekura Rokuemon Tsunenaga,
ahora denominada Embajada Keicho por haber tenido lugar en el año decimoctavo
de la era japonesa del mismo nombre. Ésta es, muy brevemente, la sorprendente
historia, una historia que ya fue en parte novelada por el escritor japonés
Shusaku Endo.
En el año de 1613 partió del puerto japonés de Sendái, en un galeón de
diseño y tecnología españoles, con destino a España, el noble japonés Hasekura
Tsunenaga. Cristiano católico y embajador del señor del feudo de Bojú, Date
Masemune, Hasekura iba acompañado del franciscano español Luis Sotelo y de un
numeroso séquito de samuráis y comerciantes nipones. El objeto oficial de su
misión era establecer relaciones políticas y comerciales con la Corona de
España y lograr su ayuda para, entre otras cosas, impulsar el cristianismo en
su país.
El séquito nipón pasó una larga estancia en México, la Nueva España, para,
tras cruzar las montañas y desiertos de ese país, embarcarse hacia la vieja no
sin antes hacer escala en la gran antilla de Cuba. El cinco de octubre de 1614
la embajada japonesa llegaba a Sanlúcar de Barrameda. Sin embargo, mucho habían
cambiado las circunstancias desde su ya lejana partida de Cipango.
Japón vivía en los primeros decenios del siglo XVII un proceso de fuerte
controversia religiosa y de reordenación política del país. El cristianismo,
presente en la isla desde mediados de la anterior centuria precisamente por
iniciativa del jesuita español Francisco Javier, tenía ya una fuerte
implantación en el país asiático. Algunos dirigentes japoneses pensaron
entonces que la religión cristiana podía ser una primera punta de lanza de una
proyectada conquista española o ibérica o, cuando menos, de un plan de control
y mediatización política y económica de la isla japonesa por parte de las
potencias occidentales. Además, el país se hallaba en un momento de
desgarradoras luchas intestinas entre señores feudales y poderes centrales por
el control del Shogunado.
Fue en ese cambiante e inestable contexto cuando uno de los grandes señores
feudales, Date Masemune, envió con el permiso del shogún retirado Tokugawa
Ieyasu la embajada Keicho, o Hasekura. Los historiadores coinciden en señalar
que lo que se buscaba claramente era la transferencia de tecnología militar y
naval de la entonces mayor potencia del mundo, España, para hacer fuertes las
aspiraciones del señor de Bojú. Así, el proponer a Su Majestad Católica Felipe
III la cesión de algunos medios para ayudar a la causa cristiana era, en
principio, una estrategia lógica dentro de la pugna política y religiosa que se
vivía en la isla del Sol Naciente.
Sin embargo, paradojas de la Historia, la misión de Hasekura Tsunenaga
perdió su sentido antes incluso de llegar a su destino: la religión cristiana
había sido prohibida y proscrita en el Imperio japonés precisamente durante el
tiempo en que transcurría su viaje. Por otro lado las noticias contradictorias
llegadas a la Corte española desde la Capitanía General de Filipinas sobre la
situación y la estructura interna del Japón, y sobre la coyuntura del
cristianismo en ese país hicieron que la posibilidad de una ayuda material
fuese desestimada. También la legación diplomática fue considerada como de
rango menor por no proceder clara y directamente del Emperador o del Shogún,
sino de uno de sus vasallos, el citado señor de Bojú. Tampoco pasaron por alto
las autoridades españolas el peligro objetivo que podía suponer para las
posesiones hispanas en el océano Pacífico la transferencia de tecnología
militar y naval a un pueblo fuertemente organizado y de gran tradición
guerrera.
Hasekura y su séquito fueron protegidos y conducidos por las autoridades
españolas que, tras aceptar la concesión de audiencia del legado japonés por
parte del Rey, facilitaron y financiaron también su traslado a la Corte papal
donde fueron recibidos por el Pontífice. Finalmente y tras muchos y denodados
esfuerzos la comitiva japonesa emprendió el regreso a su país no sin antes
hacer una nueva y necesaria escala en España. Sus objetivos no fueron logrados:
los vientos de la Historia soplaban en muy diferente dirección.
Sin embargo, de su estancia en España y particularmente de su paso por la
localidad sevillana de Coria del Río ha quedado un patrimonio histórico
singular. Un legado genealógico y cultural excepcional que conservamos en la
existencia y profusión del apellido Japón entre muchos de sus habitantes. Un
claro recuerdo del grupo de nipones samuráis que decidió establecerse en España
y no atravesar nuevamente dos inmensos océanos.
