3 may 2013

El discurso rampante de Los "Enfermos" de Sinaloa/Ronaldo González Valdés


El discurso rampante de Los "Enfermos" de Sinaloa/Ronaldo González Valdés
Tomado de la revista "Amanecer Sinaloa", mayo de 2013
“Queda claro, de cualquier modo, que a los estudiantes revolucionarios nos valen gorro tanto la democracia y la reforma universitaria como la ‘liquidación de las estructuras autoritarias’, que los únicos objetivos deseables y posibles para nuestra lucha no están en la batea burguesa que nos proponen los lacayos y lacayitos, sino en la transformación del movimiento estudiantil y su conversión general en una fuerza revolucionaria indomeñable e indestructible”.
(Tesis Universidad-Fábrica, Consejo Estudiantil de la FEUS, octubre de 1972).

Ahora que nuevas expresiones estudiantiles y juveniles han irrumpido en la escena pública nacional, acaso no sobre recordar un suceso cuya acta de nacimiento marca, este mes de octubre, su cumpleaños número cuarenta. Efectivamente, la tesis Universidad-Fábrica, firmada por el Consejo Estudiantil de la Federación de Estudiantes Universitarios de Sinaloa (FEUS), apareció fechada el 23 de octubre de 1972 en Culiacán. Se trató del documento fundacional del grupo conocido como los “enfermos” en el movimiento universitario sinaloense.

 El episodio conocido como la “enfermedad” en Sinaloa tuvo una causalidad múltiple. Es importante, por lo mismo, dejarlo claro: ni “explosión demencial” a secas, ni, mucho menos, romántica añoranza del “periodo heroico”[1]. El enfermismo no nada más representó una etapa crítica del movimiento universitario sinaloense, como tampoco fue mero producto de la agudización de “contradicciones objetivas” algunas; significó eso y más: crisis de la izquierda partidaria, plana recepción de tácticas militares revolucionarias, desgaste de las vías tradicionales de integración política, retraducción de las contradicciones económicas en el campo educativo, exacerbación de una particular subcultura regional, para señalar algunas de sus causas.
Influyen, por supuesto, los levantamientos armados guerrilleros con su resonancia en todo el México de los setenta; como ha escrito Gustavo Hirales, esta fue “la década de la radicalización de la juventud estudiantil aplastada en 1968 por las fuerzas del orden y la decisión generacional de una franja de la izquierda en el sentido de que se habían cerrado las vías pacíficas al cambio revolucionario y no quedaba más opción que la lucha armada”.[2] Sin duda, la guerrilla nutrió el ideario y la acción de los “enfermos”; el mismo Hirales revela que “los primeros contactos entre los grupos armados y la dirección del movimiento estudiantil en Sinaloa tuvieron lugar en la primavera de 1972”.[3] No obstante, la pregunta brota de suyo: ¿por qué en Sinaloa? De hecho, en la región nunca hubo lo que pudiéramos llamar La Guerrilla; nada autoriza a pensar que el movimiento enfermo hubiera sido consecuencia unívoca de ella. Por otra parte, con todo y que la guerrilla cobró proporciones más graves en otros lugares, su recepción universitaria distó mucho de ser uniforme: en Guerrero, Chihuahua o Nuevo León el fenómeno no se presentó con la misma intensidad que en Sinaloa.
Intentar poner en claro esta interrogante supone la introducción de otras variables, sobre todo de aquellas concernientes a las modalidades de la vida económica en la región. En 1973, Fausto Burgueño Lomelí, refiriéndose a la distribución de la tierra en el noroeste del país, señalaba: “En el valle de Mexicali, la costa de Hermosillo, El Yaqui, El Mayo, o en la zona de El Fuerte y Culiacán, en todas y cada una de estas entidades se ha celebrado un increíble pero cierto acaparamiento de tierras que ha adoptado múltiples formas, y en aras de la ‘pequeña propiedad’ se han establecido grandes latifundios familiares de 2,000, 5,000 o más hectáreas, hecho que el reportero de Excélsior, Guillermo Ochoa, dio a conocer el 16 de enero de 1970: ‘Por lo menos 800 mil hectáreas de las mejores tierras agrícolas y ganaderas de los estados de Sonora y Sinaloa están en poder de 114 grupos familiares que poseen latifundios encubiertos hasta de 27 mil hectáreas’”.[4] Directamente ligada con la acelerada tendencia migratoria del campo a la ciudad, la concentración de la tierra constituyó una de las causas primarias de la radicalización estudiantil. Melchor Inzunza ha descrito con singular agudeza, al modo de La vorágine de Eustasio Rivera, como “En estas condiciones, a muchos jóvenes de preparatoria recién llegados del campo -que tenían los pies en la ciudad y el sentimiento en la labor- se los tragó la vorágine del enfermismo. Como si dijéramos: antes de haber tenido experiencia política alguna, jugaron sus corazones al azar y se los ganó la violencia”.[5]
El contrabando de productos del extranjero y el narcotráfico, ya en el ámbito urbano, jugó un papel crucial en la combinación de modos de vida del campo y la ciudad. El culto al ilegalismo (y su solapamiento), el difundido gusto por las transacciones “prohibidas”, dio lugar a esa suerte de efecto de fusión que significó el enfermismo. Por lo que hace a lo primero, Ceceña Cervantes comentaba: “Difícilmente existe alguien de la clase media y sus alrededores que no use algún producto de ‘fayuca’, incluyendo al que esto escribe, pues se sabe que camiones enteros pasan desde abrelatas hasta refrigeradores familiares y ni quien se entere. Se calcula que en 1971 los habitantes de Culiacán nada más compraron artículos extranjeros ilegalmente introducidos a Sinaloa, por 120 millones de pesos”.[6] Con respecto a lo segundo, vale observar la manera en que, “en el contexto particular de Sinaloa, se acrecienta la importancia de los narcotraficantes y su enfrentamiento con el Estado (…), se puede hablar de una cultura de la violencia ‘legitimada’ en todo el estado, principalmente entre los jóvenes, retroalimentada por la violencia de los cuerpos policíacos y militares de la región y la red nacional de televisión, plagada de programas violentos”.[7]
Las tesis doctrinarias del radicalismo tuvieron inusitado eco en esta atmósfera regional. Ya en abril de 1972, en el Foro Nacional Estudiantil, la llamada izquierda democrática había sufrido un rotundo revés. Basta echar un vistazo a las resoluciones del Foro para caer en esta cuenta: “Para nosotros -se aseguraba tajantemente-, el movimiento revolucionario tiene como única alternativa histórica -que implica romper con el camino del desarrollo capitalista- crear un nuevo Estado y nuevas relaciones económicas en las que los trabajadores expropien la riqueza que les es arrebatada y ejerzan la verdadera democracia del pueblo. Para ello es indispensable la revolución política, es decir, derrocar a la burguesía e implantar la dictadura democrática del proletariado”.[8] Siguiendo esta lógica, la universidad debería ser, literalmente dicho, arrancada de las manos del capital por las fuerzas socialistas, para ponerla al servicio del proletariado. La tarea era “la transformación radical del contenido reaccionario de la enseñanza por una orientación científica, crítica y revolucionaria al servicio del pueblo y en contra de la burguesía”.[9] Enseñanza revolucionaria y militancia política desplazarán cualquier alusión a la pluralidad, a la necesidad de formar profesionistas capaces y al desempeño académico.
En Sinaloa, estas ideas serán llevadas al paroxismo. La enfermedad se gestaba larvadamente en las entrañas mismas del movimiento universitario sinaloense. A estas alturas, en el tema del cogobierno por ejemplo, para la Juventud Comunista Mexicana se trataba de “servirnos del cogobierno para movilizar de manera permanente y organizada a sectores de estudiantes y profesores que hoy no cuentan con organizaciones (…). En la vía de desarrollar el movimiento de masas, se impone necesariamente construir canales de expresión, capaces de servir de palancas eficaces para el impulso de la lucha. Eso es lo que significa en realidad el cogobierno y esa es la razón por la cual luchamos por él”; el cogobierno, pues, no representaba más que “un instrumento de lucha que tiene como propósito central disputarle a la burguesía la dirección de las escuelas”.[10]
Una postura más o menos opuesta, y que se ataba aún al discurso de reforma universitaria, era la sostenida por el grupo de los “chemones”, para quienes el cogobierno se entendía “como la disposición conjunta, democrática, de la comunidad universitaria a regir su propio destino. Hasta el momento -decían- esto ha sido hecho por la élite universitaria, atrapada en sus clisés y slogans, pero sin presentar alternativas prácticas, de base, que logren interesar a la mayoría estudiantil”.[11] Momento constitutivo, de aprendizaje, la idea de cogobierno perdía su sesgo instrumental para pensarse como un ejercicio de construcción democrática de la voluntad social. Sin embargo, con todo y lo acertado de su crítica y su visión general del problema, los “chemones” no lograron salir del acto de conciencia, de la desesperación paralizante: “todo -afirmaban- se ha vuelto frases, slogans, conceptos académicos de marxismo, pero nada real, nada práctico ha cambiado; todo sigue igual, y en algunos casos empeora”.[12]
Fue en medio de este desconcierto que surgió el grupo de los “enfermos”. Con su aparición se sella el paquete de la reforma democrática y se inaugura un nuevo discurso universitario: el discurso político de la tesis Universidad-Fábrica.
La reforma cancelada
 El horizonte alusivo del nuevo discurso no se cifra más en el cambio de la universidad, sino en un programa global de transformaciones revolucionarias. La universidad pasa a ser concebida como “una nueva rama de la producción resultado del desarrollo del capitalismo”, que, a su vez, “(constituye) una respuesta a las necesidades de este desarrollo”. Así, la disyuntiva quedaba formulada en los siguientes términos: “O adecuación de la universidad a las necesidades del capital o guerra de desgaste contra el capital al seno del proceso revolucionario”.[13]
 Vista de este modo, en retrospectiva, la conocida como tesis de la Universidad-Fábrica pudo tener todas las influencias que se le quieran atribuir (desde la Tercera Internacional y la difusión de las obras de marxismo hasta las invasiones de tierra en Sinaloa), menos una: el discurso de reforma universitaria democrática. Antes lo contrario, independientemente de su coherencia interna y de sus múltiples explicaciones (y justificaciones) sociales, con tanto denuedo buscadas, fue su negación más brutal y contrastante. Agua y aceite: del ideal liberal y demócrata del movimiento de reforma a la intolerancia, el dogmatismo y la práctica militante de un grupo político. No fue, de ninguna manera, que un discurso se haya superpuesto a otro. No: el uno fue negado radicalmente por el otro.
