Columna Razones/Jorge Fernández Menéndez
Populismo, corrupción, narcotráfico
Publicado en Excelsior (www.exonline.com.mx), 23/09/2008;
Existe una relación estrecha y vinculante entre los gobiernos y movimientos políticos populistas (se digan de derecha o de izquierda, en realidad el populismo es uno y sus métodos siempre terminan siendo profundamente reaccionarios), la corrupción y el tráfico de drogas. Si miramos lo que está sucediendo en América Latina tendremos un ejemplo de esos procesos que no deberíamos desechar.
Todas y cada una de las naciones que se han inclinado hacia el neopopulismo que ha puesto en boga Hugo Chávez enfrentan no sólo gobiernos autoritarios sino también una profunda corrupción y una lasitud hacia el tráfico de drogas que se oculta tras el argumento de que para combatirla se debe luchar contra la pobreza y que permitir la supervisión o intervención de órganos antidrogas externos propicia el intervencionismo extranjero, sobre todo estadunidense. Mientras tanto, en esas naciones el tráfico de drogas florece de la mano con la corrupción.
El gobierno de Hugo Chávez es el paradigma de ello: en el contexto de sus célebres desplantes antiestadunidenses, Chávez no sólo ha expulsado desde embajadores hasta a los representantes de Human Rights Watch, sino también a todos los agentes de dependencias antidrogas, comenzando, obviamente, con la DEA. Lo cierto es que Venezuela se ha convertido cada vez más en un puerto de salida de droga proveniente de Colombia hacia otras partes de América Latina (en especial Brasil y de allí a Argentina), hacia Europa y hacia México y América Central. Es también un centro de lavado de dinero que le ha permitido, entre otras cosas, a ese gobierno, intervenir en forma directa en muchos procesos electorales. El caso más sonado es el que actualmente está en curso en Estados Unidos por el transporte, vía Miami, de una maleta con 800 mil dólares que estaba destinada a financiar parte de la campaña de la ahora presidenta de Argentina, Cristina Fernández. Los dos gobiernos, el de Argentina y el de Venezuela, han dicho en todos los tonos que se trata de una agresión política estadunidense, pero lo cierto es que el juez de Miami que lleva el caso tiene pruebas duras, testimonios, testigos e incluso al principal acusado convertido en testigo protegido, con el fin de avalar un caso que legalmente podría ser catastrófico para ambos gobiernos. Por supuesto que todo ese negocio está basado en la corrupción: en Venezuela se habla cotidianamente de los bolimillonarios (los millonarios del bolivarismo de Chávez), amigos y socios que se hicieron inmensamente ricos gracias a la generosidad gubernamental. Entre ellos ocupa un lugar muy destacado toda la familia de Chávez, incluidos sus hermanos e hijas, que mantienen, al mismo tiempo, importantes posiciones en el gobierno.
Esa lógica se ha extendido a las naciones en las que Chávez tiene influencia y con gobernantes a los que ayudó a ganar las elecciones, como Rafael Correa en Ecuador. Pero el caso más notable es Bolivia, donde Chávez incluso amenazó con una intervención armada si seguía la oposición contra el gobierno de Evo Morales que se enfrenta a una rebelión de la mayoría de los gobernadores del país que no aceptan la nueva Constitución, dictada por Morales, una Constitución que no tiene el aval de las mayorías y nacionaliza prácticamente toda la economía del país y centraliza el poder en el propio mandatario. Pero, mientras tanto, Morales ha expulsado, él también, al embajador estadunidense y a la DEA, ha suspendido la erradicación o sustitución de cultivos de coca (la coca se consume desde tiempos ancestrales en Los Andes para combatir el mal de altura y su venta como tal es legal, pero Morales ha permitido una ampliación de cultivos que rebasa en cientos de veces el consumo comercial o medicinal que podría tener la hoja de coca) y él mismo proviene de ese sector de productores. El problema es que nadie sabe a dónde van los enormes excedentes de hoja de coca que sólo pueden servir para una cosa: la producción de cocaína. Con el resto de los estados (que son los que tienen reservas de gas y petróleo) en rebeldía, Morales debe apoyarse económicamente en los “cocaleros” y éstos, desde siempre, han sido los proveedores de los productores de cocaína. Y hoy nadie los molesta en esa actividad.
Hacia el sur, en Argentina, en un gobierno que mantiene características bastante más democráticas que las de Chávez o Morales, la presencia del narcotráfico es constante y va de la mano, en ese caso, con una intensa asociación con grupos mexicanos. Pero antes fue la tierra donde recalaron las familias de Pablo Escobar, de Amado Carrillo, del ChapoGuzmán y de muchos otros, gracias, entre otras cosas, a leyes muy permisivas con respecto al lavado de dinero. El de la maleta de Chávez es hoy un caso sobre el que giran muchas historias de corrupción. La otra, ligada a ella, es la de tres empresarios asesinados por el narcotráfico, ligados con células de narcotraficantes mexicanos para el envío de metanfetaminas a nuestro país, que resultaron ser también aportantes a la campaña presidencial.
Pero ningún caso de corrupción económica, política y moral supera al del gobierno nicaragüense de Daniel Ortega. Abandonado por todos sus antiguos compañeros de lucha sandinista, que lo acusan de traidor, acusado con todas las pruebas de violación sistemática (desde que tenía 11 años hasta entrados los 20) por su hijastra Zoilamérica, persiguiendo política y policialmente a Ernesto Cardenal y Carlos Mejía Godoy, haciendo una alianza con el ex presidente Arnoldo Alemán para ocultarse mutuamente la corrupción, Ortega, un incondicional de Chávez que se presta incluso a hacer el trabajo sucio que éste se ve imposibilitado de realizar (ahí está el caso de las FARC y los asilos otorgados por Ortega), ha logrado convertir a su país en el más pobre de la región, sólo al nivel de Haití, y en un paraíso del narcotráfico. Populismo, corrupción, narcotráfico. ¿También en México?
