Seguramente muchas voces sensatas compartirán la tesis de que es un grave desatino social –de la llamada opinión pública –, colocar a los periodistas en el pedestal de divinidades.
Y es que los profesionales del periodismo son –somos –, o debieran ser, mortales como cualquiera otro ciudadano; con virtudes y defectos, pero sobre todo sometidos a las mismas reglas y responsabilidades que el resto de los de a pie.
Lo periodistas no pueden –podemos —, despegar los pies del suelo;  alejarse de la realidad a riesgo de perder las capacidades básicas para el ejercicio de la profesión. ¿Cuáles capacidades?.
Las de asombro, indignación, coraje, rabia, desencanto, crítica y, claro, amor por la vida; entre muchas otras.