EXCÉLSIOR;
…Y El Chapo llegó en silla de ruedas
Joaquín
El Chapo Guzmán Loera creyó que, como siempre, había librado el cerco
policiaco. Y apostó al futuro: mandó a uno de sus ayudantes a rentar por tres
meses un departamento del edificio Miramar, en Mazatlán, Sinaloa.
Por Pascal Beltrán del Río
Excelsior, “Quiero alquilar un departamento por tres meses”, dijo
un hombre al encargado de la administración del condominio Miramar.
Pese a ser una
época en que el puerto de Mazatlán se llena de turistas estadunidenses y
canadienses que llegan para pasar el invierno, el edificio tenía un
departamento disponible: el 401.
El precio se
fijó en 40 mil pesos, que el solicitante liquidó en efectivo.
Una última
cosa”, dijo, antes de volver sobre sus pasos. “Lo estoy rentando para mi papá,
que está un poco enfermo. ¿No tendría usted una silla de ruedas que me pueda
prestar?”
Horas más
tarde, un automóvil Sentra modelo 2013, color azul marino, ingresó en el
estacionamiento del condominio. Dos hombres iban en la parte delantera. Atrás,
tres mujeres y dos niñas pequeñas.
Del asiento del
copiloto bajó un hombre con sombrero, abrigo y lentes oscuros. El chofer se
dirigió a la recepción y regresó con una silla de ruedas.
El otro hombre,
que daba la impresión de ser un anciano, se sentó en la silla de ruedas y se
dejó conducir hasta el elevador.
* * *
En la madrugada
del sábado 22 de febrero, un oficial de la Armada llegó a la recepción del
Miramar. Preguntó qué departamentos habían sido alquilados recientemente. El
dependiente le informó que dos: el 401 y el 602.
Aún estaba
oscuro afuera. Por la recepción del edificio ingresaron seis elementos de
Fuerzas Especiales de la Armada.
En cuestión de
segundos, decidieron que inspeccionarían primero el departamento 602.
Los marinos no
estaban seguros en cuál de los dos departamentos se ocultaba Joaquín El Chapo
Guzmán. Tampoco sabían si ambos habían sido alquilados por las mismas personas.
Con un golpe
seco y certero reventaron la chapa e ingresaron en el departamento. Una pareja
de hombres, un estadunidense y un mexicano, celebraban una fiesta para dos.
Estaban tan drogados que ni siquiera mostraron temor ante el ingreso de los
marinos encapuchados.
Al instante fue
claro que los ocupantes del 602 nada tenían que ver con El Chapo y su
organización.
Los seis
marinos bajaron dos pisos para inspeccionar el otro departamento. Frente a la
puerta del 401, tendido sobre un colchón, dormitaba Carlos Manuel Hoo Ramírez,
colaborador de Guzmán Loera. No tuvo tiempo de reaccionar.
Mientras el
vigilante era inmovilizado, un ariete botó la cerradura de la puerta. Los
marinos revisaron la primera habitación. Ahí encontraron a dos niñas —hijas de
El Chapo Guzmán—, así como a dos mujeres: la nana y la cocinera.
Cuando entraron
en otra habitación, una mujer que después se identificaría como Emma Coronel,
esposa de El Chapo, estaba acostada sobre la cama, vestida con ropa de dormir.
Yo estoy sola
aquí con mis hijas”, respondió cuando le preguntaron por su marido. Al tratar
de revisar el baño, los marinos se toparon con que la puerta no abría. Alguien
la detenía desde adentro.
* * *
A finales del
año pasado, la detención de un grupo de narcomenudistas en Culiacán puso a la
Procuraduría General de la República (PGR) sobre la pista de los hermanos
Sandoval Romero, quienes formaban parte de la escolta del capo Ismael El Mayo
Zambada.
Joel Enrique,
alias El Diecinueve o El Loco; Apolonio, El Treinta, y Cristo Omar, El Cristo,
fueron capturados por fuerzas federales el jueves 13 de febrero, en La Reforma,
municipio de Angostura.
Estaban
acompañados de otros dos sicarios: Jesús Andrés Corrales Astorga, El Bimbo, y
Miguel Pérez Urrea, La Pitaya. Y tenían en su poder 280 mil pesos y cuatro mil
400 dólares, además de 77 armas largas, 15 armas cortas y cuatro vehículos.
El grupo fue
transportado a la Ciudad de México. En las oficinas de la Subprocuraduría
Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO) se hizo un
análisis de la información contenida en sus celulares. Eso condujo a la PGR a
la detención de Mario Hidalgo Argüello, el hombre más cercano a El Chapo.
Atento a todas
las necesidades de su patrón, Argüello, apodado El Nariz, había salido a
deshoras la noche del domingo 16 al lunes 17 para conseguirle a El Chapo algo
para cenar.
