6 oct 2015

La mujer en el mundo de la ciencia

La mujer en el mundo de la ciencia/ Rafael Bachiller es astrónomo, director del Observatorio Astronómico Nacional (IGN) y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.
 El Mundo |6 de octubre de 2015..
Jennifer y John eran dos estudiantes de ciencias con idéntico curriculum que optaban a una plaza de encargado de laboratorio en una universidad norteamericana. En sus solicitudes lo único que les diferenciaba era el nombre y el sexo. Para su evaluación, la solicitud de Jennifer fue enviada a 63 catedráticos y la de John a 64, profesores que valoraron varios aspectos de los candidatos: aptitudes profesionales, capacidad para tutelaje de otro personal y adecuación para ser contratado en el puesto. Los mismos profesores también opinaron sobre qué remuneración merecían los candidatos en función de sus méritos. Quizás no sorprenda que Jennifer resultase peor valorada que John en todos los aspectos con diferencias en las puntuaciones que eran estadísticamente significativas. En una escala de 1 a 10, Jennifer obtuvo en torno a un punto menos que John en los tres criterios y, en cuanto a la remuneración, los evaluadores manifestaron que Jennifer merecía un salario en torno al 15 % menor que el que merecía John.

El experimento de los estudiantes ficticios Jennifer y John, que fue publicado por investigadores de la universidad de Yale en los ‘Proceedings’ de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos en el año 2012, ilustra uno de los sesgos que existen en el mundo de la ciencia a la hora de valorar y contratar a las mujeres. Entre otros aspectos, resulta curioso que no se observaron diferencias en las evaluaciones dependiendo del sexo de los evaluadores, es decir, que las profesoras también evaluaron mejor a John, lo que confirma que profesores y profesoras razonan con los mismos sesgos.
Naturalmente este sesgo de valoración no está restringido al mundo académico, sino que existe en la sociedad en su conjunto. Según la encuesta europea que, por iniciativa de la Fundación L’Oréal, se acaba de llevar a cabo con cinco millares de ciudadanos en Alemania, España, Francia, Italia y Reino Unido, el 67 % de los encuestados creen que las mujeres no sirven para ser científicas de alto nivel. Este porcentaje desciende ligeramente, al 63 %, cuando los resultados se restringen a los mil españoles que participaron en la encuesta. La mayoría manifestó que las mujeres carecen de interés científico, espíritu racional y analítico, perseverancia y sentido práctico.
Hace ya tiempo que las mujeres son la mayoría del alumnado universitario y que se titulan antes y con mejores expedientes académicos que sus compañeros varones. Sin embargo, según señala el ‘Libro Blanco’ sobre la situación de las mujeres en la ciencia española, se mantiene una doble segregación de género: una horizontal y otra vertical.
Hay una segregación horizontal que hace que en ciertas ramas de la ciencia, como las experimentales y las ingenierías, siga habiendo pocas mujeres. Por ejemplo, según datos recientes del Ministerio de Educación, el 54 % del alumnado universitario son mujeres, pero éstas tan sólo representan el 25% de los estudiantes de ingeniería y arquitectura. Las causas de esta segregación son muy poco claras. Más allá de los sesgos en los prejuicios diferenciales observados en el medio académico y en la sociedad en su conjunto que han sido descritos al principio de este artículo, se ha llegado a sugerir que podría haber diferencias innatas en las capacidades entre hombres y mujeres. Según algunas de esas opiniones, hombres y mujeres tendrían las mismas capacidades por término medio, pero los hombres podrían tener una distribución estadística más amplia en estas capacidades, por tanto en el extremo superior de la campana de Gauss encontraríamos más hombres muy capaces para la ciencia y la tecnología que mujeres. Sugerir este tipo de ideas, que poseen poca o nula evidencia científica, le costó a Larry Summers su puesto como presidente de la Universidad de Harvard.
