Los dos
mundos chinos/Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China y autor de ‘China pide paso. De Hu Jintao a Xi Jinping’ (Icaria).
La
Vanguardia, 17 de mayo de 2013;
Tras décadas
fundamentando su auge en el cultivo de las relaciones comerciales con las
economías desarrolladas de Occidente, a la vista de que su crisis perdura
cuando no se agrava, Pekín parece ensayar una nueva estrategia centrada en el
fortalecimiento de las relaciones Sur-Sur. La nueva ponderación de las
relaciones de China con el mundo exterior se pudo calibrar durante la primera
gira internacional de Xi Jinping. La ecuación Rusia-África-Brics incorpora
ambiciosos objetivos económicos, pero también la visión de una nueva simetría
geopolítica con el propósito de solidificar ciertas alianzas que pudieran tener
el potencial suficiente para instar un cambio en los equilibrios de poder en el
tablero mundial y, quizás en menor medida, en las reglas de juego internacionales.
Actualmente,
no obstante, el retrato de las relaciones comerciales de China dibuja otras
prioridades estratégicas. El centro de gravedad de su comercio exterior nos
señala a Estados Unidos, Europa, Japón y el Sudeste Asiático, por este orden,
como principales socios y a considerable distancia de cualquier otro espacio
geopolítico. Es una realidad muy difícil de alterar y plantearse una
exacerbación de la bifurcación entre socios comerciales y aliados políticos
tiene sus riesgos. El comercio de China con Rusia, por ejemplo, equivale a la
cuarta parte del que mantiene con Japón, y aun si en el 2020 se alcanzan los
objetivos más acariciados (llegar a los 200.000 millones de dólares de
intercambio comercial) seguirá lejos incluso del que hoy por hoy China mantiene
con América Latina.
Con África,
equivale a la mitad del que mantiene con el Sudeste Asiático. Más allá de esta
foto fija, cabe señalar que las tendencias principales nos remiten al
estancamiento en un caso y al alza en los demás, con saltos sorprendentes por
la magnitud de su avance, especialmente en América Latina o África. En esta
última, los mayores proyectos de infraestructura están gestionados por China.
Esta evolución es comprensible por cuanto introduce mayores equilibrios que
reducen dependencias pero además le permite un aumento considerable de su
influencia.
Tras su
paso por Moscú, el presidente chino, Xi Jinping, dijo que los resultados de la
visita habían sobrepasado todas sus expectativas, enfatizando que China y Rusia
tienen necesidad de fortalecer su alianza. En África se mantiene viva la
polémica en torno a la naturaleza de su cooperación, para unos de signo
neocolonial y para otros fiel exponente del valor de la cooperación Sur-Sur.
Gran mercado, colosal reserva de recursos naturales, constituye una
oportunidad, incluso más que América Latina, para afirmarse como potencia en
ascenso frente al declive de los socios occidentales tradicionales.
El diseño
de una alianza alternativa en un mundo postoccidental tiene su principal
referencia en los Brics. La reciente cumbre de Durban ha venido a expresar esa
búsqueda por parte de Pekín de un reequilibrio en las relaciones de China con
el exterior. Y a medida que los integrantes de esta alianza demuestran su
voluntad de cooperación y convergencia, aumentan proporcionalmente los recelos
de los países más desarrollados que son bien conscientes de su potencial para
operar una modificación del statu quo. La actual crisis global representa una
oportunidad estratégica y en el seno de los Brics, pese a sus contradicciones,
China ensaya nuevos estilos que puedan dar forma a su liderazgo, con
pragmatismo y cuidando de evitar cualquier confrontación, pero sin renuncias, a
la espera del momento oportuno para dar cuenta de su nueva posición en el
sistema global.
No va a
haber cambios de fondo en la orientación de la política exterior china con Xi
Jinping, pero sí un mayor impulso a su proyección. Quizá por ello, ya en el
reciente Davos asiático, el Foro Boao promovido por China en los años noventa a
resultas de la crisis financiera asiática, África y América Latina acapararon
el protagonismo. Como en la estrategia que dio el triunfo a las huestes
revolucionarias de Mao frente a las tropas, infinitamente superiores, del
Kuomintang en la guerra civil china, el campo pobre cercando a las ricas
ciudades se sustituiría ahora por la alianza con la “periferia” para sustentar
un proyecto envolvente que acabaría por finiquitar el poder de los actores
hegemónicos. Lidiando de esta forma, la decadencia de los países desarrollados
se vería acelerada por la concertación de esos poderes emergentes que por el
momento no pueden aún superar su dominio. La vertebración de dichas alianzas se
apoyaría en una visión compartida del orden global y en un sólido fomento de
las relaciones comerciales apoyadas en el diseño y gestión de instituciones
comunes.
Cierto es
que por el momento los principales desafíos que enfrenta China se sustancian en
el propio país, a la espera de cambios estructurales profundos en su modelo de
desarrollo y con la incógnita de la capacidad de supervivencia de un sistema
político asediado por la corrupción y otras lacras. Sólo el agravamiento
crónico de dichas tensiones puede retrasar esa nueva vuelta de tuerca en la
política exterior que de seguro nos afectará de modo sustancial al resto del
mundo.
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