"...Cuando los líderes de los diferentes sectores me piden un consejo, mi respuesta siempre es la misma: Diálogo, diálogo, diálogo...."Francisco.
En
su discurso a los dirigentes y líderes brasileños, el Papa Francisco llamó al
Estado a respetar la presencia religiosa en el ámbito público y destacó el
aporte que las grandes tradiciones religiosas a la convivencia democrática.
Se
debe rehabilitar la política como la forma más alta de la caridad, les dijo a
los líderes reunidos en el Teatro Municipal de Río de Janeiro.
Acudieron
representantes del mundo de la política, la cultura y la universidad, entre
otros, con el fin de escuchar su mensaje.
El
acto terminó con el saludo personal del papa, entre los cuales estuvo un grupo
de pobladores indígenas, con quienes dialogó sin prisas, y con los cuales se
tomó una foto con el penacho de plumas entregado por uno de los dirigentes.
El
discurso
Excelencias,
Señoras
y señores.
Doy
gracias a Dios por la oportunidad de encontrar a una representación tan
distinguida y cualificada de responsables políticos y diplomáticos, culturales
y religiosos, académicos y empresariales de este inmenso Brasil.
Hubiera
deseado hablarles en su hermosa lengua portuguesa, pero para poder expresar
mejor lo que llevo en el corazón, prefiero hablar en español.
Les
pido la cortesía de disculparme. (aplausos).
Saludo
cordialmente a todos y les expreso mi reconocimiento. Agradezco a Monseñor
Orani y al Señor Walmyr Júnior, sus amables palabras de bienvenida y
presentación y de testimonio. Veo en ustedes la memoria y la esperanza: la
memoria del camino, de la conciencia de su patria, y la esperanza de que esta
patria abierta a la luz que emana del Evangelio, continúe desarrollándose en el
pleno respeto de los principios éticos basados en la dignidad trascendente de
la persona.
Memoria
del pasado y utopia hacia el futuro se encuentran en el presente que no es una
coyuntura sin historia, y sin promesa, sino un momento en el tiempo, un desafio
para recoger sabiduría y saber proyectarla.
Quien
tiene un papel de responsabilidad en una nación está llamado a afrontar el
futuro «con la mirada tranquila de quien sabe ver la verdad», como decía el
pensador brasileño Alceu Amoroso Lima («Nosso tempo», en A vida sobrenatural e
o mondo moderno, Río de Janeiro 1956, 106). Quisiera compartir con ustedes tres
aspectos de esta mirada calma, serena y sabia: primero, la originalidad de una
tradición cultural; segundo, la responsabilidad solidaria para construir el
futuro y, tercero, el diálogo constructivo para afrontar el presente.
1.
En primer lugar, es de justicia valorar la originalidad dinámica que
caracteriza a la cultura brasileña, con su extraordinaria capacidad para
integrar elementos diversos. El común sentir de un pueblo, las bases de su
pensamiento y de su creatividad, los principios básicos de su vida, los
criterios de juicio sobre las prioridades, las normas de actuación, se fundan,
se fusionan y crecen en una visión integral de la persona humana.
Esta
visión del hombre y de la vida característica del pueblo brasileño ha recibido
también la savia del Evangelio: la fe en Jesucristo, el amor de Dios y la
fraternidad con el prójimo. La riqueza de esta savia puede fecundar un proceso
cultural fiel a la identidad brasileña y a la vez un proceso constructor de un
futuro mejor para todos. Un proceso que hacer crecer la humanización integral y
la cultura del encuentro y de la relación, esta es la manera cristiana de
promover el bien común, la alegría de vivir. Y aquí convergen la fe y la razón,
la dimensión religiosa con los diferentes aspectos de la cultura humana: el
arte, la ciencia, el trabajo, la literatura... El cristianismo combina
trascendencia y encarnación; por la capacidad de revitalizar siempre el
pensamiento y la vida ante la amenaza de frustración y desencanto que pueden
invadir el corazón y propagarse por las calles.
2.
Un segundo punto al que quisiera referirme es la responsabilidad social.
Esta
requiere un cierto tipo de paradigma cultural y, en consecuencia, de la
política. Somos responsables de la formación de las nuevas generaciones,
ayudarlos a ser capaces en la economía y en la política, y firmes en los
valores éticos. El futuro exige hoy la tarea de rehabilitar la política,
rehabilitar la politica, que es una de las formas más altas de la caridad. El
futuro nos exige también una visión humanista de la economía y una política que
logre cada vez más y mejor la participación de las personas, evite el elitismo
y erradique la pobreza.
