5 jun 2007

Textos del profesor Kenneth. W. Stein

Publicados en español en La Vanguardia (www.lavanguardia.es)
Legado de la guerra de 1967/Kenneth W. Stein, profesor de Historia y Política de Oriente Medio en la Universidad Emory de Atlanta (Georgia).
Tomado de La Vanguardia (http://www.lavanguardia.es/), 5/06/2007;
Traducción: Juan Gabriel López Guix.
Han pasado cuarenta años desde la guerra árabe-israelí de junio de 1967. Los legados son numerosos. Israel ganó la guerra, pero no logró imponer la paz. Los estados árabes perdieron la guerra y se sintieron como si la hubieran ganado. Las Naciones Unidas se revelaron incapaces de impedir el conflicto y hacer prevalecer la paz. Ni la Unión Soviética ni Estados Unidos deseaban la guerra, y ambas potencias evitaron un enfrentamiento directo.
La contienda significó el principio del fin del panarabismo: dos generaciones árabes con miles de millones de petrodólares sufrieron la humillante incapacidad de sus dirigentes para acabar con Israel. Algunos estados árabes, en otro tiempo unidos en la oposición a un Estado judío en Oriente Medio, reconocen hoy su realidad. Por otra parte, la guerra dio a los israelíes y sus partidarios en todo el mundo una sensación de consolidación del Estado judío.
Guste o no, la guerra forzó a israelíes y palestinos a una estrecha convivencia. Sólo de modo reciente, tras años de violencia, han acabado los israelíes por concluir que no pueden imponerse a la población palestina bajo su control. Hoy se está dividiendo la zona occidental del río Jordán unificada por la guerra de junio. La retirada israelí de Gaza realizada en el 2005 sigue siendo el primer paso de ese posible desenlace diplomático.
Los palestinos, que antaño gozaron de un incondicional apoyo árabe para destruir a Israel, necesitan ahora que los estados árabes los ayuden para alejar de sí la debilitadora fragmentación y la violencia interna. ¿Serán capaces de encontrar un consenso para dirigir una estructura estatal? La guerra sigue sin cerrarse.
La guerra de 1967 no fue un conflicto esperado, planeado ni deseado. “Naser tendría que ser irracional para invadir” Israel, comentó en ese momento el secretario de Estado estadounidense Dean Rusk al ministro de Asuntos Exteriores israelí Abba Eban.
Los estados árabes no estaban preparados para luchar contra Israel, e Israel tampoco deseaba una guerra. Naser, el paladín del panarabismo, colocó el odio a Israel en el núcleo del impulso bélico. Alentó la entrada en el conflicto del rey Husein de Jordania y de Siria. Al final, Egipto, perdió el Sinaí y la franja de Gaza; Jordania, Cisjordania y Jerusalén; y Siria, los altos del Golán. Había que remontarse a la época de la Primera Guerra Mundial, cuando se establecieron las fronteras de la zona, para encontrar un trastocamiento territorial tan importante.
En esa partida militar de póquer, Egipto, Jordania y Siria apostaron y perdieron sus tierras. Prometieron destruir a Israel; fracasaron acerbamente. Acabaron humillados. Israel dejó de controlar una pequeña cuña de tierra a lo largo del Mediterráneo, una diminuta franja de apenas 15 kilómetros de ancho. En seis días, pasó de 20.000 a 100.000 kilómetros cuadrados. A lo largo de los siguientes cuarenta años, los estados árabes y los palestinos han recurrido a la diplomacia, la guerra, el terrorismo y la coerción internacional para lograr que Israel abandone esos territorios; Israel sólo los cederá por una promesa de paz y cierto grado de seguridad.
Ese cambio de la situación territorial hizo que Estados Unidos y la comunidad internacional diseñaran un marco de referencia para las negociaciones árabe-israelíes que fue sancionado por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en noviembre de 1967. La resolución 242 se convirtió en punto de inicio, marco y base para las posibles negociaciones árabe-israelíes. Pedía la “retirada de las fuerzas armadas israelíes de los territorios ocupados durante el reciente conflicto, cese de todas las situaciones de beligerancia o alegaciones de su existencia, y respeto y reconocimiento de la soberanía, integridad territorial e independencia política de todos los estados de la zona y su derecho a vivir en paz dentro de fronteras seguras y reconocidas y libres de amenazas o actos de fuerza”. Dado el elevado grado de desconfianza y odio entre Israel y las partes árabes, pasó mucho tiempo antes de que se utilizara esa resolución. Tras la guerra apareció al fin la expresión proceso de paz.
El objetivo de las negociaciones: intercambiar tierras árabes por paz o seguridad para Israel. Estados Unidos se convirtió en el constructor de puentes, el coreógrafo, el ingeniero, el mediador y fedatario; a veces, los presidentes estadounidenses lo hicieron bien; otras, no. Egipto en 1979 y Jordania en 1994 reconocieron la existencia de Israel. Por muchas vueltas que le diera la OLP, aceptar la resolución 242 significaba aceptar a Israel; y el sueño de liberar toda Palestina no se había abandonado por completo. Algo que han puesto de manifiesto los cuarenta años de diplomacia posteriores a la guerra es que los estados árabes llegan a acuerdos con Israel para salvaguardar los intereses nacionales de sus regímenes.
La apabullante derrota de los ejércitos árabes en la guerra de los Seis Días sirvió de catalizador de la identidad nacional palestina. Sin embargo, a lo largo de los siguientes cuarenta años, los palestinos han aprendido que los dirigentes árabes tienen limitaciones en lo que respecta a la defensa de la causa palestina; ninguno de ellos ha estado dispuesto a morir por Palestina. “Hemos acabado con Palestina”, dijo el general egipcio Gemasy a su homólogo israelí unos días después del final de la guerra de octubre de 1973. En casi cuatro décadas de liderazgo dominado por Yasir Arafat, se hizo caso omiso de las oportunidades de llegar a acuerdos con Israel; a eso hay que sumar el legado de su dirección autocrática, la existencia de unos personajes sedientos de poder, la esquilmación de los fondos públicos y el fracaso a la hora de construir unas instituciones políticas.
