El Perú a salvo/Mario
Vargas LLosa
El
País, 12 de junio de 2016..
La
ajustada victoria de Pedro Pablo Kuczynski en las elecciones presidenciales del
5 de junio ha salvado al Perú de una catástrofe: el retorno al poder de la
mafia fujimorista que, en los años de la dictadura de Alberto Fujimori y
Vladimiro Montesinos, robó, torturó y asesinó con una ferocidad sin precedentes
y, probablemente, la instalación del primer narcoEstado en América Latina.
Pero,
el hecho decisivo, para rectificar la tendencia y asegurarle a Kuczynski la
victoria, fue la decisión de Verónika Mendoza, la líder de la coalición de
izquierda del Frente Amplio, de anunciar que votaría por aquél y de pedir a sus
partidarios que la imitaran. Hay que decirlo de manera inequívoca: la
izquierda, actuando de esta manera responsable —algo con escasos precedentes en
la historia reciente del Perú—, salvó la democracia y ha asegurado la
continuación de una política que, desde la caída de la dictadura en el año
2000, ha traído al país un notable progreso económico y el fortalecimiento
gradual de las instituciones y costumbres democráticas.
El
nuevo Gobierno no va a tener la vida fácil con un Parlamento en el que el
fujimorismo controla la mayoría de los escaños; pero Kuczynski es un hombre
flexible y un buen negociador, capaz de encontrar aliados entre los adversarios
para las buenas leyes y reformas de que consta su programa de gobierno. Hay que
señalar, por otra parte, que, al igual que Mauricio Macri en Argentina, cuenta
con un equipo de colaboradores de primer nivel, en el que figuran técnicos y
profesionales destacados que hasta ahora se habían resistido a hacer política y
que lo han hecho sólo para impedir que el Perú se hundiera una vez más en el
despotismo político y la ruina económica. De otro lado, es seguro que su
prestigio internacional en el mundo financiero seguirá atrayendo las
inversiones que, desde hace dieciséis años, han venido apuntalando la economía
peruana, la que, recordemos, es una de las que ha crecido más rápido en toda la
región.
¿Qué
ocurrirá ahora con el fujimorismo? ¿Seguirá subsistiendo como siniestro emblema
de la tradición incivil de las dictaduras terroristas y cleptómanas que
ensombrece el pasado peruano? Mi esperanza es que esta nueva derrota inicie el
mismo proceso de descomposición en el que fueron desapareciendo todas las
coletas políticas que han dejado las dictaduras: el sanchecerrismo, el
odriísmo, el velasquismo. Todas ellas fueron artificiales supervivencias de los
regímenes autoritarios, que poco a poco, se extinguieron sin pena ni gloria. El
fujimorismo ha tenido una vida más larga sólo porque contaba con los recursos
gigantescos que obtuvo del saqueo vertiginoso de los fondos públicos, de los que
Fujimori y Montesinos disponían a su antojo. Ellos le permitieron, en esta
campaña, empapelar con propaganda el Perú de arriba abajo, y repartir baratijas
y hasta dinero en las regiones más empobrecidas. Pero no se trata de un partido
que tenga ideas, ni programas, sólo unas credenciales golpistas y delictuosas,
es decir, la negación misma del Perú digno, justo, próspero y moderno que, en
estas elecciones, se ha impuesto poco menos que de milagro a un retroceso a la
barbarie.
La
victoria de Pedro Pablo Kuczynski trasciende las fronteras peruanas; se
inscribe también en el contexto latinoamericano como un nuevo paso contra el
populismo y de regeneración de la democracia, del que son jalones el voto
boliviano en contra de los intentos reeleccionistas de Evo Morales, la derrota
del peronismo en Argentina, la destitución de Dilma Rousseff y el desplome del
mito de Lula en Brasil, la aplastante victoria de la oposición a Maduro en las
elecciones parlamentarias en Venezuela y el ejemplo de un régimen como el de Uruguay,
donde una izquierda de origen muy radical en el poder no sólo garantiza el
funcionamiento de la democracia sino practica una política económica moderna,
de economía de mercado, que no es incompatible con un avanzado empeño social.
Quizás cabría señalar también el caso mexicano, donde las recientes elecciones
parciales han desmentido las predicciones de que el líder populista Andrés
Manuel López Obrador y su partido serían poco menos que plebiscitados; en
verdad el ganador de los comicios ha sido el Partido Acción Nacional, con lo
que el futuro democrático de México no parece amenazado.
¿Es
ingenuo ver en todos estos hechos recientes una tendencia que parece extenderse
por América Latina a favor de la legalidad, la libertad, la coexistencia
pacífica y un rechazo de la demagogia, el populismo irresponsable y las utopías
colectivistas y estatistas? Como la historia no está escrita, siempre puede
haber marcha atrás. Pero creo que, haciendo las sumas y las restas, hay razones
para ser optimistas en América Latina. Estamos lejos del ideal, por supuesto;
pero estamos muchísimo mejor que hace veinte años, cuando la democracia parecía
encogerse por todas partes y el llamado “socialismo del siglo XXI” del
comandante Chávez seducía a tantos incautos. ¿Qué queda de él, ahora? Una
Venezuela en ruinas, donde la mayoría de la gente se muere de hambre, de falta
de medicinas, de inseguridad callejera, y donde una pequeña pandilla encaramada
en el poder da golpes de ciego a diestra y siniestra, cada vez más aislada, ante
un pueblo que ha despertado de la seducción populista y revolucionaria y sólo
aspira ahora a recobrar la libertad y la legalidad.
Acabo
de pasar unas semanas en la República Dominicana, Chile, Argentina y Brasil y
vengo a Europa mucho más animado. Los problemas latinoamericanos siguen siendo
enormes, pero los progresos son también inmensos. En todos esos países la
democracia funciona y las crisis que padecen no la ponen en peligro; por el
contrario, y pienso sobre todo en Brasil, creo que tienden a regenerarla, a
limpiarla de la corrupción, a permitirle que funcione de verdad. En ese
sentido, la victoria de Pedro Pablo Kuczynski en el Perú es otro pasito que da
América Latina en la buena dirección.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario