3 jun 2005

El reverso francés

Se vale escarmentar en cabeza ajena?, ¡creo que si!
En Francia gano la extrema derecha e izquierda,, como dice Wievoirka; ganaron los "nacionalistas soberanistas y los paladines de una lógica revolucionaria a quienes no preocupa en absoluto construir una alternativa política creíble y florecen ante todo en la crisis, la demagogia, el populismo y las esperanzas en una gran noche que anuncie futuros radiantes."
¡Aguas!!!
Recomiendo el texto de Wievoirka, profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, fue publicado en español en el periódico La Vanguardia, 2 de junio del 2005
El reverso francés/MICHEL WIEVIORKA - 02/06/2005
Nunca es posible reducir un acontecimiento político importante a una explicación única, y lo que acaba de ocurrir en Francia, con el éxito del no en el referéndum sobre el tratado constitucional europeo, no escapa a esa regla.


Dos dimensiones centrales de este resultado pueden ayudarnos a poner un poco de orden en nuestros análisis. La primera remite a las enseñanzas de la cartografía electoral, que muestran de modo impresionante que existe una continuidad histórica entre los votos del referéndum sobre la ratificación del tratado de Maastricht (1992; el sí ganó por la mínima) y los del pasado domingo: la principal diferencia es que, si bien los síes y los noes se reparten espacialmente del mismo modo en ambas elecciones, ello ocurre con un reforzamiento de los segundos y un debilitamiento de los primeros. Semejante continuidad pone de manifiesto un punto capital: la división que se precisó o reforzó el pasado domingo posee una profundidad histórica no despreciable, es estructural y no coyuntural.

En realidad, el voto en favor del no ha venido a concluir una profunda mutación del país iniciada hace casi cuarenta años, con el movide miento de mayo de 1968. Esta mutación ha afectado a todos los ámbitos de la vida colectiva y ha adquirido en lo esencial el aspecto de una crisis.

En materia social, Francia ha quedado huérfana del conflicto central que oponía a patrones y obreros, y ha salido de la época industrial de la peor forma posible: con exclusión y precarización. Donde otros países de Europa han sabido evitar el paro y, en algunos casos, preservar un sindicalismo poderoso, Francia se caracteriza por un desempleo masivo y un sindicalismo exangüe fuera del sector protegido, estatal, donde las lógicas son siempre sectoriales o corporativistas. En materia institucional, Francia se ha apoyado en la conservación de su modelo de instituciones republicanas, supuestas portadoras de libertad, igualdad y fraternidad a cada ciudadano; ahora bien, ese modelo hace agua por todas partes, ya se trate de la escuela pública, en crisis profunda, la policía nacional, con una competencia cada vez mayor de las policías privadas, la justicia, los servicios públicos amenazados por la privatización o el ejército republicano convertido en ejército profesional. En materia cultural, Francia ha visto cómo su idea de nación se retraía hasta convertirse en un llamamiento al cierre, al repliegue sobre sí misma y a la xenofobia o el racismo, mientras que el individualismo avanzaba a grandes pasos.

Al mismo tiempo, se han afirmado cada vez más en el espacio público los particularismos identitarios, regionalistas, religiosos, étnicos o otro tipo, algo contrario a la cultura política nacional, que solamente quiere reconocer en ese espacio a individuos libres e iguales en derechos y en absoluto minorías más o menos visibles.

Por todas partes, cierta Francia se ha descompuesto, desestructurado, y ha dejado a unos sumidos en terribles injusticias o desigualdades económicas, a otros, o los mismos, maltratados por instituciones incapaces de ajustarse a su noble ideal republicano, y a muchos inquietos tras perder las referencias clásicas aportadas por una definición abierta de la nación. Todo ello se ha acentuado, o acelerado, en los últimos tres años, con un índice de desempleo superior al 10% de la población activa, la crisis del sistema de Seguridad Social o el auge de las preocupaciones identitarias o memoriales de todo tipo, también en forma de competencia de las víctimas y, a veces, de un recrudecimiento del racismo y el antisemitismo.

De modo que el voto negativo ha venido a indicar la cólera, el miedo, la indignación o el resentimiento en relación con esas cuestiones, y a expresar la idea de que la única solución consiste en no seguir abriendo el país al exterior, ya se trate de Europa o del mundo, sino en efectuar un repliegue sobre el modelo francés del ayer, con sus dimensiones sociales, republicanas o nacionales. Ha sido un no que mira al pasado, y que es incapaz desde luego de inventiva o de proyección constructiva hacia el futuro.

Segunda característica del voto del pasado domingo: ha hecho aparecer unos acercamientos asombrosos, al menos para quienes consideran que la vida política, en democracia, se organiza en torno de una oposición izquierdaderecha. ¿Qué es lo que se constata? Grosso modo, que los extremos de izquierda y derecha han votado de forma masiva en favor del no, arrebatando terreno al campo más centrista; ya se trate de una parte de los electores socialistas, que ha optado en contra de su partido por seguir a Laurent Fabius, Henri Emmanuelli o los responsables de la corriente NPS, o de una parte del electorado de derecha, que se ha reconocido en el nacionalismo soberanista de Philippe de Villiers.Yel electorado reformista o moderado, centrista, de izquierda o derecha, se ha encontrado en el bando del sí. De modo que la oposición que surge de esta elección no hace aparecer dos visiones políticas, dos proyectos, dos concepciones del progreso o el orden, sino dos posturas, dos actitudes que señalan la existencia de un mismo problema: la crisis del sistema francés de representación pública.

En la derecha, el jefe de Estado, Jacques Chirac, ha salido profundamente debilitado de la votación, pero también ocurre lo mismo con los responsables de la UDF, el partido dirigido por François Bayrou.

En la izquierda, el Partido Socialista, ya se trate de su dirección, su visión del futuro o su capacidad organizativa, ha dado muestra de gran debilidad (¿qué partido es ése donde cier-dirigentes se saltan las reglas y las decisiones internas?); y también los verdes se encuentran en estado de choque.

Los grandes vencedores de la votación son los nacionalistas soberanistas y los paladines de una lógica revolucionaria a quienes no preocupa en absoluto construir una alternativa política creíble y florecen ante todo en la crisis, la demagogia, el populismo y las esperanzas en una gran noche que anuncie futuros radiantes.

Nada de todo esto es demasiado brillante, y bien se ve que el malestar es profundo y generalizado. No cabe duda de que, para salir de él, lo más urgente es que se reconstruyan, entre las bases y las alturas, entre el pueblo y el poder, las mediaciones políticas que permitan restaurar la confianza entre los representantes y los representados. Ello implica, en la derecha, medidas importantes, que van mucho más allá de cambios cosméticos del estilo de una sustitución del primer ministro. Y, en la izquierda, en el Partido Socialista, una clarificación valiente, la fuerza para sancionar a quienes se han negado a respetar las reglas del partido y se han comprometido públicamente en favor del no cuando un referéndum interno en diciembre del 2004 optó por el sí y la elaboración de un proyecto a un tiempo realista y de izquierdas. Y también el establecimiento de una dirección claramente afirmada.

Sobre esas bases, cabe esperar que el país sabrá rehacerse y ofrecer al mundo, y ante todo a Europa, otro rostro que no sea el del miedo, el repliegue y la incapacidad para enfrentarse a los grandes desafíos del mañana.

MICHEL WIEVIORKA, profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París

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