Colombia emerge de la violencia/Carlos Fuentes, escritor
EL PAÍS, 08/02/12):
Hace un par de décadas, me
reuní en Londres con el promotor cultural Peter Florence. Hablamos de la
necesidad de un festival que compitiese, al menos regionalmente, con el muy
famoso y concurrido de Edimburgo, en Escocia. Pensamos en el país de Gales y su
gran tradición. Como los escoceses hablan escocés, los galeses hablan galés y
esto los distingue del mundo anglo-londinense. Se creó, pues, el festival en el
pequeño poblado de Hay-on-Wye. Su patriarca sería un famoso residente local,
Eric Hobsbawm. Su geografía, el paisaje de colinas rodantes y bosques
esporádicos.
Hay se expandió de su primera
localidad galesa a Belfast, Nairobi, Las Maldives, Kerala, Beirut y, en lengua
castellana, a Segovia, Cartagena de Indias y Zacatecas. Patrocinado por la
gobernadora Amalia García, el festival se mudó cuando el siguiente gobierno no
le dio el mismo apoyo que Amalia. Xalapa, en cambio, recibió a Hay con
entusiasmo. Hoy, Hay-Xalapa entra a su segundo año de vida, custodiado por el
Rector de la Universidad Veracruzana, Raúl Arias Lovillo y animado por el muy
atento y vivaz público de la capital xalapeña.
A la reunión de Cartagena de
Indias concurrieron escritores latinoamericanos de la nueva generación. El
boliviano Edmundo Paz Soldán, la argentina Claudia Piñeiro, el mexicano Xavier
Velasco, la brasileña Nélida Piñón, los peruanos Mario Bellatin y Gustavo
Rodríguez, el nicaragüense Sergio Ramírez, los españoles Carmen Posadas y
Javier Moreno, el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa y los colombianos Belisario
Betancur, Santiago Gamboa, y Juan Gabriel Vázquez. Amén del nigeriano Ben Okri,
el italiano Bruno Arpaia y el norteamericano Jonathan Franzen, cuyo título más
reciente, Libertad (Freedom) es una extraordinaria incursión en el mundo
moderno de los EE.UU. A los personajes y la trama, Franzen añade, con
“libertad”, historia y ética, política y noticia, sicoanálisis y ensayos fuera
(sólo en apariencia) del contexto.
Junto con Sergio Ramírez y
Javier Moreno, participé en un encuentro en el teatro Adolfo Mejía con el
presidente de Colombia, Juan Manuel Santos. Abierta a un público que llenó el
recinto, la conversación fue variada pero se ajustó al enunciado, “ideas para
un mundo en transición”. Subrayo que el Presidente Santos se presentó en un
escenario público, sin límite de entrada, y lo subrayo porque dudo que muchos
jefes de estado latinoamericanos participen de manera tan libre en un evento
abierto a todos. Ello sólo subraya la popularidad y respeto que los colombianos
otorgan a Santos, rechazado sólo por los extremos de derecha e izquierda.
Es explicable. Santos ha
negado a la guerrilla el apoyo de los campesinos a los que ha entregado tierras
propias en lo que equivale a una reforma agraria colombiana. La narcoguerrilla
ya no es el santo patrono del campesinado. Santos –como Cárdenas en México– les
ha dado la tierra, no los narcotraficantes que así pierden su clientela
agraria. A los pueblos de Colombia, Santos ha enviado soldados originarios del
lugar, que cuentan con la amistad y hasta el parentesco de los habitantes
locales. El presidente ha continuado, en estas condiciones, la lucha contra los
narcos de derecha e izquierda, robándoles apoyo e inflingiéndoles las penas
previstas por una legalidad en proceso de restauración.
No todo es perfecto. Colombia
emerge apenas (a duras penas) de largas décadas de violencia. Santos ha optado
por la ley como respuesta, aunque también con la fuerza cuando es (y lo es mucho)
necesario. A los gobiernos vecinos, sobre todo a los de Caracas y Quito, Santos
les ha tendido la mano, después de años de rechazo y enemistad. Si ellos no la
toman, la culpa no será de Santos. Si la toman, el presidente colombiano podrá
llevar adelante su proyecto: respetar la ley y contar con la ciudadanía.
En la reunión de Cartagena,
Santos se unió, además, al proyecto esbozado por los ex-presidentes Cesar
Gaviria, Ernesto Zedillo y Fernando Henrique Cardoso. La legalización (o
des-criminalización) de la droga. La política represiva, dijo Santos, es “una
bicicleta estática”. Para Colombia, añadió Santos, se trata de un asunto de
seguridad nacional “porque el narcotráfico alimenta y financia todos los grupos
ilegales”. La política actual ha fracasado. Hay que cambiarla, y sólo se puede
cambiar mediante un acuerdo internacional. Santos propone trascender las
decisiones nacionales elevando el tema al ámbito global al cual pertenece.
Es notable que un presidente
gobernante trate con tanto valor y claridad este tema. Las políticas contra el
narcotráfico han dejado miles de muertos (cincuenta mil sólo en México). Han
desacreditado a las fuerzas oficiales que ganan una y pierden tres. Han
fortalecido a las bandas criminales que al cabo operan con impunidad. Se ha
desconocido el destino de las drogas –los EE.UU.– y no se ha identificado ni a
los usuarios ni a los distribuidores en territorio norteamericano.
Además los narcos financian
la guerrilla colombiana. De manera que el asunto, ante todo, incumbe al Presidente
Santos internamente. En vez de quedarse plantado allí, Santos ha tenido el
valor y el buen sentido de elevar el tema a la comunidad y a las organizaciones
internacionales. Veremos si, venciendo prejuicios y cegueras, prospera el
desafío de Santos.
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