La
superproducción más cara/Sergio Ramírez, es escritor.
El
País | 31 de enero de 2016.
Estamos
en plena chapomanía. Siendo el muy mentado Chapo Guzmán un mito, ya no sabemos
cuánto hay en él de verdad o de mentira. Su grueso bigote, ¿es real, o pintado
al carbón, como el de Groucho Marx? Un aspirante al glamourde Hollywood con
muertos a cuestas que sólo pueden contarse de manera estadística: 67% de los
45.000 que ha costado la guerra narco en México: y no con balas de mentira, con
las que mataba John Wayne en las batallas de tramoya de la guerra de Vietnam.
Las
telenovelas nos ofrecen argumentos sabidos. La campesina que entra en la
mansión suntuosa como empleada doméstica, y saldrá casada con el hijo de los
patrones venciendo la maldad de la suegra; o la empleadita sufrida que
resultará, al final, bendecida por la herencia que le ha dejado su abuela,
quien la ha buscado afanosamente por años sin encontrarla. Todos son caminos
para llegar al dinero fácil, pero a la postre inocentes.
Ahora
el guion se ha pervertido, nos lo dice el mismísimo Sean Penn: el héroe sumido
en la miseria campesina desde su infancia, ha sido empujado desde los 15 años a
vender drogas para poder sobrevivir. Y se hizo a sí mismo, como en las mejores
historias románticas del capitalismo, donde brillan aquellos magnates que
enmarcan el primer dólar ganado.
Nos
advierte que los carteles no van a desaparecer ni con su prisión perpetua, ni
con su muerte, lo cual no deja de servirnos de consuelo moral: “El día que yo
no exista, no va a mermar lo que es nada el tráfico de droga”. No es más que
una víctima de los apetitos del mercado. Sería un honrado labriego o pastor de
cabras en Badiraguato, si los viciosos consuetudinarios de Wall Street y
Beverly Hills no fueran tan buenos clientes. Él no prueba drogas, una de las
formas de reclamar honestidad. Sólo comercia con ellas.
El
guion de esta formidable superproducción ya está siendo escrito, y de la
telenovela hogareña recibe los toques maestros: “No duermo mucho desde que te
vi. Estoy emocionada con nuestra historia. Es en lo único que pienso…”,
susurra. Katia, la heroína en un mensaje de texto. Y el galán del bigote
poblado responde: “Eres lo mejor de este mundo. Te cuidaré más que a mis ojos”.
Y entonces, ella: “Me mueve demasiado que me digas que me cuidas, jamás nadie
me ha cuidado”.
El
galán tiene un corazón sentimental: 7 esposas, 18 hijos, amantes a granel. Un
semental que para no desmerecer de su fama, antes de ir una vez más a prisión
se había hecho una cirugía de los testículos para mejorar su rendimiento
sexual. Pero Sean Penn no fue en su búsqueda para encontrarse con un garañón
patriarcal, sino con alguien enlistado por la revista Forbes entre los
supermillonarios, y por la revista Foreign Policy entre los superpoderosos. Él
mismo lo revela con toda candidez, cuando nos dice que en México hay dos presidentes.
Dos sillas del águila, una de ellas la ocupa su entrevistado. Conoce el poder
mediático, pero aquí se halla frente al verdadero, y su erótica.
Había
visto, dice, “vídeos y fotografías de decapitados, reventados, desmembrados o
acribillados a balazos: inocentes, activistas, periodistas valientes y enemigos
por igual del cártel”, pero eso no ataja su seducción por la erótica del poder,
precisamente porque su entrevistado tiene poder de vida o muerte, que ejerce a
través de redes secretas, de órdenes que llegan al último rincón y se cumplen
puntuales.
Los
asesinatos en serie, los crímenes masivos, no atajan tampoco nuestra
fascinación porque vivimos frente a la gran pantalla, donde la épica nunca deja
de estar teñida de sangre, y frente a la pequeña, donde se celebra el ascenso
de los pobres hacia la riqueza, cualquiera que sea el camino. Y en ambos casos,
nos conectamos sin pudor al mercado que espera a todos con sus fauces abiertas.
La
firma Barabas agotó las existencias del modelo Fantasy de sus camisas, que el
Chapo luce en la foto que se tomó con la estrella de cine. Se trata de una
extravagante prenda de sicario, de esas muy apropiadas para lucirse abiertas y
enseñar la gruesa cadena de oro en el pecho, y para usarse por fuera, de modo
que el faldón pueda esconder la pistola de grueso calibre. ¿Si hay novelas,
telenovelas, series, música de grupera, y altares para los narcos, por qué no
camisas? El glamour debe ser total.
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