Los efectos de la enfermedad se resolvieron en una perniciosa política liquidacionista. En junio de 1972 son atacados y “expropiados” -como se acostumbraba decir- los edificios de la Confederación de Asociaciones Agrícolas del Estado de Sinaloa (CAADES), el PRI y algunos comercios de Culiacán en protesta por la represión de campesinos en el estado; nominalmente la FEUS aparecía a la cabeza de estas acciones. A principios de julio, diecinueve maestros son expulsados de la preparatoria Mazatlán; en el comunicado del consejo técnico de la escuela se deja ver la pérdida total de perspectiva: “el rumbo ideológico que ha tomado nuestra Alma Mater a raíz del triunfo del movimiento estudiantil que culminó con la destitución de (el rector) Armienta y su administración es de adquirir los elementos de la ciencia y la tecnología para ponerlos al servicio del pueblo y liberarlo de la explotación de que es víctima por parte de la burguesía nacional y del imperialismo (…) Para el logro de estos objetivos este consejo determinó reestructurar la planta de maestros con elementos de ideas revolucionarias y de alta capacidad pedagógica (…) aprovechamos la oportunidad para hacer de su conocimiento la destitución por parte de este consejo técnico de los siguientes profesores por ser elementos nocivos a la universidad y por su ineptitud, ya por su incumplimiento o por actividades contrarrevolucionarias”.[14]
El movimiento cobraba un carácter protopartidario y paulatinamente empezaba a invadir las instancias de decisión institucional; los profesores podían ser expulsados por sus ideas. Se expulsaba, en todo caso, como se expulsa a los miembros de una asociación confesional. Por otra parte, el adversario se dispersaba: el Estado, la burguesía, los “demócratas”, etcétera. Todos y nadie. Se transitaba de la lógica del movimiento a la de la secta. En este sentido puede establecerse, con algunos conocedores de la materia, que un movimiento social debe reunir por lo menos tres características: a) tener una identidad colectiva; b) distinguir con precisión al adversario; y, c) poseer un discurso que defina con claridad los términos del conflicto.[15] Estos tres aspectos fueron propios del movimiento estudiantil de 1966-1972 en Sinaloa: su identidad como actor colectivo se cimentó sobre la base del antiautoritarismo, fue, digamos, un movimiento con pretensiones democráticas; el adversario, su principio de oposición, lo formaron centralmente las autoridades universitarias (se llegó, como se vio en el capítulo anterior, a intentar el diálogo con el gobierno estatal); y, en tercer lugar, la presentación pública de sus objetivos tenía como columna vertebral el discurso de reforma universitaria. Desde luego, ninguna de estas características se presentó en forma pura. Los movimientos sociales nunca son tampoco puros. Sin embargo, por encima de las posiciones más liberales o de otras francamente extremistas, fueron estos los principios que soportaron y dieron consistencia a la actividad estudiantil.
El enfermismo, en cambio, aparece cuando esta lógica está en vías de agotamiento. Su principio más fuerte fue el de la identidad; pero identidad perversa: o se comulgaba con ellos o se le hacía el juego al Estado y a la clase en el poder. El adversario era múltiple: “la pandilla echeverrista”; “el minúsculo (Gobernador) Valdez Montoya”; la burguesía como “el enemigo de clase”; “el inútil de (el Rector) Armienta”; “los demócratas, esos pequeños seres de gran habilidad para la transa, franca disposición a la conciliación, prestos siempre a cambiar sus ilusiones reformistas por un plato de lentejas” (“PC y chemones, aperturos y demás porquerías por el estilo”). Todos contra el “destacamento estudiantil del proletariado”.[16] Su “ideología” -como diría Sergio Zermeño- era de consumo interno: coherente, sólo que sin plausibilidad social, cerrada sobre sí misma. La identidad de un actor colectivo se trocaba en la de un reducido número de activistas políticos; la definida oposición frente a autoridades impuestas daba paso a un difuso antagonismo contra todo y contra todos.[17]
Durante este periodo la UAS es saqueada y el trabajo académico sometido a constantes boicots. El propósito era “sabotear la producción del proceso educativo”. Quizá la última advertencia de los desgastantes efectos de esta situación haya sido hecha por el economista José Luis Ceceña Cervantes: “La UAS -apuntaba Ceceña- es actualmente una institución donde no se acepta de hecho la discusión de las ideas (…) donde no es posible la exhibición de obras de arte o libros, o cualquiera otra manifestación cultural, porque los pseudoultraizquierdistas, con la complacencia de las autoridades, estarán en contra, y eso bastará para que todos agachen la cabeza”.[18]
Desafortunadamente no todos compartían esta preocupación; las otras corrientes políticas eran presas del más terrible aturdimiento. No hace mucho tiempo todavía se ha reconocido el pasmo que la marea izquierdista provocó entre las diferentes fuerzas universitarias: “En cierto modo -se ha dicho-, algunas corrientes políticas permanecieron silenciosas, acríticas ante el problema de este ultraizquierdismo, con la ingenua esperanza de que madurasen políticamente. Más que menos la respuesta de los partidos políticos o de los grupos universitarios, ante los latrocinios teóricos y prácticos de los ‘enfermos’ fue apagada, tímida. El izquierdismo enfermo los confundió y los dividió, en especial al PCM”.[19] En su momento se llegó a plantear, reivindicando la necesidad de luchar por la reforma universitaria, que “en la sociedad capitalista la reforma no conlleva ningún cambio sustancial para la sociedad y que, por lo tanto, para lograr la universidad proletaria en su forma y contenido hay que transformar la forma y el contenido de la sociedad capitalista, es decir, luchando por romper con las actuales relaciones de producción (forma) y ponerlas acorde con las fuerzas productivas (contenido). En esencia, luchando por la revolución socialista”; para culminar con que “De ahí la importancia de la lucha por la reforma universitaria, en la medida que luchemos por transformar la estructura de la universidad comprenderemos que no se logrará totalmente; esto nos llevará a la conclusión lógica e inevitable de que la lucha tiene que ser por el cambio social”.[20]
Mecanicismo más, mecanicismo menos, estas eran las defensas que se hacían de la reforma universitaria. La reforma servía para desengañar al estudiante, para inducirlo al extrañamiento, no valía por sí misma. En el fondo de la tentativa prevalecía el mismo prejuicio: la universidad considerada como una institución “superestructural”, determinada de una vez y para siempre por la base económica de la que se postula como reflejo. Mero instrumento político: el centro educativo en tanto tal no contaba para nada, no desempeñaba ningún papel en el cambio de la sociedad. A final de cuentas, la cuestión era la misma: hacer del movimiento estudiantil un “destacamento” de lucha (como “aliado”, como “vanguardia”, pero al cabo como fuerza material).
Cuando en octubre de 1972 se llevó a cabo lo que se conoció como el movimiento camionero, las limitaciones de la política izquierdista quedaron patéticamente al descubierto. El secuestro e incendio de autobuses, pensado como un “reto a la burguesía”, terminó percibiéndose como un desafío a la sociedad en su conjunto. El diálogo y la negociación -a que las fracciones moderadas llamaban- no tenían cabida. La Comisión Coordinadora de la FEUS (la denominada Co. Co. de la FEUS), ya controlada por los “enfermos”, se empecinó en no ceder: había que doblegar a la burguesía. Esta obstinación trajo como resultados el colapso total de la organización de los estudiantes y el naufragio en Sinaloa, hasta nuestros días, del movimiento estudiantil como actividad multánime. En lo particular, sus consecuencias fueron igualmente desastrosas: ni el salario de los choferes del autotransporte urbano aumentó, ni descendió el precio de los pasajes. Todo lo contrario: los choferes perdieron sus empleos y se autorizó un aumento a los precios del pasaje. Por primera vez, después de varios años, la represión gubernamental aparecía con una cierta justificación social.
La Co. Co. de la FEUS pasaba a la clandestinidad; era una medida obligada para la sobrevivencia -se declaraba- de la “dirección revolucionaria”: “La Comisión Coordinadora de FEUS ha pasado a la clandestinidad, respondiendo a la necesidad general del movimiento proletario de transformar sus formas de organización para de un lado evitar la liquidación de la dirección proletaria, y por el otro responder a las necesidades del movimiento revolucionario en Sinaloa”. Los estudiantes “revolucionarios” eran la vanguardia, la parte iluminada de la clase: “Debemos hacer de las colonias populares la retaguardia del movimiento estudiantil, debemos ir en forma masiva a las colonias populares, debemos hacer del movimiento estudiantil revolucionario un educador revolucionario del pueblo”.[21]
De lo dialógico a lo monológico, de la acción de masas al activismo de grupos. Este cuadro dibuja el cambio de una política estudiantil democrática, amplia y abierta, a otra “revolucionaria”, cerrada y hasta clandestina. El discurso y la práctica del movimiento se desarrollaban, ahora, en dirección inversa: los objetivos propios se desvanecían, la función prioritaria consistía en dar apoyo a otras fuerzas sociales (a la clase obrera, al campesinado o, genéricamente, al pueblo); las reformas se concebían como paliativos, la meta debía ser el cambio de sistema; la lucha es global, contra la burguesía y su Estado; la dirección estudiantil está compuesta sólo por los estudiantes “revolucionarios”; quienes hacen peticiones o buscan el diálogo (con cualquier autoridad) son condenados como “traidores”, como “enemigos del proletariado”; la organización estudiantil se transmuta en organización revolucionaria; la elección democrática y universal de representantes estudiantiles constituye una engañosa forma de la “democracia burguesa”; los estudiantes no revolucionarios -“comparsas de la clase dominante”, “infiltrados en el movimiento”- deben ser aniquilados (“ajusticiados”, se decía); a la violencia reaccionaria se opone, “legítimamente”, la violencia revolucionaria; la represión es bien recibida: de una parte exhibe la naturaleza despótica del poder, y de otra radicaliza a los estudiantes. Sobre poco más o menos, de esto se trataba [22]
 Los efectos del virus
 Después de fracasar en las colonias populares y en el intento de “llevar línea” a los campesinos, el enfermismo empieza a deslizarse por la pendiente de la descomposición;[23] algunos se integraban a la Liga Comunista 23 de Septiembre, otros, los más, se quedaban dedicados al pillaje en la Universidad. En mayo de 1973, el Rector, Lic. Marco César García Salcido, denunciaba el saqueo de artículos con un monto superior al millón de pesos; el Tesorero Sergio Salazar Trapero, obligado por los “enfermos”, entregaba otra fuerte suma de dinero. Con anterioridad, las autoridades universitarias habían denunciado los robos de vehículos, mimeógrafos, máquinas de escribir, muebles, papelería, etc., de que este grupo hacía objeto a la institución.[24] Sus derrotas sociales se compensaban con sus “victorias” dentro de la UAS.