El jefe del
cártel del Pacífico tenía mucho cuidado con lo que comía. Si no lo había
preparado su cocinera, una mujer guapa de unos 30 años de edad, o se lo había
conseguido El Nariz, podía quedarse sin probar alimento.
Tenía la
costumbre de dormirse de madrugada y despertar a mediodía. Por eso eran las
cinco de la mañana cuando El Nariz, a quien El Chapo ya le había dado permiso
de retirarse, fue detenido por agentes federales cuando llegaba a su casa, en
Culiacancito.
El Chapo ya
llevaba un par de semanas en Culiacán. En la colonia clasemediera Libertad
poseía un conjunto de siete casas, interconectadas por túneles. Era tal la
paranoia del narcotraficante que a nadie avisaba, ni siquiera a El Nariz, en
cuál de las casas pasaría la noche cuando se encontraba en la capital sinaloense,
a la que ocasionalmente llegaba acompañado de su madre, una mujer octogenaria
que requiere de un tanque de oxígeno.
Más tarde se
sabría que esa sería la última noche que Guzmán Loera pasaría en Culiacán, pues
ya había decidido regresar a la sierra, que le había servido de refugio
inexpugnable durante más de una década.
Interrogado, el
mandadero de El Chapo condujo a sus captores a una casa donde no se encontraba
su jefe. “Nos dimos cuenta de que nos estaba desorientando y, seguramente,
ganando tiempo”, dijo una fuente federal del área de procuración de justicia
entrevistada para esta reconstrucción.
Cuando
finalmente dieron con una de las casas que usaba El Chapo, estaba amaneciendo.
Tomó al grupo
de marinos encargados de la operación cuatro minutos tirar una de las puertas
reforzadas de la residencia y diez minutos más la segunda.
Cuando las
autoridades pudieron penetrar en la casa, era demasiado tarde: El Chapo ya
había accionado el mecanismo para abrir una puerta secreta cubierta por una
tina y había bajado a un túnel que conectaba con el desagüe de la ciudad.
Lo que ya no
pudo hacer el capo fue asegurar que la tina bajara completamente y así ocultar
la ruta de escape. Eso delató su última fuga.
* * *
Las dos tinas
que tapaban los accesos a los túneles por debajo de las casas de El Chapo en
Culiacán tenían mecanismos ingeniosos para levantarse.
Uno de ellos
tenía que ser conectado antes de accionarse, hecho lo cual había que oprimir un
botón oculto detrás del espejo del baño.
Por la que se
escapó El Chapo requería de tres golpes para botar un seguro, al estilo de las
puertas secretas del Superagente 86.
En su huida,
Guzmán Loera decidió cargar con una pesada mochila negra. En su interior había
un lanzacohetes y dos cohetes útiles.
De acuerdo con
una fuente oficial, dichos cohetes son capaces de seguir un rastro de calor y
pueden ser usados para tirar un helicóptero.
En la oscuridad
del desagüe, El Chapo hizo malabares para no caerse, pues el piso era curvo en
algunos tramos. Incluso se golpeó la cabeza. Llegó un momento en que decidió
abandonar la mochila con el lanzacohetes.
Cuando
descubrió la luz que entraba por una alcantarilla, sacó un celular y buscó
señal. Llamó a Manuel López Osorio, El Picudo, jefe de plaza del cártel en
Culiacán y le pidió recogerlo a la salida del desagüe.
En el cielo,
varios kilómetros arriba, un dron de la DEA volaba sobre territorio sinaloense
recogiendo las señales de los teléfonos celulares que habían sido identificados
desde la detención del grupo de sicarios de El Mayo Zambada.
El 19 de
febrero, fue el propio Picudo quien cayó en manos de las autoridades. Tenía en
su poder 20 kilos de cocaína y 20 armas largas.
Al día
siguiente, el jueves 20, fue detenido Jesús Peña González, alias El Veinte,
jefe de José Rodrigo Aréchiga Gamboa, El Chino Ántrax, el coordinador de
transporte y logística del cártel, detenido en Holanda en diciembre pasado.
Cuando las
autoridades preguntaron a El Veinte —líder de Los Ántrax, el brazo armado del
cártel—, de qué otra manera era conocido, no dudó en decirlo: La Última Sombra,
el hombre que rara vez se despegaba de El Mayo Zambada.
Entre los
objetos que le decomisaron estaba una camioneta pick up con un blindaje pocas
veces visto, superior al nivel siete.
Mientras tanto,
en el conjunto de casas de la colonia Libertad, funcionarios federales
levantaban el inventario de lo que El Chapo había dejado detrás. Se les había
escapado el jefe del cártel, pero habían logrado el decomiso más grande de
droga en el tiempo que lleva el actual gobierno: 3.2 toneladas de cocaína,
metanfetamina y mariguana.