Un estudio reciente publicado en la prestigiosa revista ‘Science’ por los Drs. Leslie y Cimpian de las universidades de Princeton y de Illinois, respectivamente, sugiere que, en los prejuicios que causan esta segregación horizontal de las mujeres, el parámetro que juega el papel fundamental es lo que venimos en llamar “talento innato”. Según este estudio, cuando los profesores piensan que, además de inteligencia y trabajo duro, hace falta un talento especial o innato para enfrentarse con éxito a su materia, tienden a contratar menos mujeres para, por ejemplo, realizar un doctorado. Así, las disciplinas de ciencias, para las que (injustificadamente) a menudo se supone que hace falta una especie de don natural que no puede ser enseñado, son consideradas como menos adaptadas para las mujeres. Naturalmente tan solo se trata de un prejuicio más que habría que vencer. Según los autores del estudio, para superarlo y atraer a más mujeres hacia las ciencias, se debería insistir menos en la dudosa importancia de ese supuesto talento innato y mucho más en otros valores como la inteligencia, la vocación y la capacidad de trabajo.
La segregación vertical hace que muy pocas mujeres ocupen puestos altos en la carrera científica y en sus estructuras de gestión, esto se expresa a veces como la existencia de un “techo de cristal” que limita su promoción frente a la de los hombres. De hecho, las mujeres tan solo ocupan hoy en torno al 20% de los puestos estratégicos en las universidades y en los institutos de investigación de nuestro país. Entre las causas de esta segregación se invoca a menudo que las mujeres relegan sus carreras científicas para dar más prioridad a la vida familiar, ocupándose más de los hijos y de las tareas domésticas, y permitiendo a su pareja que progrese más en su carrera. Se presenta entonces como una opción personal. Pero cabe poca duda de que éste es un planteamiento que está impreso de facto en la sociedad en su conjunto y que, más que una opción personal, es una realidad que se presenta como un ‘fait accompli’ frente al que la mujer debe realizar un enorme esfuerzo si desea optar por conciliar su carrera profesional con su vida familiar.
Son muchas las medidas que pueden tomarse para luchar contra la discriminación negativa femenina en el mundo de la ciencia y la tecnología. En primer lugar, para vencer los prejuicios de que las mujeres pudiesen ser menos aptas que los hombres en ciencia, es importante que desde la escuela se dé la información precisa para contrarrestar estos sesgos de género. Sería muy efectivo que las científicas participasen dando charlas en los colegios o supervisando trabajos de estudiantes pre-universitarios. En general, hay que dar más visibilidad en los centros educativos y en los medios de comunicación al trabajo realizado por científicas, inventoras y tecnólogas, tanto a las actuales como a las de la historia de la ciencia, pues todas ellas pueden servir de referente a las estudiantes e investigadoras jóvenes.
Aunque ayer se hizo público la concesión del Nobel de Medicina a la investigadora china Yoyou Tu, las mujeres tan solo han recibido el 3% de estos galardones en disciplinas científicas a lo largo de la historia, y actualmente en España tan solo reciben el 18 % de los premios científicos nacionales. Esto es algo que podría contrarrestarse examinando cuidadosamente los sesgos que puedan existir en los jurados e incluso creando premios específicos para mujeres científicas.
Para tratar de romper el techo de cristal, es importante mantener e incrementar la presencia femenina en todos los jurados y paneles de evaluación para nuevas plazas y subvenciones para llevar a cabo proyectos científicos. Implementar políticas reales de conciliación de la vida profesional con la familiar es indispensable e, incluso mientras la discriminación negativa continúe, el establecimiento de un sistema de cuotas en la asignación de puestos de trabajo, en particular de los de mayor responsabilidad, parece bien justificado.
Tanto el alto nivel de nuestra excelencia científica como el desarrollo económico de nuestro país precisa de todo el talento y de todo el trabajo esforzado que podamos aunar, no podemos permitirnos el lujo de seguir despreciando la valiosísima mitad que pueden y deben aportar las mujeres.


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