10 ago 2008

¿Qué 10 libros han cambiado tu vida?


Cien escritores en español eligen los 100 libros que cambiaron su vida
BENJAMÍN PRADO
Publicado en El PAIS SEMANAL (www.elpais.com),10/08/2008;
De un lugar de la Mancha al despertar de la conciencia feminista, con parada en otros 98 escenarios de la literatura universal. 'El País Semanal' ha preguntado a 100 escritores de habla hispana los 100 libros que les han marcado. Aquí está el resultado: los títulos que les abrieron la mente y ya nunca se la cerraron. Una lista imprescindible. Guiada por las glosas de los cinco primeros títulos a cargo de cinco grandes autores que ejercen, esta vez, de apasionados lectores.
El ser humano es un animal que nace, crece, se reproduce y hace listas. Será porque no podemos resistirnos a transformarlo todo en una competición o porque el mundo necesita ganadores a los que admirar, envidiar o discutir, según la naturaleza de cada uno, y perdedores a los que compadecer, en el mejor de los casos; pero lo cierto es que no hay nadie que esté a salvo de las comparaciones ni oficio que no tenga su olimpiada, y por ese motivo, sin querer oír al escritor Mark Twain, que ya nos avisó de que en este mundo hay tres tipos de mentiras que son los embustes, las patrañas y las encuestas, nos pasamos la vida haciendo precisamente eso, encuestas y sondeos: quién es el político más influyente del país, el más fiable, el que merece menos crédito; quienes son las 10 personas más poderosas, las más admiradas, las más guapas; quiénes son los más ricos, los menos amables, los más deseados, los peor vestidos... El proceso es siempre igual, aunque cambie el nombre que se le da al escrutinio: cuando se habla de banqueros o empresarios, se llama ranking; cuando se habla de deportistas, se llama clasificación, y cuando se trata de literatura, se llama canon, una palabra con muchas esquinas que puede tener un sentido artístico, económico y hasta religioso, pues define desde las reglas que marcaban las proporciones ideales de la figura humana en las culturas clásicas hasta el impuesto que grava los CD vírgenes, pasando por la parte de la misa que empieza con el te ígitur y acaba con el paternóster. Aunque, eso sí, sus primeras acepciones dobles en el Diccionario de la Real Academia Española son: regla o precepto, catálogo o lista.
Los críticos, a veces, son los cítricos con una letra cambiada, y a veces no, pero siempre son muy partidarios de inventar generaciones, hacer antologías y, de vez en cuando, listas de discos, cuadros o libros que por una parte nos proporcionen un modelo y por otra nos den una orden: el resto podréis elegirlo vosotros mismos, pero estos 10, o estos 100, hay que leerlos obligatoriamente. Sin embargo, todo es relativo en lo que respecta a las verdades absolutas, y los cánones siempre son polémicos, discutibles, subjetivos, versátiles y, a menudo, y como consecuencia de todo lo anterior, efímeros. Y, sobre todo, están al alcance de cualquiera, hasta de los propios escritores, como ocurre en este caso, en el que 100 autores hemos respondido a la pregunta de EL PAÍS: ¿qué 10 libros han cambiado tu vida? Me pregunto cuántos habrán dicho toda la verdad y cuántos habrán respondido a la defensiva, pensando en el proverbio chino que dice que las palabras sinceras no son siempre elegantes y las elegantes no son casi nunca sinceras. ¿Qué habrán preferido algunos de ellos: ser francos o quedar bien? Habrá de todo, porque ya se sabe que, tal y como dijo el ganador inapelable y destacado de este concurso, Miguel de Cervantes, en esta vida "cada uno es como Dios lo hizo, y aún peor muchas veces".
Sin duda, las votaciones han dado resultados curiosos, o en algunos casos increíbles: ¿qué hace el Manifiesto comunista, por ejemplo, en el puesto 82, por delante de los sonetos de Quevedo y de El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald? Claro que peor les ha ido a la Divina comedia y a la Iliada, que están en el 60 y en el 77, respectivamente, con lo cual se ve que Dante no ha cuajado por aquí; no como Homero, que ha ganado la medalla de bronce porque tiene la Odisea en el tercer lugar de la clasificación. Eso sí, Dante está al fondo de la lista, pero bien acompañado, porque tiene justo por arriba Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y justo por debajo La regenta, de Clarín. La verdad es que, en el ámbito de la literatura latinoamericana, Jorge Luis Borges les da una paliza a todos, de Gabo a Vargas Llosa, pasando por Rulfo, Cortázar y Onetti: Ficciones es el número 10 del escalafón; El Aleph, el 26; El hacedor, el 58, y hasta hay 23 autores que, haciendo trampas, han colado la obra completa de Borges como el libro que les cambió la vida, con lo cual habrá que pensar que su vida cambió muy lentamente ?aunque no tanto como la de Carlos Fuentes, que coloca La comedia humana, de Balzac, entera, con sus veintitantas novelas y sus dieciocho mil páginas, en quinta posición, y tanto en prosa como en verso, con ensayos, novelas policiacas y obras hechas en colaboración con otros escritores, ya que todo eso publicó Borges, quien, por cierto, también reunió sus historias fantásticas predilectas en su Biblioteca de Babel, por donde pasaron muchos de los autores que salen en nuestra lista, como Melville, Poe, Robert Louis Stevenson, Henry James y, por supuesto, Kafka, aunque no Shakespeare, que aquí tampoco está entre los escapados, en cabeza de la carrera, sino con el pelotón, porque no aparece hasta los puestos 48 y 49 con El rey Lear y Hamlet, 34 posiciones detrás de la Biblia, por ejemplo. Bueno, tal vez vendría bien recordar lo que le contestó el propio Borges a una alumna de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires que le dijo que Shakespeare la aburría y le preguntó qué podría hacer para remediarlo: "No hagas nada; simplemente no lo leas y espera un poco. Lo que pasa es que Shakespeare todavía no escribió para vos; a lo mejor dentro de cinco años lo hace".
No hay que olvidar que la lista que tenemos entre manos no pretende hacer el inventario de los mejores libros de la historia, sino de los que se supone que han cambiado la vida de los autores que los leyeron, suponiendo que tal cosa sea posible. Pero, sea como sea, algunos de los resultados de la encuesta son llamativos. Por ejemplo, sorprende que, aparte de Federico García Lorca, que ocupa el número 11 con su Poeta en Nueva York, no haya ningún otro miembro de la Generación del 27, ni Luis Cernuda, ni Alberti, ni siquiera Aleixandre, que tuvo tantos discípulos mientras vivía. Aunque aún sea más notable la ausencia de Antonio Machado, al que sólo han votado cinco escritores, y entre ellos sólo un poeta, Luis García Montero, porque los otros cuatro son novelistas: Antonio Muñoz Molina, José María Guelbenzu, Álvaro Pombo y Manuel de Lope. Juan Ramón Jiménez, al menos, salva de la quema Espacio, aunque sea en el vagón de cola de la lista. Quizá todo ello, incluido lo del 27, se explique porque se ha preguntado a muchos menos poetas que narradores -lo cual no impide, sin embargo, que Harri eta herri (Piedra y pueblo), de Gabriel Aresti, cruce la meta con el dorsal 98 a la espalda-, pero ese mismo desequilibrio hace aún más impactante la desaparición absoluta de otro autor que fue muy célebre mientras estuvo a este lado del más allá, recibió elogios a granel, ocupó todas las portadas, recibio todos los premios, desde el Planeta hasta el Nobel, y que ahora, a los seis años de su muerte, no ha recibido ni un solo voto:
Camilo José Cela. A nadie nos han cambiado la vida La familia de Pascual Duarte ni La colmena.
Cela escribió mucho, pero lo que escribió pesa poco, por lo visto, incluidas sus obras de mejor reputación. Otros autores, como León Tolstói, no escribieron tanto, pero sus creaciones más importantes se mantienen a flote. Eduardo Mendoza, que por cierto no ha participado en la encuesta, decía hace poco, en una entrevista publicada en Cuadernos Hispanoamericanos, que Tolstói sólo tiene dos obras que merezcan realmente la pena, Ana Karenina y Guerra y paz, y aquí están las dos, la primera en la casilla número 6 y la segunda en la número 9. Tampoco le va mal a su compatriota Dostoievski, que logra un hat trick, en las posiciones 12, 13 y 55, con Los hermanos Karamazov, Crimen y castigo y El idiota.
Pero no hay duda de que los grandes triunfadores entre los escritores modernos son Marcel Proust y Kafka, lo cual debe de querer decir que los escritores españoles quizá andan algo bajos de moral. El autor de A la sombra de las muchachas en flor es el único que le hace sombra a Cervantes y logra el segundo lugar con En busca del tiempo perdido. El de El proceso y La metamorfosis alcanza con ellas, respectivamente, los números 4 y 5; coloca sus Diarios en el 64, y también logran varias menciones otros libros suyos como El castillo o La muralla china, aunque no, sorprendentemente, La condena. Eso sí, resulta obvio que la pervivencia de Kafka tiene mucho más mérito que la de Proust, teniendo en cuenta que si una de las frases más célebres del segundo es que "los seres humanos no deberíamos cometer el error de pensar que el presente es el único tiempo posible", la más conocida del primero es: "Max, quémalo todo".
Las 10 primeras plazas las completan Herman Melville, con Moby Dick, y Antón Chéjov, con sus cuentos. No está mal esto último, si tenemos en cuenta la forma en que se burlaba de la fama el creador de Tío Vania, La gaviota y El jardín de los cerezos: uno de sus cuentos es la historia de un hombre que llega una noche a su casa lleno de heridas, pero feliz porque le acaba de atropellar un coche de caballos en una plaza de Moscú. Su familia, estupefacta ante la alegría que parece sentir mientras la sangre le corre por la piel y empapa sus ropas destrozadas, le pregunta cómo es posible que esté tan contento, y él responde: "Pero ¿es que no os dais cuenta? ¡Mañana mi nombre saldrá en todos los periódicos de la ciudad!".
Para los amantes de los análisis de género resultará aparatosa la proporción de mujeres que ha dado la lista de los 100 escogidos, en la que sólo hay cinco escritoras: Carson McCullers, Emily Dickinson, Virginia Woolf, Jane Austen y Simone de Beauvoir; la primera, en el puesto 28, y la compañera de Sartre, en el último, el 100. Claro que entre los encuestados hay 23 mujeres y 77 hombres, pero eso, naturalmente, no tiene ninguna influencia. Almudena Grandes, por ejemplo, sólo pone a tres mujeres en su lista: Louise May Alcott, la autora de Mujercitas; Ana María Matute, con Los hijos muertos, y Carmen Martín Gaite, con Usos amorosos de la posguerra española. Rosa Montero, a otras tres: Mercè Rodoreda, George Elliot y Selma Lagerloff. Y la propia Ana María Matute, sólo a una: Emily Brontë. Por cierto, que como la autora de El corazón helado reserva un puesto en su clasificación para Habitaciones separadas, un libro de su marido, Luis García Montero, y éste, a su vez, le hace hueco a Las edades de Lulú, que tal vez cambiaron sus vidas porque los llevaron al uno hacia el otro, me pregunto a cuántos de los autores seleccionados les hubiesen gustado sus seleccionadores. Apostar siempre es ponerse en peligro, pero me juego algo a que a Kafka le habría caído bien Juan José Millás; Proust pudiera haber congeniado con Javier Marías; a Balzac y Thomas Mann no les habría importado tratarse con Mario Vargas Llosa; Dostoievski se habría encontrado en su salsa con Juan Gelman, y es posible que a Samuel Beckett le causase buena impresión Justo Navarro, aunque quizá lo encontrara un poco raro. Otras relaciones me parecen más que improbables, pero prefiero reservarme mi opinión. Además, sólo era un juego. Eso sí, hay quienes en ese juego se lo habrían puesto difícil a sí mismos, como Ray Loriga: J. D. Salinger, Joseph Conrad, Cormac McCarthy, Vladimir Nabokov. Vamos, unas peritas en dulce.
Elegir es descartar, y uno observa divertido el sufrimiento de algunos colegas a la hora de dejar fuera de su lista a algunos de sus autores predilectos. Hay quien intenta salvarlo con el ardid de meter las obras completas de alguno, para matar así todos sus pájaros de un tiro, como hacen Gustavo Martín Garzo con las de Kafka; Marta Pesarrodona con las de Federico García Lorca; Julián Rodríguez con las de Onetti; Agustín Fernández Mayo con las de José Ángel Valente; Clara Janés con las de Shakespeare; Soledad Puértolas con las de Baroja; Carlos Monsiváis, Nuria Amat y Horacio Vázquez Rial con las de Borges, o Isaac Rosa con el teatro de Bertolt Brecht.
Otros entregan los libros atados por parejas, como José Manuel Caballero Bonald, que le da el 2, el 3 y el 4 de su selección a las Soledades y la Fábula de Polifemo y Galatea, de Luis de Góngora; el Quijote y el Persiles, de Cervantes, y las Iluminaciones y Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud. O como Javier Marías, que junta Ricardo III y Macbeth en el primer puesto de su lista, y El corazón de las tinieblas y El espejo del mar, de Joseph Conrad, en el tercero.