Que
a nadie le falte lo necesario y que se asegure a todos dignidad, fraternidad y
solidaridad: éste es el camino propuesto. Ya en la época del profeta Amós era
muy frecuente la admonición de Dios: «Venden al justo por dinero, al pobre por
un par de sandalias. Oprimen contra el polvo la cabeza de los míseros y tuercen
el camino de los indigentes» (Am. 2,6-7). Los gritos que piden justicia
continúan todavía hoy.
Quien
desempeña un papel de guía --permitame que diga aquel a quien la vida ha ungido
como guía--, ha de tener objetivos concretos y buscar los medios específicos
para alcanzarlos, pero también puede existir el peligro de la desilusión, la
amargura, la indiferencia, cuando las expectativas no se cumplen. Aquí apelo a
la dinamica de la esperanza que nos impulsa a ir siempre más allá, a emplear
todas las energías y capacidades en favor de las personas para las que se
trabaja, aceptando los resultados y creando condiciones para descubrir nuevos
caminos, entregándose incluso sin ver los resultados, pero manteniendo viva la
esperanza. Con esa constancia y coraje que nacen de la aceptación de la propia
vocación de guía, de dirigente.
Es
propio de la dirigencia elegir la más justa de las opciones después de haberlas
considerado, a partir de la propia responsabilidad y el interés del bien común;
por este camino se va al centro de los males de una sociedad para superarlos
con audacia de acciones valientes y libres. Es nuestra responsabilidad, aunque
siempre sea limitada, esa comprension de la totalidad de la realidad,
observando, sopesando, valorando, para tomar decisiones en el momento presente,
pero extendiendo la mirada hacia el futuro, reflexionando sobre las
consecuencias de las decisiones.
Quien
actúa responsablemente pone la propia actividad ante los derechos de los demás
y ante el juicio de Dios. Este sentido ético aparece hoy como un desafío
histórico sin precedentes. Tenemos que buscarlo, tenemos que inserirlo en la
misma sociedad. Además de la racionalidad científica y técnica, en la situación
actual se impone la vinculación moral con una responsabilidad social y
profundamente solidaria.
3.
Para completar esta reflexión, además del humanismo integral que respete la
cultura original y la responsabilidad solidaria, considero fundamental para
afrontar el presente: el diálogo constructivo. Entre la indiferencia egoísta y
la protesta violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo. El diálogo
entre las generaciones, el diálogo en el pueblo, porque todos somos pueblo, la
capacidad de dar y recibir, permaneciendo abiertos a la verdad. Un país crece
cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la
cultura popular, la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la
cultura económica, la cultura de la familia y de los medios de comunicación.
¡Cuánto diálogo hay! Es imposible imaginar un futuro para la sociedad sin una
incisiva contribución de energías morales en una democracia que se quede
encerrada en la pura lógica o en el mero equilibrio de la representación de los
intereses establecidos. Considero también fundamental en este diálogo la
contribución de las grandes tradiciones religiosas, que desempeñan un papel
fecundo de fermento en la vida social y de animación de la democracia. La
convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la
laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición confesional,
respeta y valora la presencia de la dimensión religiosa en la sociedad,
favoreciendo sus expresiones más concretas.
Cuando
los líderes de los diferentes sectores me piden un consejo, mi respuesta
siempre es la misma: Diálogo, diálogo, diálogo. El único modo de que una
persona, una familia, una sociedad, crezca; la única manera de que la vida de
los pueblos avance, es la cultura del encuentro, una cultura en la que todo el
mundo tiene algo bueno que aportar, y todos pueden recibir algo bueno en
cambio. El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con
actitud abierta y disponible, sin prejuicios. Esta actitud abierta, disponible
y sin prejucios yo la definiria como «humildad social», que es la que favorece
el diálogo. Solo así puede prosperar un buen entendimiento entre las culturas y
las religiones, la estima de unas por las otras sin opiniones previas gratuitas
y en clima de respeto de los derechos de cada una. Hoy, o se apuesta por el
dialogo, o se apuesta por la cultura del encuentro, o todos perdemos, todos
perdemos; por aquí va el camino fecundo.
Excelencias,
Señoras
y señores.
Gracias
por su atención. Tomen estas palabras como expresión de mi preocupación como
Pastor de Iglesia y del respeto y afecto que tengo por el pueblo brasileño. La
hermandad entre los hombres y la colaboración para construir una sociedad más
justa no son un sueño fantasioso, sino el resultado de un esfuerzo concertado
de todos hacia el bien común. Los aliento en este su compromiso por el bien
común, que requiere por parte de todos sabiduría, prudencia y generosidad. Los
encomiendo al Padre celestial pidiéndole, por la intercesión de Nuestra Señora
de Aparecida, que colme con sus dones a cada uno de los presentes, a sus
familias, comunidades humanas y de trabajo, y de corazón pido a Dios que los
bendiga. Muchas gracias.
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