La muerte de Arafat provocó una gran fragmentación en el paisaje político árabe palestino. Según cualquier parámetro objetivo, los palestinos están hoy más debilitados en términos económicos, más fragmentados en términos políticos y más divididos en términos sociológicos que hace cuarenta años. La política palestina se encuentra hoy entrelazada con una tendencia islamista extremista que hace que las hostilidades se dirijan contra los propios compatriotas en mayor medida que contra los israelíes o los regímenes vecinos.
¿Y qué ocurre con Israel y la guerra de los Seis Días? No cabe duda de la dirección política de Levi Eshkol, que intentó por todos los medios evitar la guerra de junio de 1967. El ministro de Defensa Moshe Dayan no quería abrir un frente con Jordania ni con Siria. Israel no pretendía el control de Cisjordania. Sin embargo, todo esto cambió ante la ilusión árabe de que sus ejércitos eran capaces de destruir Israel.
La ciudad de Jerusalén, dividida durante los 19 años anteriores, se reunificó. Los israelíes no supieron qué hacer con las nuevas adquisiciones territoriales; no pudieron explotar los sorprendentes éxitos militares porque los estados árabes no quisieron reconocer la legitimidad de Israel. Cuando los estados árabes se negaron a negociar, reconocer o firmar la paz, los israelíes tuvieron que tomar sus propias decisiones respecto a qué hacer con los territorios. En ausencia de negociaciones, ante los israelíes se abrió la vía de volver a colonizar la tierra de Israel; los asentamientos se iniciaron en un vacío político. De modo similar, los israelíes y sus dirigentes en el Gobierno no comprendieron que esas acciones en las tierras recién conquistadas de Cisjordania y Gaza - la construcción de asentamientos- tendrían unas consecuencias tan negativas, violentas incluso, sobre la población palestina local. Israel gastó más de 60.000 millones de dólares en los nuevos territorios, y con ello detrajo esas sumas astronómicas de las necesidades sociales y económicas existentes en lo que había sido el Israel anterior a 1967.
Por segunda vez en dos décadas, los estados árabes no habían derrotado a Israel. Israel logró crear una economía con un producto interior bruto que superaba los 100.000 millones de dólares y demostró su capacidad de resistencia; por desgracia, los palestinos no han logrado todavía un Estado propio, y ello es debido en gran parte a su propia dirección política y al desdén que los otros árabes muestran por ella. Cuarenta años después, hemos aprendido que Oriente Medio es algo mucho más complejo que el conflicto palestino-israelí; es una región erizada de sectarismos, sensibilidades étnicas exacerbadas, riquezas proporcionadas por el petróleo, renacientes identidades políticas islámicas, disputas regionales e internacionales motivadas por las fronteras, los recursos, el agua, la ideología y quién gobernará mañana. Hace cuarenta años, en vísperas de junio de 1967, los problemas eran mucho más sencillos, los adversarios se conocían y las ideologías estaban claras. Hoy no es así.
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Algunas lecciones de Iraq/Kenneth W. Stein,
Traducción: José María Puig de la Bellacasa
LA VANGUARDIA, 30/11/06):
Los comentaristas políticos coinciden en apreciar que Iraq se encuentra sumido en una guerra civil hecha y derecha; permanezca en el país la coalición liderada por Estados Unidos un plazo breve, medio o largo, o reconduzca la actual presencia militar dando entrada a la sociedad y a los políticos civiles, hay que hablar de consecuencias en cualquier caso inevitables. El antiguo secretario de Estado Henry Kissinger así lo ha reconocido al declarar a la BBC que la coalición y otras partes implicadas deben fijarse objetivos más realistas aunque ello conlleve la posible desmembración de Iraq.
Los objetivos de democracia, negociaciones, compromiso y pluralismo, simplemente, no pueden cumplirse en un marco de desgobierno y venganzas. La guerra civil en Iraq semeja un incendio incontrolado, atizado por la yesca propia y los vientos exteriores. Hasta que se consuma la yesca y amainen los vientos, la guerra civil no se extinguirá.
En el curso de una valoración del alcance de los problemas en Iraq, los directores de las agencias de inteligencia de Estados Unidos testificaron ante el Comité de las Fuerzas Armadas del Senado de EE. UU. a mediados de noviembre. El director de la CIA, general Michael V. Hayden, observó que “incluso si el Gobierno central iraquí consigue un apoyo más amplio de las comunidades de Iraq, será extremadamente difícil aplicar las reformas necesarias para mejorar la vida de la ciudadanía. La violencia endémica en Iraq desgasta la capacidad del Estado para gobernar… Además, las fuerzas de seguridad están contagiadas de sectarismo”. Yel director de los servicios de inteligencia del Departamento de Defensa, general Michael D. Maples, afirmó que “la violencia en Iraq continúa aumentando en alcance, complejidad y grado de letalidad”.
En tanto las fuerzas británica y estadounidenses se esfuerzan por controlar grupos sectarios, milicias privadas, bandas criminales, elementos incontrolada, antiguos baasistas airados, leales de Sadam Husein y elementos reclutados en el extranjero, no es de extrañar que estos soldados - carentes de instrucción para realizar tareas de seguridad- sean impotentes para detener las matanzas desatadas, los asesinatos, los robos y los secuestros de funcionarios en la propia sede de un ministerio.
Resulta, por consiguiente, un ejercicio vano e inútil seguir soñando que existe una solución militar o diplomática del caos iraquí. Si el fuego sigue ardiendo sin que cuente el número de bomberos disponibles en el lugar, la coalición debería retirarse y dejar que arda. Tampoco asoma en el horizonte ningún autócrata iraquí con los medios necesarios para sofocar la guerra civil. Y en líneas generales, con la excepción de un par de países que instruyen fuerzas de seguridad y militares iraquíes, los estados árabes vecinos de Iraq han sido espectadores de la situación. Contemplan la hoguera de Iraq mientras el país salta hecho trizas a causa de la violencia. Se quedan quietos (esperando tal vez que el fuego quede reducido a un ascua) rumiando cómo van a dividirse los recursos y el territorio de Iraq (cosa que podrían hacer ya sea directamente o bien a través de grupos o fuerzas interpuestas).
Los medios de comunicación árabes rebosan hostilidad contra la coalición que lucha denodadamente para salvar la integridad de Iraq pero tampoco explican ni mencionan cómo sus propias fuerzas podrían hacer cumplir la ley y el orden: ¿es que los países árabes no podían haber formado una fuerza expedicionaria de pacificación de 150.000 hombres destinada a Iraq?, ¿tal vez porque los líderes árabes piensan que librar a Iraq de su sectarismo es un intento ímprobo y aun desesperado?
Muchos más errores de los que aquí se comentan fueron cometidos por Estados Unidos antes del derrocamiento de Sadam: no comprender la cultura política sectaria que Sadam galvanizó mediante un poder autoritario brutal; no comprender el deficiente nivel de la infraestructura pública iraquí; jactarse de que los principios jeffersonianos o de la revolución francesa funcionarían en Iraq; confiar en una dudosa fiabilidad de los servicios de inteligencia que resultó en una búsqueda infructuosa de armas de destrucción masiva; y, evidentemente, sostener la existencia de un nexo entre Sadam Husein y los terroristas del 11 de septiembre. Más allá de los consabidos pasos equivocados, ¿qué lecciones podemos extraer de la experiencia estadounidense en Iraq?
“Si lo rompes, lo pagas”: Colin Powell dio en el clavo cuando lanzó esta advertencia en el 2002. Es una lección que desde hace tiempo resuena en Iraq, una lección que sin duda habrá de servir de advertencia a generaciones de electores y políticos estadounidenses ante la eventualidad de una invasión militar.
“Cuantos más aliados, mejor”. Veamos: antes de enzarzarse en un conflicto regional, un país debe estar seguro de la ayuda de los socios de coalición locales que puedan sumarse a los combates y ayudar a despejar los problemas y contratiempos que surgen inevitablemente cuando se trastoca el statu quo. En un plano internacional superior, los esfuerzos multilaterales han sido históricamente el enfoque preferible, como en el caso de Iraq en 1991 y el enfoque de la cuestión nuclear en los casos de Irán y Corea del Norte.
Un enemigo no convencional exige una estrategia militar no convencional. Las fuerzas insurgentes en Afganistán, Iraq, Somalia o incluso Líbano (Hizbulah) deben ser combatidas fortaleciendo el gobierno local de modo que sus organismos y fuerzas sean capaces de hacer cumplir la ley y la voluntad del Estado.
La superioridad militar no equivale a la victoria. En países inviables o fragmentados, donde prevalece el sectarismo, las masas privadas del derecho de voto ejercen su peso abrumador y el islam puede constituir un trampolín de movilización violenta, la fuerza militar es ineficaz. Estados Unidos debería haber aprendido esta lección de Israel.
Afrontar la existencia de movimientos insurgentes alzados en armas exige periodos más prolongados para tener visos de éxito. Las democracias industriales aún no han puesto sus relojes en hora para encarar eficazmente la insurgencia; a diferencia de la mayoría de las naciones estados, cuyos relojes se ajustan en términos de días, meses y años, los insurgentes marcan el tiempo a escala de decenios y generaciones. Los insurgentes presentes en varios conflictos han explotado esta diferencia con éxito.
El diálogo es una estrategia, no una concesión. En estas páginas el pasado verano abogué por que Estados Unidos entable un diálogo con Siria e Irán. Ahora, seis meses después, merece la pena que Estados Unidos lo tenga en cuenta.
Pero atención: es posible que cuando Siria e Irán entablen el diálogo y la negociación, éstos se conviertan en un fin en sí mismo y en una excusa para dilatar el logro de una conclusión…
Por último, téngase en cuenta que durante más de un cuarto de siglo Oriente Medio ha sido un cementerio de presidentes estadounidenses. La crisis de los rehenes en Irán propició la derrota de Jimmy Carter. George Bush padre no supo traducir una victoria en Iraq en una reelección en casa. En las recientes elecciones al Congreso, el partido republicano de George W. Bush perdió el control de la Cámara de Representantes y del Senado. Antes de las elecciones de noviembre de este año, me encontraba ante un supermercado en West Hartford, Connecticut. Aparte de sus preferencias para el Senado (ganó Joe Lieberman), la gente exteriorizaba intensos, apasionados e inquebrantables sentimientos a propósito de acerca de la presencia estadounidense en Iraq. Ninguna otra cuestión electoral generó tanta emoción. La lección archirrepetida de los electores estadounidenses era que Washington no debería rehuir el compromiso con los problemas y cuestiones relativas a Oriente Medio pero que, en el caso de volver a comprometerse en ello, es fundamental disponer del recurso de países locales en calidad de socios de coalición, la comprensión de la cultura política local y la ausencia de arrogancia ideológica.
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Negociaciones sin dilación/Kenneth W. Stein,
Traducción: Joan Parra.
LA VANGUARDIA, 22/07/06):
Es fácil empezar una guerra, pero difícil acabarla. Al cambiar el statu quo político, toda guerra crea inevitablemente nuevas oportunidades; en ese contexto, el reto para los estrategas políticos es ser lo bastante audaces para dar forma a realidades nuevas. Antes de que finalice el conflicto actual, la diplomacia, pública y secreta, debe aspirar a establecer contactos entre las partes implicadas, diseñar un objetivo provisional (un acuerdo israelo-libanés) y finalmente favorecer un objetivo más a largo plazo: la renovación de las negociaciones entre Siria e Israel.
Las circunstancias actuales y las lecciones extraídas de anteriores rondas justifican el optimismo sobre el resultado de una hipotética negociación. Sin embargo, es necesario actuar ya, pues en menos de tres semanas el statu quo empezará a consolidarse y la oportunidad habrá pasado.
Antes de examinar las circunstancias y lecciones que mencionábamos, hay que destacar un aspecto. La idea de que se pueden hacer progresos rápidos y la impaciencia que esa idea genera pueden llevar a error. Según se cuenta, en la sesión final de la cumbre del G-8, el primer ministro británico Tony Blair le comentó al presidente Bush que si la secretaria de Estado Rice “viaja , sin duda tendrá éxito”. Ese comentario, con todos los respetos, es completamente erróneo. Lo importante no es que ella o un enviado en su lugar “tengan éxito”: lo que tienen que hacer es escuchar. Durante los tres meses que siguieron a la guerra de 1973, visitaron Washington numerosos diplomáticos y líderes de Oriente Medio.
