"El actual nuncio apostólico S.E. Mons. Jerónimo Prigione sea sustituido por otra figura de representante pontificio más ponderado y aceptable...." Corripio
Sustituya
a Prigione, clamaba Corripio a Juan Pablo II/RODRIGO
VERA
Revista Proceso # 1036, 7 de diciembre de 2013
En 1993
Ernesto Corripio era el cardenal mexicano más influyente y desde su posición
denunció al embajador del Vaticano: Jerónimo Prigione. De “actitudes arrogantes
y prepotentes”, afecto a “hacerse unos propios clientes” y “complicado a causa
de compromisos adquiridos por él con grupos de poder y de dinero”, la queja
dirigida al Papa retrató al también alfil del salinismo dentro de la Iglesia.
Juan Pablo II no quiso relevarlo: lo premió con seis años más como nuncio.
El 15 de
diciembre de 1993, el cardenal Ernesto Corripio Ahumada, entonces arzobispo
primado de México, le escribió una carta al Papa Juan Pablo II en la cual le
pedía que destituyera de su cargo a monseñor Jerónimo Prigione, quien en ese
tiempo fungía como nuncio apostólico en la República.
En su
misiva –cuya copia tiene Proceso–, Corripio explicaba que Prigione le hacía
mucho daño a la Iglesia del país, principalmente por sus “actitudes arrogantes
y prepotentes” con los obispos mexicanos, pero también por sus “compromisos”
con “grupos de poder y de dinero” que lo alejaban de su función como
representante diplomático del Papa.
Puntualizaba
que, “a nombre de otros señores obispos”, él ya venía realizando gestiones en
la Secretaría de Estado de la Santa Sede para que removieran a Prigione de su
cargo. Concretamente –dice– trató el asunto de manera personal con monseñor
Eduardo Martínez Somalo, cuando éste era el secretario sustituto de esa
dependencia vaticana.
En su
misiva, Corripio asegura que Martínez Somalo le había prometido “un pronto
cambio” de nuncio. Y supone que la remoción de Prigione se estuvo posponiendo
debido al “cambio de las leyes constitucionales” de principios de los noventa,
mediante las cuales el gobierno de Carlos Salinas le dio reconocimiento
jurídico a la Iglesia y reanudó las relaciones diplomáticas con el Vaticano. En
dichas modificaciones el nuncio jugó un papel destacado.
En su
carta, de dos páginas, Corripio comentaba que muy pronto cumpliría 75 años de
edad, por lo que tendría que renunciar al cargo de arzobispo primado de México,
dejando así vacante la arquidiócesis más importante del país.
Y le
recordaba al Papa que la arquidiócesis de Guadalajara también había quedado
“vacante” de “manera dramática”, en alusión al entonces reciente asesinato de
su titular, el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, acribillado en el aeropuerto
de esa ciudad en mayo de 1993.
Corripio
le explicaba a Juan Pablo II que, junto con las de México y Guadalajara, habría
en total seis arquidiócesis vacantes en muy corto tiempo. Y le pedía que
Prigione fuera “sustituido” para que no influyera en los nombramientos de los
nuevos titulares de esas circunscripciones eclesiásticas. Le solicitaba,
asimismo, suspender los nombramientos hasta la llegada del nuevo nuncio, quien
debía ser un “representante pontificio más ponderado y aceptable”, pues tenía
que hacerse cargo de la situación “con calma y serenidad” para “no perjudicar a
nuestra Iglesia con nombramientos apresurados”.
Con toda
esta claridad, la carta revela el duro enfrentamiento existente entonces entre
las dos figuras más destacadas de la Iglesia mexicana: el cardenal Corripio y
el nuncio Pigione. He aquí el texto íntegro de la misiva del cardenal:
México,
D.F., diciembre 15 de 1993.
Beatísimo
Padre:
Ernesto
Card. Corripio, Arzobispo Primado de México, con toda humildad y movido por un
deber de conciencia, se permite exponer a Vuestra Santidad lo siguiente:
1) Nunca
habría podido pensar que antes de llegar a la edad de mi renuncia habría
quedado vacante, y en forma dramática la segunda vez, la Arquidiócesis de
Guadalajara.
2) Por
otra parte en el espacio de 15 meses llegarán a estar vacantes otras 5
arquidiócesis de la Iglesia en México, y un servidor llegará a los 75 años de
edad.
Esta
situación significa el reajuste y la orientación de toda nuestra Iglesia en
México.
3) Todo
esto sucederá en un contexto más general de fragilidad debido a la agresividad
organizada de grupos clericales radicalizados e intransigentes, a la difusión
dilagante de sectas fundamentalistas y a un secularismo consumístico y
ateizante propiciado por grupos laicos masónicos.
