23 mar 2007

Los Tratados de Roma

  • El primer espacio político transnacional del mundo/JEREMY RIFKIN, autor de El sueño europeo: Cómo la visión europea del futuro está eclipsando el sueño americano (Ediciones Paidós).

Publicado en EL PAIS, 24/03/2007);

Mañana, 25 de marzo, la Unión Europea (UE) celebra el 50º aniversario de la firma del Tratado de Roma, por el que se estableció la Comunidad Europea. La UE es una extraordinaria estructura de gobierno sin paralelo en la historia. Quinientos millones de seres humanos en 27 países, desde el Mar de Irlanda hasta las puertas de Rusia, se han agrupado en menos de tres generaciones para crear el primer espacio político transnacional del mundo.
Tengo que decir, ante todo, que no soy ingenuo respecto a Europa, sobre todo en cuanto al lado oscuro de su historia. Soy consciente de que se ha derramado más sangre en Europa que en ninguna otra región del mundo. Sin embargo, tras dos mil años de luchas y conflictos, Europa salió de la Segunda Guerra Mundial decidida a empezar un nuevo capítulo en las relaciones entre los seres humanos. Y lo ha conseguido.
A diferencia de otras formas de gobierno en el pasado, cuya razón de ser siempre era la extensión del poder y la expropiación de personas, recursos y territorios, la UE se concibió con un objetivo distinto: el deseo de aunar los intereses colectivos, ampliar la reciprocidad y crear una paz duradera basada en la confianza entre los pueblos.
Lo que ha cambiado es que, por primera vez en la historia, un colectivo determinado de la raza humana se atreve a pensar como especie. En este sentido, el experimento de gobierno de la Unión Europea es tanto un vuelco revolucionario en la conciencia como un cambio en la imaginación política.
Desde mi punto de vista, el de un observador estadounidense que ha pasado gran parte de su vida en Europa, lo que está claro en medio de la ciénaga cotidiana de peleas mezquinas, restos de prejuicios e hipocresías vergonzosas, es que poco a poco va saliendo a la superficie una nueva visión del sentido de la vida, al menos entre los europeos con formación universitaria.
En primer lugar, el Sueño Europeo es muy distinto del Sueño Americano que marcó la pauta en el mundo durante los siglos XIX y XX. El Sueño Americano habla de oportunidades individuales. Definimos nuestra libertad en función de la autonomía y la movilidad; por eso estamos enamorados del automóvil. Nos enseñan que la lucha para lograr nuestros propios intereses, a solas, en el mercado, es la mejor vía hacia la felicidad personal y el progreso de la sociedad. Y, hasta hace poco, el Sueño Americano gozaba de buena salud.
Los jóvenes europeos, en cambio, tienen otro sueño. Cuando se les pide que digan qué visión tienen del futuro, inevitablemente responden que sueñan con una "buena calidad de vida", que es un interés más colectivo.
A pesar de las numerosas diferencias que existen en la que es, sin duda, la región con más diversidad cultural del mundo, hay ciertos denominadores comunes que comparten casi todos los europeos jóvenes y con educación. Facilitar la buena calidad de vida, asegurar el desarrollo sostenible, propugnar los derechos humanos y sociales, hallar el equilibrio entre trabajo y ocio, responsabilizarse de los que son menos afortunados y construir puentes hacia la paz: éstos son los rasgos determinantes del incipiente Sueño Europeo y lo que de verdad se celebra en el 50º aniversario de la Unión.
Como es natural, los sueños son lo que a la gente le gustaría ser, no lo que es. Los europeos tienen que recorrer todavía mucho camino hasta que sus sueños se hagan realidad. Pero lo que es más interesante del experimento europeo, a pesar de todos los fallos humanos, es que una parte significativa de la raza humana esté intentando -aunque sea débilmente- aspirar a una "conciencia global" en una era interconectada a escala mundial.
Los aniversarios son una oportunidad, no sólo de reflexionar sobre los logros del pasado, sino también de fijar futuros objetivos. Me gustaría sugerir cuatro prioridades fundamentales para los próximos 50 años de integración europea.En primer lugar, los europeos deben sentar un ejemplo para el mundo transformando las relaciones internacionales y abandonando la lucha geopolítica tradicional que ha dominado las relaciones entre pueblos y naciones desde la Paz de Westfalia de 1648 para iniciar una "política de la biosfera". En años venideros, nuestro bienestar individual y colectivo va a depender cada vez más de nuestra capacidad de entender que la biosfera del planeta es nuestro hogar común. El cambio climático, la pérdida de ecosistemas y hábitats, la extinción de especies y la disminución de las reservas de agua dulce son una amenaza para la mera supervivencia de la civilización, y exigen un cambio de paradigma en nuestra forma de pensar sobre la tierra.
Segundo, los europeos tienen que mostrar al mundo que los seres humanos pueden vivir juntos en esta tierra, con toda su diversidad. De hecho, el apodo de la UE es "unidad y diversidad". En la práctica, los europeos todavía tienen que demostrar que Europa puede ser verdaderamente una plaza pública mundial, un lugar en el que las diásporas culturales del mundo puedan vivir juntas respetándose mutuamente y en un espíritu de tolerancia. La creciente xenofobia y el ascenso de los movimientos políticos ultranacionalistas están sembrando las semillas de un nuevo y violento sentimiento en contra de los inmigrantes en algunas regiones de Europa. La prueba de fuego del Sueño Europeo será su capacidad de acoger e integrar a millones de inmigrantes procedentes de fuera de la UE, sobre todo las minorías musulmanas del norte de África y Oriente Próximo. Por su parte, los nuevos inmigrantes tienen que encontrarse con sus anfitriones europeos a medio camino y convertir el Sueño Europeo en parte de su propio sueño.
Tercero, los Estados miembros de la Unión Europea necesitan encontrar una forma de racionalizar y equilibrar su modelo social y su modelo de mercado para asegurarse de que las virtudes de cada uno complementan los puntos débiles del otro. Fomentar la iniciativa personal, recompensar el espíritu emprendedor y promover el desarrollo del mercado, sin dejar de garantizar el reparto amplio y justo de los frutos del progreso económico, son pasos fundamentales para el futuro de una Europa social.
Por último, los europeos deben tener un papel mucho más importante en el escenario mundial y convertir su modelo de paz y cooperación transnacional en un modelo para todo el mundo. En Asia, Latinoamérica y África están en marcha intentos de crear espacios políticos internacionales como la Unión Europea. La UE puede facilitar el proceso si comparte sus "mejores prácticas", actúa como espuela y como conciencia y construye relaciones de cooperación con otras regiones que estén disponiéndose a emprender su propio recorrido hacia una era mundial transnacional.
Por ahora, es suficiente con que todos los que procedemos de otras partes del mundo digamos feliz 50º aniversario a la Unión Europea y a nuestros amigos europeos. Vuestros logros son una fuente de inspiración y un reto que nos empuja al resto a aspirar también a más.

  • Europa significa libertad y solidaridad/José Manuel Durão Barroso, presidente de la Comisión Europea
Publicado en EL PAÍS, 23/03/2007);
Hace 50 años se gestó un nuevo capítulo de la historia europea. Al celebrar el 50º aniversario de los Tratados de Roma, podemos mirar hacia atrás y ver logros sin precedentes. Y tenemos que esperar con interés los nuevos retos. Europa ha sido un motor de mejoras durante los últimos 50 años. Este aniversario es la ocasión de poner al día nuestro proyecto común, que adquiere pleno sentido en la era de la globalización.
Los argumentos a favor de Europa siguen siendo convincentes. Podría explicar las razones subyacentes al enfoque común de la política de energía y también podría exponer por qué necesitamos que el mercado único aúne el crecimiento económico con la justicia social. O bien podría defender la necesidad de construir una Unión Europea fuerte y eficiente, capaz de conformar la globalización con los valores e intereses europeos.
Pero en esta ocasión quiero ante todo centrarme en los valores que mejor definen la Unión Europea y su historia: la libertad y la solidaridad.
A lo largo de estos 50 años, la Unión Europea ha servido de inspiración y constituido un impulso hacia la libertad y la solidaridad. Permítanme ilustrar esto con dos momentos decisivos en mi vida.