Santiago Gamboa y José Carlos Llop cuelan todo El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell, igual que otros empujan para que les quepa todo Balzac o todo Proust. Y Juan Marsé avisa de que aquí y ahora se decide por esos 10 títulos de Stendhal, Robert Louis Stevenson, Flaubert, Kafka, Juan Rulfo, William Faulkner, Scott Fitzgerald, Luis Cernuda, Pío Baroja y Albert Camus, pero que también podrían haber sido otros, y de esa forma, a base de hacerse el enfadado, gana a estas páginas sitio para otros cuantos libros. En resumen, que el problema no es con qué te quedas, sino a qué renuncias. Igual que en el resto de la vida.
La pregunta de EL PAÍS parece sencilla, pero tenía trampa. ¿Qué 10 libros han cambiado tu vida? Eso quiere decir que lo que se trataba de saber era, entre otras cosas, qué obras y autores nos habían abierto la puerta de la literatura o metido en la sangre la vocación de escribir. No se trataba de saber cuáles nos gustan más, nos han influido más profundamente o consideramos más importantes. Por eso es rara la poca presencia de libros infantiles o juveniles, que son los primeros que suelen llamar la atención y marcar la línea de salida del futuro.
Si miro mi propia lista, me doy cuenta de que no dice toda la verdad, porque empieza muy tarde, con los autores y las obras que leí cuando ya sospechaba que iba a intentar ser escritor. Pero, ¿y antes de eso? ¿Dónde están los libros de Los Cinco, de Enid Blyton, o los de Walter Scott, como Ivanhoe y La flecha negra? ¿Y Robin Hood? ¿Y las novelas de Salgari, y las de Julio Verne? ¿Y la poesía de Garcilaso de la Vega, un poco más adelante?
A los demás les habrá pasado algo parecido, pero tampoco tiene mucha trascendencia, porque puede haber por ahí alguno más pretencioso, pero estoy seguro de que todos ellos pasaron más tiempo del que pueda creerse pensando su lista; todos miraron sus bibliotecas con cuidado para asegurarse de que no cometían un olvido que luego iban a lamentar, y ninguno de ellos se tomó a broma el encargo. Y todos van a leer estas páginas con lupa por dos razones: para ver qué han dicho sus colegas y para comprobar qué suerte han corrido sus escritores, esa gente que tal vez haya cambiado su vida y tal vez no, pero que, en cualquier caso, los ha acompañado desde el principio, ha ido con ellos a todas partes, porque un escritor no tiene una sombra, sino muchas: sombras escritas que se llaman Kafka, o Cervantes, o Proust, y sin las que el cuerpo que las proyecta no sería nada. Sé que les habrá costado elegir, pero eso sólo demuestra que, además de buenos escritores, son buenos lectores. Más triste hubiera sido no tener dudas, porque el que no duda es que no tiene dónde elegir.

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LA TRASTIENDA DE UN ¿CANÓN?
Hasta las cosas más sencillas dan quebraderos de cabeza. Veamos. El verano es tiempo de lecturas. ¿Pero qué elegir entre clásicos, novedades y títulos que crían polvo en las estanterías de casa? Gran pregunta. El País Semanal se lo cuestionó hace poco más de un mes. Y se puso manos a la obra: recabar la opinión de 100 escritores de habla hispana para que recomendaran los 10 títulos que más huella les han dejado. Y además, ordenados como en un ranking: 10 puntos para el primero hasta llegar a un punto para el último. El remate. Puso en el disparadero a más de uno.
Una tarea como otra cualquiera, podría parecer. Incorrecto. Ir detrás de 100 autores en julio es más difícil de lo que parece. La mayoría aceptó el reto encantados de la vida; otros, a regañadientes, porque el miedo a no ser precisos les atenazaba. Un porcentaje muy bajo se negó en rotundo: que no, porque la literatura no entiende de cánones ni modas. Vale, sólo era una propuesta.
¿Y qué criterio para todo esto? Ninguno. O todos. O los propios de cada uno. La idea era que cada escritor se sintiera libre para seleccionar los 10 volúmenes que le han amasado el cerebro.
He aquí una muestra de criterios. Antonio Gamoneda eligió los textos que rondaban por su casa cuando la guerra. Ana Rossetti se decidió por los que le descubrieron "el placer de la lectura". Y subrayó: "Todo lo demás es presunción". A Félix de Azúa le calaron de pequeño la guía de teléfonos de Barcelona y el Diccionario Espasa-Calpe. La cubana Wendy Guerra aporta las "cosas prohibidas" que le prestaba "una mano amiga". Javier Cercas es irrebatible: "Libros leídos en torno a los 20 años, que es cuando con más ímpetu te cambian la vida".
Hay más de lo que podrá caber en esta página. Alejandro Zambra se permite una rebeldía: todos los textos que vota son de Georges Perec. Es que le descubrió una nueva sensibilidad, arguye. Y está el gran Francisco Ayala, que opta por una sola obra. Le da 10 puntos al Quijote. Los únicos puntos. Como si el resto de la literatura no tuviera sentido: "Lo leí de niño, lo leí de adulto, lo leí de viejo, lo leo de centenario. Es un libro perpetuo para mí, renovado siempre. Y he tratado de encajar mi obra literaria con el Quijote, no sé si usted se ha dado cuenta".
También hubo espera. Esto había que meditarlo, escoger, anotar, repensar, descartar, borrar... Todos los autores se tomaron su tiempo. Unos más que otros. Santiago Roncagliolo y Ray Loriga los tenían en la mente, en reposo. Sólo hizo falta vomitarlos. Venga, ya, en un minuto, de un tirón. Kirmen Uribe se reía con la ocurrencia de El País Semanal. Y contestaba a toro pasado: "Yo lo he hecho intuitivamente, como un entrenador que elige a los cinco que van a tirar los penaltis". No fue lo normal. Algún que otro indeciso, víctima de temor súbito, se arrepintió en el último momento y quiso cambiar algún libro. Demasiado tarde.
Con los 1.000 títulos en la mano, tocaba el recuento. Ordenar, sumar, repasar. Pero había obras que empataban. Ante eso, la pauta es la siguiente: gana el que haya obtenido más dieces, o en su defecto, más nueves. O más ochos... Y si hay coincidencia absoluta de puntuación, la pauta es el orden alfabético del autor escogido. Entre tanta letra impresa, tantas páginas evocadas y tantos universos mezclados, hasta las operaciones aritméticas mutan. Aquí y ahora, 100 × 10 es igual a infinito. CRISTÓBAL RAMÍREZ

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Véase: Las 100 mejores novelas en la revista SEMANA:
La imagen es del semanario colombiano SEMANA.COM

Macarena Gelman; "no sos de acá, no sos de allá"




¡Excelente y conmovedora entrevista!
