16 mar 2007

Juan José Tamayo y Jon Sobrino

Jon Sobrino: hacer teología desde las víctimas/Juan José Tamayo, director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría en la Universidad Carlos III de Madrid.
Publicado en EL CORREO DIGITAL, 16/03/2007);
La Congregación para la Doctrina de la Fe ha emitido una notificación sobre dos libros del teólogo hispano-salvadoreño Jon Sobrino ‘Jesucristo liberador’ y ‘La fe en Jesucristo. Ensayo sobre las víctimas’, en los que dice haber encontrado «diversas proposiciones erróneas o peligrosas que pueden causar daño a los fieles».
Me gustaría hacer una reflexión serena sobre uno de esos libros, ‘La fe en Jesucristo’, publicada en 1998, que considero una de las obras mayores de la cristología del siglo XX, al lado de ‘Jesucristo,’ de Karl Adam, ‘Ser cristiano’, de Hans Küng, ‘Jesús el Cristo’, de Walter Kasper, ‘Jesucristo y la liberación del hombre’, de Leonardo Boff, ‘El hombre de hoy ante Jesús de Nazaret’, de Juan Luis Segundo, ‘Jesús. La historia de un Viviente’, de Edward Schillebeeckx, y ‘Cristología feminista crítica’, de Elisabeth Schüsler Fiorenza, entre otras.
Según el filósofo Karl Jaspers, Jesús de Nazaret es una de las personalidades decisivas en la Historia de la Humanidad junto con Confucio, Buda y Sócrates. Aun habiendo nacido en el seno de la religión judía y siendo el iniciador del cristianismo, trasciende las diferentes tradiciones religiosas que pretenden apropiarse de él y rompe los moldes dogmáticos en que se le ha querido encerrar. Hasta el presente ha conseguido librarse de las sucesivas crisis que desde hace siglos viene sufriendo el cristianismo occidental por mor de la crítica moderna y posmoderna de la religión.
Jesús de Nazaret es objeto de estudio desde las más plurales disciplinas y desde las ópticas más dispares. La obra de Jon Sobrino se sitúa en el ámbito teológico, y más en concreto en la óptica de la teología latinoamericana de la liberación. Su perspectiva es doble: la realidad de la fe y la realidad de las víctimas, ambas estrechamente relacionadas. Sobrino no reduce la fe a una actitud religiosa intimista y recluida en el templo, sino que la amplia a la totalidad de la persona y a la totalidad de la realidad. La fe no se queda en la respuesta a la pregunta sobre si Jesús es divino o no, o si es humano o no; exige tomar postura a partir de él ante la realidad en sus diferentes dimensiones. En otras palabras, la fe en Jesucristo es más que fe en él; es una fe totalizante, que demanda a los cristianos y cristianas hacerse cargo de la realidad en clave de utopía y transformarla en el horizonte de los valores del reino de Dios. Tiene, por tanto, un componente ético, amén de religioso, ambos inseparables.
Ello quiere decir que el imaginario cristiano es capaz de plantear interrogantes significativos, de ofrecer respuestas que tienen que ver con lo humano y, en esa medida, puede ayudar a buscar alternativas humanizadoras para nuestro mundo tan deshumanizado. Se trata de una concepción global de la fe, inspirada directamente en Rahner e indirectamente en Zubiri, maestro de Ignacio Ellacuría, asesinado junto a otros seis jesuitas y dos mujeres salvadoreñas.
Especial relevancia tiene el lugar desde donde Sobrino hace su reflexión sobre Jesús de Nazaret: las víctimas. Como ya hiciera ver Habermas, no hay conocimiento sin interés. Tampoco conocimiento teológico. Esto lo sabe muy bien el teólogo hispano-salvadoreño, para quien la teología no es un saber socialmente neutro, ni históricamente desmemoriado, ni políticamente apartidario, ni éticamente indiferente, sino que responde a un ‘para qué’ y a un ‘para quién’, se ubica siempre en un determinado lugar y responde a un interés. El interés de la teología de la liberación es decididamente emancipatorio: la liberación de los pobres o, para expresarlo con categorías benjaminianas, la rehabilitación de las víctimas.