El primero fue la Revolución Portuguesa de 1974. A la sazón yo tenía 18 años. Como la mayoría de los jóvenes en Portugal, quería liberarme de la dictadura que negaba a mis compatriotas aquello de lo que ya gozaban los demás europeos occidentales. No podíamos leer los libros ni escribir los artículos que queríamos. La actividad política estaba controlada por las fuerzas de seguridad. Vivíamos en una sociedad cerrada y atrasada. La Revolución lo cambió todo. Gracias a la solidaridad de las democracias occidentales, gracias a la perspectiva de llegar a ser miembro de la familia europea, la libertad triunfó en mi país y, al mismo tiempo, en España y Grecia.
La segunda experiencia fue el cambio que se produjo en toda la Europa Central y Oriental en las décadas de 1980 y 1990, a partir de la determinación mostrada en la lucha por la libertad en Budapest en 1956 y en Praga en 1968. Este cambio empezó en Polonia y culminó con la caída del Muro de Berlín y el Telón de Acero en 1989. También en este caso el objetivo era la libertad, y Europa la fuente de inspiración. Y también en este caso la solidaridad resultó esencial.
A través de esas experiencias llegué a entender que Europa significa libertad y solidaridad. Y no sólo para algunos, sino para todos los europeos. Lo que se inició en los seis Estados miembros fundadores en el decenio de 1950 se ha extendido durante los últimos 50 años al norte y al sur, al este y al oeste de nuestro continente.
Me precio de ser el presidente de la Comisión Europea en el momento de la gran ampliación de 2004-2007. Esta ampliación ha demostrado una vez más que la perspectiva de la integración europea alienta y consolida la libertad mediante la solidaridad. Hoy, en esta gran Europa abierta los ciudadanos tienen la libertad de expresar lo que piensan y de vivir y viajar por donde quieren.
Uno de los grandes logros de la Unión Europea ha sido la aparición de un auténtico espíritu europeo que convive con las identidades nacionales, regionales y locales. La integración europea no ha acabado con la diversidad, sino que la ha reforzado. Al haber construido un orden jurídico, político y económico común sobre la piedra angular de los Tratados de Roma, podemos vivir nuestras diferencias como fuente de enriquecimiento mutuo.
Durante siglos, los Estados europeos guerreaban entre sí. Ahora vivimos en paz. No en la paz de un equilibrio precario entre poderes y amenazas. Hoy en día gozamos de la paz en libertad y con solidaridad.
Se trata, ciertamente, de una experiencia única en la historia. Nuestras generaciones tienen el privilegio de vivir en la realidad los sueños de nuestros antepasados. Pero no debemos darla por sentada. Hay que alimentarla con esmero.
Con este espíritu de renovación, libertad y solidaridad, los jefes de Estado y de Gobierno de los Estados miembros, el presidente del Parlamento Europeo y yo mismo, como presidente de la Comisión, nos reuniremos el domingo 25 de marzo, precisamente 50 años después de la firma de los Tratados de Roma. La Declaración de Berlín no será un acto de nostalgia, sino un acto de compromiso. Nos comprometemos a preservar y promover Europa como el mejor lugar del mundo para vivir, una sociedad abierta y una economía abierta, en un esfuerzo común para lograr la cohesión económica y social. Para lograr una Europa de resultados, para garantizar que nuestras instituciones sean democráticas, eficaces y responsables, y para fomentar nuestros valores y asumir nuestras responsabilidades en el mundo. Nos comprometemos a situar a Europa en el lugar que le corresponde, es decir, al servicio de sus ciudadanos.
El déficit de visión de Europa/
Jan-Werner Müller, profesor de Teoría Política y la Historia de las Ideas de la Universidad de Princeton. Autor de Patriotismo constitucional.
Publicado en LA VANGUARDIA, 22/03/2007);
Los festejos para celebrar el 50 aniversario del tratado de Roma llegan en un momento oportuno. Es el momento de que la UE ponga fin a su periodo de reflexión autoimpuesto tras el rechazo de la Constitución europea por franceses y holandeses y reinicie el proceso de unificación que empezó en Roma hace 50 años.