¡Felicidades Gabriela!
Gabriela Cañas entrevista a Macarena Gelman
"Fui un regalo robado"
Publicada en EL PAIS SEMANAL, (
www.elpais.com), 10/08/2008;
Cuando los militares fueron a casa del poeta Juan Gelman (en la foto con su nieta), él estaba exiliado. Se llevaron a su hijo y a su nuera, embarazada de una niña que entregaron a otra pareja. A los 23 años, esa niña supo quién era. Ahora busca la verdad de las dictaduras del Cono Sur.
"En agosto de 1976 su hijo Marcelo Ariel y su nuera María Claudia, embarazada, fueron detenidos y llevados al campo de concentración clandestino de Automotores Orletti. El posterior asesinato de la pareja y el secuestro de su nieta están en el fondo oscuro de una sintaxis que se quiebra, un orden que se rompe, una música que se llena de barras y de interrupciones, una palabra que se tortura a sí misma." Luis García Montero.
Macarena nació por segunda vez cuando tenía 23 años. La plácida y apolítica vida que llevaba
en su Montevideo natal se trastocó por completo cuando su madre le confesó que no era hija suya y ella descubrió que era una niña robada; arrancada de los brazos de unos padres secuestrados, torturados y asesinados por la dictadura argentina, y entregada a quien ella creía que era su padre: un policía uruguayo. A Macarena aquella noticia le cambió la conciencia y la vida. A partir de entonces, supo de tormentos y de desapariciones, de horrores y complots represores, y supo también que ella era un producto de todo eso. Descubrió que su abuelo llevaba años buscándola y que se llamaba Juan Gelman. Corrió a Internet y así fue como aprendió que era un poeta, un poeta muy importante, argentino también, como sus verdaderos padres, que vivía y sigue viviendo autoexiliado en México y que desde allí reclamaba el derecho a recuperar a esa nieta de cuya infancia nunca pudo disfrutar.
Macarena pleiteó para cambiarse el apellido. Ahora lleva los apellidos Gelman García, como su auténtico padre, como su auténtica madre, aunque mantuvo su nombre de pila, el que le impuso su devota madre adoptiva, porque los Gelman tienen ascendencia sevillana.
Busca los restos de su madre y apoya públicamente en su país la lucha por la derogación de la Ley de Caducidad por considerar que da cobertura legal a la impunidad. Incluso ha asistido al intento fallido de desenterrar el cadáver de su madre en un lugar que resultó equivocado. Contar su historia se ha convertido para ella en una herramienta para abrirse paso en la espesura de los silencios cómplices.
Cenamos juntas en un céntrico hotel de Montevideo, al que llega con vaqueros, camisa sencilla y jersey. Es un atuendo parco y sencillo, difícil de recordar, como si reclamara para sí misma una vulgaridad de la que definitivamente carece. De los jovencísimos padres que nunca conoció habla con ternura y, a veces, en presente.
-¿Cómo le dieron la noticia de que usted era hija de otros?
-Me lo dijo mi mamá. Mi papá había muerto cuatro meses atrás y mi madre me dijo que mi abuelo estaba buscándome. En realidad, toda mi familia biológica me estaba buscando. Mis papás biológicos tenían 19 y 20 años. Eran argentinos. Vivían en Buenos Aires. Los secuestran el 24 de agosto de 1976.
-Su madre tendría ahora 51 años.
-No sé si llegó a cumplir los 20. La última vez que la ven con vida es el 22 de diciembre, y a mí me dejan en la casa de los papás que me criaron el 14 de enero de 1977. Ella cumplía los 20 años el 6 de enero. Bueno, los secuestran, los llevan a un centro clandestino de detención que se llamaba Automotores Orletti. Allí permanecen. A mi papá lo matan en el año 1976 mismo, a finales de septiembre u octubre. Y a mi mamá la trasladan a Uruguay dentro de la operación que se llamaba Plan Cóndor. Estaba embarazada de siete meses y medio cuando la secuestran.
-¿Sabía usted en qué consistió el Plan Cóndor?
-En aquel momento no, pero fue de lo primero que me enteré. Porque cuando mi mamá me cuenta que no soy hija biológica de ellos, me dice que si quiero saber algo más tengo que hablar con el obispo Pablo Galimberti, que era la persona con la que mi abuelo había contactado para hablar con nosotros. Según supe después, mi abuelo sabía que mis padres eran muy devotos y que era la mejor manera de acercarse a mi familia adoptiva. Mi mamá le había dicho a monseñor Galimberti que yo no sabía nada y que, de hecho, ella y mi papá habían planeado contarme la verdad ese mismo año, en 2000. Pero nunca llegaron a hacerlo. Mi padre murió de cáncer cuatro meses antes del encuentro con el obispo.
-¿Nunca sospechó usted nada, ningún indicio de que sus padres no fueran realmente sus padres?
-No, absolutamente nada.
-¿Le molestó la noticia? ¿Se enfadó con su madre?
-Tanto en ese momento como después, siempre pensé que la verdad era mejor que cualquier otra cosa? Como le decía, a mi mamá la trasladan acá a Montevideo. Era noviembre de 1976, según he podido saber. Nos tienen un tiempo juntas, al menos hasta el 22 de diciembre. El parto fue acá. Se presume que en el hospital militar, aunque nadie lo confirmó. Me dijeron que el parto fue el 1 de noviembre. Es la fecha más probable. Además, cuando me dejan en la puerta de mis papás lo hacen con un cartelito dando esa fecha de nacimiento. Presumo que no es mentira, aunque tampoco tengo toda la certeza del mundo en eso. Después del 22 de diciembre, última fecha en la que nos ven juntas y viva a mi mamá, ya no se sabe nada hasta el 14 de enero, día en que me dejan en la puerta de la casa de mis papás. Según ellos, una noche tocaron el timbre, abrieron la puerta y había una canastita con un bebé y un cartelito. Era yo.
-Un regalito, vaya.
-Sí, un regalito [se ríe]. Un regalito que habían robado de algún lado. De mi mamá no se supo nunca más nada. Se ha confirmado que sí, que la trajeron a Uruguay, y parece que la asesinaron también, pero no hay ni datos de dónde pueda estar enterrada. Se manejó que la habían enterrado en el Batallón 14, pero la búsqueda no ha dado ningún resultado.