4) Por
otro lado el actual nuncio apostólico, mons. Jerónimo Prigione se encuentra en
México desde hace 13 años, complicados a causa de compromisos adquiridos por él
con grupos de poder y de dinero, en medio de muchas vicisitudes y
vulnerabilidades, con polémicas no siempre edificantes trascendidas a la prensa
y con actitudes arrogantes y prepotentes con sres. Obispos, mezcladas con el
gusto de hacerse unos propios clientes dentro del Episcopado Mexicano.
5) De
esta situación relativa a S.E. Mons. Prigione me ha tocado conversar en la
Santa Sede, también a nombre de otros señores obispos, desde el tiempo en que
era Substituto de la Secretaría de Estado, S.E. Mons. Martínez Somalo.
En esa
ocasión S.E. Mons. Martínez Somalo me aseguró un pronto cambio de representante
pontificio, lo cual probablemente se tuvo que posponer hasta la conclusión de
las tratativas entre el gobierno de México y la Santa Sede y el cambio de las
leyes constitucionales.
Por todo
lo cual, me permito señalar humildemente como deber de conciencia sometiéndolo
directamente a la benévola atención de Su Santidad que:
a) El
actual nuncio apostólico S.E. Mons. Jerónimo Prigione sea sustituido por otra
figura de representante pontificio más ponderado y aceptable.
b) Que la
provisión de las 6 arquidiócesis y de las diócesis vacantes en la actualidad se
suspenda hasta que el nuevo nuncio, con calma y serenidad pueda haber tomado
conocimiento de la situación, para no perjudicar a nuestra Iglesia con
nombramientos apresurados.
Con
sentimientos de profundo respeto y afecto beso devotamente la mano de Vuestra
Santidad.
Ernesto
Card. Corripio
Arzobispo
Primado de México.
La misiva
trae la firma del cardenal y el escudo del arzobispado de México.
Bernardo
Barranco, especialista en asuntos eclesiásticos, resalta el valor histórico de
la carta porque revela claramente “la abierta ruptura” que existía entre
Corripio y Prigione, quienes en esos años encabezaban dos corrientes
enfrentadas que dividieron a la Iglesia en México: la de los llamados
“mexicanistas”, liderada por el cardenal, y la de los “vaticanistas”, cuya
cabeza era el polémico nuncio apostólico.
Explica
Barranco:
“Los
mexicanistas promovían una Iglesia más autónoma y más independiente de la curia
romana, a fin de que la Conferencia del Episcopado Mexicano tuviera mayor poder
de decisión sobre su vida interna. Le daban énfasis a la Iglesia local. En
cambio, los llamados vaticanistas, encabezados por Prigione, promovían en
México una Iglesia autoritaria y vertical que debía regirse por las directrices
dictadas en Roma.”
Corripio
y Prigione, añade, jamás manifestaron públicamente sus diferencias. Guardaron
siempre las formas. Sobre todo Corripio, un eclesiástico de modales suaves, voz
pausada y reacio a hacer comentarios a la prensa.
“Que yo
recuerde, Corripio nunca censuró públicamente al nuncio. Ni éste al cardenal”,
dice Barranco.
–Pero la
carta viene a confirmar, de manera rotunda, la fuerte pugna entre ambos.
–Sí, sí.
Y además es una carta que el entonces prelado más influyente de México le envía
a la máxima autoridad de la Iglesia, al mismo Papa, ¡y pidiéndole que destituya
al nuncio! Estamos hablando de un enfrentamiento entre personajes de muchísimo
peso, que llegó al más alto nivel.
–En su
carta, el cardenal acusa a Prigione de haberse aliado a grupos de poder y de
dinero. ¿Cuáles son éstos?
–Bueno,
Prigione fue un personaje siniestro porque fue excesivamente condescendiente
con el poder político. En el tiempo en que Corripio le escribe al Papa,
Prigione ya se había convertido en un salinista al interior de la Iglesia, y en
un hombre de Iglesia al interior del salinismo.
“Prigione
mismo fue un factor de poder durante gran parte de los 19 años que estuvo como
representante papal en México. Es muy atípico que un nuncio dure tanto tiempo
en una nunciatura. Por lo general el promedio es de unos cinco años, con el fin
de que no echen demasiadas raíces.
“El
Vaticano le permitió quedarse más tiempo por las reformas constitucionales que
estuvo impulsando y que se concretaron justamente durante el gobierno de
Salinas de Gortari. Esto le dio a Prigione un largo periodo de gracia que
prolongó su estancia en México. En todo ese tiempo se integró completamente a
la cultura política del priismo. Esto es lo que le achaca Corripio en su
carta.”
