Discurso del Papa Francisco en el Palacio Nacional..
Palacio Naciomal, a 13 de febrero de 2016.
Discurso
a las autoridades y el cuerpo diplomático de México en el Palacio Nacional.
Señor
Presidente,
Miembros
del Gobierno de la República,
Distinguidas
Autoridades,
Representantes
de la sociedad civil,
Hermanos
en el Episcopado,
Señoras
y señores.
Le
agradezco, señor Presidente, las palabras de bienvenida que me ha dirigido. Es
motivo de alegría poder pisar estas tierras mexicanas que ocupan un lugar
especial en el corazón de las Américas. Hoy vengo como misionero de
misericordia y paz pero también como hijo que quiere rendir homenaje a su
madre, la Virgen de Guadalupe, y dejarse mirar por ella.
Buscando
ser buen hijo, siguiendo las huellas de la madre, quiero, a su vez, rendirle
homenaje a este pueblo y a esta tierra tan rica en culturas, historia y
diversidad. En su persona, Señor Presidente, quiero saludar y abrazar al pueblo
mexicano en sus múltiples expresiones y en las más diversas situaciones que le
toca vivir. Gracias por recibirme hoy en su tierra.
México
es un gran País. Bendecido con abundantes recursos naturales y una enorme
biodiversidad que se extiende a lo largo de todo su vasto territorio. Su
privilegiada ubicación geográfica lo convierte en un referente de América; y
sus culturas indígenas, mestizas y criollas, le dan una identidad propia que le
posibilita una riqueza cultural no siempre fácil de encontrar y especialmente
valorar. La sabiduría ancestral que porta su multiculturalidad es, por lejos,
uno de sus mayores recursos biográficos. Una identidad que fue aprendiendo a
gestarse en la diversidad y, sin lugar a dudas, constituye un patrimonio rico a
valorar, estimular y cuidar.
Pienso,
y me animo a decir, que la principal riqueza de México hoy tiene rostro joven;
sí, son sus jóvenes. Un poco más de la mitad de la población está en edad
juvenil. Esto permite pensar y proyectar un futuro, un mañana. Da esperanzas y
proyección. Un pueblo con juventud es un pueblo capaz de renovarse,
transformarse; es una invitación a alzar con ilusión la mirada hacia el futuro
y, a su vez, nos desafía positivamente en el presente. Esta realidad nos lleva
inevitablemente a reflexionar sobre la propia responsabilidad a la hora de construir
el México que queremos, el México que deseamos legar a las generaciones
venideras. También a darnos cuenta de que un futuro esperanzador se forja en un
presente de hombres y mujeres justos, honestos, capaces de empeñarse en el bien
común, este «bien común» que en este siglo XXI no goza de buen mercado. La
experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o
beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la
vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el
narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso
el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y
frenando el desarrollo.
El
pueblo mexicano afianza su esperanza en la identidad que ha sido forjada en
duros y difíciles momentos de su historia por grandes testimonios de ciudadanos
que han comprendido que, para poder superar las situaciones nacidas de la
cerrazón del individualismo, era necesario el acuerdo de las Instituciones políticas,
sociales y de mercado, y de todos los hombres y mujeres que se comprometen en
la búsqueda del bien común y en la promoción de la dignidad de la persona.
Una
cultura ancestral y un capital humano esperanzador, como el vuestro, tiene que
ser la fuente de estímulo para que encontremos nuevas formas de diálogo, de
negociación, de puentes capaces de guiarnos por la senda del compromiso
solidario. Un compromiso en el que todos, comenzando por los que nos llamamos
cristianos, nos entreguemos a la construcción de «una política auténticamente
humana» (Gaudium et spes, 73) y una sociedad en la que nadie se sienta víctima
de la cultura del descarte.
A
los dirigentes de la vida social, cultural y política, les corresponde de modo
especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser
dignos actores de su propio destino, en su familia y en todos los círculos en
los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo
a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada,
trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y
de paz.
Esto
no es sólo un asunto de leyes que requieran de actualizaciones y mejoras
—siempre necesarias—, sino de una urgente formación de la responsabilidad
personal de cada uno, con pleno respeto del otro como corresponsable en la
causa común de promover el desarrollo nacional. Es una tarea que involucra a
todo el pueblo mexicano en las distintas instancias tanto públicas como
privadas, tanto colectivas como individuales.
Le
aseguro señor Presidente que, en este esfuerzo, el Gobierno mexicano puede
contar con la colaboración de la Iglesia católica, que ha acompañado la vida de
esta Nación y que renueva su compromiso y voluntad de servicio a la gran causa
del hombre: la edificación de la civilización del amor.
Me
dispongo a recorrer este hermoso y gran País como misionero y peregrino que
quiere renovar con ustedes la experiencia de la misericordia como un nuevo
horizonte de posibilidad que es inevitablemente portador de justicia y de paz.
Y
me pongo bajo la mirada de María, la Virgen de Guadalupe, pido que me mire,
para que, por su intercesión, el Padre misericordioso nos conceda que estas
jornadas y el futuro de esta tierra sean una oportunidad de encuentro, de
comunión y de paz.
Muchas
gracias.
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