¡Ya
bájenle!/ MIGUEL ÁNGEL GRANADOS CHAPA
Revista
Proceso
No. 1928, 12 de octubre de 2013;
Tras
su muy sentido fallecimiento, ocurrido el 16 de octubre de 2011, Miguel Ángel
Granados Chapa nos legó un invaluable cúmulo de análisis críticos,
rigurosamente documentados, acerca de los poderes fácticos y sus mecánicas
torcidas. Colaborador fundamental de Proceso a través de su Interés Público, el
periodista escribió en noviembre de 2009 el artículo que reproducimos a
continuación, en el cual revelaba un circuito de componendas entre priistas y
panistas. Un personaje llamó su atención entonces, el diputado Luis Videgaray
actual secretario de Hacienda, por su singular manera de especular
políticamente con los dineros públicos…
Entre
el momento en que se escriben estas líneas y el que las tenga el lector en sus
manos transcurren las horas decisivas para la aprobación del Presupuesto de
Egresos de la Federación. Tras lo ocurrido con la Ley de Ingresos no cabe lugar
para la esperanza ciudadana. Con la mayor insolencia, los poderes fácticos
mostraron su capacidad para controlar al Congreso. Cuando una Cámara fallaba,
se operaban los mecanismos correctivos necesarios, y el resultado final fue el
delineado con anticipación. Por eso resultó lo que resultó…
Entre
los poderes fácticos, como suele llamarse a los grandes consorcios, que no se
limitan a cabildear, sino que cuentan con su propia representación
parlamentaria, directa, incluyo a los gobernadores. Aunque son titulares de un
poder, de carácter local, en la aprobación de los instrumentos que rigen las
finanzas públicas actúan como factores de presión, ejercen poder de hecho, más
allá del que les confieren las leyes. Actuaron con eficacia a la hora de
establecer los montos de dinero que recaudará el gobierno federal, y en los
últimos días se les ha visto en San Lázaro buscando la traducción de ese
esfuerzo al plan de gastos, donde esperan contar no sólo con los ingresos
participables que ya consiguieron, sino con partidas específicas para sus
administraciones.
Siempre
necesitados de dinero, los gobernadores de las entidades donde hubo elecciones
el año pasado lo reclaman premiosamente, pues de su volumen depende en amplia
medida la conservación del gobierno para su partido. Cuando mucho, en el
régimen del autoritarismo priista los gobernadores eran virreyes cuando no
simples empleados del presidente, quien podía ponerlos y quitarlos a voluntad,
salvo excepciones que confirman la regla. Con la alternancia –falsa alternancia
porque en realidad sólo hubo nuevas siglas en el poder–, los titulares del
Poder Ejecutivo local pasaron a ser reyezuelos. Como tales se comportaron ante
los diputados. Primero muy formales, acudían a la Comisión de Presupuesto,
encabezada por el representante de uno de ellos (Luis Videgaray, personero de
Enrique Peña Nieto), y luego se dedicaban al jolgorio, ya sea en las oficinas
de la coordinación partidista, ya en los patios, corredores y jardines del
Palacio Legislativo, donde pequeñas multitudes, acaso acarreadas, los
cortejaban y aplaudían, para culminar la jornada bajo elegantes carpas
disfrutando de viandas suculentas, menos ciertamente que las servidas en sus
propias y pantagruélicas reuniones en sus sedes de gobierno.
Como
hicieron al preparar los dictámenes de la Ley de Ingresos, las bancadas del PAN
y el PRI llegarán a un acuerdo y sobre la marcha dirimirán las desavenencias
que acaso surjan pero que son resolubles. Con mayor desdén que en la etapa
previa, marginarán a los partidos restantes, incluido el PRD que, por el bajo
número de sus triunfos del 5 de julio, suele ser incluido entre los partidos
chicos, condenado por eso a no ser oído. Alejandro Encinas tuvo que derramar un
sarcasmo amargo cuando pidió a priistas y blanquiazules que por favor lo
invitaran a su Cámara de Diputados, a él, que encabeza el grupo del partido que
obtuvo 12% de la votación y casi la misma proporción de legisladores en San
Lázaro. Los restantes partidos, menores aún,
ni se quejan: el Verde porque gana sin entrometerse, por su alianza con
el PRI y por el poderío que le da ser cobertura de la mayor parte de la
telebancada, y los demás porque no cuentan nunca.
El
PRI y el PAN, autores hipócritas del gran atraco que es la Ley de Ingresos –lo
es por lo que esquilma a la población empobrecida y por lo que regala a la
élite enriquecida–, que además mostraron mezquindad y renuencia al pretender
cargar al otro la paternidad del engendro fiscal, procederán de la misma guisa
a la hora de asignar el dinero que extraerán de los raídos bolsillos de la gran
masa de contribuyentes y no de las elegantes carteras de piel importada.
Repartirán el pastel desatendiendo específicos reclamos ciudadanos. Uno de los
más clamorosos, desarrollado con las dos palabras de su consigna principal (que
da título a esta columna), fue expuesto con insistencia e ingenio pero desoído
por los legisladores.
¡Ya
bájenle!, exigieron varias agrupaciones civiles. Se referían al gasto
electoral, al financiamiento de los partidos. No se les escuchó, y los
agrupamientos políticos seguirán gozando de partidas crecientes, servidas a
partir de una legislación a modo que, dijeron, era necesario reformar para
hacer legal la disminución demandada por los ciudadanos.
Pero,
aprobado el presupuesto, aún hay modo de que los partidos “le bajen”. Si no
fueron capaces de hacerlo de modo formal, se me dirá, menos procederán
voluntariamente, y por lo tanto es candoroso plantear alguna modalidad que
redunde en bien de la sociedad (y de paso elimine o aminore uno de los motivos
de las querellas internas en no pocos partidos). De varios modos los partidos
pueden gastar menos dinero del autorizado o canalizar el que ponga a su
disposición el IFE hacia tareas o propósitos que revelen una gana de
sintonizarse con la sociedad, que canjeará esa disposición por votos en las
próximas elecciones locales, abundantes el año próximo. Dicho de otra manera,
los ciudadanos pueden presionar a los partidos si son ahora ellos los que
prometen, y cumplen, es decir, si ofrecen sus votos a los partidos que
renuncien voluntariamente a por lo menos una cuarta parte de sus ingresos
formales.
En
1996, cuando por primera vez se financió con grandes sumas a los partidos, para
compensar la disminución de recursos que afectaría a un PRI que dejaría de ser
patrocinado subrepticiamente por el gobierno, el PAN y el PRD reaccionaron de
un modo que podría reproducirse ahora. Dirigían esos partidos dos jóvenes
políticos a los que el destino enfrentaría en 2006 y hasta el fin de sus días:
Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador. Ambos convinieron entonces en no
aprovechar para sí la bonanza en que de pronto se encontraron. El PAN resolvió
devolver algunas de las ministraciones que el IFE le otorgaba. Y el PRD, aunque
las recibió todas, destinó su monto a tres propósitos: editar libros gratuitos
para la secundaria que la Secretaría de Educación Pública objetó con razón
porque ostentaban el nombre del partido donante, lo que los convertía en
objetos de propaganda; asistir a las viudas y deudos en general de las víctimas
del salinismo en Guerrero y Michoacán; y ayudar a sobrevivir a los migrantes
que no podían cruzar a Estados Unidos y se quedaban varados en la frontera.
Procedimientos
semejantes y fines análogos podrían plantearse ahora esos mismos y otros
partidos, el PRI incluido, que no puede alegar que necesita el dinero para sus
campañas, ya que es notorio el retorno de las viejas prácticas que lo financian
desde los gobiernos bajo su control. Que lo hagan no por altruismo sino por
conveniencia, para que los ciudadanos sufraguen por los que dejen de abusar del
erario y comprueben cómo lo hacen. Es un canje ventajoso. Propongo que lo
planteen las organizaciones que promovieron el “¡Ya bájenle!”. Veremos que así
pueden lograr su objetivo.
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