Este patrimonio histórico compartido hispano-japonés representado por el
legado de la Embajada Hasekura en sus diversas manifestaciones comenzó a ser
reconocido y divulgado en tiempos relativamente recientes con ocasión de la
conmemoración en 1989 del cuarto centenario de la refundación de Sendái, el
puerto japonés del que partió Hasekura en octubre de 1613 y que muchos
recordarán hoy por las terribles consecuencias que sufrió a causa el maremoto
desencadenado en 2011. También en los últimos decenios se han sucedido diversos
actos recordatorios y conmemorativos de aquella misión diplomática destacando
la mención realizada a su directa relación con el apellido español “Japón” con
ocasión de la visita del Príncipe Naruhito a la Exposición Universal de
Sevilla; o la erección en Coria del Río de una estatua de Hasekura Tsunenaga,
réplica de la que se encuentra en Sendái. En octubre de 1996 el embajador
japonés en España nombraba simbólicamente embajadores honorarios de Japón en
España a las personas apellidadas Japón. El “legado Hasekura” comenzaba a ser
recuperado.
La Embajada Keicho-Hasekura enviada a Felipe III constituye una de las más
antiguas vinculaciones diplomáticas de Japón con Occidente: una misión anterior
fue enviada al también Rey español Felipe II en las postrimerías del siglo XVI.
Durante una centuria, entre 1540 y 1630 aproximadamente, las relaciones entre
las dos potencias ibéricas, España y Portugal, y Japón, fueron además de
intensas las primeras mantenidas por el país oriental con Occidente. Esa
antigua y fructífera relación (hasta el voluntario aislamiento nipón a partir
del segundo tercio del siglo XVII) no quedó restringida a la dimensión
evangelizadora sino que se extendió a múltiples facetas técnicas, culturales,
idiomáticas, comerciales y hasta gastronómicas. Algunos autores opinan, por
ejemplo, que la introducción de arcabuces por las potencias ibéricas fue
decisiva para acabar con la anárquica situación y para lograr la estabilización
política interna del Japón. Más de trescientos años después, es bien sabido,
Japón volvió a abrirse al mundo pero esta vez de la mano y la presión de las
potencias occidentales anglosajonas. Desde entonces y hasta hoy pocas personas
e instituciones en España y en Japón han recordado la fructífera relación que
nos vinculó durante un siglo, y la primacía hispánica, en Occidente, en
mantener relaciones oficiales y extraoficiales con el país del Sol Naciente.
Vuelvo ahora al inicio de mi historia. Como guiada por una suerte de
espíritu invisible, por una atracción no explicada, Naomi Kato, católica por
tradición familiar en un país mayoritariamente budista y sintoísta, decidió
estudiar Cultura y Literatura Hispánicas en la Universidad al acabar el
bachillerato. Durante ese tiempo de instrucción tomó también la decisión de
escoger México (el primer país hispánico que pisó Hasekura) para, durante un
año de estudio, conocer directamente el mundo y la lengua hispánicos. Al acabar
la licenciatura se presentó a la oposición para la carrera diplomática de su
país y, como nueva funcionaria especializada en el mundo de lengua española,
fue destinada a España con el objeto de aumentar su bagaje formativo durante
dos años más antes de tomar posesión de su primer destino oficial. Como lo fue
Hasekura, también es Naomi Kato diplomática, y, como aquél, también fue enviada
a España.
No eligió Naomi cualquier lugar de nuestro país sino que, una vez más
guiada por ese “instinto”, se instaló durante su primer año en Sevilla, muy
cerca de la villa de Coria del Río donde al menos cinco samuráis de aquel
memorable séquito decidieron aposentarse definitivamente. Fue en realidad
entonces cuando Naomi Kato, que si utilizase la regla española de llevar también
el apellido materno sería Naomi Kato Hasekura por pertenecer al mismo linaje
que el ya inmortal embajador, conoció la directa relación entre el apellido
español Japón y la misión de Tsunenaga. Ni que decir tiene que, encontrándose
todavía la joven en periodo preferentemente formativo, la embajada japonesa en
Madrid la comisionó también obviamente para algunas actividades representativas
y conmemorativas de aquella antigua misión del señor de Bojú.
Había que articular y asegurar ese legado, rico en cultura, en historia y
en ciudadanos españoles con apellido Japón. Con la iniciativa de Naomi K.
Hasekura y el impulso de un gran defensor y promotor de este patrimonio, el
coriano Virginio Carvajal Japón que en paz descanse, me cupo la satisfacción de
contribuir a la articulación formal de la Asociación Hispano-Japonesa Hasekura.
Hoy, bajo la presidencia honorífica de S. A. R. el Príncipe de Asturias y de S.
A. I. el Príncipe Heredero de Japón, y con motivo de los cuatrocientos años de
la Embajada Keicho-Hasekura, se pone felizmente en marcha el Año Dual
España-Japón.
Todavía parece que el espíritu de Tsunenaga continuó influyendo en la
trayectoria de su incomparable y lejanísima “sobrina”, y el primer destino
oficial de ésta fue la bellísima Isla Española, la actual República Dominicana
cuyas costas pudo muy probablemente divisar el embajador de Date Masemune
durante su travesía hacia España. A todo esto recuerdo la profunda y mística
puesta de sol que con la embajadora Hasekura pude admirar allí desde los restos
de La Isabela, el primer asentamiento español y europeo en América. Desde ese
lugar, el sol, poniente, nos indicaba la ruta del embajador inmortal y la
situación del país que en todo el mundo es llamado del Sol Naciente.
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