John Le Carré, los bancos y la droga
Florence Noiville • París
Traducción: Irene Selser
© Le Monde
El jueves pasado se publicó en Londres el último libro del escritor británico experto en temas de espionaje, John Le Carré, autor de novelas de culto como El espía que vino del frío o El jardinero fiel entre una veintena de excelentes títulos. En su última obra, Le Carré aborda un tema del momento: el recurso de los grandes bancos al dinero sucio del narcotráfico para salvarse a sí mismos de la quiebra… 2011-04-10•El 28 de septiembre de 2010, en Berna, Suiza, David John Moore Cornwell, alias John Le Carré, le dio a Le Monde “la que tal vez sea (mi) última entrevista” (publicada en el suplemento M de diciembre de ese año). Con casi 80 años (en octubre), y mientras sale, en Londres, su novela número 22, Our Kind of Traitor (Un tratado a nuestro gusto) –misma que apareció el 7 de abril en Francia–, el escritor británico nunca ha estado tan activo. Pero él ya no tiene tiempo que perder con "la publicidad", dice. Tampoco se cree merecedor de los honores (acaba de pedir que se retire su nombre de la selección del prestigioso Man Booker Prize). No, él tiene libros que escribir, injusticias que pescar, imposturas que denunciar...
Desde la caída del muro de Berlín, cuando abandonó la novela de espionaje “clásica”, él se fijó casi una obligación moral: el mundo marcha de cabeza y cualquiera –el escritor, el artista, el outsider– debe tener el coraje de decirlo.
Esta vez, él se ha interesado especialmente en lo que es uno de los más grandes escándalos de los años 2000. ¿Qué? "Le voy a mostrar un artículo que tal vez ya ha visto", dice extrayendo de su saco un recorte del periódico inglés The Observer. El papel tiene fecha del 13 de diciembre de 2009. "Tenga, lea..."
e Carré continúa. "Vea, el recorte está titulado: "El dinero de la droga salvó a los bancos durante la crisis mundial". La fuente es un tal Antonio Maria Costa, que dirigía entonces la Oficina de las Naciones Unidas contra la droga y el crimen organizados (ONUDC). Según él, existirían pruebas que demuestran que algunos préstamos interbancarios fueron financiados con fondos provenientes del comercio de droga y de otras actividades ilegales, y que ese dinero habría sido efectivamente blanqueado a fin de salvar al sistema, cuando éste se vio confrontado a una falta de liquidez y a punto de hundirse. El artículo menciona incluso una suma: 352 mil millones de dólares (245.5 mil millones de euros)."
¿Delirio o realidad? Podemos imaginar en todo caso el gozo de John Le Carré volcado en este artículo de prensa. Sin esperar más, jugando con lo verdadero y lo falso, la sombra y la luz, poniendo en escena situaciones o personajes suficientemente ambivalentes como para que, a toda lo largo de la novela, el lector nunca sabe realmente qué terreno pisa. Pero poco a poco se va levantando el velo sobre las prácticas financieras dudosas del neocapitalismo, sobre el "triunfo de la avaricia"– para retomar un tírulo del economista Joseph Stiglitz– y sobre “la colusión contra natura” que él imagina entre la City de Londres, la mafia rusa y los servicios secretos de Su Majestad.
Un tratado a nuestro gusto comienza en una pista de tenis. Estamos en Antigua, en compañía de Perry y Gail, dos excelentes jugadores aficionados. En Inglaterra, Gail es un abogado brillante, y Perry, su compañero, un profesor de Oxford deseoso de dar una nueva orientación a su vida. Durante las vacaciones caribeñas que se anuncian paradisíacas, la pareja conoce a Dima, un oligarca ruso. Dima dirige Arena Multi Global Trading Conglomerate, una sociedad asesora de gestión de activos cuya sede está en Moscú, con oficinas en Toronto, Berna, Karachi, Nicosia, etc., y se revela ser una ingeniosa organización de blanqueo.
