18 abr 2011

Monsiváis por Monsiváis

Retrospectiva
Revista | EMEEQUIS | 3 de mayo de 2010
Monsiváis por Monsiváis,  una autobiografía ficticia
“Describiría mi vida, vanidosamente, como la de alguien que nunca quiso dormirse en sus laureles porque sufría de insomnio crónico. Ya sin metáforas vergonzosas de por medio, la describiría con el entusiasmo que me causa, a estas alturas, agregar a mi lista otra causa perdida.”

Se dice que Carlos Monsiváis, además de ser el crítico cultural más importante del país, es “el único escritor mexicano que la gente reconoce en las calles”.
El doctorado honoris causa que recibirá, junto con otras 15 destacadas personalidades, el 23 de septiembre durante la conmemoración de los 100 años de la UNAM, será el más reciente de los reconocimientos que se le han otorgado.
Ensayista y cronista sin par de las muchas ciudades que es la ciudad de México y de los movimientos sociales y políticos más importantes del país, es uno de los autores más leídos no sólo en México, sino en América Latina y en sectores de Estados Unidos.
Nada escapa a la mirada de este analista mordaz. Su vena irónica ha permitido a sus lectores y escuchas mantener el optimismo en tiempos difíciles. Ha sido al mismo tiempo conciencia crítica y presencia reconfortante para los mexicanos en momentos decisivos de nuestro “valle de lágrimas”.
Este 4 de mayo Carlos Monsiváis arriba, un poco maltrecho, a los 72 años. Para celebrarlo publicamos una autobiografía ficticia, construida con afirmaciones reales que él ha hecho sobre sí mismo en sus textos o en algunas de las múltiples entrevistas que ha concedido a lo largo de su vida. emeequis las rescata de aquí y de allá.
Con ustedes, Monsiváis por Monsiváis.
Selección de Patricia Vega patvega@m-x.com.mx
 ***
—¿Cómo lo reconozco, señor Monsiváis?
—Llevaré un clavel rojo en la solapa —le contestó a José Emilio Pacheco. Enseguida soltó una sonora carcajada para reírse del lugar común y de él mismo.
A MANERA DE PÓRTICO: YO TE BENDIGO, VIDA
Me llamo Carlos Monsiváis, no pertenezco a ningún partido político. Soy laico.
No me gusta describirme a mí mismo porque suelo caer en la autoindulgencia de la autocrítica, entonces prefiero no
¿Estas notas son autobiográficas o autobibliográficas?
Si son lo segundo, como creo, menciono de inmediato el libro primordial en mi formación de lector: la Biblia, en la versión del reformado Casiodoro de Reyna (1606), revisada por Cipriano de Valera. En mi niñez, Reyna y Valera me entregaron mi primera perdurable noticia de la grandeza del idioma, de la belleza literaria que uno (si quiere) le adjudica a la inspiración divina. Por cuestión religiosa lo primero que memoricé fue “en el principio era el verbo y el verbo era Dios”.
Mi madre puso de su parte mi nacimiento, mi primera formación, mi capacidad de pelearme en vano, mi primer amor por los libros, mi sentido del orden (allí fallé) y todo lo que un hijo de mi generación debía saber si quería triunfar o fracasar en la vida. Sin embargo, me rehusé a aprender a manejar. A cambio me permite seguir vivo. Dada mi pericia técnica, habría muerto en las primeras 14 o 16 horas de manejo. Traigo siempre mi pasaporte, por si me distraigo, saber quién soy. Soy un distraído absoluto. Renuncié a una infancia de aventuras en aras de Charles Dickens. Como eso suena muy falso, debo aceptar que nunca tuve en mente ese tipo de infancia; la mía fue no sólo de libros, sino también de películas: Agatha Christie y las cintas con Pedro Armendáriz, Jorge Negrete y Gloria Marín. El cine es una formación tan estricta como la literatura.
En sexto de primaria se me ocurrió decirles a los compañeros que por qué no formábamos la biblioteca de la escuela, ahí tuve la primera noción de lo que era la carcajada a mi costa.
Don Artemio de Valle Arizpe era una figura excéntrica, hoy casi desconocida, que vivía resucitando vocablos del virreinato, que vivía en una casa llena de antigüedades y mandaba encuadernar sus libros a Holanda. Los domingos yo iba a ver a mi tía, que era su ama de llaves, y don Artemio me decía que tomara algunos libros de unas cajas que tenía y, entonces, eso me permitió leer, con escaso provecho debo reconocer, a Emilia Pardo Bazán y a Pío Baroja. Ya estaba en secundaria, para mí eso fue una experiencia, frecuentaba las librerías de viejo —la pasión de mi vida— y ver cómo un señor mandaba a encuadernar sus libros a Holanda me parecía notable.
Desde mi primer impulso radical que me vino de la fe sentimental en la República española, y desde mi primera filiación ideológica, concentrada en la Reforma liberal y en don Benito Juárez, he sido de izquierda. Nunca he conocido una depresión tan grave ni he alcanzado, como el 2 de octubre de 1968, el nivel máximo de impotencia social.
El miedo al ridículo es un poderosísimo instrumento de dominio, porque acorta la libertad, la experimentación y las ganas de sentirse a gusto. Antes le temía al ridículo, ya no. Ahora le temo a la idea de escribir un texto y al releerlo decir: esto ya lo escribí, y entonces darme cuenta no de que me estoy plagiando a mí mismo, sino que ya me cloné.
El concepto de humorista no me gusta tanto porque implica la idea de hacer reír, y yo no tengo el deseo de hacer reír con mi trabajo. Lo que me gusta es reírme: el humor involuntario, el ridículo o la pretensión fallida son un desquite del lector, del ciudadano, un instrumento de la revancha cotidiana. En todo caso me gustaría apelar a la ironía, el humor es muy difícil.
Tú no puedes garantizar la eficacia de un escrito y tasarla en carcajadas. Hay algo de nobleza, de intensidad y también de fuerza moral en la lucha contra la desigualdad, que siempre me ha apasionado. El melodrama de mi vida personal ya hace tiempo que lo clausuré. Como todos, me he enamorado del amor y, dada mi soltería, no he pagado pensión alimenticia.
SEÑORES, A ORGULLO TENGO DE SER ANTIIMPERIALISTA
Dos acontecimientos promovieron mi radicalización. El primero, a los 15 años, el proceso de los Rosenberg. Sin contacto con grupos de izquierda, hube de conformarme con padecer una depresión inaudita al distinguir en la cabecera de El Popular la noticia de su muerte. Intenté transmitir mi desesperación, pero mis compañeros no tenían idea ni de los Rosenberg ni de que fuera del cine hubiese espías atómicos.
El segundo acontecimiento, al año siguiente, la “gloriosa victoria”. Castillo Armas efectuó el remake de King Kong y a la preparatoria llegó, abrumado de volantes y consignas, Luis Prieto Reyes (esa especie de conciencia mágica y satírica de la ciudad). De inmediato Alejandro Peraza, José Guerrero y Guerrero y yo integramos el Comité Preparatoriano de Solidaridad con Guatemala, institución que según recuerdo jamás alcanzó los cuatro miembros. Recorríamos los salones de clase y ellos hablaban y yo pasaba una caja y recogía dinero para la compra de mantas y la edición de volantes.
A los 15 años tuve una suerte de Camino a Damasco, pero digamos laico: empezar a leer sobre la Guerra Civil española me produjo una emoción y conmoción enormes, entonces estaba tan distante el fenómeno y leyendo sobre todo lo que fue la Brigada Internacional de pronto pensé que la izquierda tenía sentido y había participado en algo que ahora se oye como la Edad Media, y en cierto modo era la Edad Media, que era la Juventud Comunista. Todo eso me llevó a pensar que valía la pena defender causas.
Me tocó participar en una manifestación y cuando llega Diego Rivera y baja la silla y ahí estaba Frida Kahlo, tuve una revelación, no diré que fue mística, pero tampoco tan alejada del término. Y en el 54 oyes tú decir que no existía el mito de Frida, pero ya existía esa presencia que te obligaba a una actitud reverencial. Llegué a mi casa a escribir una crónica apasionada del hecho, por fortuna fue en una revista que se llamaba azarosa y genialmente El Pumita que desapareció para siempre.
Cuando tenía 16 años, yo comparaba a Frida Kahlo seguramente con la estrella del Oriente, ve tú a saber, el género me gustó mucho y seguí haciendo crónicas, me tocó hacer una crónica para un periódico —del que por fortuna nadie sabe de su existencia— llamado Pueblo levántate, sobre el movimiento estudiantil de 1958 en contra del alza de los camiones, en fin, hay un instante, casi una rapsodia: los dirigentes del movimiento, casi todos de la Facultad de Leyes, piden entrevistarse con el presidente Ruiz Cortines, los recibe, los regaña y les dice que a su edad deberían dedicarse a construir su futuro, que cada día es un ladrillo para el edificio que es su porvenir, y entonces los estudiantes que lo habían enfrentado, que habían resistido el cerco del ejército en Ciudad Universitaria, terminan con una porra a don Adolfo.
La única fe radical que yo me atrevía a poner en entredicho era la mía propia.
Porque ni los murales, ni el Anfiteatro Bolívar abrumado por los aplausos ante la simple mención de la palabra Zapata, ni el Seminario de Estudios Históricos al que acudía cada viernes, lograban proporcionarme una imagen real o cierta de la Revolución mexicana. Para mí la Revolución era Dolores del Río llorando ante el cadáver de Pedro Armendáriz o Domingo Soler, quien me había convencido que se podía ser en la misma función del Cine Bretaña, un cura típico amigo de Jorge Negrete, el hermano incestuoso de Andrea Palma y mi general Francisco Villa.
Ni modo, mi anterior escepticismo ante toda suerte de símbolos patrios se acrecía con todo lo que se refiere a la Revolución de 1910. No niego su grandeza, pero los siento irremediablemente en poder del lenguaje oficial, sacros, resguardados de mi admiración por un regimiento de historiadores o de granaderos. En todo caso, me quedan demasiado lejos, en plenos llanos de la abstracción.
Salgo del Partido Comunista, expulsado, en 1960, porque Pepe Revueltas, que era el alma de nuestro pequeño movimiento —éramos 20—, decide que el Partido Comunista no tiene existencia histórica, entonces me toca la sesión en la cual se discute la inexistencia del partido, y era formidable porque el representante de las instituciones de la línea soviéticomexicana le dice: ¿Y cómo, si no existe el partido, están ustedes aquí? Ya era llevar las cosas a una filosofía, a un grado de acabar en cualquier solicismo y Pepe Revueltas les dijo: ¿Y ustedes cómo saben que están aquí históricamente?
Desde entonces, sí que he fatigado el cemento, como se decía antes.
QUE AL ESPEJO TE ASOMES, SATISFECHO
Lo que me llevó al periodismo, creo que fue la visita a Alfonso Reyes, en la Capilla Alfonsina. Sergio Pitol y Luis Prieto, que lo veían con cierta frecuencia, me consiguieron una entrevista: Reyes, que evidentemente no estaba complacido de perder su tiempo, empezó a hablar de la cultura griega y Sergio intervino con preguntas bastante atinadas y don Alfonso se animó. Yo no salía del pasmo, nos regaló un libro, llegué a mi casa, traté de escribir lo que había oído y no pude redactar nada porque el pasmo había sido devastador.
Las atrocidades que uno comete hay que dejarlas reposar en el silencio irrecuperable. Cuando encuentro una revista en una librería de viejo, la compro de inmediato y la destruyo.
Si algo aprendí de Novo fue la visión de México como una novela muy influida por el muralismo de Diego Rivera.
Uno recuerda algún aforismo de Wilde si desea parecer ingenioso, uno cita a Borges si quiere decir algo inteligente, y se menciona el periódico de la mañana si el propósito es indignarse con justa razón.
Podría decir que escribo por la inexorable urgencia de iluminar a mis compatriotas, pero sé que se oiría tan ridículo que me daría risa decirlo y entonces ten dría que retirar la frase en medio de sospechas muy serias sobre mi salud mental.
Escribo porque no sé hacer otra cosa y porque dudo si esa cosa que hago la sé hacer, entonces vivo bajo la duda de si tiene sentido que yo diga lo que estoy escribiendo. Y escribo porque eso es lo que he aprendido a hacer o deshacer durante demasiados años.
QUE SI ESTO ES ESCANDALOSO
Me molestan demasiadas cosas: el machismo, la tontería que usurpa el discurso del poder, la crueldad contra los animales y las corridas de toros, monstruosidades históricas como los genocidios recientes, la intolerancia.
Mi acta de ciudadanía se arma con la suma de causas perdidas que me han importado y que continúan haciéndolo.
Cómo negar el atractivo de las causas perdidas: alejan del orgullo pueril de la repartición de prebendas, le confieren a la derrota el aire de la sabiduría, auspician el sentido del humor a contracorriente, crean escalas valorativas más justas o mucho menos injustas y, sobre todo, se vuelven inevitables en la era neoliberal. Si no se cae en el victimismo, las causas perdidas son un recurso enorme de la salud mental.
Dios debería proteger a los buenos; los malos son definitivamente estúpidos y tan corruptos que en las noches se giran a sí mismos cheques sin fondos.
No conozco a nadie que participe en cualquier nivel en la defensa de los derechos humanos y en la lucha contra el prejuicio, que carezca de razones personales para hacerlo. Es el círculo compulsivo: las causas lo eligen a uno y uno elige a las causas.
En lo tocante a la lucha contra el sida, me ha tocado la muerte de amigos míos muy queridos, y las crisis de salud de otros tantos, he estado en velorios donde las madres gritan: “¿Por qué me enviaste un hijo así?”. También he atestiguado la caída física y moral de personas magníficas y he presenciado la crueldad de médicos y enfermeras. Y he visto lo contrario, seres generosísimos que enfrentan la pandemia, médicos y enfermeras con actitudes notables y familias de verdad solidarias.
En cuanto a la homofobia, tan activamente sustentada por la Iglesia católica y no sólo por ella, la considero una herencia de las larguísimas tradiciones de odio a lo diferente y a la diferencia, que ahora sólo exhiben la cerrazón de la crueldad.
Por eso, soy partidario de una legislación especial en el caso de los crímenes de odio por homofobia, porque estimularía la educación moral contra el prejuicio. ¡Ah, dioses! Cuando oigo hablar de la derecha moderna, y observo la homofobia de los panistas, me dan ganas de quitarle el seguro a mis canicas.
NADIE SABE PARA QUIÉN COLECCIONA
Yo era un bibliófilo que no tenía posibilidades adquisitivas, y un bibliómano que sí tenía al alcance las librerías de viejo. Un coleccionista se vuelve una referencia de candor o capacidad adquisitiva. El Museo del Estanquillo va a tener más de 10 mil piezas.
Un amigo español, un anarquista catalán, Mestre, me ofreció un lote de 15 caricaturas y dibujos de Miguel Covarrubias que fui pagando puntual y esporádicamente, es decir, sí las pagaba pero no en las fechas en que había quedado. Fue así como me emocioné con la idea de tener una colección o cosas que nadie más compraba. Fui durante 40 años cada domingo a La Lagunilla y cada sábado a la Plaza del Ángel con vendedores en los que fui observando ese ascenso académico: al principio eran muy rústicos y ahora dan clases de Harvard en materia de posesiones. e San
1No tenía pensada una tarea a largo plazo, sino sencillamente darme gusto, acercarme a lo que siempre me había gustado. En eso estaba cuando tuve la oportunidad de adquirir algunos títeres de la compañía de Rossete Aranda que me habían fascinado de niño, y reivindiqué la mirada infantil. En eso estaba cuando volví a mi pasión, también de infancia, por las miniaturas y eso ya se enfiló hacia una colección.
Y uno adquiere piezas cuyo valor aislado puede o no significar tanto, pero el conjunto es lo que valora cada una de las piezas. Es muy presuntuoso decir que lo hago como un regalo a la ciudad de México. Casi retiro la frase, porque también soy egoísta y quiero ver algo de lo que tengo.
Es mi oportunidad porque en mi casa es imposible: una vez que las compraba no las volvía a ver, entraban en cajas y yo sabía que ahí estaban pero no tenía la menor posibilidad de contemplarlas.
Me brotó la idea del antiguo refrán “nadie sabe para quién colecciona”, porque no sé exactamente quiénes van a venir o cómo va a ser contemplada mi pasión efímera por las piezas. Yo adquirí lo que podía. No discriminé. Mucho pude hacerlo gracias a la tardanza de la Secretaría de Hacienda en cobrarnos tan impíos impuestos. Durante el tiempo que duró la exención tuve más oportunidades de comprar.
Ya para mediados de la década de los ochenta el gusto adquisitivo se había convertido en obsesión, aunque todavía de ahí no pasaba. Se necesitó del aumento de mis ingresos —gracias sobre todo a los artículos seriados y a mejor paga— para que me decidiese por aumentar mis acervos y a incluir la fotografía, entonces un arte demasiado “populista” como para que se le tomase en serio. Después, oh dioses de la compra, he seguido y persistido, y con toda modestia, me he arruinado, sin que pudiera coleccionar mis ruinas. Pero no me quejo.
Siempre había tenido esa profunda necesidad del coleccionista: que los objetos no le pertenecieran a otra persona. Esa es la verdadera gran necesidad, porque en la medida en que le pertenecen a otra persona los objetos se devalúan desde la perspectiva del coleccionista, y quien diga lo contrario miente.
La colección seguirá creciendo, mi casa aún no ha quedado vacía, ahí se desconoce la píldora del día siguiente pues los libros se reproducen de manera incontrolable (son unos 40 mil). Pero ésos no los dono… sobre mi cadáver saldrán los libros de mi casa.
LO IMPORTANTE NO ES SABER, SINO COMPETIR
Por principio de cuentas, y antes de que extravíe mi identidad, me identifico. Sucede que soy el homónimo de la persona aquí aludida, y luego de oír de sus presuntas virtudes, compruebo con gustoque en lo general no me corresponden. Sin embrago, la confusión provocada por la dichosa homonimia hizo que se me invitara y por eso casi con el consentimiento de mi representado y alter ego ocasional, les doy las más sinceras gracias.
Si el del nombre idéntico al mío, con el añadido de características en mi imaginación estuviese aquí, de seguro, con su inclinación generacional por las frases darianas, los llamaría a ustedes “torres de Dios” y “pararrayos celestes” para luego exhibir simultáneamente su modestia y su vanidad. “No lo merezco/ Sí lo merezco/ No lo merezco…” y así hasta la culminación de los tedios. Como él no está, yo, obligado a hacer las veces de su embajador y publirrelacionista, los conmino amistosa y sinceramente a verificar a quien con exactitud científica se invita. Item más: les notifico que mi representado, dase la gratitud que lo aniquila, jura que, cualesquiera que hayan sido las acciones que provocan este acto, no las volverá a cometer.
Mi vanidad está intacta, encerrada en una caja de caudales y no hay manera de sacarla.
Me siento tan extraño que prefiero… ya no sé lo que prefiero. Desgraciadamente sólo traje palabras en mi contra y no puedo utilizarlas para no quedar mal con lo que han dicho de mí, pero en otra ocasión aclararé que todo es falso.
Lo que se dice en estos casos es cierto, pero nunca es convincente y se oye siempre como la conversión del autoelogio en rumor lejano. Así pues, anoto mis estados de ánimo: felicidad atemperada por el pesimismo orgánico, desconcierto, azoro, gratitud. No voy más allá. Esta muestra tan ejemplar de mitomanía que mucho me honra es una lección de escarnio entrañable.
FINAL. SIN MORALEJA
Mis profundas disculpas, pero la salud es muy contraria a la cortesía… Mi estado de salud es precario, variable, rotundo y no está empoderado. Si ligo mi salud con mi edad, la encuentro perfectamente normal; si la ligo con el estado que quisiera, es un desastre. En realidad las ilusiones que me quedan son pocas y todas tienen que ver con el tiempo disponible para leer y ver películas, lo que es muy egoísta, lo que hace que me olvide de mis responsabilidades cívicas y lo que hace que termine este programa muy avergonzado de mí mismo.
Describiría mi vida, vanidosamente, como la de alguien que nunca quiso dormirse en sus laureles porque sufría de insomnio crónico. Ya sin metáforas vergonzosas de por medio, la describiría con el entusiasmo que me causa, a estas alturas, agregar a mi lista otra causa perdida. Espero un pacto, con cualquiera de las potencias celestiales o demoniacas, que me permita preservar un poco leyendo periódicos o viendo algunos dvd antes que lo contenido en el término “premio” se ajuste a las dimensiones de un féretro.
Y sí, sí formulo un deseo: esparzan mis cenizas en el Zócalo para presumir en el más acá o en el más allá de un funeral céntrico. ¶
* Este texto se armó a partir de los textos de CM: Autobiografía, Simposio Carlos Monsiváis, discurso Las alusiones perdidas con motivo del Premio FIL de Guadalajara, así como sus intervenciones en el homenaje por la entrega de la Medalla de Oro del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y en la conferencia de prensa por la inauguración del museo Colecciones Carlos Monsiváis/El Estanquillo. Igualmente, se citan frases de entrevistas que concedió a la BBC,  México desconocido, El hablador, Confabulario TV, y a los diarios La Jornada, Reforma y
Milenio, entre 2004 y 2010.

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