25 ene 2016

Obama, un balance trágico

Obama, un balance trágico/Guy Sorman
ABC |25 de enero de 2016..
EL presidente Obama, fiel al premio Nobel de la Paz que le fue concedido antes de asumir sus funciones, ha cometido un error fatal a lo largo de todo su mandato: creer que si uno es pacifista, los demás se volverán pacifistas, y que si uno es partidario del globalismo los demás se le unirán. Obama no ha cambiado de estrategia en ningún momento, como si sus convicciones tuviesen que imponerse a la realidad; hasta el final, ha fingido que creía que todos los países anteponían el respeto al Derecho Internacional, la paz y la humanidad al interés nacional. Craso error, porque la mitad de los países están dirigidos por delincuentes y cleptócratas, y muchos por nacionalistas arcaicos. El mundo es una jungla en la que los fuertes devoran a los débiles.
Desde 1945, el policía de esta jungla es el Ejército estadounidense, que, con éxitos y reveses, consiguió la mayor victoria: la derrota del comunismo. China puede decir que es comunista, pero su régimen es una forma clásica de despotismo oriental que trata de ampliar su territorio, pero ya no exporta ni una ideología, ni un modelo de sociedad. Cuando, en la década de 1990, surgió un nuevo desafío al orden mundial, el islamismo radical, Bill Clinton no entendió su naturaleza, pero George W. Bush, que olía el peligro, asestó un golpe tan fuerte que el Ejército estadounidense hizo añicos esta amenaza. La guerra en Irak y en Afganistán fue cruenta, pero se ganó, cuando Obama se convirtió en presidente.

Siete años más tarde, siete años de retiradas y de abandonos, ¿cuál es el estado del mundo? La dimisión del policía estadounidense ha hecho que surjan y que resurjan nuevas y antiguas amenazas que, a la larga, pondrán en peligro la seguridad de los occidentales y la globalización económica, que es la base de nuestra prosperidad. En primer lugar, Rusia se ha reincorporado al club de los países dirigentes (el G-7 se vuelve a convertir en un G-8), recompensada por haberse anexionado Crimea, por haber puesto bajo su tutela a Ucrania oriental y por haber bombardeado a las milicias sirias prooccidentales. Putin avanza cuando Occidente retrocede, que es lo que hacían los zares en su época y lo que les permitió conquistar Asia Central. No es ninguna novedad. Pero Obama, por lo visto, desconoce la historia rusa. ¿Y China? Aquí también su larga historia nos instruye: sus dirigentes han recuperado la práctica imperial del sometimiento de Asia. La pasividad de Obama ante la conquista territorial del mar de China hace temer la expulsión de la región de la VII Flota estadounidense, la única garantía desde hace sesenta años de la libre circulación entre Oriente y Occidente. No descartemos que Corea del Sur caiga en manos chinas si acepta su «neutralización» a cambio de la reunificación de las dos Coreas. Occidente ya solo tendría como aliado en Asia a Japón, donde la opinión pública es pacifista, mientras que muchos intelectuales abogan por una vuelta a los valores de la civilización de Edo, antes de la apertura del país al mundo. ¿E India? George W. Bush logró alejarla de Rusia, lo que fue un éxito importante, pero este país es un imperio y no luchará por los demás, puesto que, desde el Mahatma Gandhi, antepone su autosuficiencia a sus compromisos internacionales. Donde más ha retrocedido Obama es en Oriente Próximo: el fin de las sanciones contra Irán permitirá a la clericatura chií restablecer un imperio que coincida con la antigua Persia; Irak y Siria están sometidos; Líbano y Yemen están en parte anexionados; y los estados del Golfo y Arabia Saudí están asediados. Después de todas las concesiones de Obama al mundo islámico, unas señales de respeto legítimas pero que se perciben como un signo de debilidad, los occidentales se encuentran solos, enfrentados al terrorismo islámico (unos grupúsculos suníes para los cuales la violencia y la rapiña son un modo de vida en sí, y la vuelta al califato, un pretexto). Estos islamistas han surgido del despotismo árabe –en Egipto, en Argelia, en Marruecos y en Arabia Saudí– y de la desesperanza de las periferias occidentales, el semillero de los yihadistas. Obama no es el único responsable, pero tampoco ha contribuido a la reflexión sobre las dos causas del yihadismo: el apoyo occidental a los déspotas árabes, por un lado, y el desorden migratorio en Europa, por el otro.
Cuando a Hillary Clinton, la probable sucesora de Barack Obama, le piden que cite un éxito internacional, su única respuesta es la democratización de Birmania, que todavía está lejos de haber acabado. Se abstiene de mencionar la retirada de las tropas estadounidenses de Irak y de Afganistán porque, al ser más realista y tener más experiencia, sabe que, probablemente, si resulta elegida, tenga que volver allí. Como dijo Madeleine Albright, la secretaria de Estado de Bill Clinton, que dudaba si involucrar a sus tropas, «¿de qué sirve tener el Ejército más poderoso del mundo si no es para usarlo?». Pero no podemos concluir sin mencionar lo que Obama considera su mayor éxito: el acuerdo sobre el clima alcanzado en París en 2015. Pero habrá que esperar a 2100 para comprobar la eficacia de este acuerdo, admitiendo que el dióxido de carbono es la única causa del calentamiento. Mientras tanto, su sucesor tendrá que tratar de restablecer el orden mundial, que no puede prescindir de un policía. Y dado que tiene que haber uno, mejor que sea estadounidense.

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