El secretario de Estado Henry Kissinger viajó en tres ocasiones distintas a Jerusalén, El Cairo y Damasco, sin otro asunto en la agenda que escuchar lo que tuvieran que decirle, y un único objetivo: dar forma a un acuerdo provisional. En 1991, el secretario de Estado James Baker hizo más de nueve viajes a Oriente Medio para abrir paso a la conferencia de paz de Madrid.
Con una actitud adecuada respecto al calendario de negociaciones, los estrategas políticos deben centrarse en los siguientes siete puntos, que conducirán a un resultado definitivo. En primer lugar, la diplomacia paso a paso, al estilo de Kissinger, es el método de eficacia probada que puede conducir el conflicto a un alto el fuego y más allá. Esto puede incluir misiones de ida y vuelta a cargo de diplomáticos que visitarían Washington o mediadores estadounidenses que se desplazarían a Oriente Medio; lo más ventajoso sería tener uno o dos enviados permanentes, como en el caso de la mediación de Kissinger en el acuerdo sirio-israelí de mayo de 1974, la entusiasta participación del presidente Carter en la cumbre de Camp David de 1978, o el limado de asperezas a cargo de una serie de enviados estadounidenses en Oriente Medio en las décadas de los 80 y los 90.
En segundo lugar, esas negociaciones pueden tener éxito ahora porque la situación es extrema: estamos en una fase de madurez.
Esa madurez permite a las partes centrar sus energías en alcanzar el resultado que ambas desean: tanto Israel como el Gobierno libanés quieren que Beirut controle todo su territorio, sin la presencia de milicias.
En tercer lugar, las negociaciones requieren unas directrices específicas y aceptadas por todos, que están definidas en la resolución 1559 (2004) del Consejo de Seguridad de la ONU y en el informe Roed-Larsen de las Naciones Unidas (2005). Básicamente, estos textos reclamaban la disolución y desarme de todos los grupos armados, la extensión del control gubernamental sobre todo el territorio libanés, el estricto respeto a la soberanía libanesa y la fijación de fronteras definitivas entre Líbano y Siria.
En cuarto lugar, es posible construir una resolución de alto el fuego de la ONU a partir de los siguientes elementos: una declaración sobre la soberanía e integridad territorial de todos los estados de la región; el establecimiento de zonas desmilitarizadas; el despliegue de una fuerza de paz multilateral o de las Naciones Unidas en colaboración con el ejército libanés; la retirada del ineficaz contigente de 2.000 cascos azules presente actualmente en el sur de Líbano; la resolución del problema de los rehenes; y la consulta constante con Israel, Líbano y otras partes implicadas (léase Siria). Desde el punto de vista de la mediación, el objetivo diplomático inmediato debe ser un acuerdo de cese de las hostilidades (no un tratado de paz) entre Líbano e Israel.
En quinto lugar, las negociaciones deben confirmar públicamente al pueblo libanés y a su Gobierno que la UE, el Cuarteto y los estados árabes apoyarán la reconstrucción de su país. Dada la importancia del componente chií en la sociedad y el Gobierno libaneses, se necesitarán aportaciones económicas destinadas a servicios sociales que puedan empezar a suplir el papel asistencial de Hezbollah y así recortar su apoyo popular, además de fondos para la reconstrucción de las infraestructuras libanesas. La mediación debe producirse aunque no se conozca el grado de deterioro sufrido por Hezbollah en el curso del conflicto.
En sexto lugar, es necesario implicar a Siria, no aislarla. Es sumamente importante que cualquier solución contemple los intereses nacionales sirios. A lo largo de la historia, Siria ha sabido aprovechar hábilmente los cambios en las relaciones de poder en la región para reposicionarse reforzando su régimen y sus intereses nacionales. Su historial demuestra que es capaz de saltarse las convenciones en lo que atañe a la política regional, así que no cabe descartar su participación en las negociaciones, aunque sea tácita. En lugar de regañar públicamente a Siria, lo que hay que hacer es tratar discretamente con el Gobierno de Asad. Limitarse a constatar que Siria no es importante equivale a esconder la cabeza debajo de la arena. También hay que evitar que Siria pueda vetar el resultado de una eventual negociación en la que no haya tomado parte. Lo que hay que hacer ahora es tomar la temperatura discretamente a Damasco, es decir, identificar y cuantificar los incentivos necesarios para que Siria dé su apoyo a un Líbano fortalecido. Los líderes sirios siempre han estado interesados en saber cómo las políticas y la diplomacia de hoy afectarán a su país en el futuro.
Durante la guerra de 1973, a pesar de que EE. UU. no tenía relaciones diplomáticas con Siria, Kissinger supo implicar a Damasco. Esta relación demostró su utilidad durante los meses de negociaciones que siguieron. Condoleeza Rice, Javier Solana, Terje Roed-Larsen o una combinación de todos ellos deben empezar a buscar, si no han empezado ya, la complicidad de los dirigentes sirios. El primer eslabón puede ser el ministro de Asuntos Exteriores sirio, Ualid Muallem.
Finalmente, ni el problema palestino ni la preocupación por un compromiso activo de Siria deben distraer de la necesidad de iniciar un esfuerzo diplomático. Ni el miedo al fracaso ni el calendario interior de EE. UU. justificarían la falta de implicación en la mediación. Por el momento es necesario ignorar a Irán y centrarse en fortalecer a Líbano y en cimentar un entendimiento formal entre Líbano e Israel. El éxito de la mediación en este conflicto requiere el apoyo activo de los estados árabes de la zona y la acción de un mediador audaz y persistente. La diplomacia del laissez-faire sólo le pondría las cosas más fáciles a Hezbollah en el futuro.
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Deficiencias de la política árab/Kenneth W. Stein
Traducción: José María Puig de la Bellacasa
LA VANGUARDIA, 12/06/06):
Los especialistas nos advierten que la situación por la que atraviesan los asuntos árabes es poco prometedora. Y más si cabe desde los atentados contra Estados Unidos en septiembre del 2001, han demostrado -abierta y convincentemente- los defectos y fallos de sus sistemas políticos. Los dirigentes políticos occidentales no prestaron atención o no comprendieron lo que ya habían advertido los especialistas y repetido en sus columnas los comentaristas.
