Paradoja
perversa/DENISE DRESSER
Revista
Proceso
No. 1903, 21 de abril de 2013;
Una
paradoja demoniaca, como diría el periodista Ryszard Kapuscinski. El PRD
convertido en promotor de Enrique Peña Nieto. Jesús Zambrano y Jesús Ortega
transformados en propulsores de su peor adversario. Tomando decisiones –dentro
del Pacto por México– que debilitan su posición y fortalecen las del contrario;
haciendo declaraciones que le restan apoyos y se los transfieren a quien desea
combatir pero termina por apuntalar. El PRD como conductor contraproducente;
como actor autodestructivo; como partido paradójico que encabeza una izquierda
empecinada en empoderar al PRI. Un PRD disfuncional que, en lugar de actuar
como contrapeso eficaz al priismo, justifica su avance.
Realidad
revelada en encuesta tras encuesta, en sondeo tras sondeo. El apoyo electoral
al priismo crece mientras el apoyo electoral al perredismo disminuye. La
popularidad del tricolor sube mientras la del sol azteca desciende. El respaldo
a Enrique Peña Nieto se extiende mientras que el respaldo a lo que queda del
PRD se va encogiendo. Lo que una izquierda nebulosa y desdibujada siembra, un
priismo triunfalista y complaciente cosecha con creces. El comportamiento
poselectoral del perredismo consensualista no le ha cerrado espacios al PRI. Al
contrario; se los abre y cada vez más.
En
días recientes, Jesús Zambrano ha dicho que el PRD está aquí para “decir sí”.
Para pactar. Para consensuar. Para dejar de mandar al diablo las instituciones,
porque sabe que esa posición crea más mexicanos dispuestos a defenderlas, ya
que prefieren su reforma a su destrucción. El PRD está tratando de llenar sus
filas de quienes quieren acuerdos para gobernar antes que vetos para
obstaculizar. El maximalismo lopezobradorista de ayer ha sido reemplazado por
el gradualismo perredista de hoy. La izquierda responsable le está poniendo la
mesa al PRI que nunca lo fue cuando estuvo en la oposición. El Pacto por México
que el PRD apoya está apuntalando a la presidencia que al mismo tiempo
denuesta.
Y
el PRD ha cambiado de postura por los temores que incitaba. Por el
conservadurismo que despertaba. Por el rechazo por parte de los votantes
moderados que producía. Porque al actuar como lo hizo antes de salir a fundar
Morena, AMLO resucitó todos los estereotipos superados, todos los adjetivos
archivados. El PRD como el partido de los rabiosos y los recalcitrantes; el PRD
con el porcentaje más alto de negativos y el porcentaje más bajo de votantes;
apoyado tan sólo por su voto duro, rechazado por los electores independientes,
condenado a perder en 2012 y asegurando que fuera así. Una izquierda
igniscible, que allanó el camino para un priismo que se siente cada vez más
legitimado.
Y
López Obrador negando que eso hubiera sido cierto; negando la responsabilidad
de un desenlace que había contribuido a crear. Insistiendo en posturas
maximalistas que lastimaron al PRD en lugar de ayudarlo; insistiendo en
convocar a la calle y a las plazas cuando no podía ayudar a los pobres o
producir las transformaciones profundas que México necesitaba tan sólo gritando
desde allí. La negación de la realidad que impidió transformarla. La negación
como mecanismo de defensa que inhibió la autocrítica. La negación de los
adictos y los alcohólicos y las mujeres violadas y todos los que ignoran la
verdad porque no pueden lidiar con ella. Esa verdad ineludible que acompaña a
la izquierda donde quiera que va: el PRD víctima del consensualismo, y AMLO
víctima de la división que Morena ha propiciado.
Realidades
desoladoras para quienes saben que México necesita una buena izquierda. Una
izquierda que atempere a Peña Nieto en vez de ayudarlo a gobernar solo. Una
izquierda capaz de pactar pero también de criticar. Una izquierda que sea
acicate del cambio progresista y no pretexto para el conformismo conservador.
Una izquierda que sea protagonista de la política y no sólo comparsa del
presidente. Una izquierda con ideas viables y no sólo posturas testimoniales.
Una izquierda que sepa hablarle a las clases medias en lugar de alienarlas. Una
izquierda capaz de rechazar tanto la claudicación que el PRI quiere y la
inmolación que AMLO exige. Una izquierda que sepa ser oposición, porque el país
la necesita.
Todo
aquello que explica la razón de ser de la izquierda mexicana sigue allí. La
pobreza y la desigualdad y la corrupción y los privilegios y la justicia
discrecional y la concentración de la riqueza y la postergación de soluciones
para distribuirla mejor. Los de abajo siguen siendo los de abajo, los de arriba
siguen siendo los de arriba, los de en medio siguen luchando para poder
quedarse allí. Pero AMLO está demasiado ocupado confrontando al sistema para
pensar en cómo mejorarlo. Y el PRD está demasiado ocupado posando en la foto
con Enrique Peña Nieto para pensar que la izquierda debe ser más que la que
siempre dice “sí.
Si
quiere influir y no sólo posar, el PRD debe reflexionar. Debe reconsiderar.
Debe entender que si continúa comportándose como lo ha hecho a partir de la
elección, no hará de México un país más justo sino más priista. No hará de
México un país más equitativo sino más peñanietista. Y no empoderará a los
desposeídos sino al partido que apela a la mano firme para lidiar con ellos. Si
el PRD no es capaz de traducir demandas populares en opciones razonables de
política pública, minará a una democracia disfuncional en vez de componerla. Si
el PRD no es capaz de articular propuestas creíbles para la justicia
distributiva, le dará armas a quienes insisten en que no es necesaria. En lugar
de ayudar a los pobres, fortalecerá políticamente a quienes preferirían
encarcelarlos.
Y
si Los chuchos siguen empeñados en convertir al PRD en promotor de la
priización del país, ojalá que los verdaderos progresistas del país no se lo
permitan. Porque sería una paradoja trágica que la izquierda continuara
pavimentando la ruta que el PRI usa para rebasarla.
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