Todas y cada una de las naciones que se han inclinado hacia el neopopulismo que ha puesto en boga Hugo Chávez enfrentan no sólo gobiernos autoritarios sino también una profunda corrupción y una lasitud hacia el tráfico de drogas que se oculta tras el argumento de que para combatirla se debe luchar contra la pobreza y que permitir la supervisión o intervención de órganos antidrogas externos propicia el intervencionismo extranjero, sobre todo estadunidense. Mientras tanto, en esas naciones el tráfico de drogas florece de la mano con la corrupción.
El gobierno de Hugo Chávez es el paradigma de ello: en el contexto de sus célebres desplantes antiestadunidenses, Chávez no sólo ha expulsado desde embajadores hasta a los representantes de Human Rights Watch, sino también a todos los agentes de dependencias antidrogas, comenzando, obviamente, con la DEA. Lo cierto es que Venezuela se ha convertido cada vez más en un puerto de salida de droga proveniente de Colombia hacia otras partes de América Latina (en especial Brasil y de allí a Argentina), hacia Europa y hacia México y América Central. Es también un centro de lavado de dinero que le ha permitido, entre otras cosas, a ese gobierno, intervenir en forma directa en muchos procesos electorales. El caso más sonado es el que actualmente está en curso en Estados Unidos por el transporte, vía Miami, de una maleta con 800 mil dólares que estaba destinada a financiar parte de la campaña de la ahora presidenta de Argentina, Cristina Fernández. Los dos gobiernos, el de Argentina y el de Venezuela, han dicho en todos los tonos que se trata de una agresión política estadunidense, pero lo cierto es que el juez de Miami que lleva el caso tiene pruebas duras, testimonios, testigos e incluso al principal acusado convertido en testigo protegido, con el fin de avalar un caso que legalmente podría ser catastrófico para ambos gobiernos. Por supuesto que todo ese negocio está basado en la corrupción: en Venezuela se habla cotidianamente de los bolimillonarios (los millonarios del bolivarismo de Chávez), amigos y socios que se hicieron inmensamente ricos gracias a la generosidad gubernamental. Entre ellos ocupa un lugar muy destacado toda la familia de Chávez, incluidos sus hermanos e hijas, que mantienen, al mismo tiempo, importantes posiciones en el gobierno.
Esa lógica se ha extendido a las naciones en las que Chávez tiene influencia y con gobernantes a los que ayudó a ganar las elecciones, como Rafael Correa en Ecuador. Pero el caso más notable es Bolivia, donde Chávez incluso amenazó con una intervención armada si seguía la oposición contra el gobierno de Evo Morales que se enfrenta a una rebelión de la mayoría de los gobernadores del país que no aceptan la nueva Constitución, dictada por Morales, una Constitución que no tiene el aval de las mayorías y nacionaliza prácticamente toda la economía del país y centraliza el poder en el propio mandatario. Pero, mientras tanto, Morales ha expulsado, él también, al embajador estadunidense y a la DEA, ha suspendido la erradicación o sustitución de cultivos de coca (la coca se consume desde tiempos ancestrales en Los Andes para combatir el mal de altura y su venta como tal es legal, pero Morales ha permitido una ampliación de cultivos que rebasa en cientos de veces el consumo comercial o medicinal que podría tener la hoja de coca) y él mismo proviene de ese sector de productores. El problema es que nadie sabe a dónde van los enormes excedentes de hoja de coca que sólo pueden servir para una cosa: la producción de cocaína. Con el resto de los estados (que son los que tienen reservas de gas y petróleo) en rebeldía, Morales debe apoyarse económicamente en los “cocaleros” y éstos, desde siempre, han sido los proveedores de los productores de cocaína. Y hoy nadie los molesta en esa actividad.
Hacia el sur, en Argentina, en un gobierno que mantiene características bastante más democráticas que las de Chávez o Morales, la presencia del narcotráfico es constante y va de la mano, en ese caso, con una intensa asociación con grupos mexicanos. Pero antes fue la tierra donde recalaron las familias de Pablo Escobar, de Amado Carrillo, del ChapoGuzmán y de muchos otros, gracias, entre otras cosas, a leyes muy permisivas con respecto al lavado de dinero. El de la maleta de Chávez es hoy un caso sobre el que giran muchas historias de corrupción. La otra, ligada a ella, es la de tres empresarios asesinados por el narcotráfico, ligados con células de narcotraficantes mexicanos para el envío de metanfetaminas a nuestro país, que resultaron ser también aportantes a la campaña presidencial.
Pero ningún caso de corrupción económica, política y moral supera al del gobierno nicaragüense de Daniel Ortega. Abandonado por todos sus antiguos compañeros de lucha sandinista, que lo acusan de traidor, acusado con todas las pruebas de violación sistemática (desde que tenía 11 años hasta entrados los 20) por su hijastra Zoilamérica, persiguiendo política y policialmente a Ernesto Cardenal y Carlos Mejía Godoy, haciendo una alianza con el ex presidente Arnoldo Alemán para ocultarse mutuamente la corrupción, Ortega, un incondicional de Chávez que se presta incluso a hacer el trabajo sucio que éste se ve imposibilitado de realizar (ahí está el caso de las FARC y los asilos otorgados por Ortega), ha logrado convertir a su país en el más pobre de la región, sólo al nivel de Haití, y en un paraíso del narcotráfico. Populismo, corrupción, narcotráfico. ¿También en México?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario