19 abr 2014

Un ‘tsunami’ en la prosa hispánica/ Santos Sanz Villanueva


Un ‘tsunami’ en la prosa hispánica/ Santos Sanz Villanueva
El Mundo | 18 de abril de 2014
Es bien sabido que a partir de 1962, cuando Mario Vargas Llosa da a conocer La ciudad y los perros, se inicia una de las trasformaciones más radicales y perdurables de la prosa hispánica contemporánea. En poco tiempo adquiría carta de naturaleza el llamado boom de la narrativa hispanoamericana, surgido del impacto conjunto de las primeras novelas de los cuatro magníficos, el propio Vargas, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, que fueron el núcleo duro del movimiento.
Aquella revulsiva literatura despertó curiosidad y, aunque despertó recelos y suspicacias, ganó terreno con gran rapidez. Jalonaron el proceso Fuentes con La muerte de Artemio Cruz, también en 1962, y Cortázar con Rayuela al año siguiente. Fueron libros de amplia difusión, pero comedida, y limitada a círculos interesados por la cosa literaria. El éxito incontestable, apabullante, y de dimensiones planetarias, se debió a Cien años de soledad, que llamó la atención en su salida colombiana de 1967 y se convirtió en un best seller a partir de la primera edición española de 1969.

Sin la novela de Macondo, quizás también habría habido un boom, pero no habría tenido alcance tan profundo. Aparte de algunas hostilidades y resistencias minoritarias, el escritor colombiano suscitó grandes admiraciones. Entre ellas importa subrayar la de un personaje tan quisquilloso y arbitrario como Juan Benet porque ello suponía un aval ante los más exquisitos e intelectualizados escritores del momento, lo cual anulaba el marchamo de escritor de masas y popular que enseguida acompañó a García Márquez.
También es notoria la influencia en un escritor de la generación mayor que no terminaba de encontrar un lugar propio, Gonzalo Torrente Ballester, cuya La saga/fuga de J.B. debe una inspiración seminal o el impulso definitivo a la aceptación popular del espacio misterioso de Macondo. La impronta de García Márquez sería, por otra parte, larga. Un jovenzano Manuel Vicent era muy crítico con el boom, en general, y en 1971 denunciaba en la revista Mundo que a la sombra de alguna buena mercancía colaban productos que eran «verdaderos bodrios». Sin que pueda hablarse de influjo directo, una novela reciente del valenciano, Son de mar, muestra huellas del colombiano.
No solo gracias a Cien años de soledad, pero sí en altísima medida por ella se produjo el cambio más revolucionario y de más profundos y dilatados efectos en la prosa narrativa castellana del pasado siglo. Hasta García Márquez, la ficción española estuvo de forma mayoritaria anclada en la reproducción de la lengua conversacional cuando no sometida todavía al énfasis retórico de gusto decimonónico, y constreñida por la habitual inclinación al realismo. García Márquez puso en cuarentena tanto ese estilo como esa recreación del mundo que parecían estar inscritos en el ADN de nuestros escritores.
La prosa de esta y de otras novelas del colombiano deslumbró por su riqueza léxica y por su complejidad sintáctica. Más que una labor de destrucción del castellano esclerotizado, y sin que falte algo de ello, emprendía un trabajo regenerador con rasgos fundacionales. Convulsionaba todas las prácticas de la escritura rutinaria. Enriquecía y fecundaba el castellano. Introducía acordes musicales. Y enlazaba además este idioma fértil y juvenil con la otra gran corriente de nuestra lengua, el barroquismo expresivo. Gabriel García Márquez dejaba claro que escribir no es redactar respetando la corrección idiomática sino un acto de creatividad por encima de las normas académicas, un planteamiento que le llevaría bastante después a su polémica petición de suprimir las reglas ortográficas.
García Márquez ha sido además definitivo a la hora de que los escritores españoles perdieran el respeto a la imaginación. Con él se percibió de otra manera la fantasía, siempre marginada en nuestras letras y reducida al cultivo de unos pocos autores, por lo general de raíces gallegas.
Sin Macondo no existiría Castroforte del Baralla, la levitante ciudad imaginada por Torrente Ballester. Cien años de soledad abrió la ficción española a una realidad nueva en la que conviven la fantasía pura de los relatos infantiles, el misterio de lo telúrico y los valores míticos. Es lo que se llamó, con una etiqueta paradójica, y, por cierto, vieja, realismo mágico.
Cien años de soledad significó un tsunami en la novela hispánica, tanto española como sudamericana. Arrasó convencionalismos y rigideces, abrió orbes imaginarios inéditos. La narrativa hispánica no salió indemne de la fecundación del colombiano. Cierto es que tuvo efectos colaterales negativos, un macondismo de segunda mano que pusieron de moda algunos imitadores. En cualquier caso, la irrupción de García Márquez supuso un hito en las letras hispánicas y no es su menor mérito el haber dado una proyección universal a la ficción en castellano.
Santos Sanz Villanueva

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