Los líderes europeos no han logrado ofrecer a los ciudadanos de Europa una visión nueva y sustancial. ¿Cómo debería lograrse, entonces, una refundación (Neubergründung)de Europa, como lo llamó la canciller alemana, Angela Merkel, en su primer discurso parlamentario sobre política europea? En teoría, existes tres visiones fundamentalmente diferentes y enfrentadas sobre el futuro de la UE. Algunas aún adoptan la forma de un “Estado de estados nación”. Quienes piensan así - y a los que, imprecisamente, se llama federalistas-se refieren a la Constitución como un paso necesario hacia una federación europea. Una federación de este tipo se puede justificar diciendo que la sustancia moral de un Estado nación se vio profundamente comprometida por la beligerancia pasada o como una medida preventiva para mantener bajo control cualquier posible ansiedad de un nuevo conflicto. Es más, el científico político británico Glyn Morgan sostuvo que un concepto robusto de seguridad paneuropea también requiere de un Estado paneuropeo y que es irresponsable por parte de las elites de Europa mantener una posición permanente de dependencia estratégica de Estados Unidos, en unión de la idea de que sólo una UE fuerte puede salvar el “modelo social europeo”.
Sin embargo, los últimos años pusieron de manifiesto la ausencia de un respaldo mayoritario a una federación europea por parte de los estados que conforman Europa, punto que subrayó el debate sobre el fallido tratado constitucional. Muchos de los argumentos “federalistas” parecen dudosos: en particular, no existe ningún modelo social europeo único. Las diferencias, por ejemplo, entre los países escandinavos, los países mediterráneos y los países atlánticos liberales como Irlanda y Gran Bretaña suelen ser más pronunciadas que las que existen entre Europa en su totalidad y Estados Unidos.
En los últimos años se ha reforzado una visión alternativa de la UEque se puede describir como un multiculturalismo supranacional.Esta visión implica una Unión cuya función principal es la de permitir y mantener la diversidad y la diferencia. En lugar de estados homogéneos tradicionales, esta Europa busca ser una comunidad de diversidad,una especie de pueblo de otros,para robarle una frase al jurista Joseph Weiler. Según esta visión, la tolerancia se convierte en la virtud europea cardinal. Los profetas del multiculturalismo supranacional rechazan una democracia federal. En su opinión, lo que es factible es una llamada demoi-cracia;es decir, el gobierno no de un pueblo o demos,sino de muchos pueblos o demoi que aseguran y buscan mantener su diversidad.
Algunos elementos de esta visión suenan atractivos. Es cuestionable, sin embargo, lo creíbles que pueden ser los jefes de Gobierno europeos que promueven este tipo de multiculturalismo paneuropeo y, al mismo tiempo,denuncian enfáticamente las supuestas ilusiones multiculturalistas puertas adentro, algo que se ha convertido en retórica política estándar en casi todos los países.
La tercera visión no es ninguna visión sino una justificación de la burocracia de Bruselas. Bruselas mantiene funciones que aun dentro de los estados nación suelen delegarse en instituciones que no son elegidas democráticamente. Los bancos centrales son el ejemplo clásico. Las zonas de políticas que los ciudadanos consideran más importantes –la política social y la educación– siguen bajo la dirección de los estados miembro. Por tanto, Bruselas no es ningún posible gobierno, sino una autoridad regulatoria. Esta autoridad es parte de un sistema de verificaciones y equilibrios nacionales y supranacionales que, si bien no se asemeja a una democracia nacional, impediría que el despotismo se arraigara en Bruselas. Ninguna de estas tres visiones es enteramente ajena a la actual realidad de la UE o a sus posibilidades futuras. La federación se ha convertido en una perspectiva distante, pero sigue recibiendo honores en los discursos de los políticos. Las demoi-cracias ganan apoyo porque su visión tiende a reforzar el statu quo y deja abiertas casi todas las opciones. Los tecnócratas ven cómo se consolida su posición cada día que pasa cuando la supuesta crisis de legitimidad no termina de producirse.
Ahora bien, ¿existe un entendimiento político paneuropeo para el que se pueda alcanzar un consenso o que exija una mayoría? Si la respuesta es no, abrazar un enfoque pragmático de la Unión como una especie de Commonwealth es la alternativa más honesta para cualquier visión de altos principios. El clásico argumento de que la UE, como una bicicleta, siempre debe avanzar hacia delante para no caerse no es válido: el periodo de reflexión puede ser frustrante para los federalistas, pero también demuestra que, incluso en un punto muerto, la UE continúa.Las elites de Bruselas probablemente no admitan este hecho sin más: su retórica sigue oscilando entre el profundo pesimismo y una suerte de agente de relaciones públicas proeuropeo al que solamente le preocupa cómo venderles mejor la Unión a los ciudadanos europeos. Pero eso será imposible si no existe una visión que se venda a sí misma.

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