Nuestro mundo, afirma Sobrino, es un mundo de víctimas, de personas excluidas, que constituyen una nueva edición, aumentada y refinada, de Auschwitz. Si Auschwitz fue, hace más de sesenta años, la vergüenza de la Humanidad, hoy lo es la exclusión de miles de millones de seres humanos, la muerte de millones de personas indefensas que no tienen ningún tribunal al que recurrir para defender su inocencia y para denunciar a los culpables. Los excluidos constituyen el gran relato de nuestro tiempo. Sin embargo, sobre ellos se tiende un tupido velo de silencio, más aún, de encubrimiento, con la intención de negar su existencia, al tiempo que se generaliza una cultura de la indiferencia.
Sobrino rescata a las víctimas del olvido y de la indiferencia de que son objeto y las sitúa en el centro de su reflexión. Ellas no ofrecen, es verdad, una solución mecánica a la comprensión de los textos del Nuevo Testamento y de las declaraciones doctrinales posteriores sobre Jesús de Nazaret, pero sí plantean preguntas sobre su significado, desenmascaran las intenciones a veces regresivas de sus autores y expresan sospechas sobre sus intérpretes oficiales, que tienden a poner los textos al servicio de la institución eclesiástica, más que al servicio de los desheredados de la Tierra. La perspectiva de las víctimas ayuda a conocer a Jesús en clave de seguimiento de su causa, que es «el reino de Dios para los pobres», y a leer los documentos ‘revelados’ en clave liberadora. Aporta luz y utopía, acogida y perdón, al tiempo que esperanza para el presente de las víctimas, y no sólo para el futuro.
Ésta es la original y comprometida perspectiva que guía la reflexión de Sobrino en sus tres núcleos fundamentales. El primero es la resurrección de Cristo, cuyo centro de atención es el Dios de Jesús que hace justicia a las víctimas poniéndose de su lado. El segundo se refiere a los títulos atribuidos por el Nuevo Testamento a Jesús de Nazaret: mediador, mesías, señor, hijo de Dios, hijo del Hombre, Buena Noticia, etcétera, releídos desde América Latina a la luz de la esperanza de los empobrecidos. El tercero es el de los dogmas cristológicos en su dialéctica humanidad-divinidad, que Sobrino afirma en su totalidad con rigor terminológico, coherencia doctrinal y credibilidad histórica. No hay merma o vaciamiento de la divinidad a favor de la humanidad, como tampoco minusvaloración de ésta a favor de una divinidad desvinculada de la historia. La perspectiva de las víctimas ayuda a descubrir nuevas dimensiones humanizadoras del Dios de Jesús, aporta una concepción global de la salvación y contribuye a replantear el universalismo desde los excluidos, ausentes, a veces, en la teología dogmática católica.
La obra de Sobrino no cae en el mecanismo victimario, que con frecuencia ha caracterizado a la teología cristiana y a las prácticas ascéticas. Las víctimas no son condición necesaria para la reconciliación; constituyen, más bien, un obstáculo. La reconciliación no se logra recurriendo al sacrificio de las víctimas, sino a través de la práctica de la justicia y de la misericordia, en plena sintonía con el mensaje de los profetas de Israel y de Jesús de Nazaret: «Misericordia, no sacrificios». Este planteamiento responde a la concepción del filósofo de la Escuela de Frankfurt Max Horkheimer sobre la teología como «la esperanza de que la injusticia que caracteriza al mundo no pueda permanecer así, y lo injusto no pueda considerarse como la última palabra», y como expresión de un anhelo: «Que el asesino no pueda triunfar sobre la víctima inocente».
El libro de Jon Sobrino merece una lectura desde la solidaridad con las víctimas y no desde la rígida e inmisericorde ortodoxia, como la que ha hecho el Vaticano.

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