Y
respecto a las “actitudes arrogantes y prepotentes” de Prigione contra los
obispos mencionadas en la misiva, Barranco refiere dos sonados ejemplos: cuando
el nuncio reprimió a los obispos chihuahuenses que, en 1986, protestaban contra
el fraude electoral priista en ese estado; o cuando los obligó a plegarse a la
versión salinista sobre el asesinato del cardenal Posadas Ocampo, en el sentido
de que el crimen fue producto de una confusión.
En su
misiva, Corripio también se quejaba de “grupos clericales radicalizados e
intransigentes”. Barranco señala que el cardenal aludía tanto a la
“ultraderecha soterrada” del Yunque como a la ultraderecha más visible de los
Legionarios de Cristo.
“Cobijados
por Prigione, los Legionarios de Cristo y su fundador Marcial Maciel alcanzaron
en esa época su máximo auge. Fue una ultraderecha que atacó muy agresivamente a
la corriente pastoral de la teología de la liberación”, dice.
Y
menciona a los integrantes del pequeño grupo de obispos incondicionales al
nuncio –a los que Corripio se refería como sus “clientes dentro del
Episcopado”–: Emilio Berlié, Javier Lozano Barragán, Luis Reynoso Cervantes y
Norberto Rivera, quien en ese tiempo era obispo de Tehuacán –una diócesis poco
importante– y apenas empezaba a figurar gracias a que había desmantelado el
Seminario Regional del Sureste (Seresure), el más importante centro de
formación sacerdotal dentro de la teología de la liberación.
Barranco
comenta que un sector mayoritario del episcopado rechazaba a Prigione y apoyaba
en cambio el liderazgo de Corripio, cuyos obispos más cercanos eran Sergio
Obeso, Luis Morales Reyes, Ricardo Watty y Abelardo Alvarado, quienes ocupaban
cargos importantes en el episcopado.
Refiere
que en el mismo año, 1993, fue precisamente cuando ocurrió la controvertida
reunión entre Prigione y los hermanos Arellano Félix en la sede de la
nunciatura apostólica. Y fue Emilio Berlié, entonces obispo de Tijuana, quien
contactó al nuncio con los narcotraficantes prófugos.
Indica
Barranco:
“En el 93
Prigione ya había perdido el control de los obispos. No tenía el respaldo del episcopado
pero sí el de la curia romana, gracias sobre todo a su cercanía con el
secretario de Estado de aquel tiempo, el cardenal Angelo Sodano. En ese
contexto eclesiástico Corripio escribió su carta a finales de ese año”.
–¿Y qué
podría decir del contexto político?
–Era un
momento político muy convulso: Salinas estaba a punto de dejar el poder para
entregárselo a Colosio, a quien después asesinan. Tampoco debemos perder de
vista que Corripio envía su carta tan sólo 15 días antes del levantamiento zapatista
en Chiapas.
“Este
hecho es muy importante porque volvió a dividir a la Iglesia católica. El
Vaticano y Prigione querían expulsar al obispo Samuel Ruiz de la diócesis de
San Cristóbal de las Casas, acusándolo de apoyar a los indígenas rebeldes. En
cambio, el ala de Corripio defendió a don Samuel, al extremo de que el
apoderado legal de Corripio, el padre Antonio Roqueñí Ornelas, asumió la
defensa formal de don Samuel en el Vaticano”.
–¿Fue una
jugada muy arriesgada de Corripio enviarle esa carta al Papa, sabiendo que el
Vaticano apoyaba a Prigione?
–Sí, sin
duda alguna. Pero el cardenal se vio obligado a jugar fuerte porque no tenía
más alternativa. Debía dejar la arquidiócesis debido a su edad y además estaba
muy enfermo de herpes. Ya no tenía nada que perder. No quería que Prigione
impusiera a su sucesor ni a otros arzobispos. Por eso decidió escribirle
directamente a Juan Pablo II. Si se examina la carta, vemos que no le mandó
copia a Angelo Sodano, porque sabía que el secretario de Estado apoyaba a
Prigione. Corripio se saltó a Sodano, a cuya secretaría ya había recurrido y no
le habían hecho caso.
–Por lo
visto, Juan Pablo II tampoco le hizo caso.
–Así es.
Y quizá la carta de Corripio ni siquiera llegó a manos del Papa. Fue bloqueada
por ese cerco burocrático en torno al pontífice. En los hechos, como sucesor de
Corripio fue impuesto finalmente Norberto Rivera Carrera, gracias a sus dos
padrinazgos en Roma: el de Marcial Maciel y el de Prigione.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario