25 ene 2011

Muere Jaime Salinas, editor en el lugar sin límites

Muere Jaime Salinas, editor en el lugar sin límites

Era hijo del poeta Pedro Salinas.- Vivía retirado en un pequeño pueblo de Islandia

JUAN CRUZ - Madrid - El País, 25/01/2011
Jaime Salinas contaba que, en sus años gloriosos de Alfaguara, cuando había publicado lo más importante de la producción literaria iberoamericana, uno de aquellos autores a los que él agasajó y aupó como sólo saben hacerlo los buenos editores apareció ante su vista, en un restaurante o en un aeropuerto. Él creía que el escritor ahora famoso abría los brazos para hacerle el cálido agasajo que sin duda merecía, por sus desvelos.
    Pues no. El escritor abría los brazos para saludar a una persona que estaba detrás de Jaime Salinas. Estaba acostumbrado el maestro de editores, que trabajó con Carlos Barral y con Javier Pradera, que le puso ilusión a la tarea de reconstruir Alfaguara, la Alfaguara de Camilo José Cela y de Jorge Cela Trulock. Él sabía que el editor, el personaje que aúpa y agasaja, edita y se arriesga editando, ha de quedarse a un lado en cuanto el libro alienta su aventura y el éxito distrae las gratitudes del autor.
    Él se sabía le lección, de modo que aquel día, cuando el autor esquivó su abrazo, siguió su ánimo como si tal cosa. Es decir, el ánimo inseguro de un poeta que, en lugar de escribir versos o novelas, se dedicó en la vida a hacer más feliz la vida de los otros, que es en realidad otro de los objetivos del trabajo de un editor como debe ser.
    Su vida, de la que su sobrino Carlos Marichal, hijo de Juan Marichal, recién fallecido también en México, ha hecho una excelente síntesis que se puede leer en la edición digital de EL PAÍS, es el reflejo de un país cuya historia ha generado muchísimas perversiones, concentradas algunas de ellas en la guerra civil y en torno a la guerra civil. La guerra civil convirtió a Salinas (y a su familia, a don Pedro, el gran poeta, a su hermana Solita, esposa de Marichal, fallecida ya también) en un transterrado, como le gustaba decir a José Gaos (y fue Marichal quien divulgó ese término). Jaime se hizo un norteamericano a garrotazos, sirvió en la guerra mundial, y finalmente sintió otra vez el latido de este país, al que lo convocó Seix Barral; después hizo el viaje de vuelta a Madrid, de la mano de José Ortega Spottorno, el fundador de EL PAÍS, y de Javier Pradera, para hacer de Alianza Editorial un éxito que es imposible despegar de la historia editorial española.
    Donde Jaime Salinas desarrolló su enorme potencia (la potencia de un hombre aparentemente frágil) profesional fue en Alfaguara; acabó convirtiéndola no sólo en la editorial que fue sino también en un medio de comunicación, en un lugar sin límites, donde la fiesta interminable de la edición tuvo su asiento. Jaime organizó comités de lecturas en los que las esgrimas verbales de Juan García Hortelano y Juan Benet, junto a más jóvenes, como Javier Marías y Vicente Molina-Foix, o ante personajes de la cultura crítica, como Rafael Conte, dieron paso a un catálogo implacable y poderoso que ahora es el asombro de quienes miran los viejos catálogos de la historia editorial española. Ishiguro decía, hablando de lo que hizo T. S. Eliot (y de lo que hicieron sus sucesores) en Faber and Faber, que el catálogo es la conciencia de una editorial. En el caso de la Alfaguara de Salinas, el catálogo fue su conciencia, que pesó poderosamente (y benéficamente) en aquellos que le sucedieron: José María Guelbenzu, Luis Suñén, Manuel Rodríguez Rivero, Guillermo Shavelzon, así hasta Amaya Elezcano y Pilar Reyes, que es quien ahora sigue en el timón de aquel barco que tanto se movía con Jaime al frente.
    Jesús de la Serna, el gran periodista, suele decir que el capitán del barco es como el director de un periódico: come solo en su camarote. Pasa con el editor; Jaime Salinas, que tuvo muchísima gente alrededor siempre, y que ha muerto junto a su gran amigo Gudbergur Bergsson, gran escritor islandés, novelista, traductor del Quijote, era un hombre de extremas fidelidades, acendradas no sólo en el mundo de la cultura literaria, sino más allá; silencioso cuando tocaba, atentísimo siempre, desarrolló la facultad del encantamiento (de la que tanto vive el mundo editorial) no sólo para contentar autores díscolos o mimosos; puso esa facultad a disposición de la amistad. Recuerdo muy nítidamente su reencuentro, después de muchos años, con Günter Grass, su querido autor de los tiempos de Alfaguara. Jaime pidió whisky, como siempre, y Grass pidió coñac. Y se pusieron a hablar, como si no hubiera pasado el tiempo. En esta ocasión el autor le abrazó, consciente de que aquellas fiestas que Salinas hizo para agasajarle y para contar que era uno de los grandes escritores del mundo, cuando aún no se sabía del todo, le convirtieron aquí, en lengua española, en la figuira que siguió siendo.
    Salinas no buscaba gratitud. Era un editor, habitante exigente (consigo mismo, con los otros) de ese lugar sin límites que es la sensibilidad de quien regala su energía para que los demás sean felices.
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    La marcha de un editor clásico