Aquel 24 de agosto de 1976 que Macarena menciona con precisión, los militares argentinos irrumpieron en el domicilio del periodista y escritor Juan Gelman, muy buscado por la extrema derecha de su país. Pero resultó que Gelman ya se había marchado al exilio. En su lugar, los militares se llevaron a su hijo Marcelo y a su esposa, María Claudia García, embarazada. Eso le salvó la vida al que después sería un poeta múltiplemente galardonado y le acarreó todo el dolor que ha destilado su poesía. Su vida ha sido desde entonces también una búsqueda incesante de los suyos; de su joven hijo, de su esposa y de ese bebé a punto de nacer.
Trece años más tarde de aquel fatídico secuestro se recuperó el cadáver de Marcelo, que yacía dentro de un barril de cemento y arena. Aún no se han encontrado los restos de María Claudia.
-¿Se resistió en algún momento a conocer la verdad?
-No, nunca. Enseguida llamé a monseñor Garimbaldi y, cuando me senté a hablar con él, lo primero que me contó es la historia de la Operación Cóndor, que había consistido en la coordinación de las fuerzas represivas de América Latina. Y ahí empezó toda la historia. Me contó todo lo que mi abuelo había podido averiguar. Lo que él sabía. Que a efectos de confirmar mi identidad había que hacer una prueba de ADN, cosa que yo manejaba perfectamente [es estudiante de Bioquímica y trabaja en la administración de un hospital]. Sabía en qué consistía y sabía que era necesario. Y, bueno, me dijo que lo mejor era ir aproximándome a mi abuelo, al principio, no de forma directa, sino con cierta prudencia, durante un tiempo. Siempre a través del obispo. Me consiguió una carpeta con fotos de mi abuelo. Enseguida me enteré de que había habido una gran campaña pública internacional para buscarme que contó con el apoyo de muchísima gente, pero yo no me había enterado de nada.
-¿Cómo es posible?
-No sé, porque la campaña en esos días era tremenda. Claro, fue la época en la que falleció papá y yo estaba totalmente en otra cosa, pero aparecían incluso cartas públicas de mi abuelo con el entonces presidente de la República Julio María Sanguinetti. Afiches. Se le había dado mucha publicidad al tema.
-¿Y nunca se había fijado?
-No, nunca. Debí de ser la única que no se enteró. Porque todos mis amigos habían oído algo de la campaña menos yo [se ríe]. ¡Cómo se dan a veces las cosas! Es que era casi como ridículo que yo no me hubiera enterado de nada. Además, no sabía quién era mi abuelo. Era la primera vez que oía su nombre. Y, desde luego, tuve la inquietud de entrar en contacto con él inmediatamente, así que mi abuelo y su mujer viajan a Montevideo y ahí nos conocemos. Fue por esas fechas, febrero de 2000, que se supo oficialmente mi paradero.
En verdad que resulta paradójico que Macarena Gelman ignorase hasta ese momento su propia búsqueda. Hasta llegar a ese nieto cuya existencia sólo se adivinaba, Juan Gelman y su segunda esposa acometieron una minuciosa búsqueda de cuyos detalles Gelman prefiere no hablar. "Mi mujer, Mara La Madrid, fue quien llevó realmente a cabo la investigación", cuenta para esta entrevista a El País Semanal, "y cada noche evaluábamos los pedacitos de información reunidos en el día. Yo me encargué de la campaña de prensa, con la ayuda de dos amigos, ambos poetas: Tomás Burghardt, de Alemania, y Fernando Rendón, de Colombia. En esa campaña para encontrar a Macarena se reunieron más de 100.000 firmas de escritores, artistas, ciudadanos de a pie y una docena de premios Nobel de 102 países de los cinco continentes". Además de todo ello, y como bien reflejó la prensa en su momento, Juan Gelman instigó públicamente a las autoridades uruguayas para que buscaran la verdad, una vez que supo que María Claudia había sido llevada a Uruguay, un país sumido en 1976 en el terror y la dictadura desde el golpe de Estado asestado tres años antes.
-¿Tenía miedo de toda esta nueva situación en su vida?
-Sí, bastante. Mucho. Conocí a mi abuelo y quedamos en hacerme la prueba del ADN. No tenía sentido quedarme con la duda. Los análisis despejaron todas las dudas: al 99,99% de probabilidades era yo. Durante el tiempo de espera del resultado me relacioné mucho con mi abuelo.
-Supongo que a raíz de todo esto conoció a un montón de nuevos familiares.
-Sí. Ahora tengo también una abuela paterna que vive en Buenos Aires. Tengo un primo y una tía en Buenos Aires, también por parte de mi papá. Y tengo un abuelo y un tío en España, en Barcelona, por parte de mi mamá. También hay primos de mis padres, amigos... He tratado de conocer a toda la gente que he podido. La verdad es que ha sido muy rico como experiencia y también en aporte de datos para reconstruir la historia. La edad que tenían mis padres es una edad en la que pasas más tiempo con los amigos que con la familia. Así que la mejor fuente eran los amigos. Fue muy lindo en ese sentido. Me han apoyado mucho porque han hecho de mi familia en muchos casos.
-Esta última primavera estuvo usted en España y hasta visitó a parte de su familia en Barcelona.
-Sí, aunque ya les conocía desde 2002. En esta ocasión también pensé: qué hago yo acá. Cuando fui a México a ver a mi abuelo me preguntaba lo mismo: ¿qué hago yo viajando para ver a gente que no conozco? A España fui totalmente sola a encontrarme con ellos. Habíamos tenido contacto mediante el chat. Al principio de la historia nos comunicábamos por Internet. También conocía así a dos amigas de mi padre en España. También tengo primas por parte de mi familia adoptiva en Sitges. Esta vez vi a toda mi familia reunida por España.
-¿Y cómo ha vivido todo esto su familia adoptiva? ¿Cambiaron las relaciones entre ustedes?
-La verdad es que es una familia pequeña, porque en sí los más cercanos eran mi mamá y mi papá. No estaban muy unidos a sus respectivos parientes, así que no había vínculos estrechos. Así que cuando hablo de mi familia adoptiva hablo sólo de mi mamá, con la que vivo al día de hoy. Además de aceptar el hecho de que no era su hija, mostró toda su colaboración en mi investigación, en el sentido de no ocasionarme dolor. Al contrario. Siempre me apoyó en todo lo que quise hacer. Lo hizo incluso en el juicio de filiación [por el que logró cambiarse los apellidos], que se llevó a cabo en 2004 y que fue lo más difícil.
-Para ella tuvo que ser muy doloroso.
-Por supuesto. Pero siempre tuvo una actitud de acompañarme más que de cuestionarme. Ella incluso siente un gran aprecio por mi abuelo Juan Gelman. Es mayor. Ahora tiene 76 años y está muy delicada de salud. Supongo que todo esto le ha influido mucho.
-¿Ayudó la forma en la que ella le dio la noticia? ¿Cómo fue exactamente?
-Un día volvía a casa y me la encontré llorando. Le pregunté qué le pasaba. Me dijo que tenía que hablar conmigo, pero que no podía hacerlo mientras yo entraba y salía (siempre andaba de acá para allá). Me dijo que mejor hablábamos cuando volviera de trabajar. Lloraba tanto que decidí quedarme. Le preguntaba y le preguntaba y ella sólo lloraba. Casi no podía hablar. Le pregunté si tenía que ver con papá, con ella. Me dijo que con los tres. Y entonces (no me pregunte por qué; yo nunca sospeché), lo cierto es que, ante su silencio y su llanto, le pregunté: ¿Es que no soy hija de ustedes??. Y ella me dijo: ¿Quién te lo dijo??. Ahí fue cuando me di cuenta de lo que había dicho.
-De modo que de alguna forma, aunque fuera de forma inconsciente, usted lo sabía?
-Parece que voy a tener que terminar aceptando que sí. Entonces, ahí ella ya me cuenta cómo llego a la casa de ellos, y me dice que desconocía de dónde provenía yo hasta que este señor que era mi abuelo se puso en contacto con ella. Obviamente, me puse a llorar. No entendía lo que me pasaba en la cabeza.
-Antes dijo que a raíz de todo esto se relacionó mucho con su abuelo. ¿Le gustó?
-Sí. Yo iba con un miedo terrible la primera vez, y él me imagino que tendría un montón de dudas. Pero a partir de ahí todo fue una avalancha. Había decisiones que tomar en un momento histórico y político en el que todavía se negaba la existencia de niños robados en Uruguay. El tema de los desaparecidos siempre se dejaba de lado. Aquí se negaban la mayoría de las cosas.
-¿Y hasta entonces nunca se había preocupado usted por estos asuntos?
-No. Tampoco tenía afiliación política alguna. No me interesaba la política partidaria, aunque militaba en un sindicato estudiantil. La Ley de Caducidad no permite que los responsables de crímenes de la dictadura sean investigados. En cierta manera no permite ni la investigación, si bien este Gobierno ha hecho mucho por permitir todas las investigaciones abiertas.
-¿El problema es que es una ley aprobada por referéndum?
-El Gobierno consideró que el caso de mi mamá no debía estar incluido en la ley. Pero, a pesar de eso, la causa judicial, ya archivada, que presentó mi abuelo en el año 2002 y que yo pedí reabrir en febrero de este año, fue de nuevo archivada en base a esa ley. Eso ha cerrado las puertas a la investigación a nivel judicial.
-Por todo ello empieza usted a darle publicidad a toda su historia.
-No, esto es muy reciente. No he empezado a hablar con la prensa hasta este mismo año. Porque es ahora cuando está ampliamente probado que lo que me pasó a mí le pasó a muchísima gente en lo que tiene que ver con estos dos países (Argentina y Uruguay). Esto pasó. Fue muy cruel. Ocurrió durante una dictadura, y para mí esto del robo de niños no tiene explicación. Ahora he sabido que fue muy habitual robar niños en Argentina y también en Uruguay.
-La colaboración de la dictadura uruguaya con la argentina fue muy estrecha.
-Sí, y hay que luchar por la verdad y para que esto no vuelva a pasar. Es la causa de mucha gente.
-
¿Ha contactado con gente con historias similares?
-Sí, por supuesto. Llega un momento en que tu entorno no te satisface. Es muy difícil hablar de algunas cosas. Mis amigos me han manifestado muchas veces que les cuesta mucho tratar esta parte de mi historia. Que no saben si hablarme, si no hablarme, si preguntarme? Y, de hecho, de muchas cosas se van enterando por la prensa, porque, obviamente, uno no llega a una reunión y dice, bueno, a ver, cuéntame.
-¿Es más fácil hablar con otros niños robados?
-Sí, entre nosotros hay una empatía. Es algo bastante especial, Una comunicación más allá del conocimiento personal. Al menos a mí me ha pasado. Espontáneamente surge el tema, las experiencias. Y uno se siente entendido.
-¿Hay asociaciones de niños robados en las que usted se haya implicado?
-Sí, y organizan actividades para reconstruir sus historias. En Argentina es mucho más común, así que allí me siento más có­moda; menos rara.
-En todo caso, usted está ahora totalmente movilizada.
-Sí. Es verdad que hay cosas muy íntimas que no cuento públicamente, pero, aunque emocionalmente es un gran esfuerzo, no me incomoda contar mi historia. Lo que me pasó a mí le pasó a mucha gente, y creo que vale la pena que se sepa que estas cosas sucedieron. En mi grupo de amigos había mucha gente que no había reparado en esto. Yo tampoco.
-Usted ha tenido la suerte de contar con un abuelo que no se rindió.
-Sí. La verdad es que en lo personal estoy superagradecida porque colaboró muchísima gente, tanto en la búsqueda como después en las distintas etapas, si bien naturalmente uno se llega a sentir muy solo porque resulta que la que es mi familia no lo es, y la que es, no lo fue. Y no está acá. La distancia es algo positivo y negativo a la vez. Compartir las cosas en la distancia es complicado. Ahora viajo bastante a Argentina a ver a mis nuevos parientes. A veces voy cuando los extraño y a veces quiero irme corriendo.
-¿Se siente ahora más argentina que uruguaya?
-Bueno, el corazón está dividido.
¿Sigue interesada en saber algo más de su madre?
-Cada vez tengo más interés. Quiero saber qué pasó con ella y dónde está. Y, bueno, todo es muy difícil. Te dicen, mira, tus papás son éstos. Tienes que conocerlos a través de otra gente. Cuando me enteré de su existencia yo ya había vivido más de lo que ellos vivieron. Las circunstancias tan trágicas y tan injustas.
-¿Me imagino sus ansias de ver sus fotos?
-Sí, sí. Aparte es que yo era de chiquita, hasta los 13 años, muy parecida a mi mamá. Muy parecida. Ahora me dicen que tengo una mezcla de los dos. Que incluso me parezco más a mi papá. Eso impresiona mucho.
-
¿Qué idea se ha hecho usted de cómo eran?
-Sé que eran muy buenas personas. Mi papá era introvertido, un chico muy maduro para la edad que tenía, pensativo, preocupado por lo que pasaba. Dulce. No muy deportista. Y mi mamá? Me la describen como alegre e inquieta, graciosa. Los amigos los querían muchísimo.
-Me imagino que exprime usted ahora a la familia y a los amigos para que le cuenten.
-Sí, me encanta que me cuenten cosas. A veces me cuesta pedírselo, la verdad. Espero que lean esta entrevista y así se animen a contarme más cosas cada vez que nos veamos.
-¿Avanza la investigación por encontrar a su madre?
-Eso está ahora un poco estancado. Y con el tiempo la angustia crece. Los militares tienen un pacto de silencio y no hablan. Yo siempre tengo la expectativa de que se rompa ese pacto. Pero por lo que he visto es muy difícil. Algunas veces se han manejado lugares de enterramiento que no resultaron. Pero no, no ha habido avances. Por eso en febrero hice declaraciones públicas pidiendo que realmente se investigue y se sepa qué pasó. El caso ha sido archivado dos veces. El expediente es enorme. Hay algo que los militares siempre invocan y que es la Operación Zanahoria, la operación de remoción de los cuerpos enterrados. Obviamente, no fue completa. Se espera que aparezcan más.
En la prensa se publican hallazgos de vez en cuando. El problema es que la búsqueda, con la escasez de datos que hay, es muy complicada. Pero el Gobierno actual de Tabaré Vázquez tiene una gran disposición a seguir investigando.
-¿Realmente se siente amparada por el Gobierno?
-Sí. El Gobierno anterior [de Julio María Sanguinetti], a su manera, también colaboró. Nunca me han puesto dificultades. Todos me han dado su apoyo. Se hizo una Comisión para la Paz, que investigó (en el año 2000) con potestades muy limitadas, pero fue un primer paso importantísimo que dio el Gobierno del presidente Jorge Batlle. Y a partir de entonces el tema se ha mantenido. La Comisión para la Paz terminó y no se logró mucho respecto a mi mamá, pero esa comisión fue valiosa. Con el Gobierno de izquierda de Tabaré Vázquez, obviamente, las cosas tomaron otra fuerza.
-Sin embargo, su abuelo mantuvo un duro encontronazo con Sanguinetti por su falta de colaboración para desvelar los atropellos de la dictadura.
-Sí. Y también se habló de la vinculación que pudo haber tenido mi papá [adoptivo] con la gente que me robó y me dejó en la puerta de su casa. Incluso se manejó que era amigo de Sanguinetti o de alguno de los asesinos de mi mamá. No hay nada probado. Amistad personal con Sanguinetti yo puedo decir que no la hubo, porque viví con mi papá 23 años. La realidad indiscutible es que mi papá era el jefe de Policía del Gobierno de Sanguinetti en el departamento de San José. Sin duda tuvieron una relación política. Militaba en el Partido Colorado y había llegado a ese cargo por el partido. Mi papá era inspector de policía. Pero para mí todo esto es una incógnita.
-¿Y qué dice su madre? ¿No sabe nada?
-Mi madre desconocía realmente. Creo. No estoy segura, obviamente. Y no sé lo que pudo llegar a saber mi papá. Sé que supo antes de morir que mi abuelo me andaba buscando. La primera vez que mi abuelo vino a Uruguay buscándome era en 1998, así que supongo que mi padre llegó a enterarse de todo. No me lo dijo. No es una cosa fácil de decir.
-No parece que haya anidado rencor hacia su familia adoptiva.
-Mis sentimientos respecto a mi familia adoptiva no han cambiado. Me dieron una muy buena educación y una muy buena infancia. No tengo nada negativo contra ellos. Todo lo que vino después es una conjunción de historias de tanta gente. Sé que mi papá no tuvo nada que ver con la muerte de mi mamá.
-¿Ha leído a Juan Gelman?
-He leído todo lo que he podido. La poesía siempre me ha gustado. Mi papá también escribía. De hecho, me hicieron llegar unos cuadernos suyos. Era una poesía también muy fuerte para la edad que tenía. Dura. Negro, muerte, sangre. Algo premonitorio. Había un poema incluso en el que se despedía de los amigos ¡a los 15 años! Supongo que eso tiene que ver también con una generación que yo no termino de conocer. Quizá eso no estaba tan fuera de lugar en ese momento. Para mí fue fuerte. Que mi papá tuviera esa visión.
-Tiene ya 31 años y todavía no ha acabado la carrera. Quizá deba replantearse sus estudios.
-Es que estoy en una especie de crisis, en un momento en el que no sé qué va a ser de mi vida el mes que viene. Estoy muy confundida y, aunque suene un poco cursi, busco mi lugar en el mundo [se ríe]. Porque todo esto te mueve los marcos de referencia. El sentido de pertenencia se ve bastante vulnerado.
No sos de acá. No sos de allá. Nací y crecí en el Uruguay y me siento tan uruguaya como siempre, pero, en sí, mi historia tiene más que ver con Argentina, y en Argentina soy uruguaya.
-Te quedas sin referentes.
-Ahora en todos lados soy un poco extranjera.
***
El pasado 23 de abril, Juan Gelman recibió el Premio Cervantes en Alcalá de Henares. Allí declamó: "Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero".
En primera fila le escuchaba atentamente Macarena. Los dos siguen buscando los restos de María Claudia, por poder tener un lugar, como ha reclamado Juan Gelman, donde al menos depositar para ella un ramo de flores.

Javier Alfonso Lemes Bulla


En la foto de la agencia Javier Alfonso Lemes Bulla, conocido como el "canciller de América del Sur".
El descubrimiento de carros-bomba, explosivos bajo la pista de un aeropuerto local y numeroso arsenal, así como una explosión en Bogotá que dejó 10 heridos, tiene en máxima alerta a las autoridades colombianas por una eventual represalia de las FARC a golpes que han sufrido.
"Reforzamos la seguridad para hacer frente a estas amenazas'', declaró el director local de Policía, general Rodolfo Palomino, que atribuyó a un atentado de las FARC la explosión de una bomba en un comercio del norte Bogotá, la noche del sábado, que dejó 10 heridos.
El hecho se produjo un día después de descubrirse gran cantidad de explosivos en un túnel en un casa contigua a la pista del aeropuerto de Pereira (centro-oeste), con el que según investigadores se iba a atentar contra una alta personalidad cuando aterrizara su avión.
"Estamos verificando pero pensaríamos que se trataría de un atentado que las FARC iban a cometer contra una personalidad. Podría ser el propio presidente (Alvaro Uribe) pero estamos investigando'', aseguró el viernes Jorge Trejos, director en esa ciudad del Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía.
A eso se suma la denuncia hecha por el ministro de Defensa
, Juan Manuel Santos, según la cual comunicaciones interceptadas a varios jefes rebeldes daban cuenta de atentados contra él, el ex ministro del Interior y Justicia, Fernando Londoño y contra un hermano del vicepresidente Francisco Santos.
