Francisco en la Basílica del Santuario de
Aparecida, en Brasil; 24 de julio de 2013
La Virgen de Aparecida, de apenas 40 centímetros de altura y cuatro kilos de peso, fue hallada el 12 de octubre de 1717 en el río Paraíba por tres pescadores que habían sido enviados al lugar a pescar por el entonces gobernador de Sao Paulo y Minas Gerais, Pedro de Almeida.
La Virgen es una imagen negra cuyo color, según los estudiosos, se debe al fango del río y al humo de las velas, aunque también se interpreta como una referencia al sufrimiento de los pobres y de los excluidos, especialmente el pueblo negro en la historia de aquellos años de Brasil.
El título de "Aparecida" viene del verbo "Aparecer" porque fue en un momento de gran necesidad cuando los pescadores la encontraron y se dieron cuenta de que este hecho indicaba una señal de la intercesión de la Virgen.
Al final desde el balcón de la Basílica bendijo a los 200 mil fieles reunidos en la explanada y concluyó con las siguientes palabras: “¡Recen por mí, recen por mí, lo necesito! Que Dios los bendiga, que Nuestra Señora de Aparecida los bendiga y hasta 2017, que voy a volver”, dijo en español.
¡Los fieles felices!
Al comienzo de la misa, el cardenal arzobispo de Aparecida y presidente de los obispos brasileños, Raymundo Damasceno Assis, ha agradecido la presencia del papa y ha recordado que es la tercera vez que un pontífice visita el santuario nacional, después de Juan Pablo II en 1980 y Benedicto XVI en 2007.
El purpurado ha donado al papa una imagen de la Virgen, que Francisco ha besado. El pontífice correspondió con un cáliz.
En su emotivo mensaje, el Papa alentó a los fieles a mantener la esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir con alegría.
Al término de la Misa sostuvo un breve encuentro con representantes de distintas religiones que asistieron a la celebración eucarística. Luego de la bendición final, durante el procesional de salida, el pontífice encontró a su paso a un representante musulmán, un rabino y líderes religiosos ortodoxos, con los cuales se dedicó a intercambiar palabras y gestos amistosos.
En el mismo sentido, Francisco, se acercó también para saludar y bendecir a niños, ancianos y enfermos a su salida del templo mariano.
Esta es la homilía que pronunció en portugués.
Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
La Virgen de Aparecida, de apenas 40 centímetros de altura y cuatro kilos de peso, fue hallada el 12 de octubre de 1717 en el río Paraíba por tres pescadores que habían sido enviados al lugar a pescar por el entonces gobernador de Sao Paulo y Minas Gerais, Pedro de Almeida.
La Virgen es una imagen negra cuyo color, según los estudiosos, se debe al fango del río y al humo de las velas, aunque también se interpreta como una referencia al sufrimiento de los pobres y de los excluidos, especialmente el pueblo negro en la historia de aquellos años de Brasil.
El título de "Aparecida" viene del verbo "Aparecer" porque fue en un momento de gran necesidad cuando los pescadores la encontraron y se dieron cuenta de que este hecho indicaba una señal de la intercesión de la Virgen.
Francisco ha aprovechado para anunciar que volverá a este santuario en 2017, año en el que se cumple el 300 aniversario de la aparición de la patrona de Brasil, Nuestra Señora de Aparecida, hallada en 1717.
Agradeció a todos los peregrinos por su presencia, a pesar del frío y de la lluvia que está cayendo “Los bendigo, con todo mi corazón, a todos: que la Virgen de Aparecida los bendiga a todos, a toda la patria. Al final desde el balcón de la Basílica bendijo a los 200 mil fieles reunidos en la explanada y concluyó con las siguientes palabras: “¡Recen por mí, recen por mí, lo necesito! Que Dios los bendiga, que Nuestra Señora de Aparecida los bendiga y hasta 2017, que voy a volver”, dijo en español.
¡Los fieles felices!
Al comienzo de la misa, el cardenal arzobispo de Aparecida y presidente de los obispos brasileños, Raymundo Damasceno Assis, ha agradecido la presencia del papa y ha recordado que es la tercera vez que un pontífice visita el santuario nacional, después de Juan Pablo II en 1980 y Benedicto XVI en 2007.
En su emotivo mensaje, el Papa alentó a los fieles a mantener la esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir con alegría.
Al término de la Misa sostuvo un breve encuentro con representantes de distintas religiones que asistieron a la celebración eucarística. Luego de la bendición final, durante el procesional de salida, el pontífice encontró a su paso a un representante musulmán, un rabino y líderes religiosos ortodoxos, con los cuales se dedicó a intercambiar palabras y gestos amistosos.
En el mismo sentido, Francisco, se acercó también para saludar y bendecir a niños, ancianos y enfermos a su salida del templo mariano.
Esta es la homilía que pronunció en portugués.
Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
Queridos
hermanos y hermanas
¡Qué
alegría venir a la casa de la Madre de todo brasileño, el Santuario de Nuestra
Señora de Aparecida! Al día siguiente de mi elección como Obispo de Roma fui a
la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma, con el fin de encomendar a la
Virgen mi ministerio como Sucesor de Pedro. Hoy he querido venir aquí para
pedir a María, nuestra Madre, el éxito de la Jornada Mundial de la Juventud, y
poner a sus pies la vida del pueblo latinoamericano.
Quisiera
ante todo decirles una cosa. En este santuario, donde hace seis años se celebró
la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe, ha
ocurrido algo muy hermoso, que he podido constatar personalmente: ver cómo los
obispos —que trabajaban sobre el tema del encuentro con Cristo, el discipulado
y la misión— se sentían alentados, acompañados y en cierto sentido inspirados
por los miles de peregrinos que acudían cada día a confiar su vida a la Virgen:
aquella Conferencia ha sido un gran momento de Iglesia.
Y,
en efecto, puede decirse que el Documento de Aparecida nació precisamente de
esta urdimbre entre el trabajo de los Pastores y la fe sencilla de los
peregrinos, bajo la protección materna de María. La Iglesia, cuando busca a
Cristo, llama siempre a la casa de la Madre y le pide: «Muéstranos a Jesús». De
ella se aprende el verdadero discipulado. He aquí por qué la Iglesia va en
misión siguiendo siempre la estela de María.
Hoy,
en vista de la Jornada Mundial de la Juventud que me ha traído a Brasil,
también yo vengo a llamar a la puerta de la casa de María —que amó a Jesús y lo
educó— para que nos ayude a todos nosotros, Pastores del Pueblo de Dios, padres
y educadores, a transmitir a nuestros jóvenes los valores que los hagan
artífices de una nación y de un mundo más justo, solidario y fraterno. Para
ello, quisiera señalar tres sencillas actitudes: mantener la esperanza, dejarse
sorprender por Dios y vivir con alegría.
1.
Mantener la esperanza. La Segunda Lectura de la Misa presenta una escena
dramática: una mujer —figura de María y de la Iglesia— es perseguida por un
dragón —el diablo— que quiere devorar a su hijo. Pero la escena no es de muerte
sino de vida, porque Dios interviene y pone a salvo al niño (cf.
Ap12,13a-16.15-16a). Cuántas dificultades hay en la vida de cada uno, en
nuestra gente, nuestras comunidades. Pero, por más grandes que parezcan, Dios
nunca deja que nos hundamos.
Ante
el desaliento que podría haber en la vida, en quien trabaja en la
evangelización o en aquellos que se esfuerzan por vivir la fe como padres y
madres de familia, quisiera decirles con fuerza: Tengan siempre en el corazón
esta certeza: Dios camina a su lado, en ningún momento los abandona. Nunca
perdamos la esperanza. Jamás la apaguemos en nuestro corazón. El «dragón», el
mal, existe en nuestra historia, pero no es el más fuerte. El más fuerte es
Dios, y Dios es nuestra esperanza.
