Francisco,
un año de esperanza y de incógnitas/Juan José Tamayo es director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica (Fragmenta, Barcelona, 2013).
El País
|11 de marzo de 2014
Desde
su elección el 13 de marzo de 2013, Francisco no ha cesado de sorprender a
fieles y escépticos por sus gestos y palabras, que han cambiado, al menos de
cara al exterior, la imagen del Papa y la han hecho más cercana al pueblo y más
creíble. Su primer mensaje desde el balcón del Vaticano no fue para bendecir
urbi et orbi cual monarca absoluto, sino para pedir a los reunidos en San Pedro
que rezaran por él.
El
Jueves Santo “transgredió” las rúbricas litúrgicas al celebrar tan importante
efemérides en un centro penitenciario donde lavó los pies a 12 jóvenes, entre
ellos a dos mujeres, una musulmana. Durante su viaje a Brasil visitó la favela
Varginha, criticó la indiferencia ante las desigualdades y, en plena
movilización de los indignados, lejos de apagar el fuego de la protesta, se
puso del lado de los jóvenes, a quienes les dijo: “Espero lío, que haya lío,
que la Iglesia salga a las calles”.
El
viaje a Brasil era una excelente oportunidad para encontrarse con las
comunidades eclesiales de base y con los teólogos y teólogas de la liberación,
algunos de ellos condenados por los papas anteriores. Dicho encuentro no se
produjo. Es verdad, no obstante, que durante los últimos meses se han dado
pasos importantes de acercamiento del Vaticano hacia la tan castigada teología
latinoamericana de la liberación, al menos en la persona del peruano Gustavo
Gutiérrez, considerado el padre de dicha tendencia teológica, al que papa ha
recibido y del que L’Osservatore Romano ha publicado un importante artículo,
algo impensable con Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Al
menos ha comenzado el deshielo y se ha pasado del anatema al diálogo y del
silenciamiento a la palabra. Con todo falta, a mi juicio, un paso importante
por dar: la retirada de las sanciones contra los teólogos y teólogas de las
diferentes tendencias teológicas más vivas y creativas actuales: de la
liberación, de las religiones, feminista, etcétera.
Es un
paso que no tendría que serle difícil dar a Francisco, ya que su crítica del
capitalismo, su teología del bien común y su propuesta de la “Iglesia de los
pobres” van en la dirección de la teología de la liberación e incluso se
inspiran en ella. Un ejemplo es: la exhortación apostólica La alegría del
Evangelio, que crítica el neoliberalismo en continuidad con las tradiciones
antiidolátricas de ayer y de hoy: de ayer, los profetas de Israel y Jesús de
Nazaret; de hoy, los Foros Sociales Mundiales, los movimientos
alterglobalizadores y los indignados.
Es un
texto revolucionario que interpreta la crisis actual como resultado de un
capitalismo salvaje dominado por la lógica del beneficio a cualquier precio y
pronuncia cuatro noes: a una economía de la exclusión, a la nueva idolatría del
dinero, a un dinero que gobierna en lugar de servir y a la inequidad que genera
violencia. Recupera la palabra “solidaridad” que corre el riesgo de ser
eliminada del diccionario y es “una palabra incómoda, casi una palabrota” para
los mercados.
Critica
la utilización de los derechos humanos como justificación para la defensa
exacerbada de los derechos individuales y de los derechos de los pueblos más
ricos. Pone en el centro de su mensaje las palabras que molestan al sistema
neoliberal: ética, solidaridad mundial, distribución de bienes, preservar las
fuentes del trabajo, dignidad de los débiles.
Uno de
los ámbitos donde se juegan tanto la credibilidad del Papa como la autenticidad
de su reforma es la actitud hacia las mujeres. Francisco reconoce, es verdad,
el hecho de la marginación de las mujeres en la Iglesia católica; afirma que le
produce un profundo sufrimiento ver cómo en ella o en algunas organizaciones
eclesiales el servicio de las mujeres desemboca en servidumbre. Defiende su
incorporación a los ámbitos de responsabilidad eclesial.
Pero
hasta ahora no ha dado pasos en esa dirección. Ha mostrado su negativa al
acceso de las mujeres a los ministerios ordenados, lo que es contrario a las
investigaciones bíblicas, históricas, arqueológicas, teológicas y pastorales
que avalan el ejercicio de todas las funciones ministeriales por parte de las
mujeres. Defiende la elaboración de una “teología de la mujer”, que justifica
las tareas diferenciadas en función del sexo y recurre al discurso de la
excelencia.
Francisco
no parece tener en cuenta las principales aportaciones de la teología
feminista: el movimiento de Jesús como comunidad (no clónica) de iguales
hombres y mujeres; la hermenéutica de la sospecha aplicada a los textos
androcéntricos de la Biblia y de la teología; la crítica de la organización
jerárquico-patriarcal de la Iglesia; la defensa de una Iglesia inclusiva y no
sexista, etcétera. Papel importante en el mantenimiento de la discriminación de
las mujeres está jugando el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la
Fe cardenal Müller. Haría bien el papa Francisco en vigilar de cerca al
“vigilante de la ortodoxia” o en sustituirlo.
Un año
después de su elección, hay muchas esperanzas depositadas en Francisco, pero
siguen quedando no pocas incógnitas.
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