Comer
mata/José M. Ordovás, director de Nutrición y Genómica de la Universidad de Tufts (Boston).
ABC
| 29 de octubre de 2015
Hace
unos tres años, un investigador, John PA Ioannidis, bien conocido por su
posición crítica acerca de la calidad y cantidad de la literatura científica,
publicaba en la revista de más alto impacto en el área de la nutrición, el
American Journal of Clinical Nutrition, un artículo con un título provocador
:«¿ Está todo lo que comemos asociado con cáncer ?». Este investigador, junto
con su colega Jonathan D. Schoenfeld, seleccionó los 50 ingredientes más comunes
utilizados en un popular libro de recetas culinarias (ej., ternera, sal,
huevos, harina, café, leche, azúcar, queso, limón, mostaza, maíz, etcétera) y
revisó lo que la literatura científica había concluido a lo largo de los años
en términos de su relación con el riesgo de cáncer. Los resultados de sus
pesquisas revelaron que el 80 por ciento de los alimentos escrutados estaban
relacionados con cáncer, y por lo tanto la conclusión sarcástica de que comer
mata.
Sobre
este terreno, abonado durante décadas por la confusión y el desacuerdo, ha
llegado con una fanfarria espectacular la noticia de la relación entre carnes
procesadas (y posiblemente también las carnes rojas) y el cáncer, que ha
«agitado» la prensa de la salud mundial, tanto profesional como popular. Sin
embargo, es una situación «déjà-vu». Llevamos años en el campo de nutrición
voceando «que viene el lobo». En esta ocasión, la noticia se emitía en los
medios de comunicación norteamericanos con la premisa de que «una nueva
investigación había demostrado la relación inequívoca entre el consumo de
carnes procesadas y el cáncer», y que específicamente el aumento de riesgo era
precisamente 18%, y tan dañino como el tabaco o los asbestos.
Estos
titulares han sido recibidos alternativamente con pánico, con escepticismo o
con ira, este último sentimiento concentrado especialmente entre aquellos
grupos con intereses económicos en el sector alimentario afectado. Sin embargo,
tenemos que poner esta noticia en perspectiva. No es que un nuevo estudio de
intervención nutricional haya demostrado que las carnes procesadas causen
cáncer, a lo que esta noticia se refiere es a un informe elaborado por un panel
de 22 expertos (seleccionados por la OMS entre cientos existentes en el
planeta) que durante varios meses ha examinado la evidencia acumulada por
décadas en la literatura científica en relación con la carne roja y los
productos cárnicos procesados y el cáncer. Un proceso similar al que ocurre
diariamente en el mundo de la jurisprudencia, en el cual un jurado examina la
evidencia y emite un veredicto acerca de la culpabilidad o inocencia del
acusado. En este caso el jurado de 22 llegó, aunque no por unanimidad, al
veredicto de culpable, a pesar de que la evidencia era circunstancial.
Lamentablemente, la prueba definitiva no existe ni probablemente existirá, ya
que conseguir tal evidencia requeriría reclutar a decenas de miles de
individuos y poner a la mitad de ellos en una dieta con un alto contenido de
carnes procesadas y hacer que la otra mitad eliminara totalmente el consumo de
las mismas. Tras un número de años habría que comparar la incidencia de cáncer
en un grupo y otro y concluir si había diferencias significativas. Por
supuesto, esto no es prácticamente posible por razones éticas (y prácticas,
incluyendo su costo). De hecho, es la misma aproximación que utilizó en España
el estudio Predimed para demostrar los beneficios cardiovasculares de la dieta
mediterránea. Pero en ese caso la comparación se llevó a cabo entre dos dietas
saludables y el objetivo era definir cuál era la mejor, y por lo tanto era algo
totalmente ético.
Tengamos
presente que el ser humano a lo largo de la historia ha consumido carne cuando
ha podido, e incluso se ha propuesto que el aumento del tamaño del cerebro que
nos llevó a ser Homo sapiens se pudo deber al consumo de carnes y otras fuentes
ricas de energía en combinación con la «domesticación» del fuego para su
cocinado. Por supuesto, las condiciones de nuestros antepasados lejanos eran
muy diferentes de las actuales, incluyendo una esperanza de vida mucho menor
durante la cual las enfermedades crónico-degenerativas (cáncer,
cardiovasculares, etc.) no tenían el impacto que tienen en las sociedades
actuales caracterizadas por su longevidad. Por lo tanto, estamos en territorios
insuficientemente explorados en lo que se refiere a la relación entre dieta y
envejecimiento saludable.
No
soy un especialista en cáncer, y por lo tanto solo puedo expresar mi opinión
general basado en la experiencia de otras enfermedades características del
envejecimiento y con un componente nutricional. Hemos visto cómo a través de la
historia casi todos los alimentos han sido culpabilizados de una enfermedad u
otra, para luego ser, en muchos casos, reivindicados. Recordemos los huevos, el
aceite de oliva, los pescados azules, la leche entera, la mantequilla, el café,
el vino, etcétera. Etcétera. Por décadas las grasas (todas) fueron «culpables»
de todos los males a los que nos hemos referido (obesidad, cardiovasculares,
cáncer, etc.). Cuando la evidencia no se pudo mantener por más tiempo se las
exoneró (reluctantemente) y los cargos fueron inmediatamente transferidos a los
azúcares simples, especialmente la fructosa. En estos casos, como en el de las carnes
procesadas, es importante recordar que la dosis hace el veneno y que para
mantener nuestra salud lo que tenemos que practicar es algo que no recibe
titulares espectaculares ni abre los telediarios; me refiero a una dieta
moderada y variada, con énfasis en productos frescos. Como parte de esta
práctica se incluye, por supuesto, la moderación del consumo de carnes
procesadas. De hecho, no estoy en desacuerdo con el veredicto de los expertos
de la OMS, sino con la manera en que el mensaje se ha transmitido a la
población.
El
consumidor debe ser educado apropiadamente y su capacidad de absorber los
mensajes equilibrados y sensatos no debe ser infravalorada. El proceso de
educación para transmitir lo que constituye una alimentación saludable debería
concentrarse más en mensajes positivos y equilibrados, y no depender tanto de
tácticas «punitivas» como las ya ilustradas hace unos 240 años por Francisco de
Goya en su cuadro «La letra con sangre entra».
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