Entre castidad y sexualidad
J. ERNESTO AYALA-DIP
Babelia, 24/01/2009
Babelia, 24/01/2009
Narrativa. De Daniel Sada (1953), el escritor mexicano que se alzó con el Premio Herralde de Novela de este año, el lector pudo conocer Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (Tusquets, 2001). Una novela diríamos casi rabelesiana, por la amplitud de sus registros narrativos y lingüísticos, por su
frondosidad argumental (hay quien contabilizó 25 tramas entrecruzadas y 90 personajes) y por su apego a la verbosidad festiva. Ahora, Sada nos entrega Casi nunca, una novela en la estela formal de la anterior. Sólo que su peso argumental se reduce drásticamente y los personajes que le dan vida son fácilmente identificables. El trasfondo histórico de ambas novelas remite a un mismo segmento cronológico, los años cuarenta. Pero ese encuadre temporal apunta en el libro que ahora se comenta a desvelar el viejo litigio entre castidad y sexualidad, a narrar sus flagrantes y, por qué no, cómicas contradicciones. Pero antes de avanzar en este terreno, insistamos en la reflexión estilística. Daniel Sada no usa el idioma como si se tratara de un ejercicio de prestidigitación. La lengua plebeya compite con la culta. El giro coloquial, la lengua fronteriza, la dicción mestiza descubren pliegues psicológicos con mayor precisión que lo que se obtendría con cualquier otro recurso introspectivo en la novela. Y descubre sobre todo la contradicción crucial que se va desplegando durante toda la narración: los rodeos o atajos ideológicos de que se nutren la moral de nuestra civilización (la judeocristiana) para posponer (que no suprimir) el goce del cuerpo. La novela de Sada bascula entre estos dos polos: el cuerpo que se vende (probablemente con remordimientos judeocristianos) frente al cuerpo que se oculta (para, a la postre, venderse luego mejor, sin ningún remordimiento). Así, Sada une nudo moral con escritura, para entendernos, inmoral.
Casi nunca está dividida en cinco partes. La voz que narra es omnisciente. Digamos algo al respecto. Es una voz (a la vez que sujeto y objeto de la novela) que parece acompañarnos, lectores del siglo veintiuno. Está muy cerca de cada personaje, respira con ellos pero también parecería respirar con nosotros. Tiene cierto sentido del decoro. No cede, por ejemplo, a ciertas indiscreciones, como si no tuviera acceso a los pensamientos de los personajes. Si alguien atraviesa una puerta, esa voz es impotente para violar su intimidad. Dicha voz también nos ahorra detalles de la trama, si considera que resultarían innecesarios para el lector. Este criterio irónico de la voz en tercera persona forma parte del festín novelesco que nos regala Sada. El héroe de la novela se llama Demetrio Sordo (su nombre, por cierto, nada tiene que ver con el motivo literario que arrastra desde el siglo XVI). Es agrónomo y su existencia se debate entre la prostituta Mireya de Oaxaca y la casta y paciente Renata de Sacramento. Demetrio debe elegir entre la carnal realidad de la primera y la promesa virginal de la segunda. Alrededor de Demetrio adquieren significación narrativa el dibujo de varios secundarios de lujo: la madre y la tía del protagonista, y la madre de Renata. Esta novela no tiene la sustancia desmitificadora de la historia de México que tenía la más arriba mencionada, pero el narrador no evita, cuando puede, darnos indicaciones histórico-sociales concretas del país de 1945.
Sin su propuesta lingüística, esta novela hubiera sido otra. No más o menos diferente. Otra. Y eso porque dicha propuesta arrastra un propósito mucho más sustancial. Tiene que ver con lo cómico y lo serio en la literatura y en la Historia. Y por supuesto, en la sexualidad. Es lo que nos dice Milan Kundera en El arte de la novela: "Los auténticos genios de la comicidad no son los que más hacen reír, sino los que descubren una zona desconocida de lo cómico". Casi nada se desenvuelve en este privilegiado territorio. Y además, puede que termine significando lo que Gógol señalaba para una historia graciosa. "Si se observa atentamente y durante mucho tiempo una historia graciosa, se vuelve cada vez más triste". -
frondosidad argumental (hay quien contabilizó 25 tramas entrecruzadas y 90 personajes) y por su apego a la verbosidad festiva. Ahora, Sada nos entrega Casi nunca, una novela en la estela formal de la anterior. Sólo que su peso argumental se reduce drásticamente y los personajes que le dan vida son fácilmente identificables. El trasfondo histórico de ambas novelas remite a un mismo segmento cronológico, los años cuarenta. Pero ese encuadre temporal apunta en el libro que ahora se comenta a desvelar el viejo litigio entre castidad y sexualidad, a narrar sus flagrantes y, por qué no, cómicas contradicciones. Pero antes de avanzar en este terreno, insistamos en la reflexión estilística. Daniel Sada no usa el idioma como si se tratara de un ejercicio de prestidigitación. La lengua plebeya compite con la culta. El giro coloquial, la lengua fronteriza, la dicción mestiza descubren pliegues psicológicos con mayor precisión que lo que se obtendría con cualquier otro recurso introspectivo en la novela. Y descubre sobre todo la contradicción crucial que se va desplegando durante toda la narración: los rodeos o atajos ideológicos de que se nutren la moral de nuestra civilización (la judeocristiana) para posponer (que no suprimir) el goce del cuerpo. La novela de Sada bascula entre estos dos polos: el cuerpo que se vende (probablemente con remordimientos judeocristianos) frente al cuerpo que se oculta (para, a la postre, venderse luego mejor, sin ningún remordimiento). Así, Sada une nudo moral con escritura, para entendernos, inmoral.
Casi nunca está dividida en cinco partes. La voz que narra es omnisciente. Digamos algo al respecto. Es una voz (a la vez que sujeto y objeto de la novela) que parece acompañarnos, lectores del siglo veintiuno. Está muy cerca de cada personaje, respira con ellos pero también parecería respirar con nosotros. Tiene cierto sentido del decoro. No cede, por ejemplo, a ciertas indiscreciones, como si no tuviera acceso a los pensamientos de los personajes. Si alguien atraviesa una puerta, esa voz es impotente para violar su intimidad. Dicha voz también nos ahorra detalles de la trama, si considera que resultarían innecesarios para el lector. Este criterio irónico de la voz en tercera persona forma parte del festín novelesco que nos regala Sada. El héroe de la novela se llama Demetrio Sordo (su nombre, por cierto, nada tiene que ver con el motivo literario que arrastra desde el siglo XVI). Es agrónomo y su existencia se debate entre la prostituta Mireya de Oaxaca y la casta y paciente Renata de Sacramento. Demetrio debe elegir entre la carnal realidad de la primera y la promesa virginal de la segunda. Alrededor de Demetrio adquieren significación narrativa el dibujo de varios secundarios de lujo: la madre y la tía del protagonista, y la madre de Renata. Esta novela no tiene la sustancia desmitificadora de la historia de México que tenía la más arriba mencionada, pero el narrador no evita, cuando puede, darnos indicaciones histórico-sociales concretas del país de 1945.
Sin su propuesta lingüística, esta novela hubiera sido otra. No más o menos diferente. Otra. Y eso porque dicha propuesta arrastra un propósito mucho más sustancial. Tiene que ver con lo cómico y lo serio en la literatura y en la Historia. Y por supuesto, en la sexualidad. Es lo que nos dice Milan Kundera en El arte de la novela: "Los auténticos genios de la comicidad no son los que más hacen reír, sino los que descubren una zona desconocida de lo cómico". Casi nada se desenvuelve en este privilegiado territorio. Y además, puede que termine significando lo que Gógol señalaba para una historia graciosa. "Si se observa atentamente y durante mucho tiempo una historia graciosa, se vuelve cada vez más triste". -
No hay comentarios.:
Publicar un comentario