Además de armas
—pistolas, granadas, escopetas y rifles de alto poder—, Guzmán Loera abandonó objetos
que hablan de su estilo de vida: toallas bordadas con sus iniciales, pinturas
al óleo de su familia y muchas, muchas cámaras de seguridad, incluso en las
habitaciones.
* * *
“Está bien, ya
voy a salir”, dijo El Chapo desde el interior del baño. Tres veces le habían
pedido, de manera enérgica, que se entregara. Con las manos por delante,
alzando los brazos, se puso a disposición de los marinos. Sólo llevaba puesta
una trusa.
El procurador
Jesús Murillo Karam se había ido a dormir sabiendo que la señal del teléfono de
Guzmán Loera había sido localizada en Mazatlán.
Había una sola
duda: ¿En qué departamento del condominio se ocultaba?
Dos días antes,
el capo pudo haber sido detenido en un suburbio de Culiacán, pero se decidió
que lanzar ahí un operativo de captura era demasiado peligroso para los
habitantes del lugar.
La mañana del
sábado 22 de febrero, el presidente Enrique Peña Nieto pidió que su gabinete de
seguridad se reuniera en la Secretaría de Gobernación. El secretario de Marina
llegó de civil. El de la Defensa tuvo que desplazarse desde la sierra de
Guerrero para acudir a la cita.
Mediante una
llamada, el Ejecutivo preguntó a sus funcionarios qué tan seguros estaban de
que el detenido unas horas antes fuera en realidad El Chapo Guzmán. El procurador
dijo que la información estaba confirmada al 95 por ciento.
“Pues avísenme
cuando sea el 100 por ciento”, agregó el Presidente.
Mientras tanto,
El Chapo había sido transportado en helicóptero del lugar de su detención al
aeropuerto de Mazatlán. Y ya venía volando en un avión de la Armada. Su esposa,
hijas, nana y cocinera permanecieron en Mazatlán.
El gabinete de
seguridad había contemplado la posibilidad de ofrecer una conferencia allí
mismo en Bucareli. Sin embargo, ante la solicitud presidencial de confirmar
completamente la identidad de El Chapo, se optó por volar todos en helicóptero
al hangar de la Secretaría de Marina, en el Aeropuerto Internacional de la
Ciudad de México.
Cuando bajó del
avión, El Chapo se había vestido con ropa que los marinos habían tomado del
departamento en el condominio Miramar. También llevaba puesta una venda en los
ojos.
En el hangar de
la Armada ya lo esperaba un equipo de especialistas de la PGR que tendrían la
responsabilidad de confirmar su identidad. Le tomaron muestras de saliva y
huellas digitales.
Cuando le
quitaron la venda, le ofrecieron una botella de agua Perrier que el capo se
terminó casi sin respirar. Cuando le preguntaron cómo se sentía, primero
respondió: “¿Mande?” Cuando le repitieron la pregunta, contestó: “Bien, nomás
la presión, que a veces se sube y a veces se baja”.
Un funcionario
se acercó para decirle que no se presentarían cargos en contra de su esposa,
nana y cocinera. Que ellas estaban bien y que podían llevarlas a donde ellas
quisieran.
“¿Me lo
garantiza, licenciado?”, preguntó El Chapo. En respuesta, el funcionario sacó
un celular y marcó un número. Pidió que le comunicaran con Emma Coronel y le
pasó el teléfono a El Chapo. “Sólo tienes cinco minutos”, le advirtió.
Guzmán Loera
saludó a su mujer y dijo que estaba bien. Preguntó cómo estaban ella y sus
hijas. Y luego dijo: “Un licenciado ofreció llevarlas a donde tú quieras. Si
quieres ir al rancho o a un centro comercial, ya tú les dices”. A los cinco
minutos justos, le fue retirado el celular.
Una vez que se
confirmó la identidad del detenido, el presidente Peña Nieto publicó un tuit a las
13 horas con 42 minutos. “Reconozco la labor de las instituciones de seguridad
del Estado mexicano, para lograr la aprehensión de Joaquín Guzmán Loera en
Mazatlán”, escribió el Ejecutivo.
Veinticuatro
minutos después comenzó la conferencia informativa en la pista del hangar,
encabezada por el titular de la PGR.
Cuando ésta
terminó, El Chapo fue conducido por dos marinos a un helicóptero de la Armada.
La decisión de llevarlo tomado por la nuca no fue casual. Las autoridades
querían evitar alguna manifestación de júbilo o sorna por parte del capo, como
sucedió cuando fue detenido Édgar Valdez Villarreal, La Barbie, en agosto de
2010.
Pero El Chapo
no estaba para bromas. Su semblante serio se transformó en uno de terror cuando
el helicóptero despegó rumbo al penal del Altiplano.
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