    CARLOS MARICHAL 25/01/2011
    Llevaba meses retirado en un pequeño pueblo de pescadores de Islandia. Lo acompañaba su amigo, el gran escritor islandés, Gudbergur Bergsson. Desde hace decenios Jaime Salinas se había aficionado a pasar los veranos en su isla adoptiva del norte, regresando a fines de septiembre a Madrid para pasar el resto del año en su piso en la calle de Don Pedro, desde cuyas terrazas tenía vistas esplendidas de los techos de teja rojo del barrio de La Latina.
    Hijo del poeta Pedro Salinas (1891-1951), uno de los miembros de la generación del 27, y de Margarita Bonmatí, vivió su infancia en Sevilla y Madrid. Cuando el poeta se vio obligado a exiliarse a fines de 1936, y a emigrar a los Estados Unidos, Jaime Salinas viajó con sus padres y su hermana, Solita Salinas, a Boston, donde pasó su juventud. En 1944 se alistó como voluntario civil en el cuerpo de ambulancias del American Field Service que acompaño a los ejércitos de los aliados en Europa durante los últimos dos años de la Segunda Guerra Mundial. Luego, Jaime Salinas regresó a Estados Unidos donde se licenció y dedicó tres años a la docencia en una escuela preparatoria, antes de partir para París y luego Barcelona, donde habría de iniciar su larga carrera como editor.
    Jaime Salinas fue uno de los editores más innovadores de la España moderna. Comenzó sus labores en la editorial catalana de Seix y Barral en 1954, encargándose de sus secciones literarias bajo la dirección de Carlos Barral. Una de las facetas que lo hicieron destacar como editor fue la formación cosmopolita de Salinas, su excelente manejo de idiomas, especialmente el francés y el inglés, y su enorme curiosidad por las nuevas tendencias literarias mundiales. Ello se vinculó con el hecho de ser promotor del famoso Premio Formentor, iniciativa fundamental en el lanzamiento de una nueva literatura tanto en España como en varios países europeos, desde 1961. En Barcelona, Salinas entabló vínculos con e impulsó a una gran cantidad de noveles autores españoles e hispanoamericanos, ejerciendo de amigo y editor de figuras como Julio Cortazar, Mario Vargas Llosa y gran número de los miembros del recién inaugurado "boom latinoamericano". Al mismo tiempo, dedicó un especial esfuerzo para que se conocieran en España las novedades literarias de la Europa contemporánea.
    Posteriormente, en 1964, pasó a Madrid donde convenció a José Ortega de la conveniencia de transformar a la entonces pequeña distribuidora de libros y revistas, Alianza, en lo que sería pronto una formidable casa editorial: ello dio pie a una nueva aventura en el mundo de las letras que tuvo un enorme impacto durante la última etapa del franquismo. Alianza Editorial ofreció centenares de novedades contemporáneas y clásicos de literatura y de ciencias sociales a miles de ávidos lectores y estudiantes universitarios en toda España. En esta tarea Jaime Salinas tuvo como sus más estrechos colaboradores al editor Javier Pradera, quien se encargaba de las secciones de ciencias sociales, mientras que Daniel Gil, trabajaba en el diseño las portadas legendarias de la famosa colección de libros de bolsillo que abrió una ventana cultural en una sociedad que aspiraba a la modernidad pero que aún vivía bajo los estrechos y absurdos límites de la censura de una dictadura.
    Hacia mediados del decenio de 1970 comenzó otra etapa de la vida editorial de Jaime Salinas , asumiendo la dirección de la Editorial Alfaguara, donde lanzó nuevas iniciativas, entre ellas las colecciones de libros para niños y adolescentes, que permitieron que los más jóvenes españoles conocieron los mejores textos literarios mundiales escritos específicamente para ese público. Al mismo tiempo puso en marcha la colección de Clásicos de Alfaguara, que dirigió Claudio Guillén, y que permitió contar con las mejores traducciones de una serie de obras fundamentales de la literatura mundial.
    Bajo el primer gobierno de Felipe González, Jaime Salinas aceptó el encargo de ocuparse de la Dirección de Libros y Bibliotecas de España bajo la batuta del flamante ministro de Cultura, Javier Solana. Salinas cumplió esta tarea en el mundo de la política cultural española con entusiasmo y tesón, pero después de varios años regresó a su gran amor, la edición. Ocupó entonces la dirección de la Editorial Aguilar hasta su jubilación en 1990.
    Jaime Salinas se aficionó a pasar temporadas en Islandia desde los años sesenta, dedicando los veranos de 1994 a 2001 allí a escribir un volumen de memorias sobre infancia y juventud, titulado Travesías, que publicó Tusquets en 2002 y que fue merecedora del Premio Comillas en 2003. Con su muerte, desaparece uno de los últimos editores clásicos de España.

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