Dima lo reconoce, en su inglés aproximativo: "Muchos sindicatos del crimen ruso confían en Dima. ¿Tiene dinero sucio? Dima lo blanquea para usted, no hay problema. La octava economía del mundo es el dinero tan sucio como su calcificación. La pasta cubierta de sangre..."
"Un campo de minas"
Pero Dima tiene un "mercado" que proponerle a los servicios secretos británicos, a cambio de informaciones “muy importantes, muy urgentes, muy cruciales para Gran Bretaña". Y es a Perry –que quiere cambiar de vida pero se pregunta cómo– a quien él le hecha el ojo. En Roland-Garros, Perry jugará de intermediario entre la mafia rusa y el establecimiento londinense... Si la trampa es tosca, el engranaje imaginado por Le Carré es suficientemente sutil como para que tenga ganas de seguir a Perry y Gail en ese terreno desconocido que no es más que “un campo de minas monstruoso...". Aquí encontramos además todo lo que uno ama en John Le Carré, las relaciones de fuerza entre los individuos y las instituciones, los cuestionamientos sobre el honor, las viejas vergüenzas y heridas, la sed de venganza o el "odio de sí", es decir toda la complejidad de sus personajes que pueden ser a la vez traidores y príncipes.
Una vez más, observamos cómo Le Carré se siente cómodo en su “segunda etapa", la de la post-guerra fría (1945-1990): "Le va a sorprender”, dice. “Pero para mí, la mejor etapa es ahora. Viví la caída del Muro [de Berlín, en 1989] como una liberación. Tenía la impresión de estar encerrado en un sistema. Y entonces el Muro cayó. Entre 1989 y 1991, hubo un periodo donde Occidente hubiera podido decir: ¡Alto, hagamos una pausa! Se podría haber reflexionado de manera constructiva sobre cómo rediseñar el mundo. "Pero Occidente se replegó sobre sí mismo y dejó caer a los países del antiguo bloque del Este, Rusia en particular. El libre cambio se propaló por todas partes, y hemos visto los excesos del capitalismo librado a sí mismo."
En esto estamos. ¿Y la hipótesis de fondo, entonces? ¿La que pretende que algunos bancos, durante la crisis [de 2007-2008] hayan sido salvados por el dinero sucio de la droga y del crimen? Le Carré no pretende confirmarlo. Solo pretende, a través del dispositivo literario, mostrar que podría ser posible.
Cuando emerge del libro, el lector está aún más perturbado. ¿Cierto o falso? El crítico literario es incapaz, evidentemente, de aportar a esta pregunta el menor atisbo de respuesta. ¿Y los expertos qué dicen?
Interrogado por Le Monde, el economista Jacques Delpla se muestra perplejo. El escenario "no tiene sentido para los bancos centrales”, destaca. “Estos últimos son capaces de crear tanta liquidez como necesiten, no necesitan para eso de Pablo Escobar… Pero en esta época, los grandes bancos occidentales también buscaron liquidez, en especial en relación con los fondos soberanos y las reservas de los bancos asiáticos. Los ingresos de los traficantes de drogas eran probablemente invertidos en activos líquidos (depósitos a la vista, colocaciones monetarias), y no se excluye que algunos hayan prestado a los bancos occidentales (por la vía de múltiples cuentas)". El economista concluye sin embargo que "esto parece poco probable, ya que desde mediados de los años 2000, los procedimientos de cumplimiento (de conformidad a las reglas) son muy fuertes, y los banqueros tienen la obligación de verificar con quién ellos tratan".
¿Quién podría decir con certeza que esto es cierto? La única evidencia, para el lector de la novela, es finalmente el deseo de pasar las páginas, y el placer de hacerlo. Lo que de por sí es muy bueno.
Florence Noiville • París
Traducción: Irene Selser
© Le Monde
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