Francisco
y la emigración/ Hernando de Soto es presidente del Instituto para la Libertad y la Democracia.
El
País |12 de febrero de 2016.
El
Papa Francisco oficiará una misa, este 17 de febrero, en la frontera entre
Estados Unidos y México, entre El Paso y Juárez. Seguramente aprovechará la
oportunidad para exhortar a que se brinde apoyo a los pobres de México y a
aquellos que han emigrado a Estados Unidos.
Eso
fue lo que hizo en su emotivo discurso del pasado mes de setiembre en el
Madison Square Garden de Nueva York, cuando pidió a su auditorio ayudar “a
todos aquellos que parecen no tener cabida o que son ciudadanos de segunda
clase, porque no tienen derecho a estar allí”, refiriéndose a los 11 millones
de inmigrantes indocumentados en EE UU.
Sin
embargo, el problema de los indocumentados no afecta exclusivamente a EE UU. Su
ámbito es muchísimo mayor: 5.000 millones de los habitantes del mundo carecen
de la documentación necesaria para establecerse en un determinado lugar, ser
propietarios de sus bienes y utilizarlos para prosperar.
En
concreto, solamente 2.300 millones de personas en el mundo tienen la
documentación que los protege y les permite aprovechar sus derechos. Este
guarismo incluye a mil millones que radican en occidente, en Japón y Singapur y
en países similares, y a otros mil millones de habitantes de zonas occidentalizadas
de países en desarrollo o que pertenecieron a la órbita soviética.
Durante
su visita a México, el Papa, quien encarna la compasión para toda la
cristiandad, no sólo debe mirar al Norte para abogar por los 11 millones de
inmigrantes indocumentados, sino que también debe mirar al Sur, instando al
gobierno mexicano a que haga algo respecto de los 10 millones de hogares en
zonas urbanas, los 137 millones de hectáreas y los 6 millones de empresas
mexicanas cuya documentación insuficiente hace que no puedan ser apalancadas ni
aprovechar economías de escala y después debe mirar hacia el oriente y
occidente y abogar por los derechos que carecen los cinco mil millones
restantes.
De
hacerlo resolverá el impasse entre su compasión para con los oprimidos y la
preocupación de EE UU por blindar sus fronteras. ¿Por qué? Porque así hará que
el problema de los indocumentados trascienda la esfera del derecho público
internacional -que defiende el derecho soberano de EE UU y de cualquier país a
cerrar sus fronteras- y lo colocará dentro del marco del derecho fundamental de
las personas –sancionado por la Constitución de EE UU y la Declaración
Universal de los Derechos Humanos– a vivir en paz y prosperar dentro de las
fronteras de su propiedad. También esclarecerá por qué tantos de nuestros
pobres migran hacia el Norte en busca de ese derecho.
El
hecho es que estar debidamente documentado permite que los beneficiarios y sus
bienes puedan rendir mucho más. En EE UU por ejemplo, la tierra y los edificios
no solamente funcionan como refugios sino también como terminales confiables
que sirven para identificar a las personas de tal manera que puedan ser sujetos
de crédito, transformar sus bienes en capital y recibir servicios públicos
tales como energía, agua, desagüe, teléfono, servicios por cable.
Yo
calculo que los 5.000 millones de indocumentados del mundo están sentados sobre
aproximadamente 18 trillones de dólares en bienes raíces, sin contar a los
vecinos de los bosques y los yacimientos mineros y petroleros. Sin embargo,
esos activos sólo generarán prosperidad cuando estén debidamente documentados
para que puedan ser negociables y combinables con otros para crear conjuntos
más complejos y valiosos. Desde la revolución industrial, los logros más
rentables de la humanidad –desde la máquina a vapor y la generación de
electricidad hasta los sistemas de aeronavegación e Internet– han sido posibles
gracias a la documentación, que ha permitido combinar talentos y objetos en
gran escala.
La
documentación bien hecha va mucho más allá de estampar burocráticamente sellos
oficiales como lo hacemos en el tercer mundo. Es un factor fundamental para
solucionar dos de las preocupaciones que afectan tanto los sentimientos del
Papa como los de los estadounidenses que temen por su seguridad: las
revoluciones árabes y el medio ambiente.
Pocos
recuerdan que el drama inconcluso de la primavera árabe estalló porque la gente
se rebeló contra la práctica de algunas autoridades de despojar arbitrariamente
a los empresarios pobres de sus bienes indocumentados.
Lo
mismo ocurre con la naturaleza. Sin la información que brindan los documentos
registrados, ningún gobierno puede determinar, por ejemplo, quién es
responsable de dañar los recursos naturales de su país, ni adaptar sus
estrategias conservacionistas a las oportunidades y amenazas que surgen con la
expansión de la industria hacia territorios vírgenes.
Un
ejemplo, la mayoría de las 1.496 comunidades nativas que viven en las cabeceras
de la Amazonía no pueden fijar límites exactos, utilizando coordenadas
universales y derechos de propiedad, para cautelar sus bienes y controlar los
daños ecológicos que resultan de globalizar sin rayar la cancha.
Si
el Papa enarbola la causa de todos los indocumentados del mundo, la cambiará.
En todo caso me gusta que el Santo Padre esté tratando el tema de la
documentación: significa que El Vaticano ya no solo se pregunta por qué tan
pocos tienen tanto, sino también por qué tantos tienen tan poco.
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