Nota y foto de la agencia APF, publicada en El Nuevo Herald, 10/08/2008;

Dios es mexicano

Dios es mexicano/Javier Cercas
Publicado en EL PAIS SEMANAL (www.elpais.com), 10 de agosto de 2008;
1. Sé que hay gente a quien no le gustan nada las citas (literarias, claro está); a mí me encantan. Sé que hay gente a quien las citas le parecen una forma insufrible de pedantería, o de soberbia; a mí me parecen una forma obligada de humildad: no es que los sabios tengan respuestas para todo, sino que quien cita celebra que haya habido tipos listísimos y que, por muy original que él se crea, alguien pensó antes que él lo que él ha pensado. De hecho, a estas alturas de la bibliografía quizá el único pensamiento original posible es el chispazo que surge del choque entre dos pensamientos ajenos, por no hablar de casos flagrantes –un Montaigne o un Borges, digamos– cuya obra incomparablemente original puede leerse como un catálogo de citas dispuestas y comentadas con genialidad. Todo lo anterior es válido, si lo es, suponiendo que quien cita haya digerido lo que cita y no sea sólo un saqueador de diccionarios de citas, cajones de sastre sin alma que sólo exploran los desalmados. Cosa distinta son esos deliciosos libros de citas en que alguien decanta sus lecturas de años y que no están gobernados por el mero afán coleccionista, sino por el gusto o la pasión del compilador. Es lo que ocurre con La biblia del ateo, una colección de pensamientos reunida por Joan Konner y publicada por Seix-Barral. Además de delicioso, es un libro original, porque algunos de los mejores pensamientos que contiene no son obra de grandes pensadores, sino de autores anónimos. Ejemplo: “Viajero: Dios ha sido increíblemente generoso con sus campos, señor granjero. Granjero: Debería ver cómo los dejó cuando yo no estaba por aquí”. Otro ejemplo: “Mientras haya exámenes se rezará en las escuelas”. Y el mejor: “Si Dios era judío, ¿cómo es que tiene un nombre mexicano?”.
2. Es sorprendente que Konner no cite ni una sola vez a Kierkegaard; o quizá no es sorprendente, porque quienes no han leído a Kierkegaard suelen creer que es un autor cristiano (y en cierto modo lo es); o quizá sólo es sorprendente para mí, que en los últimos tiempos pienso mucho en Kierkegaard. Todo empezó cuando hace unos meses me encontré por la calle con un amigo de infancia. Parecía salvajemente feliz; como ya ha entrado en la cuarentena, pensé que llevaba una curda de campeonato o que se había hecho testigo de Jehová. “¿Qué tal?”, me preguntó, contentísimo. “Mal”, le contesté, sincero. “¿Y eso?”, volvió a preguntar. “No sé”, volví a contestar, “debe de ser la crisis de los cuarenta”. “Imposible”, dijo. “¿Por qué?”, dije yo. “Porque la crisis de los cuarenta ya no existe”, dijo él. “Ahora la crisis es a los cincuenta: lo de los cuarenta es sólo un aperitivo”. Dicho esto, se rió; yo también me reí, pero menos. Luego fuimos a tomar un café. Le pregunté qué tal estaba él; me contestó: su padre se estaba muriendo, a su mujer acababan de echarla del trabajo, su sueldo no le alcanzaba para pagar la hipoteca, tenía tres hijos adolescentes. Casi aliviado, dije: “Debes de estar hecho polvo”. “Qué va”, me contestó. “¿Qué va?”, pregunté. “Qué va”, repitió. Y luego citó: “Qué va, qué va, qué va, yo leo a Kierkegaard”. Creí que bromeaba; no bromeaba: dijo que, igual que Faemino y Cansado, él había leído todos los libros de Kierkegaard. “Cómo han cambiado las cosas”, suspiré. “Antes, los libros de Kierkegaard sólo te servían para disimular que estabas leyendo revistas de tías en pelotas”. “Es verdad”, dijo. “Ahora en cambio tengo que usar las revistas de tías en pelotas para disimular que estoy leyendo a Kierkegaard, porque cada vez que alguien me pilla leyendo a Kierkegaard tengo la misma sensación que tenía cuando mi madre me pillaba leyendo revistas de tías en pelotas. Empecé por Schopenhauer y Cioran, pero son demasiado optimistas”, continuó mi amigo. “En cambio, más bajo que Kierkegaard no se puede llegar: es pura autoayuda. Leo Temor y temblor y me pongo eufórico; leo El concepto de la angustia y me parto de risa; leo La enfermedad mortal y me revuelco de alegría. Es un tipo listísimo”, concluyó. “Tiene respuestas para todo y todas son espantosas”. Entonces, mientras me preguntaba si Kierkegaard también sabría por qué si Dios es judío tiene un nombre mexicano, comprendí de golpe la verdad, y es que mi amigo no llevaba una curda de campeonato, sino que era víctima de una depresión brutal. Súbitamente compadecido, traté de consolarle: le hablé de su padre, de su mujer, de su hipoteca, de sus hijos adolescentes, pero, igual que si se hubiera hecho testigo y Kierkegaard fuera Jehová, mi amigo insistió en hablar de Kierkegaard, en que Kierkegaard tenía respuestas para todo; súbitamente furioso, traté de hacerle reaccionar. “No digas tonterías”, dije. “Tú lo que estás es hecho polvo y lo que deberías hacer es dejar de leer a Kierkegaard, que no tiene respuestas para nada”. “Ah, ¿no?”, contestó mi amigo, muchísimo más furioso que yo, y a continuación, como deslumbrado por el chispazo producido por el choque de dos pensamientos ajenos, o como si quisiera demostrar que había digerido del todo a Kierkegaard, citó una entrada del diario de éste correspondiente a 1849: “Job lo soportaba todo hasta que sus amigos fueron a consolarlo; entonces se impacientó”. Luego (claro está, mi amigo se levantó y se fue.

Jaque al jaque

Jaque al 'Jaque'/ Maria Isable Rueda,
Publicado en El Tiempo (www.eltiempo.com), 10 de Agosto de 2008,
¿Se justifica el mugre que leha caído a la operación?En la operación militar más inteligente de nuestra historia, la 'Operación Jaque', en la que ninguna contingencia fue minimizada, quedó al garete una "bobadita": la existencia de fotografías y videos que fueron realizados durante el operativo.Resulta totalmente inverosímil que ni al Presidente, ni al Ministro de Defensa, ni al Comandante de las Fuerzas Militares se les hubiera ocurrido algo de elemental curiosidad como averiguar si existía un video de la operación. Y que tampoco hubieran prendido las alarmas cuando se supo que a la CNN le estaban ofreciendo en venta una copia del mismo, o cuando comenzó a correr la bola de que el material estaba siendo ofrecido, que yo sepa, mínimo a otros dos medios escritos, que se abstuvieron de comprarlo no por razones éticas, sino por el costo y porque solo era explotable en un medio audio visual.