Cierto
que hoy en día, todos un poco, y también nuestros jóvenes, sienten la sugestión
de tantos ídolos que se ponen en el lugar de Dios y parecen dar esperanza: el
dinero, el éxito, el poder, el placer. Con frecuencia se abre camino en el
corazón de muchos una sensación de soledad y vacío, y lleva a la búsqueda de
compensaciones, de estos ídolos pasajeros. Queridos hermanos y hermanas, seamos
luces de esperanza. Tengamos una visión positiva de la realidad. Demos aliento
a la generosidad que caracteriza a los jóvenes, ayudémoslos a ser protagonistas
de la construcción de un mundo mejor: son un motor poderoso para la Iglesia y
para la sociedad. Ellos no sólo necesitan cosas.
Necesitan
sobre todo que se les propongan esos valores inmateriales que son el corazón
espiritual de un pueblo, la memoria de un pueblo. Casi los podemos leer en este
santuario, que es parte de la memoria de Brasil: espiritualidad, generosidad,
solidaridad, perseverancia, fraternidad, alegría; son valores que encuentran
sus raíces más profundas en la fe cristiana.
2.
La segunda actitud: dejarse sorprender por Dios. Quien es hombre, mujer de
esperanza —la gran esperanza que nos da la fe— sabe que Dios actúa y nos
sorprende también en medio de las dificultades. Y la historia de este santuario
es un ejemplo: tres pescadores, tras una jornada baldía, sin lograr pesca en
las aguas del Río Parnaíba, encuentran algo inesperado: una imagen de Nuestra
Señora de la Concepción. ¿Quién podría haber imaginado que el lugar de una
pesca infructuosa se convertiría en el lugar donde todos los brasileños pueden
sentirse hijos de la misma Madre?
Dios
nunca deja de sorprender, como con el vino nuevo del Evangelio que acabamos de
escuchar. Dios guarda lo mejor para nosotros. Pero pide que nos dejemos
sorprender por su amor, que acojamos sus sorpresas. Confiemos en Dios. Alejados
de él, el vino de la alegría, el vino de la esperanza, se agota. Si nos
acercamos a él, si permanecemos con él, lo que parece agua fría, lo que es
dificultad, lo que es pecado, se transforma en vino nuevo de amistad con él.
3.
La tercera actitud: vivir con alegría. Queridos amigos, si caminamos en la
esperanza, dejándonos sorprender por el vino nuevo que nos ofrece Jesús, ya hay
alegría en nuestro corazón y no podemos dejar de ser testigos de esta alegría.
El cristiano es alegre, nunca triste. Dios nos acompaña. Tenemos una Madre que
intercede siempre por la vida de sus hijos, por nosotros, como la reina Esther
en la Primera Lectura (cf. Est 5,3).
Jesús
nos ha mostrado que el rostro de Dios es el de un Padre que nos ama. El pecado
y la muerte han sido vencidos. El cristiano no puede ser pesimista. No tiene el
aspecto de quien parece estar de luto perpetuo. Si estamos verdaderamente
enamorados de Cristo y sentimos cuánto nos ama, nuestro corazón se «inflamará»
de tanta alegría que contagiará a cuantos viven a nuestro alrededor. Como decía
Benedicto XVI: «El discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza,
no hay amor, no hay futuro» (Discurso Inaugural de la V Conferencia general del
Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13 de mayo 2007:
Insegnamenti III/1 [2007], p. 861).
Queridos
amigos, hemos venido a llamar a la puerta de la casa de María. Ella nos ha
abierto, nos ha hecho entrar y nos muestra a su Hijo. Ahora ella nos pide:
«Hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5). Sí, Madre nuestra, nos comprometemos
a hacer lo que Jesús nos diga. Y lo haremos con esperanza, confiados en las
sorpresas de Dios y llenos de alegría. Que así sea.
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