22 may 2014

Nuncios papales/José Reveles


Retrospectiva
Nuncios papales/José Reveles
El Financiero, Martes, 4 de noviembre de 2003
Formal y pragmáticamente, la presencia y la influencia del Papa Juan Pablo II en México se ha dado a través de cuatro nuncios apostólicos en el último cuarto de siglo. El más activo y con insólita duración de 19 años como representante del Vaticano aquí, fue Girolamo Prigione, ariete para destruir todo vestigio de la teología de la liberación, activísimo golpeador de los obispos progresistas.
Prigione era delegado apostólico desde 1978, meses antes de la asunción del sumo pontífice de origen polaco Karol Wojtyla. El puesto le fue conferido por Paulo VI, pero se convirtió en nuncio a partir de la reforma constitucional de 1992.

En ese año crucial, el artículo 130 Constitucional se reformó en enero; en julio se publicó la ley reglamentaria de Asociaciones Religiosas y Culto Público; en septiembre se formalizaron las relaciones entre el gobierno mexicano y la Santa Sede y en diciembre se dieron los primeros registros oficiales de agrupaciones religiosas ante la Secretaría de Gobernación.
En orden de aparición, los subse-cuentes nuncios, a partir de la salida de Prigione en mayo de 1997, fueron Justo Mullor –contrariamente a su antecesor, se acercó a los obispos de Chiapas Samuel Ruiz y Raúl Vera e incluso sufrió un atentado-; Leonardo Sandri, argentino, llegó en abril del 2000 muy cercanas las elecciones presidenciales, en las cuales tomó partido, pero equivocado, pues nunca recibió a Vicente Fox en los cuatro meses que estuvo como representante papal, pero sí a Francisco Labastida Ochoa; y el actual Giusseppe Bertello, hombre moderado, que en tres años ha mantenido un bajo perfil alejado de reflectores.
-¿El Papa sabía todo esto?- preguntamos al ex sacerdote jesuita Alberto Athié, conocedor de las entrañas de la iglesia, quien renunció a su ministerio tras el escándalo de los curas pederastas y porque terminó asqueado después de acompañar en sus denuncias a ex clérigos atacados por el padre Marcial Maciel, de los Legionarios de Cristo, orden que por cierto le es tan cara a Juan Pablo II como el Opus Dei.
 “Si no lo sabía porque lo consideraban enfermo y no lo querían preocupar, esto querría decir que el Papa no gobierna, que son otros los que mandan. ¿Y entonces a quién estamos siguiendo? Finalmente creo que es la política del Sumo Pontífice la que ha dado juego a algunos intereses en México y a otros los ha marginado”.
A su vez el analista Fred Alvarez, ex funcionario de la Dirección de Asuntos Religiosos en la segunda mitad de los noventa, acota:
 “Girolamo Prigione ejercía poderes extraordinarios, que le dio el Papa, para hacer y deshacer en México. Las facultades otorgadas iban más allá de la relación diplomática. Tuvo una influencia decisiva en la conformación del mapa de los obispos en el país, pues nombró a la mayor parte entre 1990 y 1995”.
Gradualmente el nuncio fue dándole un giro conservador a la iglesia local cuando colocó a prelados incondicionales, lejos de cualquier crítica a la institución, en las diócesis de la república, coinciden en señalar Athié y Alvarez.
Cuando Prigione recién abandonó el país, el padre Antonio Roqueñí –quien junto con el jesuita Enrique González Torres (hoy rector de la Universidad Iberoamericana) le pidió que renunciara y se marchara, pues estaba dañando a los obispos y al pueblo católico- describió así al nuncio:  “Un personaje con gran perseverancia, con franca tozudez. Cuando se marca un objetivo, mueve todos los recursos que puede para conseguirlo. Inclusive medios no exactamente lícitos ni exactamente morales. Es capaz de mentir, de traicionar, de instrumentalizar a la gente”.
El nuncio tenía absoluto control sobre la Conferencia del Episcopado Mexicano. Uno de los prelados que lo confrontó fue el cardenal Ernesto Corripio, cuando se intentó dividir a la arquidióces de México en 8 diócesis y entonces el Primado defendió a capa y espada que no le arre-bataran el ayate de la Virgen, pues entre otras regiones se quería segregar la parte norte de la capital con todo y Basílica de Guadalupe.
Normalmente los nuncios no duran tanto en un solo país, precisamente para evitar que adquieran compromisos dema-siado fuertes, explica Alberto Athié:
 “Pero el papel que jugó monseñor Prigione para tratar de acabar con cual-quier expresión que pudiera ser identi-ficada con la Teología de la Liberación debe analizarse históricamente. Fue tremendo: atacó a los obispos que intentaban actuar en el contexto que les tocaba vivir, buscar la justicia social, promover la democracia. Todos ellos fueron boicoteados, utilizando la autoridad del Papa para hacerlo en su nombre.
Pero sabemos que la secretaría de Estado del Vaticano (con Angelo Sodano al frente) jugaba un papel clave de compromiso con los poderes terrenales”.
Aún los logros del nuncio fueron en su momento muy cuestionados, como el primer modelo posrevolucionario de leyes en materia religiosa, “porque fue un modelo de negociaciones cupulares, no hubo consultas, no hubo expresiones alternativas.
a la estrategia que se estaba desarrollando en conjunto con Carlos Salinas de Gortari, a puerta cerrada”.
Entre quienes vivieron las consecuencias de la política Prigione estuvieron los obispos Samuel Ruiz, en San Cristóbal de las Casas; Arturo Lona, en Tehuantepec; Manuel Talamás en Chihuahua; José Llaguno en la Tarahumara; Bartolomé Carrasco en Oaxaca y también se desmanteló el tipo de iglesia que había dejado Sergio Méndez Arceo en Cuernavaca (el sucesor fue monseñor Juan Jesús Posadas Ocampo, muy cercano al nuncio).
A todos les nombraba obispos auxiliares para irles restando autoridad. En el caso de Samuel Ruiz, el auxiliar Raúl Vera López terminó convirtiéndose a la causa de los pobres y se alejó de lo que se ha dado en llamar el Club de Roma, los jerarcas más adictos a las líneas del Vaticano a través de la nunciatura.
Los cardenales Norberto Rivera y Juan Sandoval, el obispo de Ecatepec Onésimo Cepeda, el de Oaxaca Héctor González, el de Puebla Rosendo Huesca, el de Mérida Emilio Berlié, el de Chihuahua José Arteaga Fernández, entre los principales, integran ese grupo institucional.
Prigione comenzó a desacreditarse aceleradamente cuando convalidó la versión oficial de la muerte accidental del cardenal Posadas, quien había acudido al aeropuerto a recibirlo cuando fue acribillado el 24 de mayo de 1993.
Ese mismo año y en enero de 1994 recibió en la nunciatura a los hermanos Benjamín y Ramón Arellano Félix e intentó que los recibiera el presidente Carlos Salinas. Fue conducto para entregar cartas en las que los capos se deslindan del asesinato del cardenal de Guadalajara.
A don Girolamo se le escapó el capelo cardenalicio. Tiene 83 años y salió de México en medio del escándalo que provocó su relación amorosa con una religiosa, la hermana Alma, a quien todavía viene a visitar dos o tres veces al año. Pero ese es tema para otro envío. Lo prometemos.
Fuente: http://www.el-mexicano.com.mx/informacion/editoriales/3/16/editorial/2003/11/04/21237/los-datos-puros

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