Una unánime perspectiva de talante autocrítico razona que la mayoría de la población árabe de Oriente Medio no cree ni confía en el Estado y se halla permanentemente instalada en el temor de que los autócratas la sojuzguen; desconfía de los gobiernos históricamente ineptos, administrativamente ineficaces, enormemente entrometidos en la vida del ciudadano. Sin un sentido de la ciudadanía dotada de derechos y deberes claramente establecidos, el sentimiento de vinculación a una realidad estatal es, sencillamente, desconocido. Por el contrario, el individuo deposita tradicionalmente su confianza en los lazos de parentesco (secta, etnia, credo religioso, familia, clan o tribu) de los que resultan sus esperanzas y aspiraciones en materia de seguridad, trabajo y protección.
En el 2003, Hisham Sharabi, reputado historiador palestino de Oriente Medio, observó que “no es fácil superar los regímenes patriarcales o neopatriarcales que se han enseñoreado de la vida política árabe a lo largo de los últimos 50 años”. Por su parte, Bassam Tibi, prolífico historiador alemán de origen sirio, ha señalado que “los árabes en sentido étnico no comparten una identidad común dado su compromiso a nivel subétnico, de secta y lazos tribales. Las sociedades árabes siguen siendo sociedades tradicionales divididas por disputas étnicas y diversas identidades tribales”. Y según Fuad Ajami, conocido analista y especialista estadounidense en temas de Oriente Medio, “el Estado árabe sigue siendo una realidad distante y hostil (…), disociada de su ciudadanía. El Estado reina, pero no gobierna. Los árabes no deben lealtad al Estado, sino a sus familias y clanes”. Hace un año, el rey Abdallah de Jordania denunció que la wasta -favoritismo o nepotismo- “ha quebrantado los derechos de los ciudadanos, despilfarrando el dinero público y privando a los ciudadanos de sus legítimas oportunidades”.
¿Por qué confiar en el Gobierno cuando la familia o el lazo parental aportan protección y apoyo? ¿Qué sucedió cuando Saddam Hussein y Yasser Arafat dejaron de ocupar el poder? Sus sociedades respectivas se desmoronaron en medio de disputas y riñas familiares, sectarias o facciosas. En tanto que autócratas, han sido la argamasa que mantuvo aglutinadas sus sociedades respectivas, repartieron favores e infundieron temor. Además del miedo, las herramientas en manos de prósperos autócratas han incluido el amiguismo, el nepotismo y la concesión de monopolios a parientes y conocidos. En determinadas fases de la historia, la defensa de una causa común ha contribuido a cuajar sociedades durante concretos periodos de tiempo. Entre estos ingredientes cabe contar aquí el antiimperialismo, el panarabismo y el naserismo. Pero se han disipado como humo en el aire. Incluso la prosecución palestina de su autodeterminación ha perdido su antiguo fervor.
Y - de nuevo a juicio de Sharabi- el islam como sistema de creencias no ha sido capaz de quebrar las afinidades tribales y locales. Por el contrario, han ido de la mano durante más de 1.400 años… La lealtad y obediencia a un código de conducta civil, de hecho, no ha prendido. Uraib Rintawi decía en el periódico jordano Al Dustur el pasado mes de abril: “Los gobiernos y regímenes árabes no han logrado consolidar la idea de la ciudadanía y el respeto por los principios del pluralismo y los derechos humanos”.
Por su parte, Ali Ibrahim señaló en el periódico árabe londinense Al Sharq Al Awsat: “Es una cuestión que va más allá de las meras fidelidades y lealtades: tiene que ver con la erosión del papel del Estado en beneficio de los líderes de sectas, grupos y milicias dependientes de instituciones o líderes religiosos, incluso en ocasiones de líderes de clanes y tribus. Todos los datos parecen indicar que la idea y noción de Estado, lejos de prosperar, ha fracasado y la región como tal corre el peligro de regresar a las épocas de las tribus, los clanes y los grupos y movimientos sectarios”.
Al ser preguntado en marzo del 2005 sobre lo que opinaba de la situación por la que atraviesan los asuntos árabes, el veterano comentarista político egipcio Mohamed Heikal declaró a la cadena de televisión Al Jezira: “Asistimos a un vacío, a una ausencia de proyectos e iniciativas, de ideas y perspectivas dinámicas. El resultado de todo ello es que otros actúan según mejor les parece… Apenas podemos hacer otra cosa salvo tener un papel de apoyo según las circunstancias del momento o simplemente quedarnos a contemplar la evolución de los acontecimientos…”. En septiembre del 2005, Ra´uf Shakur se preguntaba en el periódico libanés Al Anwar: “¿Seguirán adoptando los países árabes una postura pasiva, contemplando el panorama? En tanto un importante Estado árabe como Iraq podría verse borrado del mapa, ¿es que no van a adoptar iniciativa alguna para intentar apagar el fuego antes de que se propague a sus propias tierras?”.
En la cumbre árabe de Jartum en marzo del 2006, a la que asistieron menos de la mitad de los jefes de Estado árabes, no se adoptó iniciativa alguna relativa al auténtico torrente de cuestiones pendientes tanto de la política interior como exterior. En abril de este año, un comentario del semanario egipcio Al Ahram observó que “la auténtica tragedia del mundo árabe no radica tanto en su actual debilidad cuanto en su incapacidad para crear mecanismos susceptibles de detener su permanente y veloz degradación. Ello entraña que podemos prácticamente dar por sentado que las cosas irán de mal en peor en los puntos calientes de la región, sobre todo en Palestina, Iraq, Sudán, Líbano y Siria. E implica, asimismo, que en un futuro no muy lejano será difícil incluso convocar una cumbre árabe ordinaria”. A los gobiernos árabes les preocupa, principalmente, mantenerse en el poder. Y no hacen nada para detener o poner fin a los asesinatos, matanzas y secuestros en países distintos de los suyos.
El veterano columnista Rami Kuri, adalid del cambio estructural del mundo árabe desde hace años, escribió en el libanés Daily Star en marzo y abril de este año que “no es de extrañar que una mayoría de jóvenes en el mundo árabe (…) que han de vivir en un mundo tal (…) quieran emigrar a países extranjeros y busquen refugio en la religión en lugar de comprometerse plenamente en la defensa de la ciudadanía, se unan a grupos políticos extremistas o células terroristas, vayan por la senda de la corrupción y el nepotismo, experimenten con drogas y abracen estilos de vida propios de la cultura ajena a ellos de la diversión y el ocio o engrosen las filas de milicias y grupos armados. ¿Cómo controlamos a las fuerzas armadas y de seguridad dimanantes del poder estatal? ¿Cómo ponemos coto a las riendas de familias y clanes sobre países enteros? El poder efectivo, sin embargo, se mantiene férreamente en manos de elites gobernantes insensibles al impacto de tales tendencias liberalizadoras. Hemos variado las formas políticas, pero no la esencia de la forma de ejercer el poder”.
Ningún tipo de iniciativa progresista impuesta desde fuera, ninguna ayuda económica procedente del exterior cambiarán las rígidas estructuras políticas que hemos comentado. No se vislumbra forma alguna de que arquitectos o ingenieros políticos estudiosos y seguidores de Voltaire o Jefferson puedan reparar las estructuras del autocrático Oriente Medio. Mientras Oriente Medio posea líderes que son instituciones o instancias tradicionales con escaso liderazgo y dimensión -valga la redundancia- institucional, mientras gobiernen varios núcleos o centros de poder simultáneamente pero no una auténtica separación de poderes, la región no se transformará políticamente ni podrá competir económicamente en el marco de un mundo global.
Existe, sin embargo, una solución: la aparición de un Ataturk árabe dotado de visión estratégica y habilidad táctica lo suficientemente valiente como para liquidar el tejido de la política basada en lazos de familia, clan y tribu. Sólo en tal caso tendrán oportunidad de cuajar democracias al estilo árabe.
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Adelante, Olmert/Kenneth W. Stein
LA VANGUARDIA, 27/02/06):
Cómo es posible, sumido su líder fundador Ariel Sharon en coma en un hospital de Jerusalén, que se dé prácticamente por cierto que un partido político inexistente hace cien días vaya a ganar un tercio de los escaños parlamentarios en las elecciones israelíes del próximo 28 de marzo? Desde principios de diciembre del 2005, las proyecciones de los sondeos de opinión indican que el partido Kadima, fundado por Sharon, conseguirá entre 37 y 43 escaños en la Knesset israelí, que cuenta con 120 diputados. A lo largo de la historia de Israel ningún partido político ha obtenido más de una docena de escaños al concurrir por primera vez a las urnas tras su creación. El líder del citado partido -el protegido de Sharon, Ehud Olmert, actual primer ministro- será muy probablemente el duodécimo primer ministro de Israel y formará el próximo gobierno israelí.
La popularidad de Kadima (en hebreo, adelante o progreso) y de otras formaciones políticas de centro da cuenta efectivamente de un acuerdo nacional de los israelíes tendente a recuperar y gobernar su propio destino. Según los sondeos, dos tercios del electorado israelí ya no están dispuestos a soportar por más tiempo la falta de resolución y las vacilaciones de los demás para proteger la suerte de la mayoría de la población judía israelí.
La popularidad de Kadima se fundamenta ampliamente en una noción más comprensiva que viene a ser encarnada por el sionismo y se expresa en el pasaje del himno nacional israelí lehiyot am hofshi beartzaynu (ser un pueblo libre en nuestra tierra) en el que libre significa liberado de las cadenas del pasado para, en lugar de aguardar indefinidamente en un escenario político estancado, adoptar decisiones convenientes para el interés nacional. Da cuenta, asimismo, de una actitud aprobatoria de la retirada unilateral de la franja de Gaza por parte de Sharon y es coherente con fases anteriores de la historia sionista en las que los judíos emplearon el poder y la fuerza para autoprotegerse: la inmigración ilegal a Palestina huyendo de la persecución nazi en los años cuarenta, los ataques preventivos contra Egipto y Siria tras sus reiteradas amenazas de destruir Israel en mayo y junio de 1947, y la destrucción del reactor nuclear iraquí en junio de 1981. Y es coherente, asimismo, con la predisposición israelí a retirarse nuevamente de manera unilateral de sectores de Cisjordania, trazar sus propias fronteras futuras y, si es menester, empeñarse a fondo en un futuro proceso diplomático susceptible de garantizar la seguridad del Estado.
El éxito de Hamas en las elecciones palestinas favorece a los partidarios y seguidores de Kadima. Dado que Hamas reafirma nítida e inequívocamente su objetivo de destruir Israel, la decisión de Olmert de suspender los fondos destinados a la ANP ilustra claramente la opción de adoptar unilateralmente decisiones en aras del interés nacional. Las fluctuaciones y la deriva de la política palestina favorecen y aceleran el respaldo a Kadima. Israel comprueba efectivamente que Hamas se ve cortejado por solícitos pretendientes tales como Irán, Arabia Saudí, Turquía y otras voces procedentes de la UE, con maneras que recuerdan a los años de veneración por Arafat.
Israel no esperará a comprobar si el apaciguamiento económico ante Hamas por parte de estos países modifica el punto de vista de un Hamas resuelto a destruir Israel. No aguardará a que el crecimiento demográfico palestino desborde a la mayoría judía en Israel. Está decidido, por el contrario, a actuar frente a las amenazas del presidente iraní Ahmadineyad de borrar a Israel del mapa, a afrontar los peligros demográficos y los nacidos de la demagogia.
Los puntos de vista de Kadima han atraído ciertamente la inteligencia y colaboración de valiosas figuras de la política israelí desde diversos ángulos del espectro político, quienes han dirigido sus miradas más allá del carisma de Sharon y su trayectoria plagada de polémicas, escándalos de corrupción, métodos políticos arrolladores y un pasado militar salpicado de momentos tan incómodos y delicados como espectaculares. Los candidatos de Kadima al Parlamento y al Gobierno son tecnócratas de gran formación, procedentes de la izquierda y la derecha política, así como de ámbitos exteriores a la política que quieren aportar aires de un cambio positivo a la sociedad israelí. Y a la cabeza se halla Ehud Olmert, ex viceprimer ministro y mano derecha de Sharon durante los últimos cuatro años.
Olmert, que tiene tres hermanos y es gran aficionado al fútbol, posee formación jurídica. Entró en el Parlamento israelí, junto con Sharon, en el escenario resultante de la guerra de octubre de 1973 y, al igual que Sharon, ha evolucionado desde puntos de vista de la extrema derecha a un centro pragmático. El veterano Olmert se ha curtido en la formación de alianzas y coaliciones políticas a escala nacional y local, lo que, traducido en términos de política israelí, significa estar prácticamente blindado ante sus numerosos avatares. Muy inteligente, Olmert es dueño de un verbo afilado y es político que sabe vender perfectamente sus políticas. Se beneficia, por otra parte, del hecho de que los políticos destacados que en el seno del espectro político israelí estarían murmurando de él, a estas alturas han abandonado la política o han sido apeados en las primarias de sus propios partidos.
La experiencia de gobierno de Olmert incluye asimismo la gestión de cuestiones relativas a los medios de comunicación, la defensa, la educación, el medio ambiente, la política exterior, las minorías, el sistema judicial, el comercio y la industria, la sanidad y más recientemente el cargo de ministro de Economía. A finales de los setenta fue ministro en los gobiernos de Begin, Shamir y Sharon. Al igual que los otros dos aspirantes a primer ministro (Amir Peretz, del Partido Laborista, y Bibi Netanyahu, del partido Likud), Olmert carece de experiencia militar, pero de los once anteriores primeros ministros sólo tres (Sharon, Barak y Rabin) han accedido al cargo siendo poseedores de trayectoria e historial militar.
Es de destacar, asimismo, que los candidatos de los tres partidos principales representan una forma distinta de abordar la cuestión palestina: Netanyahu, poniendo el acento en una fuerza mayor; Peretz, a través de la negociación y un compromiso de importante calado, y Olmert, mediante el unilateralismo.
Por lo que se refiere a sus rivales para el cargo de primer ministro, Peretz nunca ha sido ministro. A Netanyahu (1996-1999) se le recuerda como deficiente gobernante que propició la radicalización de la sociedad israelí.
A lo largo de casi un decenio, Olmert fue alcalde de Jerusalén y tuvo ocasión de encarar todas las cuestiones delicadas propias de las sensibilidades religiosas y árabes. Desde el año 2001, Ehud Olmert se convirtió en uno de los más estrechos colaboradores de Sharon en cuestiones de política exterior y desempeñó un papel esencial a la hora de vender la retirada de Gaza a la Administración norteamericana, sobre todo a los sectores estadounidenses cristianos y judíos partidarios de Israel.
A un mes de las elecciones, sólo una serie de torpes errores o giros inesperados impedirán que Olmert se convierta en primer ministro de Israel.
La acritud y las injurias caracterizan habitualmente las campañas electorales en Israel y cabe incluso esperar que se incrementen. Se examinarán con lupa las decisiones de Olmert - o la falta de ellas- en cargos anteriores, así como sus rasgos personales. Un ataque terrorista -con una consiguiente reacción equivocada- perjudicaría el respaldo a Kadima.
Hasta ahora, Olmert ha avanzado sin sobresaltos hacia el sillón de Sharon sin, por otra parte, precipitarse a ocuparlo. Olmert no es Sharon. Es persona - como ha observado recientemente un comentarista israelí- "dotada de aplomo y confianza en sí misma, pero no arrogante; circunspecta, sin ser ampulosa". Lo cierto es que muchos israelíes comparten este mismo punto de vista.
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Hamas, entre retórica y realidad/Kenneth W. Stein.
Traducción: Robert Falcó Miramontes
LA VANGUARDIA, 06/02/2006;
En la historia moderna de Oriente Próximo, la victoria de Hamas en las elecciones legislativas palestinas celebradas en enero tiene un gran potencial para conmocionar el sistema político de la región. Los dirigentes políticos sabían que Hamas era una fuerza con posibilidades de éxito en la política palestina. Sin embargo, la derrota avasalladora que ha infligido al partido político que ocupaba el poder, en unas elecciones justas, posee unas implicaciones inesperadas tan importantes como el derrocamiento de la monarquía egipcia por parte de Nasser en 1952, el derrocamiento del sha y la subida al poder de Jomeiny a finales de la década de 1970 o la caída de Saddam Hussein en el 2003. Este hecho ha supuesto un terremoto electoral; un golpe de Estado democrático. No ha finalizado con una guerra civil o la destitución violenta de un gobernante autocrático. Como ha tenido lugar de abajo arriba, sus implicaciones han avivado los temores entre los autócratas de toda la región sobre el cambio que se va a producir mediante la política electoral. Con unas raíces ideológicas que se remontan a los Hermanos Musulmanes de Egipto de finales de 1920, Hamas fue engendrado por una serie de factores: el fervor ideológico de la revolución islámica de Irán, que derrocó a un régimen secular en oposición al tratado de paz de 1979 de Egipto con Israel, y la necesidad apremiante de la población palestina de unos servicios sociales básicos. Creado en 1987, Hamas rechazó el laicismo occidental, hizo hincapié en la destrucción de Israel y se planteó como objetivo el retorno gradual a los valores islámicos. Hamas se opuso con firmeza a los acuerdos de 1993 de Oslo, en los que la Organización por la Liberación de Palestina (OLP) e Israel alcanzaron un acuerdo sobre un reconocimiento mutuo. Hamas ve a Israel como un Estado ilegítimo; ve a los judíos como ocupantes de territorio musulmán. El enfrentamiento armado es un arma legítima para liberar esa tierra. El objetivo de Hamas es la creación de un Estado palestino no secular en toda Palestina, no sólo en los territorios que Israel conquistó en la guerra de junio de 1967. Para Hamas, el término territorio ocupado no hace referencia únicamente a Cisjordania, la franja de Gaza y Jerusalén, sino a todo Israel. Por lo tanto, cualquier dirigente político -ya sea occidental, árabe o musulmán- que negocie, mantenga conversaciones o alcance algún acuerdo con Israel es el enemigo. Para Hamas, la solución de los dos estados es un punto a medio camino hacia el control de todo el territorio que queda al oeste del río Jordán. Desde sus inicios, los activistas de Hamas han participado en decenas de atentados contra civiles israelíes, con lo que se han convertido en una importante Némesis para los israelíes y sus gobernantes.
Durante la intifada que estalló en septiembre del 2000, Hamas financió y organizó acciones que causaron la muerte de más de 350 hombres, mujeres y niños israelíes, y provocaron muchos más heridos. Del 2000 al 2004, Israel respondió con la construcción de una valla alrededor de Gaza, Cisjordania y con represalias contra los responsables de los atentados suicidas. En 1997, uno de los cofundadores de Hamas, Abdel Azziz Al Rantisi, dijo a un periodista de un diario de Beirut que el islam no permite el apoyo al proceso negociador de Oslo (y eso incluiría la hoja de ruta) porque “se reduce a ceder Palestina” a los judíos. Una tregua con la OLP o Israel no es más que una táctica; tan sólo es un descanso temporal para que Hamas recupere el aliento, reagrupe fuerzas y se prepare para reanudar sus atentados contra Israel. El dirigente de Hamas Mahmud Zahar declaró en marzo del 2005 que “Hamas está listo para aceptar una larga tregua, mantener abierto el conflicto… si nuestra generación no puede actuar, no debe hacer concesiones…; podemos crear un Estado en cualquier centímetro de territorio sin ceder ni un centímetro de más”. Después de que Israel asesinara a sus máximos dirigentes, Hamas se reorganizó bajo un órgano de gobierno colectivo y disciplinado. Tras la muerte de Arafat en el 2004, Hamas vio una buena posibilidad para controlar el movimiento nacional palestino. En el 2005, se presentó y ganó varias elecciones municipales en Gaza y Cisjordania, y empezó a compartir el poder local con el partido de Arafat y su sucesor, Mahmud Abbas, que gobernaba en ese momento. Se dice que en los lugares en los que Hamas se hizo con el control de la política local, logró racionalizar los presupuestos y poner fin al amiguismo. Cuando fue necesario, incluso, los políticos llevaron a cabo contactos con funcionarios israelíes en lo referente a necesidades primarias como la electricidad y otros servicios, que dependen del suministro israelí. En las elecciones de enero del 2006 al consejo legislativo palestino, Hamas obtuvo 76 de los 132 escaños, por lo que se convirtió en la fuerza política dominante entre los palestinos. Al Fatah obtuvo 43 escaños. Hamas no participó en las elecciones legislativas que se celebraron hace diez años porque era un movimiento mucho más débil, era imposible vencer a Arafat y porque las elecciones se basaban en los despreciados acuerdos de Oslo. De acuerdo con la legislación palestina, Hamas ha obtenido el derecho a nombrar a su primer ministro y gabinete y a dirigir los asuntos diarios de la ANP. La presidencia, sin embargo, permanecerá en manos de Mahmud Abbas, máximo dirigente de Al Fatah. Siete de cada diez votantes palestinos de Cisjordania, la franja de Gaza y el este de Jerusalén acudieron a votar, un porcentaje muy alto en comparación con otros comicios democráticos. La victoria aplastante de Hamas se ha atribuido al desencanto provocado por el amiguismo, la corrupción y la mala administración del partido gobernante Fatah. Asimismo, el triunfo electoral de Hamas también se ha visto estimulado por la fragmentación de Al Fatah, dividido entre la vieja guardia que había rodeado a Arafat y Abbas, y los fieles más jóvenes del partido. Esta vez Hamas ha adoptado una política electoral disciplinada porque tenía la oportunidad de controlar la política y la administración de la franja de Gaza evacuada por Israel en el 2005. Ahora que ya no está Arafat, que Gaza se presentaba como un premio para el Gobierno, y teniendo en cuenta toda la ayuda económica internacional que estaba esperando a ser depositada en las manos de la ANP, Hamas tenía todos los incentivos posibles para participar en las elecciones. Con su triunfo inesperado, Hamas se enfrenta a la tarea de reconciliar retórica con realidad. Su retórica aún pide la eliminación de Israel. Pero si desea ser realista, su objetivo debe ser gobernar y, como mínimo, controlar la educación, el bienestar social, la asistencia sanitaria y los asuntos religiosos. Para recibir los fondos del exterior que la mayoría de los palestinos necesitan desesperadamente, Hamas tendrá que hallar una fórmula que no le haga renunciar a sus objetivos políticos, pero que se caracterice por un tono y unas acciones lo bastante moderadas para abrir el caudal del dinero. Si Hamas presenta un gobierno viable que refleje las diversas tendencias de la política palestina y obtiene resultados positivos en la reducción del paro y el aumento del nivel de vida, entonces habrá respondido a las demandas clave de los votantes. Si Hamas impone reglas religiosas restrictivas al pueblo palestino, tendrá que hacer frente a una inevitable fuga de cerebros y a la emigración de palestinos musulmanes y cristianos. Los dirigentes de Estados Unidos y la Unión Europea han declarado que cortarán todas las ayudas al Gobierno de Hamas a menos que renuncie al terrorismo. Tampoco es probable que la diplomacia internacional catalice un proceso de negociación renovado con Israel. Sólo Hamas es capaz de alcanzar acuerdos ideológicos clave con Israel sobre la anulación de la reivindicación del derecho de retorno o sobre la partición de Jerusalén. Tal vez los dirigentes de Hamas hagan alguna declaración pública sobre su predisposición a convivir con los judíos, pero es probable que sean menos explícitos en lo que se refiere al reconocimiento de un Estado judío separado, independiente y soberano. Hamas quiere evitar a toda costa una guerra civil palestina. Aun así, la tensión entre los miles de activistas de Al Fatah que permanecen en la gran plantilla del cuerpo de seguridad de la Autoridad Nacional Palestina, y que ahora parecen destinados a perder sus trabajos y sueldos, son unos candidatos insurgentes ideales para sublevarse contra las reformas promovidas por Hamas. Cuando Israel haya celebrado sus elecciones en marzo del 2006, es probable que continúe con su política unilateralista, en busca de acciones que protejan a Israel y los israelíes sin el consentimiento de los palestinos. En un contexto histórico más amplio, Hamas se ha involucrado en la construcción de un Estado al oeste del río Jordán, a lo largo de Israel, el mismo Estado al que intenta eliminar. Pero tal como indicó Zahar, compartir una frontera en una solución de dos estados no implica ceder un centímetro de lo que podría conseguir la próxima generación. Para consternación de los gobernantes árabes vecinos, el proceso electoral que se ha desarrollado con toda limpieza ha echado del poder a los autócratas fosilizados y a los partidos políticos que siguen haciendo caso omiso de las necesidades primarias de su población. Lo que está claro es que la autodeterminación palestina causará un impacto en la región durante décadas, lo que no se sabe es hasta dónde alcanzará ese impacto.

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