Uno de los momentos culminantes del catastrófico trayecto de la enfermedad, fue el asesinato de Carlos Humberto Guevara Reynaga, de veintiséis años, estudiante de Economía y miembro de la Comisión Coordinadora del Departamento de Extensión Universitaria. Junto con él cayó muerto el joven Pablo Ruiz García, de veinte años, integrante del grupo de los “enfermos”. El asesinato de Guevara Reynaga, destacado dirigente estudiantil durante el movimiento antiarmientista, provocó la indignación de prácticamente toda la izquierda mexicana. El PCM y la revista Punto Crítico condenaron enérgicamente el crimen;[25] en Culiacán, el periódico El Manifiesto rindió homenaje a Guevara en su número de junio. Con todo, las diferencias radicaban en los métodos, los objetivos perseguidos no se distinguían muy claramente: “El Manifiesto -se leía- rinde homenaje al compañero Guevara, a Don Ruco, como le llamábamos cariñosamente. Su recuerdo y su ejemplo estarán siempre presentes en la lucha por hacer de la universidad una trinchera de los explotados, un martillo de golpeteo anticapitalista, en nuestra lucha por detener la embestida fascista encaminada a destruir la universidad y liquidar al movimiento estudiantil”.[26]
El 25 de mayo el Encuentro Nacional de Estudiantes, celebrado en Chihuahua, manifestaba su repudio a los actos cometidos por los “enfermos”.[27] La Co. Co. clandestina de la FEUS, en poder de los “enfermos”, ofrecía su versión de los hechos: “En el enfrentamiento de ayer, como decíamos al principio, murieron dos ‘miembros de la comunidad universitaria’, como dicen los porros. Uno de ellos era todo un ‘señor coordinador del departamento de extensión universitaria’, pequeñoburgués y chemón por añadidura. El otro era un estudiante modesto, ‘anónimo’, proletario. Era sólo un enfermo. Pero en la balanza de la historia y en el corazón del proletariado, la sangre del compañero Pablo Ruiz García pesa infinitamente más que la del porro ajusticiado”.[28] Más tarde lo reiteraban: “Queda claro que existe un abismo de diferencia entre una muerte y otra. La referida primeramente (la del porro Guevara) es una victoria nuestra; la segunda (la del revolucionario Pablo Ruiz García) es una pérdida para el movimiento de los trabajadores por el socialismo”.[29] Contra lo informado a los medios de comunicación por el Procurador de Justicia del Estado, Lic. Arturo Cota Rivera, la investigación hecha por el Consejo Universitario demostraba que ni Guevara Reynaga ni ningún otro grupo universitario tuvieron ingerencia directa en la muerte de Pablo Ruiz. Ambos fueron víctimas de la irracionalidad izquierdista [30]
La UAS se volvía ingobernable. El Rector Marco César García Salcido renunció definitivamente el 25 de junio; en su lugar quedaba el Lic. Arturo Campos Román, mismo que después de haber sido nombrado Secretario General encargado de Rectoría, fue designado Rector por el Consejo Universitario el 15 de octubre. En este momento se abre uno de los periodos más oscuros de la historia universitaria.
Durante estos años, aniquilado en su vertiente extrauniversitaria, el enfermismo recobrará vida en las más grotescas formas de corrupción política, económica y académica. Aquí sí se trataba del empalmamiento de un discurso sobre otro. Con los “enfermos” el movimiento estudiantil había perdido su dignidad de movimiento independiente al supeditarse a los intereses de facciones políticas; de 1974 a 1977 la sujeción irá más lejos. El tristemente célebre Comité de Becados se convirtió en un eficaz medio de control; se sabe, además, como en esta etapa más de un cheque iba a dar a los bolsillos de algún supuesto estudiante pobre no en virtud de su calidad de “estudiante” o de “pobre”, sino por su compromiso político.[31] De la tragedia a la farsa: la proclama de “¡Ocho general o fuera el maestro del aula!” se presentará sustentada en el remanente del discurso militante de los “enfermos”: el estudiante debía ser al mismo tiempo, y sobre todo, activista revolucionario.
La feroz intemperancia izquierdista pretendía vanamente institucionalizarse a través de los mal llamados comités de lucha, herencia deformada del 68; su política, marcada por la impronta del radicalismo, daba para cualquier cosa: repartían y quitaban becas, expulsaban profesores y autoridades, exigían recursos, reunían asambleas para denunciar al “reformismo” o para brindar apoyo al movimiento campesino en turno, etc. En este festín del desatino se llegó a poner en alto riesgo la vida institucional; para sólo recordar un caso, el 23 de enero de 1974 fue hallado en el comité de la lucha de la Preparatoria Central de Culiacán, con evidentes señas de torturas y con siete impactos de bala, el cadáver del policía judicial Jesús Zavala Rocha. Una tras otra se sucedían las fechorías en nombre de un movimiento radical ya casi inexistente. [32]
A despecho de todo este gran absurdo, la actitud del Rector era tibia. Antes que enfrentarlo, se alentaba una especie de populismo estudiantilista. El razonamiento no podía ser más sencillo: “La universidad -declaraba Campos en su Primer Informe de Labores- se encuentra mayoritariamente formada por estudiantes”, luego entonces “la actividad estudiantil es el marco de referencia dentro del cual deben moverse los otros sectores de la universidad: los maestros y los empleados”.[33]
Al socaire de dos acontecimientos el centro de estudios se levantará, provisionalmente, de su postración: la emergencia del Sindicato de Profesores e Investigadores de la UAS (SPIUAS) y el reagrupamiento de la izquierda en organizaciones partidarias. Pero esta es ya otra historia de la Historia Universitaria Sinaloense.

Epílogo: un discurso rampante
 En su novela El barón rampante, Italo Calvino narra la historia de un niño al que no le gustó la vida a ras de la tierra, y decidió, por eso, subir a las ramas de los árboles para ya no descender. Algo similar sucedió con el movimiento universitario en Sinaloa: empezó siendo reformista, pero ese horizonte le pareció demasiado estrecho en comparación con sus ideales, y dio en escalar, entonces, el frondoso árbol de la ideología. Lo escaló, así, para no bajar de él sino hasta que la terca realidad, esa misma que antes había deplorado, lo obligó a poner de nuevo los pies sobre suelo firme. Así ocurrió en el relato con aquel joven. Así pasó en Sinaloa con este movimiento. Rampante el joven italiano de Calvino. Rampante el discurso universitario de nuestro movimiento.
Y en este viajar por las ramas de la arboleda ideológica ha habido, como en todo viaje que se precie, paradas abruptas y trayectos fáciles, sin interrupción. ¿Qué son más las continuidades que las rupturas en el azaroso recorrido de ese movimiento? Pues muy bien, no hay problema. Importa, en todo caso, que nos reconozcamos en la bitácora de ese viaje, en el espejo de esas paradojas y contradicciones que, continuidades o rupturas más, continuidades o rupturas menos, no son –no han sido- pocas ni irrelevantes.
Ilustraciones sobran. Los estudiantes sinaloenses empezaron, en 1966, exigiendo transparencia en el manejo de los recursos, democracia interna y, aunque ya casi nadie lo recuerde, escuelas técnicas de duración media. Escasos años después rechazaron esas escuelas técnicas, demandaron (y no pocas veces los tomaron por su propia cuenta) recursos para causas ajenas a la universidad, y algunos mandaron al diablo a la democracia interna porque eso era caer en el juego tramposo de la “democracia burguesa”.
Esos mismos estudiantes se volvieron más tarde profesores, dirigentes sindicales y funcionarios. Decidieron proscribir la libertad de ideas, esa que alguna vez reivindicaron como “el derecho legítimo que (la universidad) tiene para autoadministrarse y difundir la ciencia y la cultura con la libertad que se requiere para ello”[34], y a cambio dictaron un saber oficial que atentaba contra la naturaleza plural del centro educativo. Hicieron de la universidad un instrumento al servicio de la revolución y se olvidaron de su condicionamiento social y su tarea académica.
Así ocurrió porque se trató de jóvenes extremistas. Extremistas con las armas en las manos unos, extremistas en su forma de pensar otros. Las armas ya quedaron atrás, sus portadores fueron, desgraciadamente, desaparecidos junto con ellas en un buen número de casos, o acabaron por deponerlas después de rectificar, habiéndolas usado apenas, en otras ocasiones.
Pero el otro extremismo, el más perdurable y arraigado, el extremismo en la manera de ver las cosas y de razonar, ese no ha desaparecido. Goza de cabal salud. El antiproductivismo enarbolado por los jóvenes “enfermos” en los setenta fue, sin duda, un extremo. El funcionalismo cerril ahora en boga que repite, discurso tras discurso, que la universidad debe ser útil a Dios y al diablo, a los “sectores productivos”, a toda la sociedad, al gobierno, a los empresarios, al “entorno” y demás terminajos extraídos de la jerga tecnocrática en boga, ese funcionalismo ramplón es otro extremo, quizá no menos pernicioso, por cierto, que el de hace cuarenta años.
Por eso, recuentos de esta naturaleza no deben llamar a la nostalgia romántica por los tiempos idos del combate en la calle y el fraseo revolucionario en las aulas. Si para algo sirven todavía ensayos como este, es para intentar auténticos ajustes de cuentas con un pasado que, contra lo que ordinariamente se piensa, aún se representa en la vida universitaria y del cual quedan muchas lecciones por aprender.
 Si a algo quiere invitar este escrito, es a dejar de pensar en los extremos, a ser más equilibrados, menos desmesurados; más prudentes, menos pretenciosos y grandilocuentes; más universitarios comprometidos con su realidad y su tiempo, menos antiuniversitarios por querer destruir a la universidad o venderla al mejor postor; en unas pocas palabras: simplemente a ser más universitarios.
 [1] De “explosión demencial” lo califica Melchor Inzunza Cervantes (“Lo que el izquierdismo se llevó”, Buelna, No. 5, revista de la UAS, segunda época, invierno 1983-1984, p.3). El enfermismo es recordado como el “periodo heroico”, como el “más notable movimiento de masas que registra el noroeste de México”, por Camilio Valenzuela Fierro (revista Por esto!, No. 96, febrero 16 de 1984).
[2] Hirales Morán, Gustavo, “La guerra secreta. 1970-1978”, en Nexos, No. 54, junio de 1982, p. 34.
[3] Ibid., p. 40. En el libro La Liga Comunista 23 de Septiembre. Orígenes y naufragio (México: Ediciones de Cultura Popular, 1977, pp. 18-19), Hirales afirma, además, que el “Manifiesto al estudiantado” (aparecido el 2 de octubre de 1972), inmediato antecesor de la tesis Universidad-Fábrica, pese a haber sido  firmado por la Comisión Coordinadora de la FEUS, fue en realidad obra suya. Por si esto fuera poco, la autoría de la propia tesis Universidad-Fábrica (el documento base de la discusión y la acción radical en Sinaloa), es atribuida a José Ignacio Olivares, otro conspicuo dirigente de la Liga Comunista 23 de Septiembre.
[4] En Ceceña Cervantes, José Luis, Fausto Burgueño Lomelí y Silvia Millán Echegaray, Sinaloa: crecimiento agrícola y desperdicio, México: UNAM, Instituto de Investigaciones Económicas, 1973, pp. 43-44. A renglón seguido, Burgueño indica: “En toda la zona del noroeste, en relación a la tierra ejidal se calcula que no menos del 50% de ella está actualmente rentada a los grandes terratenientes, y en algunas zonas alcanza la proporción del 70%, sobre todo en lo que respecta a las zonas de riego”.
[5] Inzunza Cervantes, Melchor, Op. Cit., p. 4.
[6] Ceceña Cervantes, José L., Fausto Burgueño L. y Silvia Millán E., Op. Cit., p. 228.
 [7] En este mismo ensayo Méndez Lugo destaca “la aparición de un sector del estudiantado principalmente en las preparatorias populares y en la Escuela Superior de Agricultura con las siguientes características: procede de estratos de clase campesina en proceso de proletarización, a veces con ligas de familia al tráfico de drogas y pistolerismo. Vive en la mayoría de los casos en casas estudiantiles de la UAS; estudia elementos de marxismo muy esquemáticamente y supone que hechos como las invasiones de tierra y la crisis del sector agrario ya dan suficientes bases para la lucha proletaria insurreccional”. Méndez Lugo, Bernardo, “Capitalismo dependiente y crisis universitaria en Sinaloa: el caso de los ‘enfermos’”, en Cuatro ensayos de interpretación del movimiento estudiantil, México: UAS, 1979,  pp. 106-107.
 [8] Resoluciones del Foro Nacional Estudiantil, México, Ciudad Universitaria, 23-29 de abril de 1972, Comité de Lucha de la Escuela Nacional de Economía, UNAM, p. 3. El Foro fue convocado por el Encuentro Nacional de Estudiantes realizado en Culiacán en enero de 1972; un buen número de estudiantes miembros de lo que se prefiguraba como el grupo de los “enfermos” formó parte de la delegación que asistió a este evento.
[9] Ibid., p. 5.
[10] Folleto “Política comunista en la universidad”, Conferencia Nacional de la JCM y los comunistas universitarios, septiembre 5 de 1972.
[11] y12   Documento de la auditoría de Carlos Calderón Viedas, dirigente del grupo José María Morelos, mecanografiado, s/f, p. 5, presumiblemente de fines de 1972.
 13 En el documento de la tesis Universidad-Fábrica, Consejo Estudiantil de la FEUS, Culiacán, Sin., 23 de octubre de 1972, versión mecanografiada. Para una crítica interna al discurso de los “enfermos”, cfr. López Cuadras, César, La Universidad-Fábrica: un exabrupto teórico, México: UAS, col. Universitas, serie movimientos sociales, No. 2, enero de 1986.
 [14] Comunicado del H. Consejo Técnico de la Escuela Preparatoria de Mazatlán, Mazatlán, Sinaloa., 19 de agosto de 1972, firmado por el Director de la Escuela y los consejeros estudiantes y profesores.
 [15] Cfr. Zermeño, Sergio, México: una democracia utópica. El movimiento estudiantil del 68, México: Siglo XXI, 1984, pp. 41-54.
[16] Estas expresiones se hallan en el documento “Comisión Coordinadora Clandestina de FEUS-Unión obrera de Combate”, octubre de 1972. En Cuevas Díaz, J. Aurelio, El Partido Comunista Mexicano. 1963-1973, México: Línea-UAG-UAZ, 1984, apéndice documental, pp. 192-200.
[17] Melchor Inzunza ha descrito como para los “enfermos” había “Muchos adversarios políticos distintos y un solo enemigo verdadero: los partidos burgueses, los de izquierda, los sindicatos charros y democráticos, el Estado burgués, la burguesía, el PCM, los ‘chemones’, los guerrilleros del ‘pelón Lucio Cabañas’, Pinochet y el ‘mediatizador reformista’ Salvador Allende, la CIA y el ‘más grande traidor de América Latina’, Fidel Castro. Todos merecían el mismo oprobio. Los únicos puros y propietarios de la verdad (aunque ni siquiera pagaban impuestos por ella) eran los enfermos de la Liga 23 de Septiembre”. Inzunza C., Melchor, Op. Cit., p. 4.
[18] Ceceña Cervantes, José L., “La UAS, el desarrollo económico y la dependencia tecnológica”, en Temas económicos, No. 2, México: UAS, tercera época, año I, enero-marzo de 1973, p. 21. Personajes como Ceceña, aunque tardíamente, alcanzaron a entender la necesidad de la libre circulación de las ideas en la institución educativa. Antes, sin embargo, Ceceña representó la imagen de la intolerancia académica en la universidad cuando, como Director de la Escuela de Economía, promovió la expulsión de los maestros no marxistas en dicho centro.
[19] Terán O., Liberato y Melchor Inzunza C., “Consideraciones sobre el movimiento estudiantil en Sinaloa”, en Movimientos sociales en el noroeste de México, México: UAS, 1985, pp. 257-258. Hay que apuntar que “Varios factores contribuyeron a respaldar a los ‘enfermos’ en sus acciones: el triunfalismo por la derrota de la administración de Armienta; la aparente y sigilosa cautela del gobierno respecto de la UAS; la justificación de su actividad -aunque implicara derrotas graves- por su ‘trabajo en el campo’, aval que acallaba magistralmente a todo aquel que criticara sus actos” (Ibid., p. 255).
[20] Estas apreciaciones se encuentran en Velázquez Robles, César “Las luchas estudiantiles en México por la reforma universitaria”, Cuaderno Universitario, No. 1, México: UAS, enero de 1973. Subrayado mío (RGV). Poco antes, a propósito de la agresión de que fueron objeto algunos comercios, la CAADES y el edificio del PRI, el grupo del periódico El Manifiesto, representativo de la corriente juvenil del PCM más opuesta a los “enfermos”, juzgaba: “el incendio de la CAADES, la destrucción y ‘saqueo’ de los grandes comercios en Culiacán, son los más altos ejemplos de que el estudiantado de Sinaloa es hoy la punta de lanza, el destacamento más avanzado del brazo estudiantil del proletariado” (“La universidad, el movimiento estudiantil y su situación actual en Sinaloa”, El Manifiesto, Culiacán, Sin., 22 de junio de 1973). El comité de lucha de la Escuela Superior de Agricultura, desde otro mirador, trataba de “demostrar teóricamente lo incorrecto del planteamiento de que la Universidad es una fábrica”, alegando, contra los corolarios de la tesis Universidad-Fábrica, razones como la siguiente: “luchar porque no se restrinja la entrada a estudiantes a la Universidad no es reformista y sí es correcto, porque con esto (lograr que toda la gente entre) estamos ganando un caudal de compañeros con mayores posibilidades de integrarse a la lucha proletaria” (“Universidad-Fábrica. El quehacer en el movimiento estudiantil”, comité de lucha de la ESA, Culiacán, Sin., aparecido a fines de 1972).
[21] “Co. Co. Clandestina de la FEUS-Unión Obrera de Combate”, octubre de 1972. En Cuevas Díaz, J. Aurelio, Op. Cit., apéndice documental, pp. 199-200. Subrayado mío (RGV).
[22] Para esta caracterización me he valido en detalle del texto de Gilberto Guevara Niebla, El movimiento estudiantil en México (1958-1984), fotocopia, s/e y s/f, pp. 34-35.
[23] Sobre la actividad de los “enfermos” en el campo, hay todavía muchas cuestiones por indagar. A principios de 1974, de acuerdo con los servicios de información de la SEP, la situación se presentaba como sigue: “Han sido constantes en la conflictiva tres elementos: el Gobierno del Estado, la iniciativa privada y los grupos de estudiantes radicalizados. En los grupos de estudiantes habría que diferenciar a los que verdaderamente pertenecen al movimiento estudiantil y a los que se hacen pasar por izquierdistas pero que son agentes provocadores (…). Información adicional nos permite ver que los únicos beneficiados con la destrucción de las cosechas de los alrededores de Culiacán son los dueños de los cultivos, quienes tenían graves pérdidas por el cierre de la frontera a sus productos. La destrucción de la cosecha les permitió cobrar el seguro”. SEP, Dirección General de Coordinación Educativa, Situación política de las universidades de provincia, enero-mayo de 1974, p. 70.
[24] Melchor Inzunza hace una reconstrucción del clima social imperante aquellos días dentro y fuera de la UAS, en “Cronología de un mayo no olvidado”, Buelna, No. 5, revista de la UAS, invierno 1983-1984, pp. 8-12.
[25] Cfr. Punto Crítico, No. 20-21, septiembre-octubre de 1973.
[26] El Manifiesto, No. 6, Culiacán, Sin., junio de 1973. Subrayado mío (RGV).
[27] Resolución del Encuentro Nacional de Estudiantes, 25 de mayo de 1973, Chihuahua, Chihuahua.
[28] Volante firmado por la Comisión Coordinadora Clandestina del Consejo Estudiantil de FEUS, 18 de mayo de 1973. Citado en Inzunza Cervantes, Melchor, Op. Cit., p. 10.
[29] Citado en Ibid., p. 11.
[30] El 30 de mayo, los “enfermos” extendían la amenaza: “Si hoy todos los porros demócratas, estatales y nacionales, gimotean y llegan al grado superior de la histeria por un porro ajusticiado (…) a estos señoritos maricas no les va a alcanzar el tiempo para mandar hacer misas sagradas y rosarios, incluso, su propio ajusticiamiento por el proletariado, al igual que el de todos los contrarrevolucionarios, sólo es cuestión de tiempo”. Citado en Ibid., p. 12.
[31] Acerca del asunto de las becas, más tarde se dirá: “La corrupción en relación a las becas se inicia en 1972, junto con aquel movimiento plagado de desviaciones (la ‘enfermedad’). Por esto el dinero de las becas, con el pretexto de que se dedicaba a la ‘causa revolucionaria’, sirvió para alimentar vivales y bribones que brotaron como plaga e hicieron su agosto al calor de la agitación y las acciones que consecuentemente otros promovían”. Volante firmado por la Unidad de Fuerzas Democráticas, Progresistas y de izquierda, 29 de Mayo de 1978.
[32] El 16 de enero hubo otro enfrentamiento entre fuerzas paramilitares y grupos radicalizados de la Escuela de Agricultura: “en los cruentos sucesos perdieron la vida dos estudiantes, dos trabajadores y un policía, fueron, además, detenidos ochos estudiantes”. En la revista Por qué?, No. 292, enero 31 de 1974, p.4.
[33] Campos Román, Arturo, “Informe anual a la comunidad universitaria (ciclo 1973-1974)”, p. 11.
[34] “Contra la iniciativa de reformas y adiciones a la Ley Orgánica de la UAS”, 5 de noviembre de 1968.        Terán Olguín, Liberato, Nueva Universidad, México: UAS, 1984, p. 11.  

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