Los
presos deberían leer a Joyce/Juan Ángel Juristo, escritor
ABC
|4 de diciembre de 2013
Si
es usted un autor de ficción de los buenos, es decir, de esos que no ganan un
euro pero poseen el prestigio de Thomas Mann o Marcel Proust, no desespere,
aquellos que han pensado hasta ahora que su obra es un tostón pueden ahora
percibirla de manera radicalmente distinta gracias a un estudio de la New
School for Social Research de Nueva York que ha descubierto que leer literatura
de ficción de alta calidad, que es donde usted se halla, ayuda a reconocer los
sentimientos de las otras personas, es decir, mejora su condición de empatía
social, algo que no logran, según ese estudio, sus compadres de literatura
popular, esos que se forran los bolsillos publicando noveluchas que solo
sirven, según ese estudio, para evadirse.
Después
de este estudio, el mundo de la alta cultura ha respirado tranquilo: ya tenemos
justificación para seguir existiendo. Así que ya sabe, escriba una obra de
ficción que pueda colocarse al lado de Joyce, Mann, Proust, o mejor, Faulkner,
con esos seres patológicos del Sur, y verá como hace un gran favor a su vecino,
que a partir de ahora, si le lee, verá incrementada su capacidad de comprensión
del mundo. Los resultados han sido publicados en que
ya se sabe que es revista prestigiosa, aunque poco empática, pero es que es
científica, y es la feliz consecuencia de una ardua serie de trabajos con
voluntarios donde se les hizo leer de todo aunque no nos ha sido desveladas
narraciones ni autores. Los lectores fueron sometidos a cinco pruebas
destinadas a saber lo que otra persona sentía mirando la foto de un rostro, o
respondiendo a el modo en que una persona con unas características determinadas
reaccionarían ante determinadas circunstancias. Ni que decir tiene que los que
habían obtenido mejor calificación fueron los que habían leído obras de ficción
de calidad superior.
David
Kidd, que así se llama el director del equipo que ha llevado a cabo estos
experimentos, asegura que «este tipo de literatura está específicamente
enfocada en la psicología de los personajes y pone al lector en una posición
activa frente a la lectura. De esta forma, al estar enfocado en entender la
reacción de los personajes, los lectores están especialmente sintonizados con
las emociones y pensamientos de los otros».
La
cosa parece explicarse debidamente porque según Kidd la vida real, al igual que
las de las grandes novelas, está llena de personajes complejos cuyas vidas
interiores no son fácilmente discernibles, lo que requiere un esfuerzo
intelectual para ubicarse en el mundo. Ergo…
El
estudio concluye que este tipo de literatura ayudaría a rehabilitar a los
presos, o para ayudar a las personas con autismo. Los científicos de la
Universidad Andrés Bello, al enterarse del informe, han puntualizado que las
películas cumplirían la misma función, pero las buenas, no las que reflejan
violencia o simplemente son proclives a desatar emociones primarias.
Déjese,
por tanto, de zarandajas y abandone ese lado oscuro y maldito del autor que
escribe literatura de alta calidad. Son actitudes que vienen del Romanticismo.
Abandone ese lado esnob que le hace creerse por encima de los demás
imponiéndoles su propia y exclusiva visión del mundo. Sea más democrático,
hombre. Atienda al gusto de sus lectores, su gusto amplio.
Esta
retahíla de reproches que como dedo acusador se escondía, agazapado, tras el
maltrecho imaginario de muchos escritores de ficción de alta calidad ha
quedado, por fin, hecho añicos gracias a estos ilustres científicos, pues
demuestran que ese solitario camino hacia las estrellas ocultaba una misión
casi secreta: el de servir, en las sociedades surgidas de la sopa postmoderna
del siglo XXI, como la necesaria ligazón social que la política del momento es
incapaz de ofrecer. No profundicemos, de todas maneras en el estudio, pues en
el fondo de lo único que atiende es a la dramatización de las situaciones, de
su teatralidad en un escenario dado, en este caso el social. En cualquier caso
no podemos dejar de dar constancia de la coherencia, que semeja un tanto lo
obvio, que estos científicos mantienen hacia su profesión: se trata de
sociólogos prestigiosos, gentes que manejan estadísticas y las plasman en
dibujos con forma de campana. Si usted, además de escritor de ficción de alta
calidad, le ha dado por ser un intelectual, peor si se escora hacia el lado
francés, y, por lo tanto, tiene tendencia a marear con lo que al resto de la
humanidad le parece de cajón, sepa que este estudio no le quita su parte de
razón. Sencillamente no se ocupa de ello. Sólo atiende a la cohesión social y
la virtud de elevar las emociones primarias a emociones complejas. No se alarme.
Sin
embargo usted, que es autor de alta ficción, posee un lado oscuro, fatal, casi
demoníaco. También escribe poesía, y le gusta poco el cine. Malo. Sepa que de
los poetas no se dice nada. Su labor, que en la Antigüedad se emparentaba como
mensajero del lenguaje divino, es pura paparrucha: al no escribir sobre
personajes, al no mantener una situación dramática, su labor es individualista,
casi autista, lo que agravaría a las personas que padecen esta enfermedad
porque no les provocaría a salir de su estado de ensimismamiento.
Platón
quiso expulsar a los poetas de su República ideal por considerarlos peligrosos,
no inútiles, pero ya sabe, abandone el poema, esa sucesión de sonidos
elocuentes movidos a resplandor, según otro poeta, Juan Larrea, y escriba cosas
como «El hombre sin atributos», «La montaña mágica» o «Guerra y Paz», sobre
todo «Guerra y Paz», porque ahí pasa de todo, o en su defecto, «Ana Karenina»,
así podrá contribuir a que los machistas celópatas entiendan mejor a su mujer
si ha sido adúltera, y deje de escribir versos como Eliot o Auden o Cernuda o
Larrea o Juan Ramón o Machado, los dos, o René Char, o a quién a usted se le
ocurra, depende de sus maestros. No sirven para maldita la cosa, no contribuyen
a rehabilitar presos, como Kafka o Javier Marías, teníamos que poner un
español, ni sirven tampoco para hacer entender a los marginados sociales las
ventajas de la integración, imagínense a un amargado de barrio chabolista
leyendo a Paul Celan, ¿qué iba a sacar de todo ello?… Por eso, anímese, abandone
todo rastro de inmersión en los poemas, usted, que tiene talento y siga dándole
al personaje, eso sí, con mucha psicología detrás y, si puede, con tramas
terribles, para que los presos se identifiquen con las víctimas… Lo malo es que
estos de Nueva York no han caído en la cuenta de qué pasaría si les damos a
leer «Crimen y Castigo». Lo mismo se identifican con Raskolnikov, el asesino de
viejas.
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